Capítulo 6

Entro al baño y me siento en uno de los inodoros, con los ojos aguados y una terrible sensación de rabia, ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? Susurro con la boca llena de una cosa blanca, salada y viscosa. Yo no quería estar aquí; pateo la puerta.

—¿Qué putas estoy haciendo aquí? —pateo la puerta tan fuerte que toda la estructura metálica del baño tiembla, escucho un clic y algo pesado me golpea la cabeza. Caigo al piso y mi comida sale esparcida por todo el suelo del baño. suelto un grito ahogado y trato de incorporarme, pero me resbalo en la cosa pegajosa y ahora me golpeo la nariz. Después de un momento de estar lanzando más improperios me pongo en pie y toco el chichón en mi cabeza, cuando veo la mano solo encuentro una gotita de sangre, salgo del baño buscando lo que me golpeó y lo encuentro en una esquina, lo tomo y lo analizo: es una pequeña rejilla de metal. Cuando entro al cubículo nuevamente observo el agujero en el techo que ha dejado la rejilla, y me subo al sanitario para meter la cabeza y observar. Resulta ser un conducto de aire que tiene casi un metro de alto y unos 30 ó 40 centímetros de ancho con una gran salida al exterior, el suelo del conducto está lleno de insectos muertos, y me entra una gran idea. Salto del inodoro resbalando con la cosa blanca y corro hacia mi habitación, los pasillos están vacíos, de seguro por que todos deben estar en el comedor, así que tardo poco en llegar.

Cuando cierro la puerta detrás de mí doy un brinco al descubrir a la chica pelirroja sentada en su cama, con la bandeja en el regazo y los ojos hinchados.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto casi como un regaño, ella agacha la mirada y la clava en el plato. Me acerco hasta ella y tomo asiento en mi cama justo en frente —lo siento, estoy un poco estresado —levanta la cabeza y me mira a los ojos, los tiene hinchados, se nota que ha llorado mucho.

—Tranquilo —susurra.

—¿Por qué no estas comiendo en el comedor?

—Me miran raro —dice al tiempo que se mete en la boca la mezcla blanca y cierra los ojos.

—te entiendo — le pongo una mano en la pierna como consuelo y ella sonríe —yo venía por mis libros —busco bajo la cama y saco la caja donde está rosa.

—Podría jurar que hace rato escuché un gruñido ahí —anuncia mirando la caja ahora en mis manos.

—Prff —sacudo la cabeza—el poder de la lectura —suelto una carcajadita poco convincente y sobre actuado y ella se me queda mirando —bien, nos vemos al rato, a dios.

—A dios.

Cuando salgo del cuarto ya hay unas cuantas personas por ahí, así que me obligo a caminar lo más natural que puedo, cuando entro al baño hay un hombre frente al lava manos, y para mí es imposible no reconocer esa cabellera rubia.

—Pol —digo, se da la vuelta y me mira —¿Qué…qué haces aquí?

—Pues, lo que hace la gente en el baño… no sé, comer, por ejemplo — señala con la cabeza el reguero de comida que he dejado.

—Lo siento es que resbalé —me excuso.

—¿Estás bien? — se acerca a mi.

—Si, si, tranquilo.

—¿Y esto? —golpea la caja con la punta del dedo y aguanto la respiración para que Rosa no se enoje.

—Yo… quería esconder mis libros —digo torpe y nervioso.

—Ok, ¿necesitas ayuda? — sonaba realmente interesado.

—No, gracias… nos vemos ahora —él asiente un poco decepcionado, luego se acerca, pone un mano en mi hombro y con la otra despeina mi cabello.

—Extrañaré esos lindos rulos blancos —dice y se va, y no soy capaz de preguntarle a qué se refiere por que me quedo embobado con la sensación cálida de su mano en mi hombro que se desvanece poco a poco. Trago saliva y corro hasta el cubículo, saco a rosa que se ve decaída y seca y la pongo dentro del ducto, luego lleno el vaso con agua y la riego un par de veces. Me quedo observándola un rato hasta que alarga su tallo y acaricia mi mejilla, sus pétalos son tan suaves. Luego se come un par de insectos muertos que parece que están frescos. Antes de bajar me aseguro de alejarla lo más lejos que pueda de la rejilla, por si alguien le da por husmear o ella gruñe. La maldita rejilla se había caído por que los tornillos se habían aflojado, así que me aseguro de ajustarlos lo suficiente como para que no se caigan, pero tampoco tanto como para estarla revisando.

Salgo del cubículo justo a tiempo para oír una voz que sale por unos parlantes y que exige, más que invita, a los nuevos guardias a la sala de entrenamiento, y respiro profundo, sabiendo que ahora sí comienza mi nueva vida.

La sala de entrenamiento es lo más grande que puede haber en Capricornio, tan alta como el lugar donde aterrizan los aerodeslizadores, llena de metal oxidado por el sol.  Está llena de maquinaria para hacer ejercicio, cosa que me agrada a primera vista, y también una pista de obstáculos que, lo que logro ver, parece bastante complicada. Las paredes de la sala son fuertes vidrios rallados y con facturas que dejan entrar tan tanta luz que resulta casi cegadora. La sensación de libertad me resulta abrumadora, se ve gran parte del desierto en todas direcciones y no puedo evitar sentir un poco de pánico, toda mi vida solo he estado al aire libre por completo cuando salgo a ver amanecer en la cubierta, pero es un ambiente que controlo yo, acá no sé qué puedo esperar.

Todos hacemos dos filas una de hombres y otra de mujeres, que son significativamente menos. La sargento Almadía camina entre nosotros con las manos en la espalda, trae un pantalón tan ajustado que se marca por completo sus pequeños y redondeados glúteos, no puedo evitar fijarme en que la mayoría de hombres se le queda viendo, y supongo que ella también lo nota ya que les da una fría mirada de superioridad y ordena:

—Avancen — la fila de los hombres termina en un hombre con una rasuradora eléctrica que hace un ruido insoportable y comienza a cortar el cabello del primer chico, que es alto y rubio, y el hombre tiene que indicarle que se agache para poder alcanzar. Busco a Pol con la mirada, que está a tres chicos de mí, y se encoje de hombros como diciendo: “te lo advertí”. Miro hacia el frente de nuevo. No me quiero deshacer de mi cabello, sí, es blanco y llamativo, pero me siento raro. En la escuela nos permitían traer el cabello largo, pero esto es el ejercito de verdad, me choca.

La fila comienza a avanzar, y cuando menos pienso faltan dos, luego uno, luego mi turno. Doy un paso al frente a regaña dientes, con mal genio y un poco de estrés. Las mujeres en la otra fila están cansadas, cambian su peso de un pie a otro y bostezan de vez en cuando, dichosas ellas. El hombre, que tiene una cara de haber desayunado m****a, acerca el aparato a mí, y comienza a cortar bajo la oreja izquierda, aguanto las ganas de apartar la cabeza, se siente feo e invasivo, pero aprieto los labios y me quedo estático. Cuando el hombre traza una línea por la parte de debajo de la cabeza y llegando a la ojera derecha, la maquina hace un ruido crítico, como si se hubiera enredado en mi cabello y necesitara más fuerza para cortar. El hombre la aleja de mí, la pone de nuevo pero lo único que consigue es casi arrancarme el cuero cabelludo. No digo nada, me aguanto el dolor y las ganas de golpearlo o salir corriendo. Después de arrancarme varios pelos aleja de nuevo el aparato, le da un par de golpes y se apaga, volteo a mirarlo y él voltea a mirarme. Almadía, que todo el tiempo estuvo presenciando en primera fila mi depilación, le arrancó de las manos la maquina y la golpeó por su propia cuenta, al tercer golpe una pieza que, en mi opinión, parece importante se sale y cae rodando de manera estrepitosa por todo el piso de metal

—Ni modo —dice y le devuelve la maquina al hombre —vuelve a la fila —ordena y no puedo evitar ver las risas de los demás cuando tomo ,mi lugar, ahora estoy enfadado, humillado y feo. Genial. —Formaremos tres grupos de combate— dice —cada grupo tendrá un líder que yo elegiré y que los comandará en cada prueba. El ganador de cada prueba sumará puntos, al final, cuando acabe el entrenamiento, el grupo que más puntos tenga tendrá la oportunidad de escoger a qué arca será asignado y tendrán los mejores trabajos— me quedo mirando su enorme trasero mientras pienso que es perfecto, es un plan perfecto. Es la única manera de cumplir la promesa que le hice a Marian. Si Edward y yo estamos en el grupo de los ganadores volveremos a Emma. —Hoy los evaluaremos a cada uno de manera individual para formar los grupos— continúa. Llega al final y voltea para vernos a todos —débiles con fuertes: los fuertes aprenderán de los débiles y los débiles de los fuertes— es una buena enseñanza, no todo es fuerza bruta. La mujer camina de nuevo, sus zapatos son los únicos que rompen con fuerza el silencio espeso que se amontona por todas partes, su cola de caballo se agita al son de sus caderas. La veo casi reptar por en medio de todos, se para frente a mí y sus ojos me salpican de amargura cuando dice: —Pero primero hay que calentar.

— ¡Acaso creíste que aquí llevarías la misma vida de niño consentido que tenías antes— me grita la sargento Almadía mientras llego a la lagartija número cincuenta —¡no eres más que un niñito que nunca ha sabido valerse por sí mismo¡ !Que se ha escondido siempre bajo las faldas del general¡— me pongo de pie, cuando llego al fallo —le dije cien ¿por qué se detiene? —

  —¿Qué sabe usted lo que ha sido de mi vida? — le digo. Los otros chicos disminuyen sus flexiones y prestan atención. 

  Estaba haciendo abdominales hasta que creí que no sería capaz, ella dijo: "uno más" y yo dije: "no puedo" entonces desahogó todo su arsenal de insultos sobre lo blando que era y lo mimado que me habían criado mientras me obligaba a hacer cien flexiones de pecho. Observo sus ojos abrirse de cólera y pienso que hubiera salido más barato hacer otro abdominal.

—¿Quién se ha creído para hablarme de esa manera? — su voz es suave, y por algún motivo pienso que provoca menos miedo cuando grita. Me quedo callado, ¿Qué más puedo hacer?

—Lo siento— le digo cuando ya no puedo soportar su mirada, pero no puedo apartar los ojos de los suyos. Es más pequeña que yo, de solo un puño podría derribarla.

—¿Entonces como ha sido su vida? — escupe con sarcasmo.

—Ya no importa — digo —Ahora soy un soldado —añado más bien por decirle lo que quiere oír que lo yo siento.

—¿Y cree que seré capaz de serlo si usted no sigue mis órdenes?  

—Supongo que no— me encojo de hombros.

—Qué bueno que lo tenga bien claro.

—Señor sí señor— lo digo con toda la flojera que soy capaz de fingir y me gano cien flexiones más.

Media hora después todos hacemos una fila frente al primer obstáculo de la pista que hay en la sala. Almadía se pasea con una hoja en la mano.

  —Los llamare en orden aleatorio— dice —una vez crucen la línea roja comenzará su tiempo— miro la línea roja que no había visto antes, está a casi cinco metros del primer obstáculo —recuerden que se calificarán muchas cosas, así que no se precipiten a hacer el mejor tiempo porque no les servirá de nada— mira la hoja y grita el primer nombre, la chica de cabello rojo sale corriendo con todos sus fuerzas. El primer obstáculo es una pared de unos cinco metros de altura, y no tengo ni idea de cómo se hace para subir o descender. La chica sigue corriendo y tropieza a un par de metros de la pared, cae estrepitosamente y entonces recuerdo que ella fue quien se tropezó el día de la selección. Una manía, su pongo. Se pone en pie, su cabello llameante le cubre la cara, lo aparta de un manotazo y comienza a trepar la pared como una araña. No veo bien, pero supongo que hay unos pequeños agujeros allí. La chica llega hasta la cima y desaparece por el otro lado. La pared cubre el resto de la pista de obstáculos y no podemos ver más allá. Por los rostros de los tres hombres y de Almadía, que están por encima de nosotros y lo pueden ver todo, parece que se ha caído de nuevo.

—Si sigue así se va a matar— me dice Edee que se puso detrás de mí, nos separa un chico de piel rojiza que está tan nervioso que no nos presta atención.

—Nació con dos pies izquierdos— le digo.

—Aleck— mira al chico, seguro pensando si lo puede decir frente a él, pero parece demasiado abstraído —espero que luzcas como un líder allá arriba, porque no me imagino comandado por nadie más— asiento.

—Lo intentaré.

—Prometelo. 

—Te lo prometo— promesas. 

La chica peli roja nunca regresa, ni el que sigue, ni la que sigue. Un nombre, un silbatazo y la persona desaparece tras la pared. Cuando llega el turno de Pol lo veo desparecer como un halcón por encima de la pared, según lo que tenía entendido, esta es la sección que él quería. Cinco minuto después mi nombre silba en los labios rojos y carnosos de Almadía. Salgo de la fila y camino hasta la línea roja, puedo sentir la mirada fría de la comandante, la anhelante de Edward y la curiosa de los ojos que observan mi espalda. El silbatazo se queda zumbando en mi cabeza mientras cruzo la línea, mis pasos se tornan pesados. Todo desaparece alrededor cuando golpeó la pared con la palma de la mano. Los agujeros son pequeños, apenas caben tres de mis dedos y la punta del zapato. Sigo subiendo y siento como el mono se ajusta a cada uno de mis movimientos. Cuando llego al final suelto el aire que tenía acumulado en los pulmones, pero ya no puedo inhalar de nuevo. Casi un metro más abajo de la pared hay una tabla de unos veinte metros puesta de manera horizontal, en el otro extremo se logra ver otra pared. Cuando doy un paso al frente algo se desprende del lado izquierdo, algo grande, lo suficiente mente grande para que mi instinto me haga frenar en seco. Doy un paso atrás justo a tiempo para ver pasar un saco de boxear atado del techo por un lazo grueso. Después de un rato regresa, y no es el único. A lo largo de toda la tabla decenas de sacos iguales oscilan descoordinadamente. Una pista de obstáculos demasiado simple, supongo. Miro hacia el suelo buscando algún colchón, agua o algo que amortigüe los cuatro metros de caída, pero no veo más que el basto e impoluto piso de la sala de entrenamiento. Trago saliva. El primer saco lo cruzo con facilidad, pero el segundo me roza la espalda y pierdo un poco el equilibrio. Logro recomponerme justo a tiempo para evitar el tercero. La tabla está bien sujeta y agradezco al cielo que no se mueva. Giro, volteo, freno, retrocedo. Cuando pierdo la cuenta de sacos me doy cuenta de que estoy a punto de llegar a la mitad, lo sé porque hay una línea roja pintada ahí. Estoy tan concentrado en llegar hasta la línea que olvido el mundo a mi alrededor el tiempo suficiente. La fuerza con la que el saco me golpea es tremenda, me saca el aire y me marea, pero mi cuerpo y mi instinto de supervivencia son más rápidos que mi lucidez, y sin darme cuenta mi mano aprieta el lazo del que cuelga el saco. Me tomo un par de segundos para reponerme mientras el impulso me lleva hacia arriba. Cuando comienzo a descender me acomodo abrazando el saco. Tal vez esto le sucedió a la pelirroja, tal vez un saco la golpeó. Parece que ella no tiene mucha suerte con los pies. ¿Me pregunto cómo llegó hasta aquí? Seguro que de la misma manera que yo.

El golpe contra mi cuerpo disminuyó el impulso, entonces no se me dificulta mucho soltarlo y caer en la tabla. Doy un paso al frente y cruzo la línea roja, esquivo otro saco. 

Dos sacos más adelante algo parece están mal, cada vez hay menos espacio entre cada saco. Cada uno aparece tras el otro, haciendo entre todos un movimiento oscilante, como el reptar de una serpiente. Estoy a punto de entrar cuando percibo el inminente impacto de un saco, entonces dejo que mis pies se resbalen de la tabla cayendo al vacío. Ciento el vaho en el pecho, una sensación casi dolorosa que se extiende por todo el abdomen y me corta la respiración, siento como el saco me roza el cabello cuando pasa, y en el último instante mi mano derecha se aferra a la tabla. Mientras cuelgo logro ver a Almadía que me mira fijamente, levanta una tabla y garabatea algo. Logro afianzar la mano izquierda, y para cuando el saco pasa de nuevo me levanto y subo a la tabla con todas mis fuerzas, siento como todos los músculos de mi cuerpo se tensan cuando me pongo de pie y comienzo a correr. Siento los sacos cosquillear en mi espalda al pasar, uno tras otro. Al final de la tabla uno de los sacos me golpea la espalda, pero ya tengo agarrada la pared y logro equilibrarme. Cuando trepo y me lanzo dentro ahogo un grito al ver el siguiente obstáculo: pusieron una escalera desde la pared hasta otra que se logra vislumbrar a casi veinte metros. Me arreglo el mono y miro hacia el piso, unos cinco metros de caída. Diablos. 

Me aferro al primer peldaño, es demasiado delgado y hiere en los dedos. Comienzo a avanzar con mesura, peldaño a peldaño, después de casi la mitad los dedos comienzan a sangrar, el ardor se extiende por toda la palma y me abraza las muñecas, mi peso aumenta a casi el doble. Me freno un momento para recuperar el aliento. Miro de nuevo hacia el frente, la pared en donde termina la escalera me impide ver el siguiente obstáculo, pero puedo apostar a que es mucho peor, y que aumentará de dificultad en el que sigue y el que sigue. 

Me pregunto cómo llegué hasta aquí, hasta estar colgado a cinco metros de altura mientras me sangran las manos. Ayer desperté pensando en el herbario, en qué combinaciones nuevas podía hacer y cómo sería de maravillosa mi vida de ahí en adelante. Hoy, estoy en una de las secciones que menos tiene qué hacer, con el entrenamiento más fuerte, colgado a cinco metros de altura mientras me sangran las manos, lejos de Emma, de Marian, y con una rosa carnívora enrazada en gato esperando por mí en el ducto de un baño. 

Sacudo la cabeza y me muevo de nuevo, peldaño tras peldaño. Después de unos minutos noto que están cada vez más separados. Sigo avanzando a grandes manotazos, los músculos de mi espalda y brazos están tan tensionados que temo por un segundo que se rompan, que con un sonido seco me lancen al vacío. Los peldaños cada vez están más separados, cada vez tengo que estirar más los brazos para alcanzar el que sigue, hasta que llego a un punto en que mi mano agarra el vacío. La afianzo de nuevo y me quedo pensando. Faltan dos peldaños, pero están separados el uno del otro por una distancia de casi metro y medio. Miro hacia arriba, talvez tratando de buscar en el cielo alguna respuesta, pero no encuentro más que el techo metalizado de la sala de entrenamiento y las dos o tres gotas de sangre que bajan por mis muñecas. Con el dolor palpitando en las manos comienzo a balancearme. Atrás adelante, atrás adelante. Cuando creo tener el impulso suficiente me empujo hacia el frente y libero las manos. Vuelo hacia el siguiente peldaño, mi cuerpo no toca nada en el corto transcurso, y por alguna extraña razón pienso en rosa, en sus pétalos rojos y sus dientecitos, en su manera de ronronear y abrazarme con sus hojitas. Después de todo puede que no sea tan mala. Cuando mis manos se agarran en la delgada varilla la oleada de dolor me hace aflojarlas, pero consigo agarrarme de nuevo. Miro con decisión el último peldaño que parece estar aún más lejos y comienzo a balancearme, no hay tiempo que perder. Atrás, adelante. Atrás, adelante. Me suelto con toda la fuerza oscilante hacia adelante. Vuelo de nuevo, el aire menea mi cabello blanco. Mi mano derecha se agarra al peldaño, pero la izquierda resbala y se suelta. La derecha no aguanta el peso y se afloja, soltándose. Caigo, el vaho el pecho y dolor en estómago no me permiten pensar con claridad. El suelo se acerca. Instintivamente cubro mi cabeza con las manos, y ahora el pensamiento que me engulle es Marian. Sus ojos negros, su cabello rubio, su te quiero que no pude oír. ¿alguna vez podré oírlo? 

  La oscuridad llega antes que el suelo.

"La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos"

Vamos, despierta Frost— A lo lejos alguien dice, pero la oscuridad es demasiado reconfortante como para abandonarla —Aleck, me estas preocupando, levántate hermano— en el fondo una luz, tenue, se soma por los resquicios en la oscuridad. La creciente bruma lumínica que se cuela por una rendija en mis párpados entre abiertos aumenta paulatinamente mientras regreso a la conciencia, y cuando logro abrirlos lo suficiente como para ver lo que me rodea, con lo primero que me choco es con la atractiva cara de Edward, con los ojos negros destellando y el sudor perlándole la frente. Se ve diferente con su cabello tan corto y me cuesta reconocerlo del todo, se inclina para alumbrar mis ojos con una pequeña linterna y observarlos. Él quería ser médico ¿por qué la vida siempre tiene que ser tan cruel con los que sufren tanto?

—Vivirás— dice y me ayuda a incorporar. Estoy en el suelo, al final de la pista de obstáculos. Tengo las manos vendadas. 

—Gracias— le digo.

—No hay de qué.

—No completé la pista— se encoje de hombros.

—Tampoco yo— lo miro, extrañado.

—Edward, pero si tu...— comienzo, pero él me interrumpe.

—Me venció el tronco giratorio.

—Me temo que no llegue hasta ahí— ahora él me mira extrañado.

—¿Las barras paralelas? — pregunta y yo asiento. Observo sus manos. Están intactas.

—¿Como lo hiciste?

—¿Qué?

—Para no herirte las manos en ella— sonríe.

—Cuando vi que tallaban mucho estiré las mangas del mono para protegerlas.

—Ah... que estúpido— un chico, rubio y de ojos azules aparece volando al final de la pista de obstáculos, por encima de la pared, salta los tres metros de altura y cae como una gacela.

—Bien— dice Edward mientras me ofrece la mano. Me pongo de pie —él era el último, y el tercero que completo el circuito.

—¿Sólo tres? — pregunto. Veo un poco borroso y estoy mareado.

—El chico de allí, Pol y… — hace una pausa para sonreír.

—¿Y quién? — le animo a continuar.

 —La chica pelirroja— inconscientemente abro la boca. La chica dos pies izquierdos me superó. Estoy apunto se espetar algo sarcástico y afilado hacia la chica cabello de fuego cuando la fastidiosa voz de Almadía me atrona dentro de la cabeza. Me vuelvo para verla. El resto de los chicos se amontonan en una esquina fresca, se ven exhaustos y sudorosos. Pol está sentado un poco más aparte, mirándome fijamente. Tiene un moratón en el pómulo.

—Qué decepción— dice Almadía —claro que apenas queríamos conocer sus habilidades, pero fue decepcionante. Parece como si no se les hubiera entrenado toda la vida para esto. Solo unos cuantos lograron destacar medianamente, esos comandarán los grupos que, como dije antes, serán tres— todos se amontonan alrededor de la general. Ella levanta su libreta y nos mira a todos con fastidio contenido —no nos importaba que terminaran el circuito, si no ver como se enfrentan a los problemas y les dan solución, la parte física es algo importante, pero destacamos también, todo lo demás, lo que hará que sean soldados de verdad —mira la lista y escupe —Buendía, Almenara, Guerra, Alarcón y Benin— los nombrados hacemos un pequeño grupo a la izquierda, la chica pelirroja está en el grupo.

No comandaré ningún grupo. Otra promesa sin cumplir. La sargento niega con la cabeza, esa mujer trae veneno en las venas. Sigue negando, seguro nos vemos demasiado mediocres, un chico de cabello blanco que no sabe protegerse las manos, una con dos pies izquierdos, un chico demasiado pequeño, otra con un notable sobre peso y una más que parece estar enfadada todo el tiempo con el mundo entero. 

—Quien los comandará— dice mirando su lista —o quien tratará de hacerlo es— hace una pausa dramática mientras lee bien —Edward Bunghan.

Bueno. Pudo haber sido peor.

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