7

Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.

Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.

Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.

Los negocios también pueden ser música, había dicho su padre. Y era cierto… a veces. A su vida había llegado un momento en que ni la música era música.

Y ahora estaba aquí, delante del piano, solo, confundido.

Aunque se parecía mucho a la sala de su casa, esta no era la mansión, no era ningún lugar. Había intentado ir a otra habitación, pero era como un laberinto donde todos sus caminos desembocaban en esta sala. No importaba la dirección que tomara, él terminaba aquí otra vez.

Se había rendido, y ahora estaba sentado tratando de olvidar, lo que era una tontería, pues todo lo que se venía a su mente eran imágenes de su pasado, toda su vida entera, y, en casi toda su vida, estaba Tess.

Para agravar el estado de todo, el tiempo no pasaba, el sol no se ponía, la luz no menguaba, no se escuchaban los ruidos del exterior, de la naturaleza, ni los normales de una casa habitada, nada pasaba.

Había llamado a Greg, pero eso no tenía sentido; Greg estaba vivo, él, en cambio, no.

Comprender eso le había costado mucho. Antes, su corazón palpitaba dentro de su pecho, podía ver, oler y sentir. Pudo ver la sonrisa de Tess cuando se acercaba a él en ese parque…

Esa sonrisa, ¿significaba que lo recordaba, que había reconocido la caja musical?

¿Venía hacia él? Quería creer que sí, deseaba desesperadamente que fuera así.

Pero, ¿ya para qué?, reflexionó, ya no volvería a ver a Tess, nada tenía sentido ya.

Cerró sus ojos recostando su cabeza contra la pared. Sentía que toda su vida había sido un desperdicio. Si pudiera volver en el tiempo, le diría a Tess mucho antes lo que sentía por ella, la habría besado no más verla. No habría tenido miedo de hacerle daño, porque al ser él un heredero, y ella la nieta de la doméstica, seguro que la atacarían, y su padre intervendría alejándola al verla como una amenaza. Todos esos miedos le importarían menos que nada, no habría sido tan precavido, y estaría con ella. Él no sería como su tío, que dejó pasar el amor por orgullo, por vanidad. Él sí se habría quedado con Tess.

Pero… ¿para qué?, se preguntó. No habría podido darle hijos, y ella, tal vez, lo hubiese dejado también.

No había consuelo ni en sus más tontas ensoñaciones, volver en el tiempo no habría servido de nada, hacer las cosas diferentes no tenía propósito. Las cosas habían ocurrido así, y él sólo trató de acomodarse a la nueva situación. August Warden no estaba, Tess estaba sola; había pensado que sólo era cuestión de tiempo para que ella dejara de esperarlo, pero no sólo no fue así, sino que a él no lo recordó.

Su alma no dejaba de doler. ¿Por qué todo en su vida tenía que ser tan difícil? En cuanto al amor, en cuanto la familia, no había tenido nada de suerte, si es que esa clase de suerte existía. No había un instante que él quisiera recordar y que no le produjera dolor, sólo ese tiempo, los años que estuvo con ella, porque con ella, todas las penas palidecían y se hacían llevaderas. El día más bonito para él había sido aquél cuando la conoció, y eran sólo unos niños, y la luz era brillante justo como ahora, y él vio por primera vez los bellos ojos de Tess.

Tal vez era por eso que estaba aquí, en este lugar y momento tan extrañamente parecidos al de esa vez.

Una bruma empezó a formarse entre el piano y él, y Adam se puso en pie entre sorprendido y aprensivo. Sin embargo, la bruma no tomó una forma concisa, sólo era una sombra demasiado extraña flotando ante él.

—¿Hay alguien… ahí? —preguntó, y Adam no escuchó ninguna voz, ni nada, pero supo que había inteligencia en esa sombra.

No deberías estar aquí, dijo la sombra, o tal vez fue una voz que oyó en su cabeza. No era tu momento. Adam sintió un dolor atravesarle el pecho y llegar a su garganta. No, no era su momento; él debía estar allá, vivo, siguiendo adelante fuera lo que fuera que Tess había decidido con respecto a él, pero… ¿qué podía hacer?

Sus ojos se humedecieron, y pestañeó para ahuyentar las lágrimas.

—¿Puedes…?

No, contestó la sombra antes de que pudiera formular completamente la pregunta. Iba a preguntarle si podía devolverlo, si podía regresar.

—Entonces… —la sombra flotó hacia él y lo tocó, y de repente estuvieron en la calle, el lugar donde se había accidentado, y vio el automóvil prácticamente desecho, con el otro vehículo incrustado en su puerta. Él estaba dentro, o su cuerpo; podía ver a la gente que se empezaba a amontonar alrededor del siniestro. Era su muerte.

Adam se puso una mano en el cuello, dándose cuenta de que el suyo estaba en perfecto estado… y también de que podía sentir los rayos del sol en su piel, la brisa, y que su corazón palpitaba en su pecho. La gente tropezaba con él, lo que indicaba que estaba aquí en cuerpo y alma, y podía sentir y palpar…

¿Qué significaba esto?

Un llanto, una mujer lloraba. Era Tess. Caminó a ella, pero en el momento en que quiso tocarla, el escenario cambió. Ahora era de noche y estaba en un callejón mal iluminado; parecía la parte trasera de un bar muy lejos, lejos del Estado de California, pues hacía frío, y su aliento, porque tenía aliento, se volvía blanco al contacto con el aire.

—¿Dónde estoy? —preguntó abrazándose, pues no tenía ropa adecuada para esta temperatura. Pero la sombra no contestó, sólo dijo:

No se lo digas a nadie.

—¿Decir qué?

De pronto se quejó cayendo de rodillas al suelo. Miró en su vientre un cuchillo enterrado, y la sangre que salía a borbotones.

—¿Qué?

—Eso es por no haberte quedado donde debías —dijo alguien, un hombre, uno muy fuerte, rudo y, pudo ver, lleno de odio y miserias.

En un lado del callejón pudo ver una mujer muerta, con la garganta cercenada y la sangre manchando su blusa de lentejuelas.

Pero no pudo ver más de ella, porque el hombre trataba de sacarle el puñal del abdomen, seguramente para volverlo enterrar en algún otro lugar de su anatomía.

Adam trató de contener la sangre, apretó el puñal cuando el otro intentó sacarlo otra vez con más fuerza aún. Cuando no pudo, le dio un puñetazo en la mandíbula, otro en la nariz, pero Adam no soltó el cuchillo. No tuvo tiempo de pensar que, si sentía tal dolor, si de él salía tanta sangre, era porque efectivamente habitaba un cuerpo mortal ahora, no era aquel espejismo que no tenía un corazón palpitante, y parecía sólo el recuerdo de su cuerpo.

El hombre lo soltó, sólo para patearlo ahora, haciéndolo caer de lado en el suelo humedecido por la lluvia, y por sus fosas nasales entró el rancio olor del orín y la b****a, heces de animales y sangre, su sangre.

¿Cuántas veces… he de experimentar la muerte? Se preguntó sintiendo el terrible dolor en el abdomen. Era agudo, lo traspasaba, le producía náuseas, le quitaba toda la fuerza. ¿Cuánto dolor debo sufrir? ¿Con qué propósito?

¿Sería esto una especie de castigo eterno? ¿Era este el tártaro del que había leído alguna vez?

¿Despertaría en otro lugar para volver a experimentar la muerte, y así una y otra vez? ¿Cuál había sido su pecado tan grande como para merecer esto?

Miró el cielo cerrado en nubes, y esperó, esperó. Iba a morir, eso era claro. Antes, había sido un golpe seco del que ni siquiera se dio cuenta, no vio la muerte venir. Ahora, sólo tenía que esperar un poco más y ya estaría, pronto todo terminaría.

Vio al hombre huir por un lado del callejón, y él elevó su mano hacia el cielo, no pidiendo misericordia a sus habitantes, sino… ¿para qué? Era más que evidente que ellos hacían con los humanos lo que querían…

Y luego de lo que parecieron ser horas, sus ojos al fin se cerraron, y Adam perdió al fin la consciencia.

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