6

Rato después, Georgina salió de la habitación dejándola sola, y Heather aprovechó el momento de soledad y se levantó de su silla de ruedas para encaminarse al cuarto de baño.

Éste era enorme, y todo dentro era enorme también. Había una enorme bañera, una cascada que luego comprendió era la ducha, y un espejo doble que cubría toda la extensión de una pared. Al verse reflejada se quedó como de piedra.

Había intuido que era hermosa, pero aquello era poco. Era alta, y el mundo se veía diferente desde allá arriba, y el cabello rojo le llegaba a la cintura en suaves ondas. Sus ojos eran levemente entornados, grises, preciosos, atrapaban perfectamente la luz haciéndolos ver más pálidos. Nariz fileña y labios carnosos y rosados. No tenía pecas, y eso la decepcionó un poco. Pero bueno, ¿qué más podía pedir cuando antes era más bien bajita, de formas redondas, ojos marrones comunes y corrientes y de cabello oscuro? Ser tan llamativa era simplemente… raro.

Desabrochó la bata que llevaba puesta, y al verse sólo en bragas frente al espejo soltó una exclamación. ¿Esos senos eran reales? ¿Había una forma de saberlo? Rebosaban un poco sus manos, y eran redondos y respingones. Qué hermosa era la juventud. Los palpó y no sintió bolsas extrañas dentro, así que concluyó que eran naturales. Se sacó del todo la bata, y empezó a admirarse de medio lado. Ahora tenía un buen derrière, sin estrías ni celulitis. ¿Qué le habían echado en el biberón a esta mujer?

De pronto pensó que si ella, Samantha, hubiese tenido siempre este tipo de cuerpo, Ralph jamás se habría fijado en la rubia Cinthya. La habría tomado en sus brazos y la habría hecho suya al instante.

Se detuvo en sus pensamientos. Era raro para ella pensar así. ¿Se le estaba subiendo la vanidad a la cabeza?

Sintió la tentación de bajarse las bragas y seguir explorando, pero decidió que ya había fisgoneado y toqueteado demasiado el cuerpo de Heather. Tal vez ella nunca se enterara de lo que estaba sucediendo ahora, pero ella se preciaba de ser una mujer correcta y respetuosa de las cosas ajenas, así que volvió a anudarse la bata.

Caminó lentamente por la habitación y algo que notó fue la ausencia de libros. No había ninguno. Bueno, aquella era una casa enorme, seguramente estaban en otra habitación. No concebía que alguien pasara olímpicamente de lo que consideraba la única extensión de la mente y la imaginación.

Se sentó en un mueble analizando sus opciones. No podía salir por orden de Phillip, y no quería meter a Heather en problemas, pero quería ir y comprobar que Tess estaba bien. También debía esperar a sentirse mejor de sus golpes y rozaduras causados por el accidente, pero en cuanto tuviera la oportunidad, iría a verla; no se estaría tranquila hasta comprobar por sí misma que estaba bien.

Llegó la tarde, y la enfermera que le habían asignado la ayudó a bañarse y a vestirse. Se tomó sus pastillas, almorzó en su habitación, y poco después, Georgina entró con un juego de tarjetas en la mano.

—Son tus nuevas tarjetas bancarias, las anteriores las perdiste en el accidente. Tu padre hizo la gestión para que te asignaran estas… Ya… ya arregló también lo del cambio en tu mesada. Lo siento, no pude convencerlo de lo contrario.

— ¡Tendré que sobrevivir con treinta mil dólares al mes! –exclamó Heather en un tono claramente sarcástico.

—Si te quejas así delante de tu padre, él estará feliz de rebajártela aún más.

—Entonces mejor me quedo callada—. Georgina le sonrió. Realmente su hija estaba cambiada, y esta le gustaba más, mucho más. Nunca antes había logrado concluir una conversación con ella en buenos términos, y ahora hasta bromeaban—. ¿Por qué no hay ningún libro en mi habitación? –preguntó ella de repente.

—Ah… porque… no te gusta leer.

— ¿Qué?

—No te gusta… pasaste la carrera a duras penas.

— ¿En serio? ¿Qué estudié?

—Negocios…

— ¿Y sin leer? ¿No me he leído una novela en mi vida?

—No que yo sepa.

—Inaudito.

—Pero puedes salir y comprar una biblioteca entera, si quieres. Tu padre tiene libros, pero no de ese tipo.

—Y tú… ¿no tienes uno que me puedas prestar por ahora? –Georgina se sonrojó—. ¿Estás ocultando algo?

—A tu padre no le gustan ese tipo de lecturas.

—Me vale un pimiento. Quiero leer un libro y lo leeré. Y si tú puedes prestarme uno, más te vale que lo sueltes—. Georgina volvió a reír.

—Estás irreconocible. Está bien, tengo un par que te pueden gustar, pero te recomiendo que salgas y compres los tuyos.

— ¿Salir? ¿Acaso no soy una prisionera?

—Puedes salir si lo haces acompañada por alguien de la casa.

— ¿De verdad?

—Así dijo tu padre.

—Qué bueno, porque me gustaría… hacer unas diligencias—. Georgina frunció el ceño.

— ¿Diligencias? Creí que lo habías olvidado todo.

—Sí, pero… quiero salir un momento.

—Heather, que no sea para comprar droga o algo peor—. Cuando Heather la miró pasmada, Georgina quiso morderse la lengua.

— ¿Soy una adicta?

—Bueno…

— ¡Dímelo!

—Tú nunca lo has admitido. Siempre lo has negado, así que…

—Debería tener los síntomas de la abstinencia, ¿no? ¡Pero estoy bien!

—Sí, eso es raro…

—Te prometo que no saldré a buscar… drogas. ¡Dios! ¡Ni siquiera sé dónde tendría que ir!

—Está bien, te creeré… pero no traiciones mi confianza, ¿de acuerdo? –Heather asintió sintiéndose un poco cabreada con la verdadera Heather. Esa niña lo tenía todo, una madre maravillosa, un cuerpo y un rostro estupendo, dinero, poder… y ¿estaba echando a perder su vida con drogas?

Realmente no se merece esta vida, pensó, pero al instante se sintió mezquina, ladrona.

No, de todos modos, esta no era su vida. Tarde o temprano tendría que volver.

Pero antes, tenía mucho que hacer. Cuando Heather volviera, todo se pondría patas arriba otra vez, así que no podía dejar pasar más el tiempo.

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