Si supieras quien es Luca

— Buenos días —saludó aliviada de encontrarle a él y no a sus padres, como temía inicialmente.

El aludido, un muchacho de veinticuatro años, cabello negro -al igual que Luca- sólo que largo y llevado en una cola de caballo y unas profundas ojeras, sólo asintió con la cabeza en respuesta al saludo. Emuló una forzada media sonrisa a la joven.

Santiago sintió temblar el borde de su labio inferior. Un estúpido síntoma de nerviosismo que odiaba manifestar. Dio un sorbo a su casi vacío vaso de zumo de naranja y desvió su atención de la chica al televisor.

— No sabía que te quedarías a pasar la noche aquí — comentó él, fingiendo interés en el programa y sintiéndose como el peor mentiroso de la historia— Luca no me lo dijo.

Farsa y más farsa. De haber tenido un maldito detector de mentiras en los dedos, éste habría estallado en menos de dos minutos.

La miró rápidamente. La joven se había encogido de hombros y miraba hacia el piso. sus mejillas se notaban rojas.

— Bueno, yo...es que...

— No importa —irrumpió el mayor, notando el nerviosismo extremo por parte de ella. Se levantó de la mesa y abrió el refrigerador— Yo también acabo de levantarme. Creo que aun queda algo de la cena de anoche, por si quieres...

Apenas alargó una mano hacia la puerta del refrigerador cuando ella lo detuvo. Sintió el roce de sus suaves dedos cerca de sus nudillos, sin evitar desviar la mirada.

La joven ni siquiera notó el gesto evasivo de Santino. Se colocó delante de éste, escudriñando meticulosamente el interior de la nevera. Sacó un bote de leche nuevo, media docena de huevos y el empaque entreabierto para panqueques caseros.

– ¿Qué haces?— preguntó Santiago, quien se había mantenido en silencio solamente sosteniendo la puerta metálica.

Diana acomodó las viandas cuidadosamente sobre el pretil cerca de la moderna cocina. Sacó un tazón de una de las despensas, tras haber hurgado en ella durante unos diez minutos. Se dirigió a el, le dedicó una mirada confiable. Auténtica y espontánea.

— Hacer el desayuno, no voy a comer sobras recalentadas de quien sabe cuando. –respondió ella. No había pretención en su voz, era la simple desfachatez de cualquier chica de su edad y nada más.— Además, no hay nada como comida hecha en casa.

El asintió de la misma manera en que solía hacerlo Luca. Ella supuso que era una respuesta característica de los Franz.

Encendió la estufa, mientras él simplemente permanecía sentado en la mesa, tratando de fijar su atención en lo que sea que se estuviese proyectando en la pantalla del televisor. Sujetó de nuevo su vaso, dándo un sorbo a un jugo ya inexistente en el interior. Se acercó el envase, con dedos torpes y levemente sudorosos.

La imagen, difusa pero conciente del recuerdo de su "ocupada" noche en el baño, aun estaba presente y lo suficientemente clara como para hacerle temblar el vaso al momento de servirse una nueva ronda de jugo.

Nervioso.

Y había que reconocerlo, se sentía solo un poco nervioso. No por el hecho de que ella estuviera aquí, en la misma habitación y repirando el mismo aire. Ni siquiera por el hecho de que llevaba una muda de ropa un tanto informal…y reveladora, tomando en cuenta que apenas la había visto y notó inequívocamente que no llevaba nada bajo la blusa y los pliegues de esta sólo acentuaban un poco más sus pequeños y juveniles senos, curveándose como seda sobre sus pezones.

No, no estaba nervioso por eso. Sino por la ofuscada tentativa de la madrugada.

¡Mierda! ¡¿Qué demonios había hecho?! Él no era así. Para el mes entrante cumpliría veinticinco años, no era un mozalbete de catorce que se "calentaba" apenas y veía una chica. No, nunca, ni siquiera cuando tenía esa edad. Era impropio.

¿Entonces porqué Diana…?

— ¿A las nueve? –la voz de ella irrumpió sus cavilaciones, justo a tiempo antes de que él mismo comenzase a darse de topes contra la mesa, para salir por sí mismo de semejantes ideas.

— Estaba distraído. Perdón –dijo aparentando una sencillez digna de un interrogado en pleno juicio— ¿Qué decías?

— Qué si no tenías que presentarte a la oficina a las nueve –argumentó ella—Luca me ha comentado que apenas y te ven en casa, que las cosas de la empresa familiar no van muy bien…

Luca…¡¿cuándo le ha importado algo a ése imbécil ignorante?! Además, es a él al que vemos raramente en casa. Si lo supieras…

— Humm..no. No pensaba ir hoy –respondió ignorando sus inútiles pensamientos— Sólo es una mala racha de ventas o así le llama mi padre. –aparentó un aire despreocupado— Una mala temporada. Nada de qué preocuparse, hemos sobrevivido a tiempos peores.

El aroma dulzón de hotcakes flotaba en el aire, formando una nubecilla sobre la hornilla de la estufa.

— Bueno, he notado a Luca un poco tenso. Creía que era por eso por lo que dijo que probablemente buscaría empleo de medio tiempo en el verano.

— ¿Empleo? —Santiago se olvidó por completo que había pensado en voz alta. Notó el dejo de interés en la joven así que se las ingenió para dar pie a plática. Tal vez eso lo desestresara un poco.— Je, ése vago debe de haberse metido en otro problema, como para querer buscar una manera de conseguir dinero, sobretodo en vacaciones.

Su rostro volvió a su modalidad seria hasta que se percató de que la chica de cabello rosado le contemplaba con una expresión confundida.

— Pues no que yo sepa –respondió simplemente– Ha sido un tiempo tranquilo desde el semestre anterior.

O al menos eso es lo que crees, recordó él, haciendo esfuerzos por no verse delator de sus ideas.

Arqueó los hombros, dando por sentado la afirmación hacia ella. Diana se sentó a su derecha y dejó delante de éste un plato con cuatro hotcakes acomodados en perfecta simetría. Alargó una mano hacia la botella de jarabe.

— No me gusta lo dulce – atinó a decír él, casi con un susurro.

– Pues a mi sí –ella esbozó una sonrisa pérfida y vació lo que a Santiago le pareció toda la botella de jarabe maple sobre el plato. La silla chirrió un poco al acercarla a él. Muy cerca, casi como si estuviese sobre su regazo.

– ¿No vas a servirte en otro plato?

– No hace falta –rió ella– Se que a Luca le molesta que se desgaste la vajilla. No me importa compartir el plato.

¿Cómo demonios te puede importar lo que diga o no Luca? Además, los malditos platos para eso están; para usarse.

Lo pensó, aunque internamente sentía que debería haberlo dicho. Notó el mesurado cuidado que tenía en partir la mitad de un tercio.

– Prueba.

– Ya te dije que no me gusta la comida dul...–la mano de Diana se adelantó y sin que él mismo se diese cuenta, su casi extinto sentido del gusto se percató del cálido y suave bocadillo de pan, percibiendo un sutil sabor que distaba del ya conocido, o de aquellos desayunos prefabricados del comedor de la oficina–...hum... nada mal. ¿es canela?

Ella asintió.

– Deja la pasta más suave y no queda el sabor reseco. –argumentó. Echó una mirada traviesa a Santiago–Por cierto, no finjas con eso de que no te gustan los dulces.

Genial, ¿Qué mas te ha dicho el entrometido de mi hermanito?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Te he visto en la tienda del señor Tanaka, comprando una caja de dangos. Es eso, o tienes una novia muy afortunada a la que le gustan los dangos.

Santiago masculló algo inentendible y sin importancia.

– No tengo novia –dijo fríamente.

La frase tenía una apatía que sobrepasaba de la que acostumbraba en su tono de voz. Un aire más allá del simple hábito de repetirla, no era la primera vez que la expresaba.

Su mirada, inicialmente escudriñando el plato ahora a la mitad, se cruzó con la de ella. Hubo un evocador silencio, de aquellos que se tornaban incómodos y que para su mala suerte, aparecían en el momento menos propicio.

Pero siempre y en redundantes ocasiones, hay algo que aleja la pausa y convierte el instante "ininterminable" en terminable. Un sonido, algun eco, alguna palabra. Algo. Y ése algo había provenido del piso de arriba.

El timbre discordante de un teléfono móvil se hizo escuchar desde uno de los dormitorios, seguido del sosegado tono de voz de un soñoliento Luca. Un par de frases cortadas, y uno que otro "hmp". Lo último fue el chasquido del aparato al cortar la llamada. Unos cuantos pasos surgiendo de salida de la habitación, yendo sobre el corredor hacia el baño. Un minuto de brevísimo silencio, de nuevo aquellos pasos de vuelta a la alcoba y emergiendo hacia la escalera.

– Parece que se levantó con el pie izquierdo –murmuró Santiago.

Ella simplemente elevó la mirada a algún punto del techo.

– Eso me temo –afirmó, tratando de sonar lo más seria posible–. Código ocho.

Soltó una corta risa. El le devolvió el gesto con una apenas visible expresión de complicidad.

– ¿Que es tan gracioso? –Luca irrumpió en la cocina, con el brillo de la mañana pegándole en el rostro recién lavado, el cabello acomodado a su desenfadado estilo y una mueca tosca en su rostro que seguro envidiaría Hannibal. Llevaba puesto unos jeans y una camisa gris y un poco deshilachada de las mangas. Sujetaba en la mano derecha una chaqueta roja que Santiago reconoció al instante; había visto a Diana usarla algunas de veces.

– Ah...buenos días – Ella le saludó sin levantarse. El chico se limitó a dirigirle una seña escrutadora –¿Quieres desayunar algo? Yo...

– No –interrumpió cortante. Le dio la chaqueta, con un ademán que podría traducirse como "Póntelo y vámonos". A Santiago ni siquiera lo volteó a ver– Te llevaré a tu casa. Tengo cosas que hacer.

La joven lanzó un suspiro, tomó la prenda enfundándosela sobre la blusa y cubriendo los detalles que ésta dejaba ver. Se levantó yendo hacia el.

– Por lo menos déjala que termine de desayunar. No vas a morirte por esperarla diez o quince minutos –dijo Santiago, con un nivel de voz bajo, pero lo suficientemente firme como para ignorarlo

– ¿Qué no oíste que tengo prisa? –Luca apenas y le escudriñó de reojo.

Un gesto evocador y desafiante. Y siendo él el hermano mayor, no se lo iba pasar.

— Es sábado… ¿A dónde demonios vas tan temprano?

— Ése no es tu asunto –El brillo distante de los ojos de Luca, fríos como el hielo, le lanzaron una expresión de ira reprimida.

Santiago se levantó, con la vista fija en la insolente y retadora mueca de el.

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