Lagrimas sin llanto

Ya cada uno tenía una copa en la mano y brindaron por la próxima boda. Yo no brindé, ni tuve copa. Corrí afuera tomada de la mano de Auxiliadora. Bajamos las escaleras de la salida corriendo más aún, para ese momento ya mi amiga había logrado contagiarme su angustia. De pié abajo estaba el mismo mulato que me llevara al baño, nos miró extrañado.

– ¿Sucedió algo? –Nos preguntó ceremonial.

–No lo sé, debo ir con ella, dice que algo le ocurrió a Mariana.

–Las acompañó. –El no corría, nosotras sí, calor, mucho calor sentía, miedo de llegar donde me llevaba Auxiliadora. Pasamos entre los autos estacionados y llegamos en mitad de la oscuridad y las luces improvisadas a un tipo garaje, donde ya no había mucho césped si no tierra húmeda. Al principio no veía o no quería ver, pero Auxiliadora me la señaló. Tirada, sucia e inconsciente, Mariana yacía en la tierra.

– ¡Dios mío Mariana ¿qué te pasó?

La tomé por el cuello y traté de queme mirara, de que despertara. Auxiliadora lloraba junto a mí asustada, moviendo las manos arriba y abajo.

– ¡Mariana, Mariana! –La froté y la sacudí.

–Déjeme a mí. –Ya olvidaba que el muchacho de la casa había venido con nosotras. Se echó junto a Mariana después que me hice a un lado  y puso el oído en su pecho, después en su rostro colocó el oído y lo golpeó muy levemente.

–Señorita, señorita. –La llamaba, mientras lo hacía yo me aferraba en un abrazo a Auxiliadora y nuestras miradas recorrían el cuerpo de Mariana. Vestido sucio, no sé si roto, rostro enrojecido, manos y brazos muy sucios y sangre de algún lugar.

–¿Está muerta? –Le pregunté asustada.

–No, esta viva. –Dijo moviéndola un poco y entonces Mariana se quejó y abrió los ojos. Los abrió de golpe y lo miró a él, entonces comenzó a golpearlo, fuerte, sin sonidos que salieran de su boca, asustada, sus ojos, su expresión, la fuerza de sus manos no parecían de Mariana. El se defendió solo cubriéndose y se apartó, entonces yo tomé su lugar. Recibí un golpe que era para él en mi pecho, otro en la cara.

–Mariana soy yo, Mariana soy yo Virginia. –La detuve tomándole la cara, acomodándome  casi sobre ella. Fue así como se detuvo, se calmó. Siguió derramando lágrimas tras lágrimas, absorta ahora. –Soy yo Mariana ¿qué te pasó? ¿qué…quien te hizo esto? –Su vestido, roto arriba, era una muy fea imagen, podía ver su fondo y luego su ropa interior. –Auxiliadora busca a Nilda, busca a Nilda. –Auxiliadora negaba con la cabeza asustada, llorando también. –Por favor Auxiliadora, ve.

–Yo iré, quédense ustedes con ella. –Él también estaba descompuesto pero más tranquilo que nosotras.

–Por favor, si, se llama Nilda, es su madre, está vestida de…

–Sé quien es. –Me cortó y mirándolo a los ojos entendí que sabía lo que yo sabía.

Lo vimos alejarse, se perdió en la sombra. Auxiliadora entonces se tiró al suelo junto a nosotras, aún Mariana miraba arriba, perdida.

–¿Qué le pasó? –Me preguntó con sus señas.

–Dime tu. La encontraste tu ¿cómo fue?

–Escuché gritos. –Apenas si podía entenderla con sus manos agitadas. –Gritos y después nada. Esperé y vine y ella estaba aquí.

–¿No viste a nadie más? Parece que la golpearon. –Vimos su cara rota, roja–Mariana…–Le hablé muy suavemente. –¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?

Pasos rápidos, sonidos en la grama y piedras, entre la poca luz de esas lámparas, fuera de sí apareció Nilda.

–¡Mariana! –Fue un grito, un grito largo, lleno de dolor mientras se tiraba al suelo. Me aparté un poco, su hija si la miró y estalló en un llanto de dolor. Con la boca interminablemente arqueada hacia abajo, muy abierta, escandalosamente dolorosa. –¿Quién te hizo esto…quién? Hija, hija ¡dime! ¡háblame!

Nada, ella no hablaba.

–Nilda, Auxiliadora la encontró aquí.

La madre enloquecida me miró, después todo el cuerpo de su hija y sus manos bajaron a sus piernas, había sangre.

–Tenemos que irnos de aquí. –Dijo de pronto, en la sombra no solo de donde el mulato esperaba sino también de su mirada.

–Pero Nilda¿cómo? Debemos saber que le pasó, quien lo hizo, buscaré a papá.

–¡No! –Evitó que me levantara–Busca a Harold y dile que nos lleve a casa por favor, Mariana tiene que salir de aquí inmediatamente.

–Pero Nilda…

–¡Virginia, haz lo que te digo!

–Yo las llevaré señora. –Habló el muchacho. –Yo me encargo señorita, iré y regresaré sin que lo noten.

–Bien, si está bien. –Nilda se secó las lágrimas y se levantó. –¿Me ayudas?

El actuó. Auxiliadora y yo nos hicimos a un lado y vimos como la tomó en sus brazos, era muy flaco pero fuerte. Nos miró y comenzó a caminar con Mariana que parecía absorta del mundo.

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