CAPÍTULO 4 - De Princesa a Bruja

Gregory se giró hacia su primo Fred con el espanto pintado en el rostro. Tan consternado se encontraba que no fue capaz de percibir el pasmo en el semblante de este; que se volteó también en su dirección buscando un ancla a la realidad, porque su primo era su mejor amigo, la persona que solía darle claridad cuando andaba confundido, a pesar de hacer pésimos chistes sobre la vida sexual y amorosa de Frederick.

Sin embargo, antes de poder articular palabra para comunicarle al Vikingo que esa mujer era su cenicienta, este abrió la boca y soltó su sentencia en un susurro aterrador:

―La mujer del avión.

Fred abrió los ojos espantado.

―¿Qué? ―preguntó con un hilo de voz.

―Ella es la mujer del avión ―repitió el otro de nuevo, lleno de nerviosismo.

El intercambió se dio en voces muy bajas, tanto que más parecía que se leían los labios. Los gemelos y Bruce miraban a la recién llegada con sorpresa. Fue Sean que se volvió hacia Stan y le dijo:

―Ahora di que nos vamos a ganar diez millones de dólares.

―¿Qué? ―replicó el otro confundido. Todos se habían vuelto a mirarlos, sin comprender a lo que se referían.

―Bueno, dijiste que presentías que pronto íbamos a volver a verla, y ¡demonios, hermano! Tuviste toda la maldita razón ―se burló Sean―. Ahora quiero diez millones de dólares… ¡¡Vamos!! ―lo azuzó―. ¡Dilo!

La situación inverosímil superaba cualquier telenovela latina. Tom miraba a Jessica con el ceño fruncido, Leon estaba confundido de forma muy visible y la mueca burlona de Wallace se acentuó mucho más.

―¿A qué se refiere el señor Ward, Jessica? ―preguntó el abogado con voz templada.

―A que William Ward es el padre biológico de mi prima ―se adelantó Joaquín.

―Pero eso no es ningún impedimento ―recalcó ella con voz de acero―, no estoy aquí para reclamarle nada. Solo vine a hacer negocios.

―Esto es… ―Leon Allen se aclaró la garganta―… Inusual. Creo que me perdí de algo aquí.

―No se ha perdido de nada, señor Allen ―aseguró Jessica, dirigiéndose a una de las sillas que estaba desocupada, apoyó las manos en el espaldar y se enfocó en todos por unos breves segundos. El reconocimiento la impactó, no solo al descubrir que el encantador caballero del sábado estaba allí, sino que el rubio sexy del avión se encontraba a su lado; por suerte, los años que tenía en ese mundo le habían servido para controlar cualquier reacción delatora―. Estos asuntos personales son insignificantes, el señor William Ward no me conoce, no tiene responsabilidad legal conmigo, y lo cierto es que invertí una cuantiosa suma de dinero en las acciones. ―Su comisura se estiró un poco, una breve sonrisa se pintó en su boca de color cereza―. Me ha costado ganarme cada centavo, no pienso cambiar mis estrategias de negocio ahora.

Joaquín procuró contener la risa ante el efecto dramático que se estaba generando. El único que, en apariencia, parecía disfrutar con toda la situación, era Wallace. El latino palmeó el hombro de Tom y le hizo un gesto para que avanzara, los tres tomaron asiento para comenzar la reunión, mientras los otros no alcanzaban a salir de su asombro.

―Creo que es prudente que nos presentemos, ¿cierto? ―propuso Gregory tras unos segundos procurando reponerse de la consternación, sentía la garganta reseca, y la temperatura de su cuerpo había descendido al mismo nivel de frialdad de Jessica―. Mi nombre es Gregory Einarson-Ward ―dijo con un poco más de confianza―. Soy representante de ventas en el extranjero, en los desarrollos inmobiliarios fuera del país.

Jessica apenas hizo un asentimiento mirándolo a los ojos como si no lo reconociera. Fred la observó de hito en hito, sin poderse creer lo que su primo le había dicho. También se aclaró la garganta y prosiguió:

―Frederick Ward, CEO de Finanzas ―se presentó con voz firme―. Hijo de Wallace Ward.

―Bruce Ward, CEO general

―Yo soy Stan Ward, arquitecto. Co jefe del departamento de Ingeniería y Desarrollo ―se introdujo con más tranquilidad, sonriéndole de forma amable.

―Y yo soy Sean, hola de nuevo. ―Como estaba más cerca de ellos, se estiró para estrecharles la mano. Jessica correspondió de forma natural, con un apretón firme.

―¿Cuál es tu área, Sean? ―preguntó Joaquín con evidente interés.

―Ingeniería ―contestó―. Stan trabaja aquí y yo en la sede operativa en el Embarcadero.

―Bien, gracias por responder ―acotó Joaquín con una sonrisa afable, que el gemelo correspondió ampliando la suya.

―Bueno, los socios principales actualmente son el señor Wallace ―enumeró Tom Habott ignorando el ambiente tenso y las miradas en su dirección―, el señor William y el señor Leon Allen. Las acciones se reparten entre ellos tres y ahora ustedes.

―Oh, no… creo que no entienden ―aclaró Joaquín―. Yo no compré acciones de Ward Walls, estoy aquí en calidad de asesor de inversiones de mi prima Jessica, ella es la dueña completa del veintiún porciento de las acciones que sacaron al mercado.   

Todas las miradas de los Ward se enfocaron en ella, que se mantuvo impasible ante el escrutinio.

―Jessica y yo sí tenemos un fondo común de inversión, J.M, como se conoce en el mercado, pero lo cierto es que cada uno de nosotros maneja inversiones individuales, pero como pueden notar, tanto ella como yo tenemos las mismas iniciales, de allí la confusión ―explicó con amabilidad―. Dependiendo de los estudios que llevemos a cabo respecto a la compañía en las siguientes semanas, decidiremos si el fondo de inversiones asume el diez punto cinco porciento de las mismas, es decir, la mitad. Por ahora, su única socia es ella.

Sorpresa, asombro, extrañeza, maravilla; cada rostro expresaba una emoción distinta. A Jessica le chocaba en especial la de Wallace Ward, que parecía encantado con toda la revelación y no dejaba de verla de forma maliciosa.

El silencio se fue prolongando, Joaquín mantenía la sonrisa tranquila, al fin que estaba consciente del profundo impacto causado por la noticia. Jessica, aunque parecía tener un perfecto control en el exterior, por dentro se sentía como un terremoto de diez en la escala de Richter en plena sacudida tectónica.

―¿Alguna vez han hecho inversiones inmobiliarias? ―preguntó Leon Allen tras un rato, viendo que nadie más decía nada.

―No, nos enfocamos en el nicho tecnológico y de salud ―respondió Jessica.

―Estamos ampliando a mercados un poco más sólidos ―complementó Joaquín.

―¿Y qué edad tienes, Jessica? ―preguntó Wallace con malevolencia, ella lo encaró y entornando un poco los ojos, respondió con el mismo tono.

―Los suficientes como para saber hacer negocios, y preferiría que se dirigiera a mí como señorita Medina, si es tan amable, señor Ward ―contestó―. Aún no tenemos el nivel de confianza para tutearnos y por el bien de los negocios deberíamos evitar cualquier roce personal.

Los gemelos abrieron los ojos sorprendidos, la mujer buscaba mantener las distancias personales con todos ellos sin dar cabida a ningún tipo de contacto que no fuese de índole comercial.

Frederick lo sintió como un golpe en la boca del estómago, estaba en pleno debate interno por sus emociones, la divertida y dulce mujer del fin de semana había desaparecido, dejando en su lugar a esta fría empresaria que los miraba a todos con un deje de desprecio.

―Creo que deberíamos enfocarnos solo en lo referente a los negocios ―propuso el abogado terciando entre los ánimos que empezaban a caldearse―, en realidad, sabemos que una sola reunión no informará por completo a la señorita Medina sobre los proyectos de la constructora, por ahora el interés era que se conocieran y ella tuviera una mejor perspectiva del negocio.

―Dependiendo de lo que veamos, consideraremos reducir o extender nuestra estadía en la ciudad ―mencionó Jessica, manteniendo la compostura―. Por ahora hemos estipulado quince días para estar aquí. ¿Habilitaron la oficina que solicitamos?

―Sí ―contestó Frederick todavía con turbación―. Pensamos que iba a venir el sábado, señorita Medina ―dijo con algo de antipatía.

―Gracias ―dijo ella con una sonrisa maliciosa y mirada gélida―. Entonces, si no hay más que acotar aquí, creo que podremos tomar posesión de la misma y en el transcurso de la semana ponernos al día sobre los proyectos de construcción de la compañía. Desde que adquirí las acciones investigué lo que han hecho y están en pleno desarrollo de un enorme, diría que gigantesco, centro comercial acá en San Francisco. También sé de la torre residencial en Ontario que están a punto de entregar la próxima semana.

¿Y el conjunto residencial en Madrid? ―preguntó Gregory en perfecto español, con un ligero acento americano.

No, señor… ¿Ward? ―contestó ella también es español, en Madrid estaba en una conferencia sobre desarrollo tecnológico ―informó―. ¿Tenemos un próximo desarrollo en Europa? ―preguntó en inglés.

―No… ―intervino William que la miraba con reprobación―. No tenemos, Ward Walls, los Ward tenemos ―hizo énfasis― un nuevo proyecto en Europa ―soltó con desagrado. Casi todos se removieron en sus asientos por el tono usado. Jessica sonrió con evidente deleite, como si esperara esa misma reacción.

―Pero, señor Ward ―increpó ella con voz melosa―, yo soy su socia, ahora también soy parte de Ward Walls.

Aquellas palabras fueron como un baldazo de agua fría, incluso Joaquín sintió un escalofrío en su cuerpo. William y Jessica se miraban a los ojos de forma retadora, entre ellos dos se estaba desarrollando una batalla campal. Joaquín no conocía el carácter de William, sin embargo, comprendía muy a cabalidad lo que podía llegar a hacer Jessica con tal de tener la razón.

Bruce también estaba al tanto de lo explosivo que era su padre, más en una situación de tensión como aquella. Esa reunión había sido todo un proceso de silencios incómodos, revelaciones desconcertantes y aclaraciones de garganta; así que hizo lo propio, fingió una tos para romper la tensión y que todos se fijaran en él.

―En las carpetas que tienen delante de ustedes en la mesa, encontrarán los detalles de los proyectos en curso ―explicó Bruce, señaló las mismas, rectangulares, negras, de cuero, con el emblema de la empresa en bajo relieve.

―Si nos indican dónde está la oficina, nosotros nos retiramos allí para empezar a analizar todo ―indicó Jessica poniéndose de pie mientras tomaba los documentos; de inmediato, su primo y el abogado la imitaron.

Gregory y Fred hicieron lo mismo, mirando con especial avidez a la mujer.

―Yo puedo guiarlos ―dijeron a la vez. Todos se volvieron a verlos con curiosidad.

―Bueno ―se aclaró Frederick―, su oficina está contigua a la mía, así que puedo llevarlos.

―Claro, iba a decir lo mismo, mi oficina está justo en frente a la de ellos ―exteriorizó el rubio.

―Supongo que una secretaria podría hacer lo mismo ―señaló Jessica con una sonrisa fría y condescendiente―, asumimos que la familia Ward querrá hablar sobre lo que acaba de suceder ―puntualizó sin un gramo de duda.

Iban rumbo a la puerta, Tom Habott estaba poniendo la mano en el picaporte cuando Wallace decidió hacer una última pregunta.

―¿Por qué? ―Los tres se detuvieron y giraron en dirección a su interlocutor―. ¿Para qué compraste las acciones de la compañía?

―Eso es obvio ―respondió ella, sonriendo de forma retorcida―. Quería saber qué se siente hacer negocios con los Ward, ser parte de… la familia… ―Todos se removieron ante esa sentencia―. No obstante, reitero lo que dije hace rato: Solo vine a hacer negocios. Me ha costado mucho hacerme de un nombre respetable dentro del mundo de los negocios, uno que tenga peso y valor, lo que menos deseo es cambiarlo y tener su apellido.

―¿Quieres destruirnos? ―continuó él con insistencia― ¿Vengarte?

Jessica frunció el ceño como si no diera crédito a lo que le estaban preguntando. Soltó un leve chasquido con la lengua, algo apenas audible y negó.

―Yo no sé ustedes, pero no juego con el dinero ―aclaró con suavidad, inclinó un poco la cabeza y miró a los más jóvenes, que la observaban, cada uno con una expresión diferente en el rostro―. A veces puedo jugar con las personas ―sonrió, haciendo que un estremecimiento generalizado los recorriera―, pero no con el dinero, o los negocios.

De forma digna dio media vuelta y se marchó, seguida por los dos caballeros que la escoltaban.

Jessica tenía un debate interno, y agradeció que Joaquín se mantuviera en silencio mientras se alejaban en busca de algún asistente que les indicara cuál iba a ser su oficina. Miles de sensaciones la recorrían de pies a cabeza, la adrenalina hacía que le martilleara el pecho y sintiera heladas las manos. Tenía un suspiro atragantado en la garganta, pero no iba a dejarlo salir hasta que no estuviera sola o con su primo. Ella los iba guiando de forma inconsciente; de por sí, cuando se abrieron las puertas del elevador y reconoció el piso en donde estaban, se le fue el alma a los pies.

Ella en realidad sí tenía entusiasmo por conocer a Rick, y por un instante pensó que posiblemente era un empleado de allí, por lo cual, mantuvo la esperanza de tener con quien divertirse mientras estuviera en esa ciudad, alguien tierno y entretenido, que la llevara a vivir un romance en San Francisco, con cenas, paseos y todo eso… nada más para salir de la rutina.

Solo que el destino era una dama cruel y le aventaba a la cara que el galante caballero con complejo de príncipe de cuentos infantiles era, nada más y nada menos, que el hijo de Wallace Ward, su primo.

Y ella estaba pasando de ser la damisela en apuros, de ser la princesa, a una horrible bruja.

―¡Señorita! ―exclamó Antonio al verla, con una sonrisa deslumbrante―. Qué sorpresa volver a verla, ¿cómo sigue su tobillo? ―preguntó de forma cordial.

Joaquín abrió los ojos y apretó la boca para no dejar salir la exclamación de asombro ante esa afirmación. Tom frunció el ceño, pero decidió callarse, no era la primera vez que esos dos terminaban enredados en negocios extraños y complicados, pero los años le habían dado la confianza de que siempre salían ganando cuantiosas sumas de dinero.

―Mucho mejor, Antonio, gracias ―le dijo con una sonrisa afable. Jessica miró por sobre su hombro y entornó los ojos en una amenaza velada―. Soy la nueva accionista de la empresa y me destinaron una oficina al lado de la del señor Frederick Ward.

El asistente abrió los ojos de forma más graciosa que Joaquín.

―¡Qué casualidad! ―soltó una risa divertida―. Permítame indicarle dónde está.

Al minuto siguiente se despedían del joven, en la oficina se encontraban dos escritorios bastante amplios, con sus respectivas sillas presidenciales, en una de las paredes divisorias entre las dos oficinas ―una que intuían era la de Fred― se encontraba un sofá de color negro, similar al que el Ward tenía en su propio despacho. La decoración era casi nula, y los estantes estaban vacíos, pero eso era lo menos importante. Tom y Joaquín se apresuraron a bajar las persianas para tener privacidad, cerraron la puerta y se volvieron en dirección a Jessica que se dejaba caer en el sofá como si la arrastraran una tonelada de preocupaciones.

―¿Qué fue eso? ―preguntó Tom con evidente molestia―. ¿Por qué rayos me ocultaste que William Ward es tu padre?

―Es una historia muy larga, Tom ―intercedió Joaquín, colocando una mano fraternal sobre su hombro―. En realidad, se suponía que ella no iba a decirles nada, pero ayer fue a su casa y le contó la verdad.

―¿Pretendes destruir la empresa o algo así? ―inquirió el abogado. Jessica negó.

―Para nada, yo no juego con el dinero de ese modo ―repitió, solo que esta vez de forma seria―. Gracias por venir Tom, lamento todo esto.

―Les cobraré el doble ―amenazó con fingida seriedad―. ¿Si sabes que tengo problemas de corazón? ―Se llevó una mano al pecho―. Una noticia de esas podría matarme.

―Entonces te equivocaste de carrera ―se burló Joaquín.

Tom se acercó hasta ella y le dio un beso en la mejilla, su relación no era solo de índole laboral, ellos eran amigos desde la escuela de negocios de Harvard; luego estrechó la mano de Joaquín y salió de allí.

Al saber que estaba en un entorno más íntimo, Jessica soltó el suspiro que la estaba asfixiando. Su primo se sentó a su lado y apoyó el hombro contra ella.

―¿Entendí todo bien? ―inquirió tras un rato―. Frederick Ward es el tierno caballero del sábado con complejos de príncipe encantador.

―Maldición ―exclamó ella en voz muy baja, afianzando los pies en el suelo, descansando los codos sobre las rodillas y tomándose la cabeza con las manos―. Maldición-maldición-maldición…

―Bueno, Jessi ―intentó consolarla―, no es para tanto. ―Se puso a su altura―. Al menos es solo tu primo y no se conocen, y en especial, no pasó a mayores.

Ella asintió ante sus palabras, se puso en pie y anduvo de un lado a otro.

―No lo entiendes, ese no es el problema ―farfulló con desesperación haciendo un gesto con las manos como si eso fuese insignificante―. El hombre del avión estaba allí ―le dijo con la cara desencajada―, el rubio, Gregory… dijo que es de apellido Ward ¿recuerdas? Y fue con quien me acosté durante el vuelo.

Una expresión de pasmo se formó en la cara de Joaquín.

―¿Y él es primo o algo así? ―inquirió. Jessica negó―. El único que hizo la aclaratoria de que era hijo de Wallace fue Frederick, el de cabello negro, entonces… entonces… ―la comprensión vino rauda a él―. ¿Te acostaste con tu hermano?

Jessica hizo una mueca de disgusto y Joaquín supo que de haber tenido algo entre sus manos se lo habría lanzado justo a la cabeza.

Comenzó a reír de forma hilarante ante la atónita mirada de su prima, quería decirle que no se preocupara, que nadie podía culparla porque no sabía quién era, y no quedaba más que reírse de la jodida nefasta coincidencia.

―Al menos es atractivo y tuviste una buena noche ―le dijo en momento en que pudo respirar―. Que cosas, al final sí jodiste a uno de los Ward.

La mujer lo miró con la boca abierta en una mueca de estupefacción, toda la situación era tan inverosímil que le ganó la risa tonta y se echó a reír, casi de forma histérica.

Cuando por fin se calmaron tras unos minutos de intensas carcajadas, ella se apoyó contra uno de los escritorios y cruzó un brazo frente al pecho, sobre el cual apoyó el codo, y comenzó a pellizcarse el labio de forma un tanto compulsiva.

―Pues me acosté a mi hermano… ―sentenció un tanto sombría―. La cagué en grande, pero al menos el condenado está sexy y caliente… valió la pena.

Joaquín sintió pena por ella, su prima había pasado años enteros lidiando con emociones extremas relacionadas con esa familia. Se levantó para confortarla, asegurarle que todo iba a estar bien, que comprendía que esas palabras tan oscuras solo eran producto de su propia ansiedad y desagrado; pero cuando iba a mitad de camino, tres golpes furiosos sonaron en la puerta.

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