LA SOCIA
LA SOCIA
Por: Ría Luxuria
PRÓLOGO

Gregory Einarson-Ward estaba muy consciente de su atractivo; alto, rubio, de porte atlético y de profundos ojos azules, hacía gala de su notable físico, herencia del lado paterno de raíces nórdicas. Sus hermanos solían apodarlo “El Vikingo”, no obstante y en realidad, no tenía el carácter de uno, de hecho, no era muy amigo del frío, bebía poco y tenía un impecable corte y afeitado.

Esperaba con paciencia el llamado para abordar el vuelo de British Airways que lo llevaría a Los Ángeles, California; días antes había decidido tomárselo con mucha calma porque todos sus intentos de hacer cualquier cosa en la última semana laboral culminaron insatisfactoriamente. Aunque logró finalizar las negociaciones en Madrid para la construcción de una nueva urbanización de lujo, no pudo descubrir quién había estado boicoteando sus estrategias de negocio; por suerte, dos días atrás, su hermano mayor, Bruce, le mencionó que gracias a la providencia alguien había adquirido las acciones de Ward Walls a la venta en el mercado de valores, y de una forma sospechosa, casi de inmediato, todo lo que estuvo haciendo se tradujo en la firma del contrato de manera exitosa.

Revisó una vez más el pasaje en primera clase y sonrió, había pensado adquirir un vuelo a San Francisco en clase ejecutiva, pero no fue posible, tendría que esperar casi cinco días para poder tomarlo y ya no quería estar allí más tiempo, su única opción fue comprar el vuelo a Los Ángeles en primera clase, hacer escala en Londres y una vez en el Estado de California, pedir un pasaje para su ciudad.

«Extraño mi cama» gimoteó en su cabeza con cierta aprensión.

Más de quince horas de vuelo se le presentaban por delante, al menos la mayoría iba a ser durante la noche, lo que implicaba que como mínimo ocho horas iba a pasarlas durmiendo.

La voz suave de una mujer inició el llamado para abordar, por suerte para él, al ser de primera clase, iba a entrar de primero y sin tanto problema; se encaminó por la sala de espera exclusiva y solitaria. Una guapísima aeromoza de cabello negro y ojos verdes le guiñó coqueta al recibirle su boleto; se desplazó por el pasillo que daba al puente de abordaje que compartía con el resto de los pasajeros, pero al tener un boleto exclusivo, tuvo acceso prioritario. Entró en la cabina correspondiente después de que la aeromoza le indicó la puerta y le dio la bienvenida. Se sorprendió al darse cuenta que, aparte de él, ya estaba ocupada una de las ocho cabinas de lujo del lugar; lo que le hizo preguntarse si había entrado por la entrada convencional, porque en la VIP no había nadie más.

Se dirigió al asiento que le correspondía y apenas tomó posesión de la cómoda silla, una azafata se acercó con una copa de cristal ofreciéndole champaña. Aunque no era fanático de la bebida, pensó que se merecía por lo menos un trago de celebración después de la semana infernal. Tras el primer sorbo, depositó la copa sobre el pequeño mesón lateral y sacó su móvil para pasar un mensaje al grupo de W******p de la familia, “El Clan Ward”, avisándoles que ya estaba en el avión y que se verían al día siguiente, o tal vez no.

«Creo que debería aprovechar de visitar a mi papá» pensó con algo de remordimiento. Si se quedaba un día en L.A no pasaría nada, pernoctaría en la casa de Malibú del viejo Einar, cenarían una de sus famosas pizzas caseras, tomarían un par de cervezas mientras él rasgaba su guitarra, entonando los viejos éxitos de su antigua y disuelta banda de rock, luego se presentaría el lunes en la oficina, fresco como una lechuga.

Una agradable fragancia asaltó sus fosas nasales llamando su atención, el olor picante de un perfume inundó el lugar e hizo que él girara su cabeza en dirección al origen; de forma instintiva había pensado en una mujer madura, pero para su sorpresa, en ese instante, una joven de no más de treinta, vestida de forma elegante y casual, con el cabello largo cayendo por su hombro en grandes ondas, pasó por su lado y se posicionó en la cabina diagonal a la suya.

«Pues al menos tengo una muy linda vecina» caviló con una sonrisa seductora en los labios.

Al igual que con él, una azafata se acercó para ofrecerle una copa de champaña, que ella aceptó con un ademan elegante y un amable agradecimiento en perfecto español. En ningún momento lo miró, de hecho, cuando pasó por su lado siquiera se fijó si había alguien más dentro del área de primera clase.

La hermosa mujer solo se sentó, sacó del bolso de mano que tenía una laptop, y se dispuso a concentrarse en su trabajo.

Gregory reflexionó que tal vez debía hacer lo mismo, pero su cerebro extenuado no daba más; decidió acomodarse en su asiento, encendió su pantalla personal para ver una película y esperó con mucha paciencia a que el avión terminara de cargar pasajeros para despegar. La misma aeromoza anterior le preguntó si deseaba un aperitivo para ver su película, declinó con cortesía y se encasquetó los audífonos para aislarse del mundo.

O por lo menos eso intentó, porque la misteriosa dama de la cabina de al lado lo tenía embriagado con el delicioso aroma de su perfume.

Mientras pretendía concentrarse en su pantalla, la imagen de la desconocida lo distraía sin remedio, alcanzaba a verla de refilón, puesto que los asientos de primera clase eran cabinas individuales que otorgaban bastante privacidad a sus ocupantes; pero desde aquella distancia podía observar un poco sus piernas largas enfundadas en un pantalón bastante ceñido, que terminaban en dos pies muy hermosos que lucían unas sandalias de marca con un altísimo tacón.

El anuncio de abrocharse el cinturón de seguridad para iniciar el despegue lo sacó de su contemplación, se imaginó a sí mismo besando esos pies, chupando cada uno de sus dedos, solo para oírla gemir de gusto.

La misma sobrecargo que les sirvió su copa se acercó a ellos a mitad del vuelo para ofrecerles un menú de cena, ambos negaron y aunque Greg no escuchó lo que dijo la mujer, para él era preferible tomarlo después del despegue de Londres. Aunque sí aceptó una copa de vino para relajarse con placidez, la tensión en sus hombros era evidencia más que palpable de que las negociaciones en España habían ido como el culo, casi hasta el final.

En el trayecto Madrid-Londres, la joven dama se levantó para usar el lavado, cuando pasó por su lado le obsequió una mirada de ojos grises y una sonrisa de medio lado. Gregory sintió un estremecimiento ante su gesto, aquella hermosa mujer tenía un no sé qué que lo estaba descolocando. No era la primera vez que se encontraba féminas que desbordaban belleza, desde rasgos exóticos que podían semejar felinos salvajes, hasta gloriosas amazonas o valkirias de pieles níveas y largas cabelleras rubias o pelirrojas.

Pero ni una sola como ella. Eso sí.

Su cabello era una cascada castaña que caía sobre sus hombros en delicadas ondas, tenía labios carnosos de un suave tono marrón que contrastaba contra la piel trigueña; tenía las peligrosas curvas de una mujer latina, combinada con la frialdad de las damas elegantes de alta sociedad. Altiva y distinguida, de ademanes refinados, cuando regresó y pasó junto a él una vez más, su fragancia embriagadora despertó sus bajos instintos.

La diferencia era que cuando encontraba una mujer así, bastaba un revolcón en el baño del club, o una buena noche apasionada en alguna habitación de hotel.

Sin embargo, con esa dama, sentía que era incomparable, le daba la sensación de ser fuego contenido debajo de una gélida capa de hielo.

La película en la pantalla pasó sin que él se percatara de la misma, al igual que ni siquiera notó que estaban aterrizando en el aeropuerto de la ciudad de Londres. Solo el movimiento del tercer pasajero de primera clase saliendo de la cabina le hizo advertir que habían llegado, y en la nebulosa noche londinense tuvo un solo deseo, algo irracional, y fue que se quedaran a solas en ese vuelo.

Tal vez así él podría sugerirle cenar juntos, compartir un par de horas de conversación y quizás, antes de llegar a Los Ángeles, invitarla a almorzar y quizá a algo más... íntimo.

Y como si una fuerza superior hubiese escuchado sus plegarias, cuando el avión empezó el despegue estaban solo ellos dos en primera clase.

La aeromoza se acercó a ofrecerles el menú, Greg aprovechó el momento y le pidió a la señorita que le diera el mensaje a la otra pasajera para comer juntos y hacerse compañía; con el corazón acelerado por la espera, la mujer se asomó por el lateral del asiento, lo miró con frialdad y una sonrisita condescendiente, se enderezó y le dijo algo a la sobrecargo ―esta vez en un fluido inglés neutro―, que compuso un gesto ecuánime al volver a su asiento.

―Dice que está agradecida, pero decidió declinar.

Gregory asintió con pesar, pero sonrió ante la amabilidad de la azafata, pidió su cena, y después de comer, acomodó su asiento en posición horizontal para dormir. Mientras veía un documental sobre pingüinos, las luces de la cabina se apagaron, solo quedó el leve resplandor azul de unas lámparas disimuladas tras los paneles decorativos; el brillo no era tan escandaloso como para no dejarlo dormir, pero dejaba suficiente visibilidad para moverse por el lugar sin chocar con los asientos en caso de una visita nocturna a los baños.

Tomó el kit de bienvenida y se encerró en uno de los dos cubículos de baño, no eran la gran cosa en comparación a la cabina de primera clase, no obstante estaban impecablemente limpios; tras cepillar sus dientes y ponerse el pijama de cortesía, regresó a su silla, dispuesto a apoltronarse para ver cómo los pingüinos recorrían grandes distancias para conseguir una estúpida piedra y comprometerse con su pinguinesca alma gemela de por vida. Un movimiento frente a él lo hizo fijarse en la silla de la otra pasajera, los ademanes de sus brazos le hicieron darse cuenta de que se había sacado la camisa allí mismo, y se ponía el pijama de su kit; sintió un morbo tremendo al imaginársela a medio vestir, aunque desde esa distancia y con la poca luz, no iba a distinguir ni un centímetro de piel.

Acomodó la almohada y se concentró en la pantalla, tras una hora más de documental se fijó que la cabina de la mujer estaba a oscuras; probablemente se había tomado una pastilla para dormir y se deslizó en el sueño con facilidad. Ya que lo que quedaba por delante eran varias horas de viaje, decidió apagar la televisión y dormir.

Quince minutos después se percató que la suave fragancia del perfume de la mujer perduraba en el ambiente, no era desagradable, de hecho, daba una sensación de calidez peculiar. Un rumor de pantuflas se escuchó en el pasillo, por un instante pensó que su compañera de viaje se dirigía al baño, pero para su sorpresa, unos muslos suaves pasaron sobre su cuerpo y el peso de la anatomía femenina se posicionó sobre él.

―¿Te quieres divertir? ―preguntó una voz sensual, con un timbre que prometía grandiosos placeres. Fue un susurro en su oído, dejando que el tibio aliento acariciara el pabellón de su oído.

No sabía qué responderle, porque sobre su torso descansaban el busto de aquella mujer, separados de su pectoral por las finas telas de las camisetas de pijama que los dos usaban; la situación, el morbo, la sorpresa, despertaron sus instintos, y aunque no pudo responderle con su voz, el cuerpo reaccionó del mejor modo, así que el duro bulto que era su miembro presionó la entrepierna de la mujer.

Greg se apresuró a posar sus manos en las caderas, descubriendo que debajo solo había piel, es decir, la mujer no llevaba pantalón debajo de la camisa, y cuando deslizó sus manos en una delicada caricia por los muslos, subiendo hacia el trasero, se encontró con que no tenía ropa interior.

La risita pícara de ella lo hizo estremecerse, la voz era sensual, su piel tersa y tibia, pero lo mejor de todo, fueron sus labios cuando se posaron en su boca y empezó a besarlo.

Para ese momento ya estaba perdido, y en un movimiento rápido, giraron sobre sí mismos colocándose él encima de ella, retirando en el proceso la manta con la que se había cubierto. En el afán de sus lenguas, las manos perversas de ella se dedicaron a desabotonar el pijama, separando la prenda que obstaculizaba el contacto. Greg bajó por su cuello, dejando besos y deleitándose en los suspiros pesados que escapaban de ella, delatando que sus caricias le gustaban.

Él estaba deseoso de probar más, así que se elevó sobre ella, sacó su propia camisa y luego, con celeridad, sacó la de ella, pasándola sobre su cabeza.

Decir que atacó sus pechos es lo más apropiado, los senos eran dos montañas carnosas que él se dedicó a conquistar, mordisqueó las puntas, despacio, después de succionar cada pedacito de piel como si se tratara de un dulce. Cuando su boca se afanaba en uno su mano se encargaba de estimular el otro, y entre más se retorcía ella debajo de su cuerpo, buscando restregarse despacio contra su pelvis, más la torturaba él, prolongando el deseo.

Volvió a su boca, sus lenguas se enfrascaron en una danza violenta, por más que intentaban mantener los sonidos al mínimo, las respiraciones los delataban.

La mano de ella se aventuró hacia al sur, se introdujo entre el elástico de la ropa interior y se cerró alrededor del tronco duro que parecía acero. Greg gimió de forma grave, ella puso su otra mano sobre la boca para callarlo, y comenzó un sube y baja sobre su miembro, mortalmente lento.

A él lo estaba enloqueciendo saber que la tenía sin ropa debajo de él, así que retiró su mano de la boca y volvió a los labios, a los besos desenfrenados, a succionar sus pechos, sosteniéndose con sus rodillas y brazos para que la mujer no dejara de tocarlo. Incluso bajó su mano hasta la entrepierna, esa que parecía un caldero hirviendo cuando se frotó contra él. En su paseo encontró el pequeño botón de carne hinchado, sobresaliendo entre los labios de su intimidad. Con la exigua luz pudo verla cerrar los ojos y suspirar, arqueando la espalda al sentir el placer que sus dedos le estaban otorgando.

Greg introdujo dos dedos en su interior, solícita ella abrió las piernas para que llegara más adentro, movía las caderas al son que marcaba su mano, cediendo ante las caricias que él le daba, su boca alrededor de los pechos, los dedos abajo, presionando su interior, castigando su núcleo; la sintió estremecerse y ahogar un jadeo, su interior se contrajo y casi estuvo a punto de llegar por la forma en que le apretó sus joyas cuando obtuvo su culminación.

Él había hecho cosas muy locas, pero en ese momento nada lo superaba. Cuando se enderezó para sacarse el resto de su ropa, dispuesto a clavarse en su intimidad y demostrarle lo buen amante que era, ella se elevó un poco, deslizó sus piernas debajo de él, para colocarse a gatas y sin permitirle entender muy bien lo que iba a hacer, sintió cómo se lo metía en la boca, hasta lo más profundo de su garganta.

Siseó, la piel tirante de su miembro recibió las caricias de la lengua tibi como si fuesen descargas eléctricas, incluso esta dio un brinco, amenazando con desbordarse dentro de ese pequeño paraíso ardiente. Ella se aplicó con vehemencia, deslizándose hasta la punta donde succionaba la piel con fuerza para luego volver hasta la base, donde al cerrarse contra la pelvis hacía las veces de que estaba tragando, generando sensaciones nuevas y cosquilleantes en esa zona. Estaba sorprendido de su pericia, porque podía considerarse más que bien dotado en cuanto a vergas se refería.

La detuvo por el cabello porque no deseaba alcanzar la cumbre, la hizo erguirse, y de rodillas los dos sobre la improvisada cama la pegó contra su cuerpo, deslizando su mástil entre las piernas de ella, simulando suaves penetraciones que poco a poco se iban acomodando a su entrada húmeda. A la par de eso, se comía su boca con intensidad, Greg solo quería volverla loca, estimularla de nuevo hasta el punto de no retorno, para que se corriera sobre su miembro cuando se introdujera en ella y se moviera como un desequilibrado.

Quería recostarla en la cama y deslizarse dentro de ella, conocer el estrecho lugar secreto que escondía entre sus muslos, pero su amante tenía otra idea, así que se acomodó de espaldas a él y puso el trasero en pompa, esperando que Greg entendiera el mensaje.

Y lo hizo.

Le separó las piernas un poco y metió primero la punta, los labios verticales abrazaron su carne y un leve movimiento de succión en aquel interior lo hizo gruñir, llevándolo a perder el control.

Sus cuerpos chocaron, en el silencio de la cabina parecían aplausos, ella no gemía, pero su respiración y los sonidos ahogados de su garganta delataban el esfuerzo que implicaba tratar de ser discretos con la tripulación a cargo. Solo que a Greg no le importaba, él estaba en el cielo ―literalmente―, ahogándose en las profundidades acuosas y cálidas que era el interior de aquella mujer.

La empujó contra el colchón, aprisionándola con su cuerpo, a medida que sus caderas continuaban el vaivén salvaje, de ese modo era incluso más estrecha, el roce de su piel estimulaba el tronco a la par que se lo metía, porque era tanta su humedad que toda esa zona estaba mojada; el sonido acuoso era obvio, ese, junto al choque de sus pieles, daban un concierto sexual en toda regla.

Ella se estremeció, contrajo los músculos de su interior y eso casi hizo que él culminara; perdió el poco control que había recuperado, aún y cuando tenía el peso masculino sobre su cuerpo, elevó lo que pudo su propia anatomía para que él llegara más adentro, en el momento en que sintió que su placer la envolvía, surgiendo desde el centro de su entrepierna, mordió la almohada para no gemir.

Gregory casi perdió la cabeza, estaba teniendo la mejor experiencia de su vida y quería maximizarla, así que con un esfuerzo monumental se detuvo, para dejar que ella disfrutara de su culminación. 

Mientras regaba besos en su nuca y hombros, se movía solo un poco, torturándose a sí mismo en el proceso. Ella recuperó el ritmo de la respiración, se removió para elevarse sobre sus codos; Greg se bajó de su espalda, colocándose a su lado.

En medio de la oscuridad se sonrieron, por la tenue luz azul parecía que de ese color eran sus ojos. Ella se elevó sobre sus rodillas, pasó sobre el cuerpo de él, colocando las piernas a cada lado. Gregory comprendió lo que buscaba, así que se estiró cual largo era debajo de sus piernas abiertas, esperando a que la hermosa mujer tomara el control.

Su nueva amiga sujetó su miembro duro con una mano, posicionándolo en su entrada, donde se dejó caer despacio; él no parpadeó, vio cómo se iba introduciendo en ese dulce lugar, desapareciendo centímetro a centímetro hasta que estuvo por completo dentro de ella. La mujer suspiró, apoyó ambas manos sobre sus pectorales, para empezar un sube y baja lento y enloquecedor.

No duró demasiado, porque cuando ella bajaba él elevaba las caderas, asegurando clavarse muy adentro, cada estocada se traducía en muecas de placer; ella se mordía los labios para no emitir sonidos delatores, mientras Greg se dedicaba a observar a la divina aparición que tenía sobre él. Pocos minutos después las cosas se descontrolaron, ella había decidido cabalgarlo sin contemplaciones, erguida y hermosa, se tomaba el busto y apretaba las puntas, su cabeza era una maraña salvaje de cabello oscuro que caía a su alrededor, de su boca abierta escapaban jadeos apagados, mientras botaba y botaba encima de su cuerpo.

Sin aviso se inclinó sobre él, colocando sus manos a cada lado de la cabeza masculina, dejando al alcance de sus labios las rígidas puntas; su busto era lo suficientemente grandes lo que le permitía hacer algo que le encantaba, así que con ambas manos recogió las dos y las apretó una contra otra para poder meterse ambos en la boca.

Succionó, mordió y es embebió en los dos al tiempo; ella jadeó de forma ahogada y con aquellos estímulos sus caderas empezaron a moverse de una manera descomedida. Calambres de placer la estremecieron, el dolorcito detonó el éxtasis de una forma brutal. Greg sintió sus contracciones, al vaivén brusco y arrítmico, que buscaba que su miembro llegara mucho más profundo. Verla en pleno paroxismo de goce, rompió el dique y sin soltar el busto de su boca, la aferró de las caderas para que no dejara de moverse, para que siguiera clavándose contra su hombría, que en cuestión de segundos explotó.

La culminación fue como un maremoto, una enorme ola que barrió con todo, soltó el busto y jadeó como una bestia, pero ella se apresuró a taparle la boca con ambas manos. A la par que no cejaba en sus movimientos castigadores, dándose placer con la carne palpitante en su interior.

Cuando se detuvo, Gregory se encontraba amodorrado y aturdido. El encuentro había sido salvaje, satisfactorio y agotador.

Despertó porque alguien le tocaba el hombro, abrió los ojos ante la claridad de la cabina, una azafata con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes lo estaba llamando.

―Señor ―repitió―, faltan dos horas para aterrizar. ―Procuraba no mirarlo, se notaba la vergüenza que sentía, lo que hizo que Greg frunciera el ceño―. Por favor, debe vestirse, pronto serviremos el desayuno.

Gregory se puso pálido, comprendió de súbito por qué la aeromoza se encontraba apenada y sonrojada, él estaba por completo sin ropa, con su miembro endurecido como siempre le ocurría en las mañanas, en medio de una cabina de avión.

Se cubrió de inmediato con la sabana.

―¡Rayos! ―exclamó― ¡Qué vergüenza! Lo lamento tanto, en serio, ¡Dios mío!

―No se preocupe, señor ―dijo ella restándole importancia, pero sin mirarlo―. Le daré privacidad para que se vista.

Gregory se envolvió en la sábana y se fue hasta el baño, donde con cierta incomodidad, logró acicalarse. Dentro de aquellas cuatro paredes se sintió desorientado, él se había ido a dormir vestido y despertó sin ropa; recordó el intenso encuentro nocturno con su compañera de viaje, sonrió con vanidad ante su reflejo en el espejo, sintiéndose un campeón.

Cuando salió la azafata lo esperaba con el desayuno, una segunda sobrecargo servía a su nueva amiga; esperaba que todas se fueran para acercarse a ella y preguntarle su nombre, tal vez intercambiar teléfonos para volver a verse de nuevo. ¡No iba a dejar escapar a esa amazona latina!

Pero entre una cosa y otra ―mensajes de sus hermanos y padres en su móvil que revisó aprovechando el WiFi del avión―, no pudo acercarse a ella, así que cuando el aviso de que iban a aterrizar sonó, esperó con algo de impaciencia a que se detuviera el aparato para abordarla a la salida.

Una vez que les dijeron que podían bajar, ella pasó por su lado sin siquiera mirarlo, esa actitud fue tan chocante que lo descolocó por completo.

Ni siquiera una mirada coqueta, o una sonrisita cómplice.

Confundido y cabreado, salió detrás de la mujer para enfrentarla, de un modo extraño se sentía usado y al menos quería saber el nombre de la chica con la que se había revolcado a miles de pies de altura.

La encontró en la sala VIP de la aerolínea, corrió para no perderla entre el gentío que estaba más allá de la barrera del lujo, una vez que traspasara la puerta, sería absorbida por la marea de viajeros que a las diez de la mañana estaban buscando sus puertas de embarque.

Tomó su codo y la hizo volverse, ella se giró con el ceño fruncido para encararse con la persona que tenía la osadía de detenerla.

―Espera ―le dijo―, no sé tu nombre.

―No es necesario ―contestó ella con suavidad. Greg volvió a sentirse embriagado por su perfume y allí, a plena luz del día, sus ojos se le hicieron familiares, tuvo un déjà vu―. No volveremos a vernos, aunque me divertí bastante, ¿tú no?

―Ese no es el punto ―aclaró, sacudiéndose esa extraña sensación―. La verdad es que me gustaría saber tu nombre, quizás invitarte a cenar alguna vez.

La mujer de piel bronceada le sonrió con compasión.

―No quise cenar contigo anoche ¿Qué té hace creer que eso ha cambiado? ―le preguntó―. Yo obtuve lo que quise, una experiencia placentera. Tú te divertiste, y ya… no necesito la caballerosidad del día siguiente ni la galantería del cortejo.

Y sin dejarle decir otra palabra, traspuso la puerta y desapareció entre la gente, dejándolo sin palabras, aturdido, ¿y por qué no? Un poquito enamorado.

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