Que la gente te crea

Con mucho gusto hubiese permanecido en la cama. Retozando después de por poco perder el peinado con cintillo que con tanto esmero me había hecho Vanda, osea, mi madre. Mi verdadera madre, mi real madre, la de verdad, no Gracia, Vanda.

Significaba más que un ejercicio sentimental uno mental. Vivir toda una vida con la imagen de una madre y poder llamarla ahora por su nombre, o peor aún, no querer pronunciar ni siquiera su nombre era peor que las contusione ssufridas.

Vanda, llevaba en brazos a su nieta que miraba y señalaba todo a su paso desde la entrada con cadenetas de flores y papeles alegóricos. Una abuela muy bien arreglada gracias a Fernando que le compró un vestido verde gua y pidió a Adriana que la peinara hasta que su castaño cabello brillara. Mi antigua secretaria nos maquilló a las dos. La manera en que lo hacía me hizo recordar a Andrea cuando nos arreglaba a Isabel y a mí,

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