Capítulo 2. "Cautivado"

—Mucho gusto, soy Tara Miller, señor Cooper—Tara extendía su mano hacia el hombre alto que vestía muy formal. Cuando sus manos se tocaron, Alexander pudo sentir como un tipo de electricidad le recorría la espina dorsal.

Como si fuese algún tipo de advertencia.

—Alexander, puede decirme solo Alexander—respondió en un tono frío hacía Tara. Esta no estaba en lo absoluto sorprendida por el atractivo del él. Aunque no pasaba desapercibido a ella no le llamaba algún tipo de atención.

—Bueno, ya listas las presentaciones, pasemos a sentarnos. Tara ocupa tu lugar, por favor.

Sofía, como siempre presidia en la silla principal, a su mano derecha Tara y enfrente de esta, Alexander. Alexander intentaba bloquear la curiosidad por la mujer que estaba frente a él.

Julya entraba con el resto de la cena.

—Tara, Alexander es un empresario muy poderoso en New York, está interesado en comprar algunas tierras de la hacienda y entre otros asuntos, pero eso le veremos luego tú y yo, por lo tanto, es un invitado muy especial.

Sofía Miller le sonrió a Alexander. Y este le regresó el gesto. Tara había perdido el apetito. ¿Desde cuándo le interesaba alguien comprar las tierras de su familia? Para Tara ya era una intriga.

Después de la cena, Tara se disculpó usando el pretexto del sueño, pero realmente iría a caminar al jardín en donde se sentía un poco más libre. Alexander no había dejado de mirarla, se había sorprendido por los gestos que se había aprendido de ella, la forma en como torcía sus labios y a la vez se le formaban unos discretos huecos en forma de hoyuelos, el modo de suspirar, como sus ojos viajaban del plato al centro de la mesa y después de segundos regresaba a su plato. La forma de sentarse, adivinando si tenía las piernas cruzadas, o dobladas bajo el mantel de la mesa. Ese era el Alexander. Un hombre observador, obsesivo y demasiado meticuloso.

Alexander Cooper aparte de ser un empresario poderoso en New York, era un dominante. Ginger era la dueña de un club BDSM muy famoso y privado en la ciudad neoyorquina, le había conseguido sumisas durante diez años, pero nunca estaban a su altura, en esta ocasión cansado de no encontrar una a su gusto, decidió buscar una él mismo, qué antes de hacerla sumisa cumpliera con sus expectativas y así evitaría hacer contratos de confidencialidad cada dos días. Ahora que había decidido tomar su tiempo en conocerla en silencio, Alexander había deducido en minutos que ella podría ser un potencial de su proyecto sumisa. Pero se regañó mentalmente, ella no. Es la hija de su futura socia, obtendría solamente tierras.

No un proyecto.

Se irritó...

Sofía y Alexander estaban en la sala que se encontraba en el interior del despacho de Sofía. Había terminado de cerrar el trato con Alexander, ahora era un socio del diez por ciento de una de las empresas extranjeras que tenía Sofía en E.U. Aunque fuese pequeña, era una de las mejores exportadoras.

— ¿Está todo bien, Alexander?

Sofía le preguntaba intrigada al ver que su mirada se había concentrado en las ventanas abiertas que daban al gran jardín.

Movió su vaso de cristal mientras jugaba con el líquido, finalmente se tomó el último trago.

—Sí, estoy bien, gracias por tu hospitalidad. ¿Tara siempre es así de seria?

Sofía torció los labios. Alexander acababa de notar de donde Tara había heredado esos hoyuelos que habían empezado a llamar su atención.

—No, sinceramente no es muy callada. Es demasiado respondona, dice lo que piensa y no importa si a mí me interesa lo que va a decir, puedo decir que salió igual a su padre. ¿Sigues pensando en lo que te he propuesto?

Sofía sentía que había hecho lo correcto. Recordó su futuro y tenía que dejar a su hija en manos donde la hacienda no se hiciera polvo, qué todo el esfuerzo por ser lo que era ante el mundo, se hiciera NADA en un dos por tres por alguien que solo busca la fortuna Miller.

Alexander había sacado su carta bajo la manga. Había investigado a Sofía y sabía que en un futuro pasaría a mejor mundo, así que tenía una joya de ojos verdes esmeralda muy bien resguardada y que estaba empezando hacerse obsesión en silencio.

—Sigo pensando que un contrato de matrimonio de por medio, es algo que no está en mis planes.

—Entregaré a mi hija solo de esa manera. No voy a arriesgarme a que alguien llegue y termine por llevarla a la ruina.

— ¿Y qué es lo que el matrimonio va a hacer? Puede que ocurra aún casada.

—Pero no contigo, Alexander. Sé que tienes olfato para los negocios, Empresas Cooper no se hizo de un día para otro. Te ha costado años...—Alexander fijo su mirada sorprendida hacia Sofía— ¿Crees que eres el único que investiga? El hecho que estemos retirados de la civilización, no quiere decir que vivamos en la ignorancia.

—No he dicho tal cosa, pero discúlpame si lo llegué a comentar en otras palabras. Solo me sorprende que una mujer que casi no sale de su mundo sepa algo más de los negocios. Casi siempre cierro contratos con personas masculinas. Te repito mis disculpas.

Sofía sonrió.

—Te disculpo. —Sofía dio un sorbo a su copa y puso el resto de las cartas sobre la mesa—Tara heredara toda mi fortuna y mi marido dejó una cláusula dejando su parte de la herencia cuando ella cumpliera sus veintiún años y déjame decirte que eso sucederá en un mes y las tierras que te interesan para lo que tienes planes, son de esa herencia. Puedes hacer un contrato prenupcial, Tara no dudaría en dejar que las toques si en tus planes es trabajarlas.

Alexander se llevó la mano a su barbilla. Pensó que un hombre como él no podría casarse. Sus planes de matrimonio en algún punto de su vida no eran visibles. Y podría asegurarse que en su diccionario no estaba esa palabra.

—El matrimonio es demasiado. Simplemente regreso en un mes y le ofreceré dinero por ellas.

—Esas tierras tienen un legado sentimental para ella. Dudo y juro por mi vida... que nunca las vendería, mucho menos a alguien que viene de fuera. Pero si quieres hacerlo, adelante.

Alexander tenía mucho que pensar. Pero seguía pensando en que ni loco entraría al infierno de un matrimonio.

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