Capítulo 6

Narrador:

Victoria había pasado el día perturbada no solo por lo que había hecho en su cama, pensando en él, sino por la cena que se avecinaba. Al terminar su turno corrió a la casa con la esperanza de llegar antes que Franco. Pero no tuvo esa suerte, ni bien pasó el pesado portón se encontró con su coche en la entrada. Una vez que estuvo dentro de la casa se dirigió a la cocina. Allí estaba él cocinando. Se paró en el umbral y lo observó por unos minutos. Se había quitado el saco y la corbata, pero mantenía el pantalón de vestir y la camisa blanca algo ajustada a su cuerpo.

– Hola – murmuró

– Hola – respondió él con una enorme sonrisa – espero tengas hambre, he preparado una pasta con mi salsa secreta, espero te guste –

– Seguro que sí, pero antes me gustaría darme un baño, si no te molesta, claro. Es que el día ha sido por demás largo y estoy cansada –

– Por supuesto, yo voy poniendo la mesa – levantó la vista y la desnudó con la mirada – a menos que quieras mi ayuda –

– No, creo que puedo sola – caminó un par de pasos y se dio vuelta a mirarlo – cualquier cosa te aviso – y se fue corriendo

Franco echó a reír, parecía una niña que había cometido una travesura. Sabía que no era una invitación, solo era una picardía, por ello se quedó tranquilo en la cocina haciendo los preparativos para la cena.

Victoria se bañó a toda prisa, se vistió con un jean nuevo que se había comprado hacía unos días y una blusa, algo transparente blanca. Luego de unos minutos volvió a la cocina.

– Mmm… huele de maravilla –

– Siéntate, espero te guste –

– Yo creo que sí, y si no te mentiré – rio con desenfreno

Franco sirvió la cena y se sentó frente a ella a comer, tomó un poco de vino, ella solo refresco, pues no estaba acostumbrada a beber y no quería pasar vergüenza.

– Esto estuvo delicioso, Franco, hacía mucho que no comía tan rico, muchas gracias

– Niña, te lo mereces, me alegro te haya gustado –

Se levantaron de la mesa y fueron al salón donde Franco ya había encendido la chimenea hacia un rato y el habiente estaba muy agradable. Había puesto una manta en el suelo frente a ella. Ambos se sentaron allí. Luego de unos minutos de silencio algo incómodo

– ¿Qué haces aquí, Franco?

– Ceno

– No, realmente, ¿qué haces aquí?

– Pues voy a reciclar la casa y me encontré contigo, y ahora, te repito, ceno

– Sigues rehuyendo la pregunta – Victoria giró y quedó frente a él - ¿Qué es lo que haces aquí conmigo, Franco?, puedes tener miles de mujeres a tus pies alabándote o más bien adulándote

– No me gustan esas mujeres, me gustan las mujeres como tú, las que no temen ser directas, decir lo que no les gusta y sobre

todo, frescas, muy frescas – le tomó la mano – hace tiempo no me sentía tan cómodo con alguien.

Ella se soltó de su agarre y se puso de pie

– No quiero ser tu fetiche, ambos sabemos que esto no llega a ninguna parte –

– Seguramente tengas razón en eso, pero en lo que no tienes razón es en creer que quiero seducirte para aprovecharme de ti, nada más lejano a mi voluntad. Lo paso bien contigo, me gusta conversar contigo y pienso disfrutar de eso.

Otra vez ardió de vergüenza, ¿acaso había mal interpretado las intenciones de aquel joven? ¿Tal vez él solo necesitaba una amiga lejos de su círculo, alguien con quien poder hablar sinceramente sin ser prejuzgado? Se sentó junto a él nuevamente

– Ya te conté que todo el mundo espera algo de mí, ahora se han empeñado en que me case, ya que tengo 26 y va siendo hora – bajó la cabeza y la agarró con sus manos – a veces tanta responsabilidad me agobia – ella le pasó la mano por la pierna

– Perdona, Franco, todos tenemos nuestro calvario. Uno te ve así y cree que a ti no te pasa nada – levantó la vista y se la clavó en sus ojos

– ¿Me ve así?, ¿qué significa eso?

– Así, rico, o más bien millonario, de una familia de la alta sociedad, simpático, guapo… -

– ¿Guapo?, ¿crees que soy guapo? – ahí estaba su sonrisa maliciosa

– Lo eres, no me da vergüenza decírtelo

– ¿Ves?, me encanta como eres – una sombra de tristeza cruzó sus azules ojos – solo pienso lo mala que ha sido la vida contigo, lo que has sufrido por culpa de los demás y me parte al alma – acarició la cara de Victoria haciendo que el rebelde mechón que le caía en la cara quedara detrás de su oreja – me gustaría borrar de un plumazo todo ese sufrimiento que hay tenido –

– Ya es tarde, creo que deberías irte –

– ¿me estás echando de mi casa?

– Pues, sí. Tengo que dormir, estoy muerta –

– Ok, pero déjame decirte un par de cosas antes

– No, Franco, estás muy intenso…

– No, chiquilla, escucha. Como sé que no aceptarías dinero de mi parte he llenado las alacenas de comida y el refrigerador también. Y quiero decirte que ya no ahorres en energía ni en agua. Yo ya sé que estás aquí, así que haz una vida normal.

– Gracias – se abalanzó sobre él y lo abrazó

– Bueno, ahora la intensa eres tú – rió, le dio un beso en la mejilla – ahora me voy, que descanses. Te coca lavar los platos – le guiño un ojo

– Dale, los lavaré. Que descanses tú también –

Franco:

Menos mal que me retiré, estaba a punto de cometer una estupidez al seguir presionando. ¿Qué hago seduciendo a esta joven?, yo no quiero nada serio, no voy a negar que me gusta y mucho, que quisiera meterla en mi cama, pero solo eso, quiero cama con ella.

Aunque me encantó pasar tiempo de calidad, no es para tener una relación. Al llegar a casa había toda una reunión, mucha gente, una cantidad de autos. Bajé del coche y me dirigí a la puerta trasera, allí hable con Renata

– ¿Por qué tanta gente, Renata?

– ¡Ay niño, Franco!, ¿no me diga que olvidó el cumpleaños de su hermano?

– ¡No me jodas!, lo olvidé por completo –

No tenía más remedio que entrar y actuar acorde a la ocasión. Puse mi mejor cara de “que feliz me hace verlos a todos” y saludar.

Mi abuela me fulminó con la mirada, es que para Doña Berta, como buena italiana, era una falta de respeto olvidar un acontecimiento familiar. Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla, a su lado estaba el cumpleañero

– Abuela, mis disculpas, se me hizo tarde en la oficina –

Luciano me miró con odio y replicó

– ¿Oficina?, me parece que te estás distrayendo mucho con esa joven de la ONG –

– ¿De qué carajo hablas, Luciano? – obviamente hablaba de Victoria, pero ¿cómo podría saber de ella?

– Sabes abuela, la tiene viviendo en la casa del pueblo –

– ¿Eso es cierto, Franco? –

Dijo mi abuela mientras su mirada era como cuchillos afilados. Mentirle no era una opción, tarde o temprano te enteraría y sería peor. Ahora que Luciano había sembrado la duda, no iba a quedarse tranquila hasta averiguar la verdad.

– Es una chica que conocí, hace poco está en la ciudad y le ofrecí la casa mientras buscaba donde instalarse.

– ¿Es de buena familia?

– Por supuesto, abuela, ¿acaso no me conoces? – le sonreí

– Me gustaría conocerla

– Lo harás, tranquila, que lo harás

Mi hermano siempre me sacaba de quicio, pero en ese momento quería matarlo y de ser posible despacio para que sufriera. Me acerqué a él

– Voy a matarte, Luciano

– No será necesario. Sé muy bien cuál es el tema con Victoria…

– Pero…

– Nada, hermanito, solo tenemos que negociar –

– ¡Maldito!

– Hola, Franco, querido –

– Carla, ¿Cómo has estado?

– Mal, tesoro, me tienes abandonada

– No es personal, preciosa, estoy con mucho trabajo, solo eso

– Bueno, espero que hoy te hagas un tiempo para mi

– Tal vez luego –

Me alejé no solo de ella, sino de toda la gente lo más que pude. En ese momento maldije el día que dejé de fumar, que bien me hubiera

venido un cigarrillo. Habían descubierto a Victoria, tenía que pensar y pensar rápido. Mi vida pendía de un hilo, bueno no de forma literal, pero los negocios dependían de mí por mandato de mi abuela, que era quien regenteaba todo, solo bastaba una orden de ella y todo se iba al tacho. Seguiría teniendo una vida de lujo, pues mi herencia y mis ahorros personales eran intocables, pero mi prestigio en la empresa y mi nombre, sería mancillado. Ese era el precio por nacer en el seno de una familia tradicional italiana. Luego de pensar un rato salí al jardín y la llamé

– Perdona la hora, sé que estas cansada

– Qué pasa, Franco? – se oía dormida

– Te desperté y te ruego me disculpes, pero mañana en la mañana iré por allí, necesito hablar contigo, es importante, muy importante –

– No me asustes, ¿qué sucede?

– Necesito tu ayuda, te lo explico mañana, que descanses

No sé porque la llamé, solo logré inquietarla, seguramente no dormiría en toda la noche.

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