Capítulo 5

Franco:

¡No puedo creerlo!, hace días estoy tratando en verla, hasta fui a pintar la estúpida ONG para ver si estaba allí y nada. Ya ofuscado por todo voy a relajarme a la casa del pueblo y me la encuentro allí viviendo. Verla parada en la cocina solo con una sudadera puesta y su pelo revuelto, fue lo máximo. Mi cuerpo reaccionó por completo, espero no haya notado que se me abultaba la entrepierna, hubiera sido muy humillante. Esa chica despierta en mi los más bajos instintos y los más dulces al mismo tiempo. Quisiera arrancarle la ropa y poseerla a lo salvaje, pero también protegerla, cuidarla, mimarla. Me gustó pasear con ella por los jardines y planificar un futuro. Pero ya es hora de volver a la realidad. Así que entré en el gran comedor de casa, allí estaba mi abuela con toda su omnipotencia y mi hermano con toda su indiferencia. Como siempre la mesa puesta como si fuéramos un millón de personas. Había días que me sentía asqueado con esta situación, hoy era uno de ellos. Luego de estar todo el día con una criatura tan espontánea e inocente como Victoria, encontrarme con la patética escena familiar, me revolvía el estómago. Me acerqué a mi abuela y le di un beso en la mejilla

– Espero me disculpes, pero no me siento del todo bien hoy, prefiero irme a dormir sin cenar.

– Mi cielo, quieres que llame al doctor –

– No abuela, le pediré a Renata que me suba un té de manzanilla, seguro eso me ayuda –

– Que descansen entonces –

Luciano, mi hermano, nunca apartó la vista de su móvil, simplemente me ignoró. Nunca nos hemos llevado bien, siempre fue un rebelde, pero en el peor de los sentidos. Su vida ha sido un derroche en general, nunca midió la consecuencia de sus actos. Cuando nuestros padres murieron prometí cuidarlo, pero me la he hecho muy difícil. Y lo último; las drogas. Se había metido en ese horripilante mundo de las adicciones sin fin. Lo rescaté infinidad de veces, pero siempre recae. Este será mi último intento, por eso lo llevo a rastras al grupo de apoyo, así como al psicólogo, pero luego de esto quedará a su suerte. Ya es un hombre, debe empezar a comportarse como tal. Lo que siempre me molestó es, que como lo dan por caso perdido, todas las exigencias son para mí. Tampoco es que me queje de mi vida, es

más me gusta y mucho, pero a la hora de dar el ejemplo, siempre debo ser yo el correcto, el modelo a seguir. Tanta carga pesa y pesa mucho.

Esta tarde, luego de mucho tiempo, sentí que podía ser yo, que podía dejar de lado el personaje seductor y seguro de sí mismo que todos esperan. Con Victoria me sentí real.

Me di una larga ducha y me fui directo a la cama. No pedí ningún té, pues mi malestar era solo una excusa para no soportar el circo de la cena, no quería volver a la realidad aun.

Recosté mi cabeza en la almohada y al cerrar mis ojos la imagen que se repetía era ella con solo una sudadera parada frente a mí. Mi cuerpo reaccionaba de forma automática. No quería que me pasara, pero me pasaba. Tomé mi móvil y marqué su número, aprovechando que me lo había dado en la tarde. Al oír su voz, todo mi ser se erizó, sentí como se me paraban los pelos de la nuca y un estremecimiento me corría por la espada

– Hola…

– Hola, Victoria –

– ¿Franco?

– Si, creí que tenías mi teléfono en la agenda –

– ¿Y porque lo tendría?

– Porque te mandé una tarjeta con la otra camarera del café

– Cierto, pero como no pensaba llamare jamás, rompí en mil pedazos y la tiré

– ¡Uff!, me has roto el corazón junto con la tarjeta, chiquilla – solté una carcajada para que supiera que era una broma

– Lo siento, de haberlo sabido…

– ¿Qué hubieras hecho?

– La hubiera quemado y así te hubiera quemado el corazón – ambos reímos.

– Anda, mira tú por dónde. Me resultaste un chica mala

– Fíjate que no, soy muy tierna –

– De eso no me cabe la menor duda – ya empezaba nuevamente a ser el lascivo de siempre, así que corregí el rumbo – pero te llamé para avisarte que mañana van a ir unos jardineros a

limpiar la parte de los jardines que dan al fondo de la casa. Es que mi idea es empezar de afuera hacia adentro. Te aviso para que no te asustes, ellos no entrarán a la casa, solo a los jardines, de todas formas si necesitas algo, pide para hablar con Horacio que es el capataz, él ya sabe que tú vives allí –

– ¿Ah, sí?

– Si, y para que te respeten le he dicho que eras mi novia – esperaba alguna reacción de ella, pero en lugar de eso hubo un incómodo silencio – espero no te moleste, lo hice para que no te molesten por miedo a enfadarme –

– Si tú lo dices… - al fin rompía el silencio

– Créeme, es lo mejor – traté de sonar convencido

– Igual mañana no estaré en todo el día, pues Lucero me ha pedido que haga doble turno porque una chica enfermó, así que me iré muy temprano y llegaré muy tarde.

– Bien, recuerda dejar cerrada con llave la puerta principal

– Ahora siento que vivo en una casa de verdad – rió

– Siempre fue una casa de verdad, solo que te estaba esperando – suspiré, no sé porque – la has llenado de luz, eso es seguro –

– Perdona, pero es lo que pienso. Prometí portarme bien contigo y te juro que lo haré, pero hay cosas no dejaré de decir

– Ok, supongo que tendré que acostumbrarme

– Supongo que sí, ahora te dejo. Que descanses y tengas dulces sueños –

– Igual tu –

Adoré poder hablar con ella antes de dormir. Por supuesto no le creí que hubiera roto mi tarjeta, aunque no haya querido llamarme. Esa noche dormí como hacía años que no lo hacía.

Victoria:

¿Por qué me llamó?, que escusa más tonta la de los jardineros, es su casa, no tenía que justificarse. Además ya me había dicho que empezaría con las obras. Y yo debo empezar a buscar donde irme, pues pronto estarán dentro de la casa y yo seré un estorbo.

¿Su novia?, realmente les dijo que era su novia, pero… ¿quién le creería?, un hombre con esa clase de novio con una chica como yo, ¡que estupidez!

Pero que hombre tan dulce cuando quiere, pareciera tener doble personalidad, me gusta. Mis experiencias sexuales son muy limitadas, experimenté con un par de chicos, pero cuando mi padrastro empezó a acosarme, tuve miedo de intimidar con alguien. Así que hace ya un buen tiempo que no pienso en ello, pero Franco ha reavivado esa llama en mi interior. Me he soñado besándolo e incluso haciendo el amor con él, eso ha hecho que mi cuerpo reaccione de maneras insospechadas. Pero no es un hombre para mí, o mejor dicho, no soy una mujer para él.

Con esos pensamientos me fui a dormir. La noche fue una tortura, no dejaba de revivir una y otra vez el día que pasamos juntos, los planes de la casa, claro con matices fantasiosos, como que me sentaba en la mesada de la cocina, y el frio de la piedra en mis nalgas hacia que mi cuerpo se erizara, pero el calor de su boca en mi cuello y luego en mis senos, aliviaban el frío sentido. Luego bajaba hasta mi pelvis y con su lengua hacía que gimiera de placer, para luego

penetrarme de una manera salvaje y feroz. Haciendo que gritara ante un placentero dolor. Mientras jalaba de mi cabello para romper mi boca con sus dientes.

De más está decir que mi sueño por demás húmedo causo que me tocara pensando en él. Al llegar al clímax creí morir, estaba empapada y agitada. Sentí vergüenza, nunca me había pasado. Rápidamente me levanté y me di una larga ducha. Cuando me calmé, me vestí y me fui al trabajo. Me esperaba una jornada por demás larga e intensa.

Al poco rato de llegar, cayó el primer cliente, era Franco, no sé porque no me sorprendía. Mi cara ardió al recordar la noche y sobre todo la mañana, cuando me toqué pensando en él. Me hice aire con las manos, tratando de bajar la temperatura.

– Franco, ¡que sorpresa!

– Victoria, buenos días – me dio un beso en la mejilla y ardí nuevamente – no tenía ganas de estar en casa y decidí venir a desayunar aquí, antes de ir a trabajar –

– Me parece muy bien, ¿qué desea el señor?

– A ti – sonrió maliciosamente y otra vez ardí – calma, era una broma. Con un café negro y un par de medialunas me conformo, por ahora – otra vez esa sonrisa que me hacía odiarlo y adorarlo al mismo tiempo

– Ya te traigo – muerta de calor y vergüenza me fui corriendo a la cocina para pedirle a Juan el encargo. Aproveché la demora para lavarme la cara con agua fría. Volví con su café – aquí tienes, ¿quieres algo más? – me miró sonriente – no vayas a decir que a mí porque gritaré

– De acuerdo, pero ya lo sabes – tomó la taza y bebió un sorbo

Lo dejé en la mesa y me fui a atender a otros clientes, pero sin perderlo de vista. Cada tanto me miraba y sonreía. Cuando finalizó le llevé la cuenta

– Aquí tiene la cuenta –

– Bien, gracias – pasó su tarjeta por el pos y pagó, cuando fui a tomar el plato para levantarlo, me tomó de la muñeca

– ¿Cenamos hoy? – eso sí que no me lo esperaba

– Sí, claro – le respondí sin pensarlo

– Bien, yo llevo a cena, nos vemos en casa – me soltó y se fue

“nos vemos en casa” eso iba a retumbar todo el día en mi cabeza

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