Capítulo 3

Narrador:

Victoria había salido de la ONG casi corriendo, luego de liberarse de Franco. Y llegó a la plaza, se sentó en la banca de Marta.

– ¡Qué bueno que te encuentro! – dijo Pablo con un poco de ansiedad mientras se sentaba a su lado – tenía la esperanza de que estuvieras aquí.

– Hola, ¿qué tal? –

– Hoy fuiste en busca de ayuda y en lugar de eso saliste corriendo por el niño idiota

– No le des importancia, pensaba volver mañana –

– Por cierto soy Pablo – le estiró la mano

– Victoria, mucho gusto – se la tomó

– ¿Dime que te llevó a ir?

– Necesito un trabajo, mira me fui de casa con lo puesto, conseguí por ahora donde vivir, pero necesito trabajar. Recorrí todos los negocios pero ninguno quiso tomarme 

– ¿Tienes alguna pretensión, sabes hacer algo? 

– No, cero pretensión y no se hacer mucho, pero tengo voluntad

– Ok, mañana hablare con alguien y veré que te consigo – le sonrió amablemente - ¿Tienes dinero para comer hoy?, puedo darte algo 

– No te preocupes, Pablo, estoy bien. Tu consígueme un trabajo y te lo agradeceré mucho 

– Bien – metió su mano en el bolsillo y sacó un teléfono móvil – toma, no es muy sofisticado, pero cumple su función, tiene algo de saldo, en la memoria está mi numero por si necesitas algo.

– Gracias, Pablo, te lo devolveré en breve 

– Confío en que sí, ahora debo hacer mi ronda. Que pases bien Victoria, cuando tenga alguna novedad te llamaré 

Ambos jóvenes, luego de despedirse, se separaron y tomaron cada uno rumbo a su destino.

Antes de abrir el gigantesco portón, Victoria se cercioró que nadie la viera. No quería invitados inesperados ni que alguien llamara

a la policía. Entró algo más de leña y encendió la estufa del dormitorio, como la noche anterior.

Luego de comer algo se tiró sobre la cama.

No pudo quitase a ese hombre de la cabeza. Franco, que nombre tan hermoso, como él, le pegaba de maravilla.

Pasaron un par de días Victoria seguía recorriendo locales en busca de trabajo, pero sin éxito. Ya estaba empezando a desesperarse cuando el móvil le sonó.

– Victoria, te conseguí un trabajo, es de medio tiempo, pero para comenzar te servirá 

– Pablo, ¡qué bueno!

– Es en la cafetería frente a la plaza, ve y habla con Lucero, te estará esperando

– Voy volando 

La joven se dio un baño, para ir lo más aseada posible, y se cambió de ropa, es que había encontrado algo de ropa en los armarios de la casa.

– Hola, busco a Lucero, soy Victoria – del fondo se acercó una chica

– Hola Victoria, soy Lucero, Pablo me dijo que vendrías. Ven, te mostraré de que se trata el trabajo 

Victoria y Lucero hablaron por largo rato y se pusieron de acuerdo, así que la joven empezó a trabajar en ese mismo momento. Lucero sabiendo la situación de todos los jóvenes que provenían de Pablo, le pagó el día al terminar.

– Victoria, esta semana te pagaré al final de cada día, para que tengas con que manejarte, luego la paga será semanal.

– Me parece perfecto y te lo agradezco mucho.

Los siguientes días pasaron más rápido de lo acostumbrado para ella, ahora tenía un motivo en su vida. El trabajo le gustaba, era agradable con la gente y la gente lo era con ella, hacía buenas propinas. Pronto, Lucero le ofreció el horario completo y lo aceptó.

Una tarde, a la hora de la merienda, Lucero entró en la despensa, donde Victoria estaba acomodando algunas cosas que habían llegado.

– Vic, necesito que me ayudes ya. Vinieron unos ejecutivos a merendar, están en el privado y yo no puedo atenderlos, ¿puedes ir?

– ¡Claro que sí!, voy de inmediato –

Victoria pasó por el baño a lavarse la cara y arreglarse el cabello, el cual ató con una coleta muy alta y tirante. Sabía que si daba una buena primera impresión, la propina era segura.

Se dirigió al salón privado e ingresó

– Buenas tardes caballeros, bienvenidos, mi nombre es Victoria y seré su mesera esta tarde –

Eran unos 10 o 12 ejecutivos, se veían muy importantes, todos metidos en sus costosos trajes. Ella rodeó la mesa entregando a cada uno la carta para que hicieran sus pedidos. Una vez que terminó la ronda, comenzó nuevamente con su libreta en la mano para tomar nota. Casi ninguno había levantado la vista para mirarla, solo se dignaban a estirar la mano y coger la carta que les ofrecía. Pero a la hora de tomarles el pedido, la cosa cambió. Cada uno de ellos la miraba mientras le encargaba lo que quería. Al acercarse al último, su

corazón se detuvo, pues el caballero allí sentado levantó la vista y clavó sus azules ojos en los de ella. Su respiración se agitó, era Franco, el mismísimo señor perfecto. El sacudió su cabeza, incrédulo de lo que veía. A ella le tembló la mano. Observó que todos sus acompañantes estaban absortos en sus conversaciones sin prestarle ninguna atención. Y casi en un susurro le dijo:

– ¿Cómo dijiste que te llamabas? – no iba a dejar pasar la oportunidad de saber, al menos, su nombre.

– Victoria, señor – la voz era entrecortada.

– Puedes llamarme Franco –

– Como guste, seño…Franco – le sonrió con una mueca – ¿que desea?

– A ti – rozó con su mano la pierna de Victoria, cosa que la incomodó

– Pues no soy parte del menú – dijo dando un paso hacia atrás

– Tendrías que serlo, eres una criatura exquisita – ella se sonrojó

– Me está incomodando –

– Disculpa, no es mi intención – le regaló una sonrisa – tráeme un café negro, sin azúcar –

– De comer, ¿va a querer algo?

– Tráeme lo que quieras –

Se dio vuelta y se incorporó a la conversación que estaban teniendo sus colegas. Victoria se retiró algo ofuscada, ¿Qué había sido ese derroche de testosterona?, ¿quién se creía que era para tratarla así, como si pudiera comprarla? Mientras en la cocina preparaban los pedidos, ella fue al baño a lavarse la cara y tratar de bajar su molestia. Fue llevando de a poco los pedidos a la mesa y al llegar al de Franco, habló con Lucero

– ¿Podrías llevar por mí, el último pedido?, es que me siento mal y necesito ir al baño – Lucero accedió

– ¿Dónde está Victoria?

– No se sentía bien, por eso lo atiendo yo, disculpe la molestia –

– Espero que no sea nada malo – metió su mano en el bolsillo y sacó una tarjeta - ¿me harías el favor de darle esta tarjeta y

pedirle que me llame, es que va a un grupo con mi hermano y necesito preguntarle algo –

– ¡Sí, por supuesto, se la daré!

Ella se mantuvo en el baño hasta que abandonaron la cafetería.

– ¿Estás mejor, Victoria?

– Si gracias, ya estoy bien

– Me alegro, el hombre guapo de la punta me dejó una tarjeta para que lo llames, me dijo que conocías a su hermano de un grupo o algo así, y quería hacerte una pregunta

– Gracias, Lucero –

Victoria tomó la tarjeta y la guardó muy bien, pero sin mirarla. Ayudó a los chicos con la limpieza del local y se marchó a “su casa”. Repitió el ritual de encender la chimenea y llevarse algo de comer a la cama, pero esta vez era algo llevado de la cafetería. Una vez en la cama tomó la tarjeta que le había dado Lucero.

De Angelis Cía. S.A.

Dr. Franco De Angelis

Presidente

Móvil 598 099 633 4273

Olió la tarjeta, tenía su perfume, su adorable perfume. Se la llevó al pecho y la recostó a él. Era un hombre hermoso, casi un Dios griego. Pero muy presumido, ¿qué se había pensado? ¡Qué atrevimiento! tocar su pierna e insinuar que podía comprarla de la forma en que lo hizo. Era muy altanero y se creía que podía llevarse a todo el mundo por delante.

Al día siguiente había quedado de ir por la ONG a darle una mano a Pablo con la pintura del salón, pero tuvo miedo de encontrarse con él.

– Hola, Victoria, buenos días –

– Hola, Pablo, espero que no te enojes conmigo, pero no me siento bien y no podré ir hoy a ayudarte.

– ¡Uh, que pena que te sientas mal!, no te preocupes, uno de los chicos y su hermano se ofrecieron a ayudarme. ¿Recuerdas al que trajeron a rastras?

– Lo recuerdo perfectamente

– Bueno, ellos. Así que tu tranquila y mejórate pronto, si necesitas cualquier cosa me llamas

– Gracias, Pablo, y me alegro que tengas ayuda –

No podía creerlo, estaba en lo cierto, había ido a la ONG a ver si la encontraba. Se sentía satisfecha de haberlo evitado. Era muy atractivo y le hacía tener sueños húmedos, pero era muy irritante.

Por los siguientes días había logrado escabullirse evitando encontrarse con él. Se había hecho un cliente habitual del café, pero ella estaba segura que no era por la buena mercadería sino para poder acosarla.

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