5: La pregunta

Desde hace días estoy febril,

Y mis ideas navegan en un mar extraño,

Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,

Dejo que mi corazón se haga más y más daño.

El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.

Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Cartagena era uno de los que bebían.

Tras dejar el vaso en la mesa, revisó el celular por centésima vez y como esperaba, encontró vacía la bandeja de notificaciones. No le importaba sin embargo que nadie le escribiese ni que nadie estuviese pendiente de su vida, lo que le dolía es la ausencia de los mensajes de ella.

Suspiró. Abstraído en su mundo, casi no escuchaba el bullicio de sus amigos, quiénes animosos cantaban canciones de despecho. A punto estuvo de abrir la foto de perfil de ella y mirarla, pero entonces apretó los puños y se dijo a sí mismo que era un imbécil. Ya no más; desde La Tragedia se prometió que no volvería a sufrir así. Dejando por fin el celular a un lado, ordenó al que tenía la botella que le sirviese un vaso bien colmado.

—Por los malos y buenos amores —dijo.

—Salud —escuchó que le respondieron. El licor entró a su sistema, haciendo estragos en su cerebro y aliviando el ardor de su corazón. Sintiendo la dulce desconexión de la realidad que le proporcionaba el semitransparente líquido, se dejó llevar en conversaciones carentes de trascendencia y procuró disfrutar del fuerte sabor de cada vaso.

—…la man no me para bola mija —escuchó decir a uno de sus amigos—. Ya si no me quiere escribir que se vaya a la verga más claro.

—Es que vos le dices huevadas pues don Héctor —le respondieron— ya deberías de mucharle y dejarte de m****r poesías y notas raras.

El que hablaba era a su vez el dueño de casa, Jorge Manobanda, quién con su porte desgarbado y forma de vestir tan sencilla daba consejos amorosos a Héctor Guamán, quién así como Emilio gustaba de la poesía y se encontraba en esos momentos en conquista de una chica de su propio instituto. El paralelismo con el caso de Cartagena era evidente, pero la diferencia era que él no contaría nunca sus buenos y malos momentos amorosos, mucho menos su gusto por la poesía, mientras Héctor si compartía hasta el último detalle.

Joel Saquinga, el último de los chicos, sirvió una nueva ronda de licor y antes de continuar con la conversación, los muchachos brindaron. El cuarto de Jorge era sencillo, su casa también, con el mismo estilo arquitectónico de cualquier casa de un barrio de clase media baja de Quito. Su computadora, bien cuidada, y con un mouse y teclado nuevos, servía como consola de mezcla para los jóvenes que por algunos minutos, se creían DJS.

— ¿Qué le has dicho? —Por primera vez desde que llegaron, Emilio se involucró activamente en la conversación. Su propia voz le sonó extraña—. Osea que poemas les han mandado o cómo es la nota.

—Algunos que he visto en F******k mija. Frases y así… Por eso es que no me gustan las serranas, son muy mojigatas. Ya le jodo y jodo a la man y nada que da chance —Héctor le miró y con su voz grave contó sus pobres intentos de conquista.

—Has cachar lo que les han mandado —pidió Emilio y Héctor le paso su celular, donde las conversaciones entre él y la chica que le gustaba estaban guardadas. Las leyó durante algunos momentos y azorado por el alcohol, no pudo evitar reírse después de un minuto—. No es que las serranas sean mojigatas, huevas, es que vos eres un pendejo. Para vender arroz y azúcar sirves, para conquistar vales verga.

Jorge y Joel se rieron de la broma; atontados por lo que bebían, les pareció mil veces más graciosa de lo que era. Héctor trabajaba en la tienda de su padre, donde vendía, entre otros víveres, arroz y azúcar a veinticinco centavos más del precio habitual, alegando que ese producto era traído de la costa, y por eso resultaba mejor que otras marcas. La gente ya le hubiera dejado de comprar, sino fuera porque en la calle en la que vivía y tenía su local no se encontraba ningún otro negocio a la redonda.

— ¡Y que eres vos experto o que chuchas! —Arremetió Héctor en tono jocoso—, has de conquistar hombres capaz.

Chch mija, no hace falta ser experto cuando se trata de estas cosas —el licor le soltaba la lengua a Emilio, quién usualmente no hubiera opinado con tanta agresividad. Él prefería escuchar las conversaciones de sus amigos y reírse de las bromas más que opinar sobre mujeres, relaciones y lo que iban a hacer con chicas en la cama, que eran habitualmente los temas de conversación de sus compadres y sospechaba que el tema de conversación de muchísimos otros grupos de chicos.

—Suave nomas que aquí no está el Kevin, el man si te da lecciones —intervino Joel. Kevin era el otro integrante de su grupo de amigos, y a su vez al que más chicas le conocían. No era un estandarte de belleza masculina, ni mucho menos, sino más bien su seguridad y actitud le daban un éxito al menos considerable con las féminas de su barrio. En esos momentos él estaba trabajando, por lo que no podría añadir sus opiniones “sagaces”. Emilio se levantó y procuró servirse otro vaso mientras esta vez, él colocaba la canción que quería escuchar.

— ¿Qué harías vos, mija? —Le interrogó Héctor.

<< ¿Qué haría yo? >> Se preguntó Emilio. Su cerebro se encontraba en un conflicto en ese momento. ¿Cómo él estaba dando consejos de conquista cuando su chica especial estaba fúrica con él? Y lo peor era que tenía la certeza de que el enojo no se le iría pronto.

Después del primer y accidentado beso que le robó, Julieta Ortiz no volvió a hablarle, ni por mensaje ni en persona, por más que él intentase llamar su atención. La chica, muy molesta, le evitó incluso en el aula, haciendo que el corazón del chico se convierta en un témpano de hielo frío y doloroso. Ya dos semanas desde ese incidente y ahora solo le quedaban dos para resolver el problema, porqué después el curso de inglés acabaría y entonces ya no tendrías muchas oportunidades de encontrarse con la chica de labios de durazno.

Al recordar el sabor agridulce que le dejó ese beso, se pasó la mano por la boca. Tal y como esperaba, Julieta tenía unos labios tan dulces como el almíbar, un contacto cálido y suave, una textura que le aceleró el corazón. Fue mágico, sin duda, pero le costó lo poco que había construido. Al día siguiente sería sábado, penúltima clase, y una nueva oportunidad. Por un lado quería hablarle, por otro dejar que todo quedase así, decidido como estaba a ser más indiferente en cuestiones del amor. Sacudiendo la cabeza para dejar de lado estos pensamientos, habló.

—Mira rey, yo entiendo que tú le mandas tu poesía y toda la nota… que le escribas lindos mensajes y tanta vaina, pero tampoco te portes como oso de peluche. Aunque por la panza… ؙ—Emilio río y Héctor le soltó un “verás hijueputa”, acompañado de las carcajadas de Joel y Jorge— Sé dulce con ella y todo eso, pero más importante es que seas respetuoso, chévere y le trates bien. Buenazo que le mandes halagos, que le digas que como está y todo eso, pero también moléstale, jódele, hazle reír y hazle ver con sutileza que eres buen partido. Sé directo, no le digas que quieres ser su amigo y ver qué pasa, porqué si quieres conquistarle no tiene sentido que le digas que quieres ser su amigo primero.

— ¿Y si ella me dice que somos amigos? —Héctor quería disimular su interés, pero no podía hacerlo.

—Pues desde ahí algo hiciste mal, tonto alegre. —Mientras hablaba, Emilio comenzó a mover las manos, concentrado en darle énfasis a sus palabras. La declamación y oratoria eran otras de sus pasiones y eso se hizo evidente cuando comenzó a moverse por el cuarto como si de un escenario se tratara—. Sé directo y conciso. Dile que no quieres ser su amigo, que no necesitas su amistad. Dile que te gusta, y que si no llegan a nada pues fresco, pero que hay algo en ti que le atrae. Si quieres ser dulce está bien, si quieres ser cursi también, pero toma en cuenta que no eres un perro buscando un amo, no eres un esclavo buscando una diosa a la que servir y venerar. Eres un hombre buscando una compañera, una cómplice, alguien que comparta contigo su forma de ser y con quién puedas mostrarte tal y como eres. No le digas que es lo mejor que te ha pasado, porque eso significa que no tienes vida fuera de ella. Las mujeres, al menos es lo que creo yo, buscan a alguien que sea un igual, alguien con quién reírse y llorar y jugar y sentirse bien.

Solo entonces a Emilio se le acabó el aire en los pulmones, por lo que se detuvo y procuró respirar profundamente. Héctor había escuchado cada una de las palabras, pero Joel y Jorge pronto se rieron de él. —Pasarás de la que fumas —le dijo alguno de los dos y pronto, tras unas pocas bromas más, la conversación degeneró en algo mucho más simple y vulgar, mientras el licor viajaba de mano en mano, entrando en sus organismos y convirtiendo sus cerebros en pilotos de una máquina en descontrol. Emilio pronto se sintió muy mareado y olvidó momentáneamente a la chica que le cortaba el sueño. Después de tres dólares de puntas, por fin dejó cualquier pensamiento consciente y solo tuvo fuerzas para decir tonterías junto a sus amigos, alegres los cuatro cantando canciones de amor y desamor.

El chico nunca se habría imaginado que al otro lado de la ciudad, en un cuarto extrañamente similar al suyo, en una cama de sábanas púrpuras; unas tersas y suaves manos dejaron caer el celular donde la foto de perfil que él tenía en w******p fue lo último que se vio antes de que la pantalla fuera bloqueada. Ella, que nunca confesaría ese sentimiento, también le extrañaba.

Horas después, cuando la noche ya cayó sobre la ciudad y la madrugada hacía de las suyas, el maullido de tres gatos despertó a Emilio. Lo último que recordaba era haber salido trastabillando por las gradas de la casa de Jorge; la cabeza le daba vueltas y el sabor agrio de su boca le quisieron hacer lanzar un escupitajo, que detuvo al darse cuenta de que se encontraba en su cuarto, medio vestido con la pijama y con su celular descargado junto a él. —Mier. Da. —Soltó.

De algún modo había llegado a casa, entrado a su cuarto y recostado en su cama. El dolor de cabeza no se le iría y mañana tenía clases, pero estaba vivo al menos. Apretando los puños para resistir las punzadas que dio su cerebro, salió a la cocina y bebió de un tirón un litro de agua, tomando con su mente confundida otra decisión. Cuando regresó a su cuarto, el último pensamiento que tuvo antes de dormir fue un beso accidentado.

En la mañana se levantó como pudo, comió, se vistió, se cepillo los dientes y decidió que sus ojos rojos no sería suficientes para delatarle. Tras peinarse, perfumarse y ponerse la chompa menos vieja que tenía, se despidió de su madre y se encaminó hacia la parada de los integrados, buses de la cooperativa Victoria que le llevarían a la estación del Recreo, donde tomaría un trole y se dormiría hasta llegar al instituto.

Al subir, eligió uno de los asientos a su derecha. Cuando llegó a la estación del Recreo corrió a tomar uno de los troles y para su buena suerte encontró un asiento junto a la ventana. A su alrededor, la gente se peleaba por un asiento empujándose los unos a los otros, sin respetar el espacio personal y sin ningún concepto de orden. Después de abrazar su mochila y cerrar los ojos, soñó con botellas de licor, libros de inglés y una firme pero lejana presencia femenina, que supo que tenía que alcanzar.

Media hora después, ya entraba por la puerta del aula de inglés. Tal y como esperaba, ella estaba ahí, mirando su celular, fingiendo indiferencia mientras el murmullo de conversaciones se desarrollaba a su alrededor. Se sentó y vaciló algunos instantes entre acercarse o no, y cuando por fin se puso de pie, la voz chillona de la profesora de inglés cesó sus intentos. Resignado, se dispuso a escuchar la clase. La hora de recreo le tomó por sorpresa.

Los estudiantes salieron en tropel del aula. Desesperado, buscó la figura de la mujer que quería ver, perdiéndola en una maraña de cabezas indistinguibles. Un sinsabor le llenó la boca hasta que escuchó una voz femenina que le arrancó un estremecimiento.

—Bebiste. ¿No es así?

Tragó saliva, fingiendo compostura.

—No. ¿Por qué lo dices?

—Ojos rojos, despeinado, ropa mal planchada… y te pusiste la camisa al revés.

Emilio parpadeó, incrédulo. Se miró el torso y solo pudo levantar los ojos y mirar los de ella. No sintió vergüenza, solo una fría certeza de que estaba cayendo en la locura. “¡Dios!” se escuchó decir a sí mismo. Sin poder hacer nada más, se cerró la chompa y sonrió al mirarla. En ese instante debió de decir algo más inteligente que lo que pronunció su boca, pero cuando comenzó a hablar, ya fue tarde. —Era horaf de que ya no estés cabreada.

La expresión amable de Julieta cambió enseguida. —Ya era hora —repitió, con voz seca—. Uno vienen en buen son a buscarte y tú comienzas con tus cosas.

Emilio pensó en ser amable, en pedir disculpas y rendirse, diciéndole que tenía la razón para de ese modo obtener nuevamente su compañía y atención. Sin embargo, la última vez que lo hizo solo logró que lo traicionen. Decidiendo ser firme y expresar sus sentimientos, habló. —Estabas molesta pues Julieta. Desde hace dos semanas que es así. Y por las puras…

—No fue por las puras. —Ese día, la chica vestía un jean azul y un saco rosado que resaltaba sus rasgos femeninos. La expresión enojada que exhibió ante las palabras de Emilio solo le añadió belleza a su silueta. En pocas palabras, lucía demasiado bella.

— ¿Por qué fue entonces?

Me besaste. Por si lo habías olvidado. Me besaste sin que yo haya querido, sin pedirme permiso, sin siquiera tener ningún tipo de delicadeza.

Emilio estuvo a punto de replicar, cuando se dio cuenta de que ella tenía razón. La besó sin permiso, pero pensó que era lo correcto. — ¿No conoces el concepto de un beso robado? —Soltó, irónico.

— ¡Hasta si ya me hubieras pedido que seamos novios aceptaría que me “robes un beso”!

Julieta se quedó en silencio, pensando en lo que acababa de decir. Emilio hizo lo mismo, sintiendo frías las manos tras esas palabras. —Yo… —Su mente, aletargada, no alcanzó a conectar dos ideas al mismo tiempo.

Cuando reunió valor para responder, el bullicio de los estudiantes regresando acabo con sus intentos. Julieta le dedicó una mirada cargada de significado y se dio la vuelta, dispuesta a regresar a su asiento. Emilio se estiró y le tomó de la mano con sutil firmeza, mirando esos cautivantes ojos que brillaron en su rostro. —Después de clases —pidió— ahí hablemos.

Ella no respondió, pero asintió levemente con la cabeza. La profesora comenzó a hablar y entonces la pequeña interacción terminó. Emilio, con la chompa cerrada y el corazón acelerado, se sentó en su pupitre mientras su mente voló en mil suposiciones y mil preguntas. ¿Qué podría decirle a la chica? ¿Qué debería de hacer? ¿Cuál era el siguiente paso?

En ese momento cayó en cuenta de que habían pasado seis meses desde La Tragedia y su corazón ya había resarcido sus heridas mayores. Aún estaba sanando, ¿pero no era tiempo ya de darse otra oportunidad? ¿Merecía la innombrable que le guardase lo que los jóvenes conocían como “luto”? El chico se respondió a sí mismo al recordar que días después de que terminasen, ella ya estaba con otro.

Molesto consigo mismo, rayó una “C” de Cartagena en su cuaderno. Julieta, atenta a las clases, ignoró las miradas largas que él le dedico. << ¿Y si fuésemos novios? >>, se preguntó, una y otra vez. ¿Ganaría algo con eso? En su experiencia había aprendido que las relaciones son algo complicado, que un amor sincero se construye a diario y con mucho diálogo, que hay momentos en los que hay que saber si los momentos malos son más que los momentos buenos. Al menos así era para él; pelear por algo bueno aun cuando los problemas se hacían presentes y no optar por la solución fácil, que era dejar la relación de lado. Claro que también era consciente de que en ciertas situaciones era imposible continuar, como cuando te eran infiel.

Cuando sucedió La Tragedia, Emilio sintió como si el mundo se le viniese encima, y aun si no era su culpa, se culpó a sí mismo por lo que ella le había hecho. Su sufrimiento duró al máximo durante casi un mes, en el que lloró tres noches y las siguiente se preguntó que pudo hacer hecho mejor. Su diario vivir se redujo a hacer sus actividades con una máscara de indiferencia ocultando un corazón de infelicidad. Así fue durante semanas, hasta que su propia fuerza de voluntad le hizo salir adelante y dejar las lágrimas para preguntarse que había más allá.

Sus amigos satanizaron a su ex, su familia le desprecio y él mismo sintió a ratos odio hacia esa mala mujer. Cuando le llovían comentarios sobre lo sucedido, acusándole de un sinnúmero de pecados a ella, prefirió guardar silencio. Un parte porque no quería denigrar a esa mujer, por más mala que fuese, y otra porque cuando el dolor dejó paso a los pensamientos más concisos y firmes, reconoció lo que nadie más sabía, ni siquiera ella.

Emilio también había sido infiel.

Sucedió sin que lo quisiese así, cuando estaba peleado y ella le terminó, cuando técnicamente no tenía novia, pero la amaba todavía con todo su ser. Sucedió así y Emilio nunca se lo pudo perdonar. Un mes después, cuando ella hizo lo mismo y él se enteró, incluso llegó a pensar que su sufrimiento era de algún modo merecido.

Sin embargo, él procuró que ella nunca se enterase, mientras que ella se lo contó sin que le importase sus sentimientos. ¿Eso le hacía mejor a él? No lo creía, pero si sabía que él tuvo la decencia de procurar que la mujer que amo no sufriese. Después de todo lo que vivió la pregunta de si era una persona buena que tomó malas decisiones, o una persona mala que fingía ser buena le atormentó en sus noches de soledad. A día de hoy no tenía una respuesta a esa pregunta, y precisamente por eso es que se sentía tan inseguro de dejar que Julieta entre a su vida. A pesar de que le conocía muy poco, tenía la certeza de que esa era una maravillosa mujer que no se merecía de ningún modo sus tonterías e inseguridades. Ella era mejor que todo eso.

Pero por algo la vida le mostraba a esa chica. Por algo tal vez es que se cruzaron sus caminos, por algo es que la encontró allí, justamente en ese sitio donde habían más hombres que mujeres. Sentía que no la merecía, pero al conocerla y notar su forma de ser, al compartir tiempo con ella y notar lo fascinante que resultaba, no podía evitar querer ser mejor, dejar lo que hizo y olvidar La Tragedia, cuidar a Julieta y sanar las heridas del pasado.

No sabía si era lo correcto, pero si supo que era lo que su corazón deseaba.

Por fin, las clases terminaron. Dos muchachos se pusieron de pie y con una sincronización que no hubieran logrado ni planeándola, caminaron juntos hacia la salida. Cruzaron pocas palabras, la mayoría para quedar de acuerdo en ir hacia uno de los parques cercanos, por lo que cruzaron calles y esquivaron vehículos. Cuando se sentaron, solo se miraron por largos minutos.

—Lo siento. Por el beso —fue lo primero que dijo Emilio—, no quería ofenderte, solo no pude resistir la tentación.

—Entiendo, poeta. Sé que me enoje y todo eso… —ella tomó aire y le miró con ojos cálidos— pero creo que lo mejor era hablar.

—A veces las palabras sobran.

—Puede ser, pero en estos momentos creo que es lo mejor ؙ—Julieta movió las manos, indecisa como pocas veces— y Emilio tú sabes bien qué…

Sin resistirlo más, él tomó la mano de ella, apretándola con firmeza. Juntos por fin, la brisa movió sus cabellos. Emilio tomó aire y sonrió.

— ¿Quieres ser mi novia?

El silencio se extendió por varios minutos entre ambos, hasta que Julieta pronunció una sola palabra.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo