Poderes advenideros

—Espérame a que acabe de recoger mis cosas por lo menos. —Julieta no le miró, guardando un cuaderno en el que había anotado sus notas. Él ya la conocía, con esa fingida indiferencia que generaba expectación, por lo que le esperó y solo pudo sonreírle cuando cruzaban miradas. Estaba feliz, definitivamente feliz, y nada podría cambiar aquello. Por fin, ella se levantó y caminó mientras él la seguía.

Bajaron las gradas, rápidos, y dudando un instante, Emilio se decidió a tomarle la mano. Ella no lo rechazó. Buena señal. Sus dedos se entrecruzaron, estableciendo su vínculo, y sus corazones, después de haber caminado durante algunos pasos, se sincronizaron en una sola melodía.

Al llegar al patio principal, buscaron una grada donde sentarse, alejada de los demás. La cantidad de estudiantes no era la suficiente para provocar demasiado ruido, por lo que pudieron sentarse con tranquilidad, mirándose el uno al otro durante largo rato.

— ¿Así que llamadas en la madrugada? —Julieta tomó la palabr
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