Desde la penumbra

Desde la penumbra

Empecé a escribir debido a las pesadillas que me abordaban de manera constante; nunca antes había experimentado el temor descarnado de una muerte súbita, así fue como inició mi miedo a morir sin antes escribir aunque sea un relato. Mis dolores son comparados a algunos escritores que padecieron el hambre, aun sí se mantuvieron firmes y diligentes, hablo de Lovecraft, a quien Borges le dedicó un relato. No sé cuáles fueron las intenciones del argentino, pero sé que su ansia por el mundo anglosajón debió llevarlo a una conclusión: Lovecraft es un maestro de la literatura fantástica.

            Como autor del siglo pasado, presiento una agonía por la vida, es cierto que lo describe en sus cartas como una apatía, y, a pesar d de su racismo, que no podemos juzgar debido a su contexto, es posible dilucidar sus aciertos aun con frases pomposas como: giboso y refulgente.

            Las pesadillas surgieron de manera divagante, entre luces y demonios, tal vez influenciada por la lectura del escritor de Providence. Sin importar la influencia, lo más importante es el cataclismo de emociones que me abordaron. Como dije, la muerte súbita me abordaba, y presentía que pronto iba a suceder tal fatalidad. Quería escribir un relato de terror como mis autores preferidos; las vaguedades como: volví a ver atrás y ahí estaba el monstruo, se mostraron de otra manera. El monstruo era mi miedo a morir, como dije, temía tanto que hasta oré reiteradas veces a Dios para que perdonara por tantos pecados. Supuse esa era la razón de mis pesadillas: el castigo divino.  Hasta ahora sigo viva, y ninguno de mis miedos se ha presentado. Sigo pensando que tal vez suceda pronto, en todo caso, voy a referirme a una historia parecida a la mía, con la misma desgracia y calamidad que presenté en medio de convulsiones.

            Salvadora, mi amiga de la infancia, sufría ataques de ansiedad, los síntomas: se le cerraba la garganta, el corazón pulsaba a mil por hora, y el cuerpo se le entumecía. Igual a mi malestar luego de despertar de una pesadilla. Sin embargo, Salvadora me contó que todo se debía al juego maldito propuesto por su amigo Casimiro. El juego consistía en visitar la Quinta Angélica, lugar donde se dicen muchas teorías, desde el asesinato de toda la familia a manos del padre, hasta el suicidio de la hija menor. Todo un lugar de espanto en la carretera que conduce hacia El crucero. Nunca he temido a las supersticiones, pero tal como lo cuenta Salvadora, que desde esa noche que visitó la Quinta, sus temores comenzaron. Tenía pesadillas pensando en una familia degollada y la sangre corriendo por las paredes. En cuanto a Casimiro, también presentó los mismos síntomas, tuve que entrevistarlo para saber que sucedió aquella noche fatídica.

            —Sé que es difícil explicar tus pesadillas, pero en exactitud ¿de qué se trata?

             —No es tan difícil, solo veo escenas terroríficas sobre la muerte de la familia, un padre degollando a sus hijas en medio de una euforia satánica, eso me sucede una vez a la semana, a veces mientras voy a la universidad pienso en los cadáveres de los niños, y el padre dándose un tiro en la cabeza. Esto debe ser porque así me lo han contado, pero la noche que visitamos la Quinta, sucedió algo distinto. En primer lugar, escuchamos lamentos, pensé que se trataba de alguna broma, pero no, los lamentos aumentaban mientras nos acercábamos a los escombros de la casa que fue desmantelada y deshabitada en tu totalidad. Ya se ha hablado de la Quinta Angélica en otras ocasiones, y de personas trastornadas con pesadillas, como dije, esto fue diferente. Nunca antes tuve tanto miedo como esa noche, todo fue porque entramos a la casa sin techo, y anduve entre recovecos con una lámpara en busca de alguna señal de asesinatos, vos sabes, sangre y huesos. Pero no encontré nada, solo me llevé el susto de escuchar los lamentos. Desde esa vez, las pesadillas comenzaron, y no han parado de agobiarme todas las noches que las padezco. Salvadora cuenta la misma historia, es decir, las descripciones son las mismas: el padre toma su escopeta y le dispara a su esposa, luego procede a degollar a los niños con un gran cuchillo, los niños en su agonía, mientras les cortan la garganta toman los brazos de su padre endemoniado y ruegan por sus vidas. El sueño siempre se repite de la misma manera, no hay ningún cambio. El rostro del padre parece encendido en locura, como si algo estuviese dentro de él, he visto sus ojos, ojos como de nadie, tal vez de un espanto, pero nunca antes había visto un espanto, y ese padre de familia estaba enfurecido por algún demonio en su interior. No sé si esa es la historia verdadera de lo que sucedió en la Quinta, pero esas son las visiones que me abordan, como dije, una vez a la semana.

            Después de aquella conversación, pensé que Casimiro decía la verdad, y Salvadora también. Entonces me decidí por visitar la Quinta Angélica con Lorenzo, mi compañero de cuarto en Villa Tiscapa. Le advertí que escucharía lamentos y probablemente luego de esa visita empezaría a tener pesadillas. Lorenzo era un ateo convencido, y no creía en fantasmas que deambulan en el mundo terrenal. Llegamos a medianoche, tal como dijo Casimiro según las recomendaciones que anteriormente le dijeron, si quería encontrarme con el mismo demonio. Llevé una lámpara, y un bate, no para golpear a los espantos, sino en caso de que un ladrón intentara agredirnos, porque es sabido que los ladrones y drogadictos se reúnen ahí para hacer sus cosas.

            Ojalá fuera un relato donde explico mis depresiones y ansiedades, sería más sencillo, pero no, esto se trata de la agonía que padecí en la Quinta Angélica, lo que viví en carne propia. Mientras nos acercamos al lugar no escuchamos ningún lamento, con el bate en mano y el foco en la otra mano, caminé hacia el interior de la casa vacía, solo estaban los pilares de lo que parecía ser una pequeña casa, busqué como Casimiro, entre los recovecos para encontrar pistas de tales leyendas, no encontré nada, si había manchas, pero de la pintura corroída, y bueno, pasamos horas esperando al supuesto demonio.

            No ocurrió nada en ese momento, hasta que regresamos al auto y vimos los focos encendidos. Lorenzo dijo que tal vez se le había olvidado apagarlos, pero los focos parpadearon y luego se apagaron. Lorenzo dijo que debía ser un desperfecto de la batería. Nos acercamos al auto, y para mi sorpresa, vi a un hombre con la cara descarnada, vestía una camisa manga larga de color blanco, y un pantalón mugroso de color gris. Nos vio y dijo que debíamos tener cuidado en nuestra búsqueda. Luego abrió la puerta, y caminó hacia la casa con una escopeta en su mano. Habíamos despertado a los demonios, tal vez solo era una alucinación, sin embargo, Lorenzo estaba estupefacto, temblaba del miedo, y se subió al auto. Sorprendido por aquel hombre con el rostro descompuesto, empezó a encender el auto sin resultado alguno.

            Yo seguí al hombre, y vi que cargó su escopeta; la primera detonación provocó un estruendo, y seguido de eso el grito de una mujer. Luego el llanto de unos niños, me acerqué más, y seguí los pasos del hombre. Lo que no me había dado cuenta es que la casa se restauró como si fuera en la época que estuvo construida. Subí las escaleras y vi al padre degollar a sus hijos, al verme, sonrió con su escopeta en mano colocándola en su boca para volarse los sesos. Después que disparó grité de tanto espanto y salí corriendo de la casa.

            Lorenzo había conseguido encender el auto, me monté en seguida, y nos fuimos de ahí. Alterada en nervios no pude contarle a Lorenzo lo que presencié, fue hasta el día siguiente que me llevaron de emergencia al centro psiquiátrico. Estaba desbordada por aquel acontecimiento, dormí debido a los calmantes, pero tuve esa pesadilla, peor de las que al principio me abordaban. Una y otra vez vi aquella sonrisa cadavérica explotando en mil pedazos contra la pared.

            Pasaron meses para mi recuperación, desde aquel juego maldito, el psiquiatra me diagnosticó esquizofrenia, y tomé mi medicina. Sigo pensando si todo fue una ilusión, aquella noche no tomé ningún estupefaciente, si algo de verdad sucedió, ya no importa, porque no pienso volver a ese lugar, y tampoco dejar mí medicina que me calma las alucinaciones.

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