Capítulo 2

Capítulo 2

Jaime estudiaba en su habitación varios libros a la vez porque ese método le había orientado su tío Anselmo. El método era pesado porque consistía en leer cinco libros del Nuevo testamento y otros cinco del Antiguo testamento. Sin embargo, Jaime daba la batalla celestial leyendo versículo por versículo. Se sentía que Dios mismo lo guiaba a través de la lectura. La sublime sensación de estar al lado de Dios lo invadió. Sin embargo, empezó a pensar que tal vez Dios no existía, y todos sus intentos de convertirse en un santo no valían la pena, pero continuó leyendo con ímpetu hasta terminar el último libro del Nuevo testamento que le correspondía ese día. Terminado de leer, se tiró a la cama y empezó a sentir un fuego que recorría su cuerpo. Era la tentación lasciva, se sacudía en su cama y, veía su computadora. Se tiró de rodillas y empezó a orar: Padre en esta hora de la tentación ayúdame a vencer y salir victorioso. Líbrame del pecado, no me dejes caer en la condenación, llévame a tus pies, llévame a la cruz y límpiame con tu sangre bendita. Concluyó la oración y volvió a su cama. Eran las seis de la tarde, se acercaba la hora de la cena. Por más que oró e intentó resistir a la tentación, se acercó al escritorio, prendió la prendió y navegó por internet en busca de pornografía.

Pasó media hora viendo cochinadas y masturbándose. Terminó su sesión libidinosa y empezó a sentirse culpable. Volvió a tirarse de rodillas y oró al Señor pidiéndole perdón por su pecado. Se fue a dar una ducha porque sentía se sucio, era lo que siempre hacía luego de pecar. Se sentía destruido por culpa de su pecado y lloró hasta que Alicia tocó a su puerta y le dijo que era hora de cenar. Entró al baño, se lavó la cara y salió del cuarto para ir a cenar. Su padre, Ana, y Alicia estaban en la mesa esperándolo. Se sentó y su padre dio las gracias por los alimentos. Alicia dijo que se iría a dormir porque al día siguiente iría a trabajar. Alicia trabajaba como mesera en Pizza Hut. Sus padres les habían inculcado que trabajar era bueno porque esa era le enseñanza desde Calvino. A pesar de esa enseñanza odiosa para Alicia, a ella le resultaba gratificante conseguir algo de dinero porque de esa forma podía comprarse novelas, libros de relatos y poemarios. El trabajo se le facilitaba en la semana debido a que solo tenía clases los sábados por la mañana. Jaime todavía no tenía empleo, apenas cursaba su último año de secundaria. Sin embargo, al igual que su hermana siempre obtenía buenas notas y su padre le daba como premio una buena mesada para comprarse libros, pero libros religiosos, al contrario de su hermana que le fascinaba el realismo francés de Balzac y Flaubert, aunque despreciaba las traducciones de ese idioma, pero no tenía de otra, así que le sacaba el mayor provecho a esas lecturas francesas.

 Era una familia lectora, el padre de Jaime estudió una licenciatura en literatura y daba clases en la UNAN. Y, Ana a pesar de que no estudió una licenciatura en letras o humanidades era una asidua lectora de la Biblia y demás libros religiosos como “Los atributos de Dios” de A.W Pink. Su hermano Anselmo le instruía qué leer y le traía buenos libros de sus viajes. La dedicación de Ana era el hogar y, oraba con fervor por sus hijos para que fueran buenos cristianos y un día cuando formaran una familia pudieran heredar la palabra del Señor e inculcarle todas las enseñanzas que ellos les habían dado. La perdición en Managua era inminente, era una ciudad llena de bares, discotecas y expendios de drogas, cualquier desliz podría llevar a sus hijos a la condenación. Creía al igual que su esposo que la vida cristiana era el camino a la verdad. Desde pequeña asistió con sus padres a la Iglesia Bautista, creció ahí y conoció al padre de Jaime.

 El padre de Jaime fue un muchacho que iba obligado a la iglesia, su pasatiempo era la literatura. Era tan obsesivo con sus lecturas que sus padres creyeron alguna vez que estaba enfermo porque no salía de su cuarto por leer horas tras horas, pero mientras creció pudo ver la verdad de Cristo y se convirtió al cristianismo. La batalla fue dura debido a que en un momento de su vida no se decidía si estudiar literatura, filosofía o teología, pero su amor por la literatura pudo más. Su papá, el abuelo de Jaime, era un ingeniero químico, trabajaba en una farmacéutica, también conoció a la abuela de Jaime en la Iglesia Bautista. El padre de Jaime se recreó tanto en los libros y en el cristianismo que daba por sentado que Dios había iluminado a todos los hombres como a Cervantes para que escribiera tales libros.

Al finalizar la carrera cursó una maestría en filología hispánica y se dedicó a dar clases en la universidad. También escribía poemas y se los dedicaba a Ana. Se casaron a los veinticinco años, y luego de eso nació Alicia, y tres años más tarde tuvieron a Jaime. Lo nombró Jaime en honor a James Joyce. Y, Alicia en honor a Alicia en el país de las maravillas. Ana no sabía esto al respecto, ella pensaba en ponerle Josué en vez de Jaime, y Sara en vez de Alicia. Nombres arcaicos y cristianos. Era toda una generación de hombres y mujeres de Dios. Al igual que los padres de Jaime, los padres de Ana eran religiosos hasta por los codos. Ana sufrió la intransigencia de sus padres cuando se dieron cuenta de su noviazgo con Ernesto, el padre de Jaime, porque no veían en él la convicción cristiana necesaria para desposar a su hija. Fue una ardua batalla y constante reclamos por parte de sus padres hasta que al fin vieron en él la conversión al cristianismo.

El padre de Jaime tuvo su época de bohemia porque no encontraba sentido al cristianismo. Es decir, las explicaciones de la existencia de Dios para él eran inútiles, daba por sentado que el cristianismo era una plaga que debía desaparecer. Por eso iba a los bares con sus amigos de la universidad a escondidas a tomar cervezas o fumar marihuana. Después de mucho tiempo de pensar en el sentido del cristianismo y convencido de que era un desperdicio de tiempo más que condenación, se retiró de la vida bohemia. Sin embargo, tenía a la literatura en el mismo pedestal que al cristianismo, entonces vio que debía luchar por dos señores, guardaba cierto recelo por la literatura, todavía no convencido por el cristianismo, tomó como un monasterio a la literatura. No servía con pasión y dedicación hasta que tuvo a Alicia y a Jaime. Creyó que había sido una bendición porque Ana era infértil y lucharon varios años hasta lograr que quedara embarazada. Y, agradeció a Dios por eso y se convirtió a Cristo, es decir, su vida de verdad fue regenerada, como lo señalan las escrituras, una nueva criatura nació en Cristo, su único objetivo en la vida se volvió servir al Señor. Desde entonces sirve con pasión en la Iglesia Bautista.

Jaime se retiró a su cuarto. Sentía un ligero dolor de cabeza, pero podía resistir. Inspirado buscó un sermón para aliviarse la culpa y empezó a leer. Se trataba de “¡Despierten! ¡Despierten!” de Charles Spurgeon. Leyó la cita bíblica “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios 1 Tesalonicenses 5:6.” Avanzó a través del texto y media hora después terminó de leer las dieciséis páginas del sermón. Estiró las piernas, hizo algunas flexiones con los brazos para relajarse. Tomó la biografía de Spurgeon y leyó un poco. Se sentía algo soñoliento y dio un ligero bostezo. Sin embargo, algo le hizo chispa en sus pensamientos y se despabiló. Era como el mismo sermón ¡Despierten! ¡Despierten!. Y, en su mente cavilaba la parte donde dice “Asisten a sus lugares de adoración; ocupan su bien acojinado banco; desean que el ministro los alimente cada domingo; sin embargo, no le enseñan a ningún niño de la escuela dominical; no distribuyen ningún folleto en la casa del hombre pobre; no llevan a cabo ningún acto que pueda ser instrumento para salvar almas”.

Jaime deliberó su estado actual, y se dio cuenta que era como este tipo de hombres que Spurgeon señala. Se preguntó qué podía hacer él para cambiar su situación de indiferencia e inactividad. Lo primero que le vino a la mente fue que podía repartir folletos.  Y, pensó en la cita del sermón: “no distribuyen ningún folleto en la casa del hombre pobre”. “Pero ¿qué tipo de folletos?” se preguntó. Entonces prendió la computadora, esperó que cargara, y cuando por fin cargó, abrió Word y empezó a redactar los diez mandamientos e imprimó una página. Oró al Señor pidiendo dirección para que al día siguiente pudiera salir a las casas y repartir los folletos. Al despertar, se alistó para ir a clases, desayunó y luego su papá fue a dejarlo al colegio. El día transcurrió normal; vio matemáticas, ciencias sociales y español. Al salir de clases fue a un centro de fotocopias y fotocopió cien folletos de los diez mandamientos. Su papá llegó por él y fueron a almorzar a la casa. Luego del almuerzo se fue a su habitación a orar. Terminó de orar, tomó los folletos y salió de la casa. Vivían en la residencial Bolonia. Un lugar bastante tranquilo para vivir. Empezó casa por casa a repartir los folletos. Algunos vecinos reconocieron a Jaime y se sorprendieron al verlo repartir los folletos. Tocaba a las puertas y con una sonrisa repartía los folletos. Luego fue a los bancos aledaños de la vecindad y también repartió los folletos. Los folletos contenían los diez mandamientos y el título decía “¿Te consideras una buena persona?”. Varias de las personas ocupadas en sus labores vieron con indiferencia a Jaime y guardaron el folleto en sus bolsillos, algunos en sus bolsos, y otros lo tiraban al cesto de la b****a. Jaime parecía contento, regresó a la casa y se dedicó a hacer las tareas del colegio. Estaba contento con la tarea que Dios le dio a través del sermón de Spurgeon. Se sentía útil en el ejército del reino de Dios.

Luego, avanzó en las tareas del colegio y al terminar se dedicó a leer el libro “La búsqueda de Dios” de A.W Tozer. Era un libro que había intentado leer varias veces, pero como leía tantos libros a la vez olvidaba lo que leía y siempre volvía al primer capítulo. “El impulso de salir en busca de Dios emana del propio Dios, pero el resultado de dicho impulso es que sigamos ardorosamente en pos de él. Y mientras andamos en pos de él, estamos en sus manos”. Leía Jaime. En sus adentros sabía que él buscaba a Dios, y al afirmar que Dios era el que lo movía para buscarle, confirmó que iba por buen camino. Y, recordó la cita bíblica “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mi”. Se llenó de una sublime iluminación que hasta volteó los ojos y sintió en su cuerpo una energía increíble que parecía que el cielo mismo había descendido con todo y sus ángeles para llenarlo de gloria. Pensaba que era la misma presencia del Padre que estaba acompañándolo en esa hora de inspiración. Se imaginó a los pies de Cristo, empezó a llorar de gozo y se arrodilló y alzó las manos. Y repitió unos versos del salmo 73 “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”. Creía que la unción de Dios estaba presente. Era una sensación de euforia sublime, daba por sentado que Cristo estaba a su lado tocándole el hombro. Y oró: gracias Padre por tu presencia divina, majestuoso y todopoderoso te adoro solo a ti, lléname de gozo y líbrame del mal.

 Ana se preocupaba cuando Jaime se encerraba en su cuarto, creía que se deprimía estando solo, y cuando pasaban más de dos horas iba a buscarlo. Así que Ana tocó a la puerta del cuarto de Jaime. Jaime estaba arrodillado, sudando a chorros, y con lágrimas corriendo por su rostro. Interrumpido por su madre dejó de orar, se puso de pie, se limpió el rostro y abrió la puerta. Ana le pasó las manos por las mejillas y le preguntó si todo estaba bien. Jaime respondió que todo estaba bien que no se preocupara. Entonces Ana se retiró y fue a su cuarto a orar. Pensando que su hijo le ocultaba algo pidió en oración a Dios que le revelara qué sucedía con su hijo. Sin embargo, no recibió ninguna indicación sobre lo que le sucedía a su hijo.

Alicia llegó cansada del trabajo directo a su cama, estaba exhausta; su mamá llegó a saludarla y preguntarle cómo le había ido en el trabajo. Le dijo que había sido un día pesado igual que todos los días. Sí que había sido un día atareado, había pasado atendiendo a decenas de personas hambrientas de pizza. Tomó una ducha, al salir empezó a leer un libro que le había recomendado su mejor amiga Tiffany. Era “En el camino” de Kerouac. Había leído algunas páginas y le pareció detestable por el machismo constante del narrador. Aun así sentía la obligación de leerlo porque seguro valía la pena y además que no podía darse el lujo de no leer los libros que compraba con el dinero que le costaba conseguir trabajando como mesera en Pizza Hut. A la hora llegó el padre de Jaime. Entró y saludó a Ana. Luego fue directo al cuarto de Alicia y, tocó a la puerta y su hija abrió. Le preguntó cómo estaba y qué leía. Alicia le dijo que leía a Kerouac. Su padre sorprendido le dijo que tuviera cuidado con ese libro. Él en sus adentros sabía que ciertos libros pueden contagiar al lector, y en especial libros que si el pastor supiera que existen seguro que los quemaría sin pensarlo dos veces. El padre de Alicia sabía muy bien que Kerouac era un escritor peligroso para una muchacha con la edad de Alicia, pero tenía la convicción que era capaz de controlar sus instintos para no caer en los vicios de Kerouac. Era cierto que Alicia era atea y feminista pero tampoco eso significaba que tenía abierta la mente a las drogas y a la vida bohemia como alguna vez su padre lo fue. Su padre le permitía leer todos los libros que ella quisiese, a cambio de cumplir con las reglas del hogar: reunirse en familia a la lectura diaria de la Biblia y dar las gracias en la mesa. Si bien la intransigencia de su padre era presente a diario a veces era empático con Alicia recordando sus años devorando libros y por eso daba lugar a sus lecturas de cualquier libro.

Alicia volvió a su cama a leer sin parar. Dentro de poco sería la hora de cenar. Ana le ayudaba a Diana, la asistente del hogar, a poner la mesa. El padre de Jaime veía el noticiero del Canal 12. Vio los accidentes del día, algunas promulgaciones de la Asamblea Nacional, y los constantes femicidios que se cometían por todo el país. Recibió una llamada del pastor preguntando si estaba listo para la reunión de oración del miércoles. Le dijo que tenían una lista de oración. Una de ellas era orar por una ancianita que se le había derrumbado su casa de hojalata. Y además de orar tenían que reunir dinero para comprar láminas de zinc y llegar con buen grupo a reparar la casa. Luego de la llamada, Ernesto, el padre de Jaime, fue a sentarse a la mesa para esperar la cena. Llamó a Jaime y Alicia y a los minutos estaban sentados en la mesa. Alicia venía rumiando la psicología de Dean Moriarty. Y ya se imaginaba comenzando un viaje por toda Nicaragua tomando aventones y escuchando jazz. Pensó que sería una buena idea dar una gira aventurera por todo el país al terminar su carrera. Le entusiasmaba la política y para ello debía conocer la situación actual del país y la gente que sufre penurias debido a la pobreza extrema. Soñaba con un día ser alcalde y promover políticas públicas que en verdad ayudaran al pueblo o con ser diputada en la Asamblea Nacional para promover la legalidad del aborto y el matrimonio igualitario. Si sus padres supieran de esas ideas sufrirían un infarto. Nunca les hablaba de cómo iba en clases, o qué materias le importaban, guardaba respeto por la idea de sus padres, sabía que no comprenderían sus propósitos.

Estaban en la mesa, y Ernesto comenzó a orar: gracias Padre otra vez por esta familia, y por estos alimentos, bendícelos y que todo sea para tu gloria. Amén. Permanecieron en silencio. Jaime quiso decir algo, pero prefirió guardar sus palabras. “Bueno, ha sido un buen día” dijo el padre de Jaime. Y, minutos después terminaron de cenar y cada quien se fue a su habitación. Ernesto se quedó en la sala leyendo las escrituras junto con Ana. Jaime se fue a dormir, pero sin que antes se le cruzaran imágenes de la pornografía que había visto en la tarde. Incapaz de dormir, se levantó a orar y se quedó ahí sin decir nada, luchando contra la tentación. Pudo vencer el pecado y se fue a dormir. Empezó a soñar. Soñaba que estaba en la iglesia, se veía sentado en la banca con las manos alzada, y Dios le hablaba. De repente un tornado destruyó el templo y todo se vino abajo. Se escuchaban truenos y al mismo tiempo atendía a la voz de Dios. Al principio le parecía incomprensible aquella la voz, lo último que escuchó fue “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado”. Y se despertó sudoroso y asustado. Volvió a cerrar los ojos y se durmió. Mientras tanto Alicia estaba en su cuarto finalizando su porción de lectura. Cerró el libro, se fue a cepillar los dientes, y se durmió. A la media hora soñó que iba en un camión junto con Salvatore Paradise con dirección a California. Ernesto y Ana ya se habían ido a la cama. Antes de dormir oraron por sus hijos, por el ministerio, y por la paz de las naciones.

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