Destinados a caer
Destinados a caer
Por: Antoinette
Capítulo 1

Oh, and baby I'm fist fighting with fire

Just to get close to you

Can we burn something, babe?

And I run for miles just to get a taste

Must be love on the brain

Love on the brain de Rihanna resuena a través de los parlantes que adornan las esquinas de la pequeña cafetería para la cual trabajo. Agradezco la paz que se siente en el ambiente a la hora de hacer la última limpieza del día, la fría noche acompaña perfectamente el lugar. Refriego la mesa con el trapo húmedo que tengo en la mano, intento quitar una horrible mancha de café frotando cada vez con más fuerza consiguiendo mi objetivo segundos después, sonrió satisfecha ante el resultado: una hermosa mesa de madera totalmente impoluta. Levanto la mirada viendo el local reluciente, mi trabajo aquí está hecho.

Camino hacia el área del personal, ahí se encuentran una pequeña fila de casilleros en los cuales se encuentran las pertenencias de todos los trabajadores del turno de noche; turno en el cual trabajo. Abro el casillero 03 y extraigo mi mochila, ahí está la ropa de cambio que me veo obligada a traer si no deseo estar con el uniforme sudado todo el camino a casa. Paso al costado de algunas compañeras de trabajo y les hago un asentimiento de cabeza, no tengo alguna relación amistosa con ellas debido que soy nueva en el puesto y no tengo la suficiente confianza para relacionarme con nuevas personas. Me dirijo al baño y entro en el cubículo más cercano donde pueda cambiarme lo más rápido posible; lo hago a la velocidad de la luz y camino a la par que meto mis cosas en la mochila, todo sin importar si algo se arruga o malogra. Tengo prisa de llegar a casa y poder echar una siesta.

Registro mi salida y salgo del local, no me preocupo por despedirme sabiendo que no hablo con nadie. El aire frío golpea contra mi cuerpo caliente, siento la necesidad de subir toda la cremallera de mi casaca y esconder mis manos en los bolsillos. Camino en dirección a casa sintiendo como mi cuerpo se congela debido a la estación más gélida del año, el invierno en las afueras se siente mil veces peor que en la ciudad, arrasando contra todos los ciudadanos y creando una epidemia de gripe. 

Me causa melancolía el ambiente, tan apagado y desolado, no hay vida ni alegría; los sentimientos a flor de piel.Veo grupos de personas correr desesperada por alcanzar el bus, otros cuantos agarrados de la mano paseando por el diminuto parque que adorna esta parte del pueblo. Todo es muy ajeno ante los ojos de cualquiera, su vista y mente está centrada en algo o alguien, y eso está bien; viven su vida. 

Observar familias enteras o parejas felices me recuerda la soledad que siento en mi departamento, se siente frío y desolado. Las personas amamos la soledad, y eso está bien, pero todo en exceso tiene cierto grado de daño. La soledad nos transmite una tranquilidad inexplicable, pero si convivimos a diario con ella, todo es tan deprimente. Llego a mi residencia sin darme cuenta del tiempo que estuve caminando, empujo la puerta de la entrada intentando no hacer ruido y camino hacia las escaleras del edificio donde resido, arrastro mis pies sintiendo por fin el cansancio que me dejó una larga jornada de servir café y entregar unos cuantos bizcochos. Llego a mi piso, abro la puerta con la llave que tenía escondida bajo el tapete e ingreso rápidamente al departamento. Todo está exactamente como lo dejé, pateo la puerta con mi pie izquierdo y corro a tirarme sobre el sofá; no tengo fuerzas para ir hasta mi habitación, simplemente cierro los ojos y voy cayendo sobre los brazos de Morfeo.

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