Capítulo 6. Años atrás

Ana

FLASHBACK

     Recién cumpliría en unos días mis dieciocho años. Era una excelente hija, excelente estudiante y amiga. La lealtad hacia mi mejor y única amiga, no se discutía. Me habían criado con principios y valores, el significado de la amistad era un tesoro, siempre y cuando no existiera la hipocresía y la mentira. Vivía en un pueblo llamado Mansfield, en un lugar cerca de Italia. En este pueblo, toda la gente se conocía, y abundaba la paz. Mi familia, era una de las más adineradas de los alrededores, inclusive de Italia. Pero nosotros éramos felices en este pueblo. Nunca se derrochaba el dinero delante de la gente, ni se presumía nada del estatus que cargaba la familia. Modestos, sencillos y discretos. Mi padre era dueño de una de las mejores teleras de la región, exportaba la mejor tela y accesorios para Estados Unidos, y algunas ciudades del Occidente.

     Yo estudiaba desde casa, ya que mi madre necesitaba estar bien cuidada, había tenido una enfermedad en su pasado, que la postró en una silla de ruedas. Tenía la mejor atención, pero mi padre necesitaba que alguien de la familia pudiera estar cerca. Y esa era yo. Tenía una enfermedad incurable, que cuando cumplí los diez años, la puso en una silla de ruedas. Y solo va al hospital a tratamiento.

     No me molestaba para nada estar en casa, me gustaba estar en ella. Mi madre se la llevaba en su taller de costura, habían adaptado todos los muebles a su mismo nivel para que no se le dificultara.

     — ¿Sientes la suavidad de la tela? —mi madre me enseñaba una tela blanca, suave y brillante que sostenía en sus manos pálidas.

     —Sí, es muy suave—dije en un tono bajo mientras disfrutaba de la textura de la tela. Sus ojos brillaban de la emoción.

     —Esta tela, es para cuando te cases—dijo en un tono ansioso.

     —Falta mucho para eso madre, apenas cumpliré los 18 años—comenté sonriéndole.

     —Lo sé, pero ésta será el vestido que te diseñaré cuando te llegues a casar, y espero si Dios me da más años, quiero verte casarte...—le dejé un beso en su frente.

     —Vale, ya dijiste. Así que guarda esa tela bajo llave para el día que decida casarme—sonreímos.

     Mi madre, era una diseñadora local retirada. Aún creaba sus vestidos de moda y llenaba mi closet de ellos. Tenía carpetas llenas de diseños que había creado años atrás, pero después de la enfermedad, lo dejó. Mi padre la alentó a seguir, le daba prioridad a que ella estuviera tranquila y serena.

     —Ven...—dijo señalando que tomara asiento en sus piernas inmóviles.

     — ¿Qué pasa? —pregunté acurrucándome en ella. Comenzó a acariciarme mi cabello rubio y ondulado.

     —Eres hermosa, ¿lo sabes? —dijo mi madre en un tono que no comprendía.

     —Si tú dices, es porque es cierto madre—y solté una risa nerviosa.

     —Nunca temas reconocer la belleza que tienes, ni de bajar la cabeza ante nadie. Eres hermosa, eres la única mujer del pueblo con ese color azul de ojos. Bueno, a excepción de mí y de tu abuela.

     —No entiendo por qué dices todo eso, lo dices porque soy tu hija—recibí un pellizco en mi pierna y carcajeamos.

     —No es cierto, eres hermosa Ana—dijo de nueva cuenta.

     —Está bien, soy hermosa—pero algo en mí no lo creía. Por más hermoso color de ojos tuviera, siempre me había sentido normal y corriente. Aunque muchos dijeran lo contrario.

El diseño me había interesado desde que mi madre coloreaba en sus libros de dibujo, y yo la imitaba. Podría diseñar camisas, blusas, vestidos, faldas, sacos, joyería... pero lo que me apasionaba eran las zapatillas.

     Recuerdo cuando comenzó mi obsesión por el diseño de ellas. Mi madre se miraba en el espejo de cuerpo completo, esa noche saldría a cenar con mi padre, recuerdo que llevaba un vestido de satén negro.

     Tenía yo seis años. Estaba acostada pansa abajo sobre su cama, mis manos estaban sobre mi cara mientras observaba como se arreglaba frente al espejo grande. Estaba entusiasmada por que saldrían después de haber concretado su segundo contrato con una empresa americana en exportar casi 100 millares de tela. Para mis padres era uno de sus mejores contratos, ya que, si seguían pidiendo más, triplicarían el pedido cada mes.

     — ¿Cómo me miro? ¿Me veo elegante? —preguntaba mi madre a través del espejo.

     —Muy bonita mami—el rubio cabello de mi madre estaba recogido de una manera muy elegante en su nuca.

     —Cuando seas grande, tú también podrás arreglarte así—y me regaló una sonrisa. Entró a su gran closet y puso una caja frente a mí sobre la cama.

     —Estas zapatillas, eran de tu abuela. Y un día pasaran a ser tuyas...—levantó la tapadera de la caja, y sacó unas hermosas zapatillas negras, con pedrería discreta. Mis ojos se abrieron de la impresión de la belleza de ellas.

     —Son hermosas mami...un día yo seré una diseñadora de zapatillas...—dije en voz baja mientras observaba ponérselas frente al espejo.

     Me había enamorado de esas zapatillas. 

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