Capítulo 3. Temores

Ana

     Las manos me tiemblan. ¡Esto no está pasando! ¡No! ¡No! Tenía que salir inmediatamente de aquí. Llamo a mi asistente, y aviso que no regresaría el resto de la tarde. Salgo como si nada, pero por dentro estoy aterrada. Miro a los lados, en búsqueda de alguna señal de vigilancia. Pero todos están concentrados en sus áreas. El corazón lo puedo escuchar a toda revolución en mis oídos.

     Phillipe está de pie en la acera del edificio esperándome con la puerta abierta del auto y el rostro serio.

     —A casa, lo más rápido posible. —afirma rápido y cierra mi puerta. Las manos se van a mi rostro con ansiedad, terror y confusión al mismo tiempo. ¿Santiago está vivo?

     ¡Es que no puede ser! ¡Esto no puede estar pasándome! Ahora no estoy segura de nada. Tengo que protegernos. Aislar por completo de todo curioso. Suena mi móvil de nuevo y cuando lo veo, hay otro mensaje, con las manos temblorosas lo abro. Mi mano cubre mi boca para acallar el jadeo de miedo y sorpresa, para que no escuche a Phillipe.

"¿No extrañaste a tu querido y amado esposo?"

     Siento como todos los malos recuerdos llegan de golpe. Era el mismísimo infierno lo que había vivido con él. Y juré no volverlo a pasar. Algo en mi sale a la superficie... amenaza con salir. Las lágrimas solo se han asomado desde esa perfecta y única ocasión y después de seis años...aquí están. Me limpio las lágrimas bruscamente. Cierro los ojos alejando los malos recuerdos. Respiro tratando de calmar mi corazón acelerado y cargado de pánico.

     —No me vas a hacer débil, Santiago. No más. —repito para mí como mantra en todo el transcurso del camino al departamento. He decidido mudarme al Golden Towers hace dos semanas, y todo porque quería más privacidad. Una casa grande con un gran jardín es más fácil que tomaran fotos de lo que con fiereza oculto al mundo. Y hasta hoy, hace seis años se ha mantenido al margen de todo.

     Bajo rápido del auto ya en el estacionamiento subterráneo. No le doy la oportunidad a Phillipe abrirme la puerta. Camino a toda prisa al elevador para llegar al ático. Toco el botón, espero unos minutos. Llegó una SUV Audi negra a mi espalda, me vuelvo rápido y observo al chófer bajarse para abrir la puerta al pasajero. Regreso la mirada a las puertas metálicas del elevador, no puedo dejar de pensar en lo que está pasándome. Me aterra solo pensar que Santiago está vivo y ha dado conmigo. Ha conseguido mi número, y... ¡Dios mío! ¡Vendría a matarnos! Cierro los ojos y trato de calmarme y no darle rienda suelta a mí imaginación, abro mis ojos cuando suena la campana de llegada del elevador, se abren las puertas y entro rápidamente, sin darme cuenta de que está un tipo trajeado a mí lado, no puedo evitar chocar con él.    Inmediatamente pido disculpas, y el balbucea algo, no tengo cabeza para hacer vecinos.   Presiono rápido el botón: Piso 29. Hubiese comprado el ático, pero ya no estaba en venta, ese mismo día a muy temprana hora, estaba vendido. Me enseñaron el piso de abajo a ese y me gustó. Ahora es nuestro hogar desde hace dos semanas.

     — ¿Vive aquí? —la voz del hombre del traje me saca de mis pensamientos, digo que sí, pero sin mirarlo. No dejo de mirar las puertas cerradas— No la he visto. Yo vivo en el Ático. Somos vecinos—me giro hacía él y es un tipo de Deja vú.

     Es un hombre demasiado alto, aún en mis zapatillas de aguja, le llego a los hombros. Descalza me imagino que apenas llegaría a sus pezones. Maldigo mentalmente al imaginar al hombre desnudo. Cierro los ojos rápido para esfumar esa imagen de mi cabeza.

     —Que bien—solo puedo decir eso. Me vuelvo y levanto la mirada a los números, siento que es una eternidad. Es el piso 12 apenas, se abren las puertas, y entra una mujer pelirroja demasiado elegante. Saluda por educación y me hago a un lado. El hombre del traje se hace del otro. La pelirroja sonríe descaradamente al hombre del traje, pero este saca su móvil y comienza a teclear con rapidez. Al mirar de nuevo los números segundos después, la pelirroja se baja en el veinticinco, le sonríe al de traje quien solo muestra una mueca incómoda.

Y antes de llegar a mi piso veintinueve el hombre del traje guarda su móvil.

     —Soy Hudson, ¿Puedo preguntar su nombre? —se abren las puertas en mi piso y antes de salir le contesto.

     —No—y se cierran las puertas llevando al hombre del traje a su piso.

     Camino a toda prisa al departamento, introduzco la clave y la huella de seguridad, al abrirse la puerta…escucho risas. Mi cuerpo se relaja instantáneamente. Está mi hija corriendo por la sala, y detrás de ella Estefany, la niñera y ama de llaves.

     — ¡Mami! —corre hacia mí con rapidez y me inclino para levantarla en mis brazos. La abrazo y hundo mi rostro en su pequeño cuello, su cabello cobrizo cae por su pequeña espalda.

     —Preciosa, te extrañé—la abrazo más. La bajo después y agarra mi mano tirando de ella.

     —Yo también te extrañé, hice un rico postre. Estefany me ha ayudado mucho. —sonríe con sus hermosas mejillas sonrojadas y regordetas, las largas pestañas que adornan esos hermosos ojos azules aletean de orgullo. Ella es idéntica a mí. A excepción del cabello cobrizo, sin duda es de mi madre y de mi abuela. Pero el resto sólo a mí. No tenía nada del hombre del pasado. Es mía.

     Sólo mía.

     —Qué bueno. Hola Estefany, ¿Cómo se portó Gianella hoy? —nos estamos sentando en los taburetes de la barra. Estefany rodea del otro lado, mientras saca el postre del horno.

     —Muy bien, señora Lombardi. Es muy educada, tranquila, y es una de mis mejores clientes pequeñas del edificio—me guiña el ojo simpático, y Gianella sonríe orgullosa.

     —Yo siempre me porto bien, mami—sonreía mostrando su pequeño hueco en sus dientes delanteros. Esta mañana se ha despertado brincando en mi cama, con su diente en mano. Quería como deseo, ir a dejar libros al orfanato de las monjas, quienes enseñaban a niñas a leer y a escribir. Gianella es una niña especial y única.

     Terminamos sentadas Gianella y yo en pijama viendo Mi villano favorito 2. He preparado palomitas con extra-mantequilla, las favoritas de ella, y recargadas una con la otra en el sofá gigante en la sala de estar. Miro el reloj de pared, y ya marcan las 7:40. Tengo que llevarla a darse un baño, y lavarse los dientes para dormir. Mañana es viernes, y tenía sus clases de piano a las 8.

     —Vamos, al baño pequeña—digo mientras apago la televisión. La miro, pero está hecha ovillo en mi costilla. Su boca entreabierta y los mechones cobrizos caen por su hermoso rostro. Es un Ángel.

    La cargo, y pongo su cabeza en mi hombro. Nos dirigimos a su habitación que está al lado de la mía. La pongo en su cama, y la arropo. Murmura cosas que no entiendo. Cierro su puerta, y entro a mi habitación. Busco el móvil, y tengo más de treinta llamadas del mismo número.  Las manos empiezan de nuevo a temblar, pero tengo que ser fuerte. No alterarme, porque eso me impide pensar en claro. Hice un pequeño ejercicio para calmar mi miedo. Tomo aire y luego lo suelto. Mi dedo se desliza por los números de mi agenda hasta dar con uno, y marco.

     —Ana...—su voz me causa un poco de tranquilidad.

     —Él... Él…—el nudo en mi garganta se hace más grande.

     —Lo sé niña, ha estado preguntando en el pueblo por ti, todos aún siguen en estado de shock. Hoy todo mundo sabe que Santiago Coppola, tu ex difunto esposo... está vivo—cierro los ojos y comienzo a llorar.

     —Tengo que esconderme... no puedo permitir... no puede saber que Gianella está viva…—digo entre sollozos.

     — ¡No puedes permitir eso Ana! Yo estaba haciendo maleta para ir a New York, parece ser que tus padres le han informado quién eres en estos seis años, y supongo que le han dado tu número—limpio mis lágrimas bruscamente.

     —No quiero esconderme más, quiero que me deje en paz, y si se llega a enterar de la existencia de Gianella, lucharé con uñas y dientes para protegerla, él... él...—me rompo en mil pedazos.

     — ¡Ana! ¡Escucha! no les va a hacer nada, yo mismo velaré por ustedes, sé el infierno que viviste con él, y tengo pruebas de todo lo que te hizo, si amenaza con algo, sabrá quién es ANA LOMBARDI. ¿Escuchaste? —trato de calmarme.

     —Sí, si te escuché...nada de debilidad—termina de darme detalles de su llegada, y aún a horas altas de la noche, estoy dando a mi asistente indicaciones de la nueva situación. Hablo con mi jefe de seguridad para asegurar más la empresa, y contrato más personal de seguridad. Le mando la foto de Santiago y dijo que no tenía por qué preocuparme. Tengo que ser fuerte por mi pequeña. Ella tiene que estar a salvo y lejos de los ojos curiosos.

     Estoy de pie en la ventana de mi habitación, es la primera vez en mucho tiempo que tomo alcohol. Pero el ardor en mi garganta me relaja. Cierro los ojos y viene a mí un pequeño momento de mi pasado. Cuando descubrí que estaba embarazada de mi pequeña, y la ira de Santiago casi nos destruye.

FLASHBACK

— ¡¿EMBARAZADA?!—tomó mi ultrasonido de dos meses, y agarró mi cabello fuertemente, me arrastró hasta el despacho, pedía a gritos y a llanto que me soltara. Los guardaespaldas podían verme ser arrastrada sin piedad.

— ¡Ayúdenme! —gritaba entre llanto desesperada, pero ellos tenían prohibido siquiera a verme.

Cerró la puerta de golpe, y me tiró al sillón.

— ¡¿Cuándo te revolcaste PUTA?! ¡DIME! ¡LO VOY A MATAR CON MIS PROPIAS MANOS ANA! ¡Y DESPUÉS LO HARÉ CONTIGO Y ESE BASTARDO QUE CARGAS!

— ¡Santiago por favor! —me abracé a mí misma temblorosa, y con pánico.

— ¡No digas que ese bastardo es mío, Ana! —tenía tanto miedo por lo que me fuera hacer, era de armas a tomar. Se acercó a mí, y me abracé a mi cuerpo desesperada por cubrir mi vientre.

Tomó mi rostro y lo levantó hacía él, podía ver la ira, inclusive el infierno en sus ojos. Tenía un plan desde el momento que descubrí que estaba embazada. Tenía que huir de su lado, no podía seguir humillándome, y seguir el maltrato que me daba.

—Soy incapaz de dar hijos. Dime ¿en qué momento te has revolcado? ¡QUIERO NOMBRE! —gritó soltando un fuerte golpe en mi rostro que me hizo ver borroso.

—Santiago... por favor...—balbuceaba. Si no era de Santiago... podría... ¡NO! ¡NO!

Fue hace dos meses, en un baile de máscaras... el alcohol y el deseo se mezclaron entre las sombras.

No sé cómo pasó... pero me había dejado llevar por las emociones, la atracción, el deseo, y por primera vez me sentí querida y deseada.

Por primera vez, había tocado el cielo.

Pero al final era un extraño que no volvería a ver…

FIN DE FLASHBACK

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