Capítulo 6. Advertencia

Molly

     Sebastian y yo hemos devorado nuestras hamburguesas. Hemos platicado de todo un poco, de su próximo viaje a las propiedades de su abuelo que tiene en California, tendría que revisar la nueva uva que ya no tardaba en cosecharse. El sr.  Henry solía hacer esos viajes con Sebastian en estos tiempos, solían irse un viernes, y regresar el día lunes a primera hora.

     — ¿Entonces? —pregunta cuando estoy dando el sorbo final a mi coca cola. Dejo mi vaso y alcanzo la servilleta para limpiar mi boca.

     — ¿Qué? —pregunto confundida.

     — ¿Irás conmigo? —abro mis ojos como platos.

     — ¿A California? —él asiente.

     —Hay muchas cosas que hacer en la empresa, Sebastian.

     —Será el viernes, saldremos al terminar los pendientes, el fin de semana no se trabaja, lo sabes.

     Arque una ceja.

     —Yo…—intento esquivar la invitación y él lo nota.

     —No quieres ir. —Sebastian sonríe.

     Niego rápido.

     —No es eso. —pienso rápido. —Mi madre…sabes que no puedo dejarla sola.

     — ¿Por qué? No recuerdo eso…

     Suelto una risa nerviosa.

     —Vale. Me has pillado. Le tengo terror a las alturas. —miento con todos los dientes.

     —Oh…—se recarga en el respaldo de la silla. —Pánico a las alturas. Recuerdo que se lo habías dicho a mi abuelo en el último viaje.

     Bueno, no era mucha mentira.

     El ir con Sebastian al otro lado del país, era trasnochar durante todo el fin de semana, me llevaría a todo lugar y estaría rodeado de mujeres y querrá emparejarme con un tipo. La última vez que salimos en la ciudad, pasó eso. Desde entonces me juré a mí misma no volver a salir con él, mucho menos viajar.

     —Mucho terror.

     — ¿Si te doy un sedante? —abro mis ojos como platos.

     —Estás loco—soltamos la risa.

     —Bueno, me tocará ir solo. —pide la cuenta para irnos.

     Son las seis de la tarde, estoy en mi escritorio repasando la agenda de mañana, había contestado correos, había terminado de planificar asuntos que le correspondían a Sebastian. Henry no había salido de presidencia, su hermano dice que la orden de comida se había quedado sin abrir en el escritorio.

     — ¿Te falta mucho? —levanto la mirada cuando escucho a Sebastian. Lleva su maletín, señal de que se marcha.

     —Un poco, me llevará como media hora más. —digo algo distraída con los documentos que estoy ordenando para archivar.

     — ¿Quieres ir con mis amigos a cenar? —niego.

     —No puedo, ya hice planes con mi madre. —él tuerce sus labios.

     — ¿Qué planes? —pregunta, intrigado.

     —Le ayudaré a cocer sus muñecos para el orfanato donde los regala. —Sebastian se sorprende. Se acerca y deja medio trasero sobre mi escritorio, del otro lado donde me encuentro frente a la pantalla de la computadora.

     —Eso no sabía. ¿Hace muchos? —asiento.

     —Cada mes, entrega doscientas piezas, nos quedan como diez. El viernes próximo los entrega.

     —Oh, son muchos. ¿Quieres que les ayude? —desvío la mirada de la pantalla al escuchar eso.

     Me bajo los lentes de mi nariz y arqueo una ceja.

     — ¿Y tus amigos? ¿La cena? —él hace una mueca.

     —No tengo tantos ánimos. Además, la hamburguesa está ocupando un ochenta por ciento de mi estómago. Puedo cancelar y acompañarlas.

     — ¿Sabes tejer? —él suelta una risa.

     —Es lo primero que…—se detiene, es como si recordara algo.

     —Lo siento… yo…—intento disculparme.

     —No te preocupes, en el internado es básico aprender eso. Henry era pésimo. —soltó una risilla para sí mismo.

     —Hablando de tu hermano. ¿Tengo que esperarlo hasta que termine? —Sebastian levanta y baja sus hombres, en señal de que no sabe.

     —Tu horario es a las seis y cuarenta y cinco. No más. Si él tiene aún trabajo, se queda. Pero tú no, ¿entendiste?

     —Sí, jefe. —él niega.

     —Solo soy Sebastian, nada de jefe.

     —Entendido. —regreso la mirada a la pantalla y sigo archivando documentos y actualizando el sistema.

     Sebastian se despide y se marcha quedando que para otro día nos acompaña a tejer muñecos.

     Sigo tecleando, estoy muy concentrada, me detengo por un momento para masajear una parte de mi cuello que está entumido.

     —Eso agrada…—susurro para mí, cuando mi mano masajea esa parte adolorida por lo entumido, es cansado estar en una posición frente a la computadora. Sale un gemido de satisfacción y lo dejo para seguir tecleando.

     — ¿Aún no termina? —brinco en mi lugar cuando escucho la voz de Henry, volteo hacia mi lado derecho que es donde se encuentra la oficina de presidencia, tiene medio cuerpo cubierto por la puerta.

     —E—Estoy a punto de terminar. ¿Necesita algo? —puedo ver su sonrojo en las mejillas, ¿Qué he dicho?

     —Necesito hablar con usted. —y luego azota la puerta al cerrarla, arrugo mi frente confundida.

     Termino lo último a velocidad rayo, apago el sistema, pongo mi bolsa a la mano ya que al salir de presidencia me marcho a casa.

     Alcanzo mi libreta y la pluma, toco con mis nudillos y escucho cuando avisa que puedo pasar, entro y cierro la puerta detrás de mí.

     Encuentro a Henry a un lado del mueble de las bebidas que está en un rincón de la oficina.

     —Mañana a primera hora necesito el informe de las ventas de los tres meses anteriores. —asiento anotando a toda prisa en la libreta.

     —Anotado. ¿Otra cosa más? —al finalizar la pregunta levanto la mirada.

     —Necesito que llame a Natasha Rosman, es…—me adelanto.

     —La asesora de bienes raíces.

     Henry abre sus ojos con sorpresa, no puedo evitar mostrar una sonrisa de eficacia.

     —Sí, gracias. Dígale que necesito un departamento temporal en la ciudad lo más cerca de la empresa. —se vuelve hacia el mueble y alcanza la copa de cristal. Me doy cuenta entonces que está bebiendo y no es la primera al ver la botella vacía en el escritorio del sr. Henry.

     Lo anoto.

     — ¿Otra cosa? —se toma de un sorbo la mitad de la copa, agita su cabeza como si fuese fuerte el licor. Se gira hacia a mí, deja la copa sin fijarse que va a caer y cuando estoy a punto de decirle, la copa cae y se hace añicos en el mármol.

     —Llama a limpieza cuando salga. —camina hacia el escritorio con paso furioso. Estoy a punto de irme, pero me detengo.

     — ¿Señor Goldberg? —él se detiene, se ve tan atractivo en aquella camisa de vestir con sus mangas remangadas hasta los codos, cae por su frente unos mechones castaños. Dios, sí que le queda todo eso de dios griego.

     — ¿Si? —pregunta al notar mi silencio.

     —Respecto a lo de ayer en la noche…—se sonroja, vaya que si lo hace.

     —No ha pasado nada, señorita Marshall. —detiene sus próximas palabras, puedo ver como tensa su quijada y la vena del cuello resalta, se vuelve hacia a mí, luego camina la distancia que nos separa. — ¿Por qué si eres señorita? ¿Verdad? —la forma en que lo dice me irrita, aprieto mis labios para callar unas cuantas cosas que le vendrían a la perfección en este momento.

     —Claro que soy señorita, —hago un movimiento de barbilla, desafiante. —Aún no me caso.

     Sus cejas se levantan con sorpresa.

     — ¿Tiene planes de hacerlo acaso? O…—se por donde va.

     —Sí, en un futuro no muy lejano, así que por el momento soy “Señorita” aunque le cueste más.

     Arquea una ceja.

     — ¿Acaso tiene novio? —niego.

     —Prometido. —miento. ¿Por qué este hombre me pone así? ¿No bastaba ya con solo escucharlo todos los días durante casi cinco años por teléfono cada mañana y a veces por la noche antes de irme a casa?

     Henry se queda mudo.

     — ¿Lo sabía mi abuelo? —arrugo mi entrecejo.

     —Sí…—como si fuese obvio.

     Se cruza de brazos, es como si le hubiese caído un balde de agua fría. ¿Por qué reacciona así? Si soy una hermosura de humano, bueno, que miente solo para que deje de mirarme de esa manera tan extraña –que lo ha hecho desde el funeral que lo conocí por primera vez— suelto un suspiro.

     —No lo sabía. —susurra para sí mismo, pero lo he escuchado a la perfección.

     — ¿Cuál de todo? ¿Qué no era amante de su abuelo? ¿Qué estaba sentimentalmente ligada a un buenorro que pronto va a desposarme? — ¡Calla, Marshall! Es que saca lo peor de mí…

     — ¿Por qué has aceptado todo lo que te dejó mi abuelo? ¿Por qué dejas que otras personas piensen cosas que no son a primera vista? —me tenso, luego repaso cada palabra que ha salido de su hermosa boca, ladeo mi rostro.

     —Creo que no es mi problema que “otras” personas piensen cosas que no son a primera vista, eso es juzgar a las personas sin conocerlas, ellos pueden encontrar su “error” al suponer que en realidad las cosas no son como lo tenían en sus cabezas, simple, es cosa de ellos. ¿Por qué acepté? Me reservo esa respuesta para mí. ¿Otra cosa, señor Goldberg? —finjo mirar la hora de mi reloj para darle a entender que es tarde.

     Sigue sin palabras, solo observándome detenidamente. Levanta su dedo índice y la acerca a mi mejilla.

     —Se te hace un hoyuelo en esta parte…—su tacto es cálido, mi respiración se agita, mi mano se va automáticamente a donde ha tocado, luego retrocedo un paso.

     —Herencia familiar. Si no se le ofrece nada, le informo que me retiro. —Él sigue observándome en silencio, como si fuese yo una obra de arte, —oh, vaya, quizás y sí— trago saliva, muy incómoda y luego observo cuando niega. —Buenas noches.

     Me retiro a toda prisa de esa oficina, llego a mi escritorio y alcanzo mi bolsa, dejo en la superficie de este la libreta y la pluma, camino hacia el elevador, presiono rápido el botón. Mis manos sudan. Entonces recuerdo que no me dio una disculpa por haberme besado ayer en el elevador, miro los números que apenas van a dejar a alguien en el lobby, lanzo una mirada hacia el pasillo, miro la hora.

     —No tardará más de cinco más de cinco minutos. Hay que aclarar eso.

     Camino hacia presidencia, decidida a ir por mis disculpas.

     Toco de nuevo, escucho que pase, cuando lo hago, está donde lo he dejado.

     —Pensé que ya se tenía que ir, señorita Marshall.

     —Regresé por mis disculpas.

     Se sienta en la orilla del escritorio y se cruza de brazos, luego me mira con aquellos ojos azules.

    “Yo también los tengo azules. Incluso más hermosos que los tuyos.”  

     — ¿Por sus “disculpas”? —pregunta, irónico.

     —Sí. Y si pasó algo ayer en la noche en el elevador, usted…—sin querer lo señalo con mi dedo índice de forma acusatoria. — ¡Me besó a la fuerza! ¡Solo para comprobar algo que no es cierto! —me enderezo. —Quiero mis disculpas.

     Puedo ver una sonrisa en sus labios. Por dios, debería ser pecado que sonría de esa forma.

     —Está bien. —se pone serio. Levanta la mirada y suelta un breve suspiro por lo bajo. —Disculpa por pensar cosas que no son y por haberla besado a la fuerza o por impulso ayer por la noche en el elevador.

     —Gracias. —digo sincera. Me vuelvo hacia la salida, cuando voy a abrir la puerta se cierra bruscamente, levanto la mirada hacia arriba y una mano la bloquea, siento su cuerpo cálido detrás del mío. No me muevo, incluso creo que dejo de respirar.

     — ¿Y mis disculpas? Creo que ayer en el elevador me has golpeado lo más preciado que tengo, incluso podría decir que he sufrido de maltrato físico. —Arqueo una ceja, entrecierro mis ojos, me vuelvo lentamente hacia él con el poco espacio que se me permite, levanto la mirada y ahí está, su sonrisa burlona, bueno, así la miro yo.

     —Es lo que se merecía por hacer lo que hizo. —sus ojos azules bajan a mis labios, puedo ver como los mira.

     — ¿Y si me arriesgo a besarte en este momento recibiré otro de esos ataques “ninjas”? —suelto una risa sin poder evitarlo, ese gesto arruina mi pose de seria y desafiante. Él hace lo mismo, luego ponemos caras de serios.

     —Aparte de recibir uno, le diré a su hermano que sufro de acoso sexual en la oficina. —él no se mueve, no dice nada.

—Al diablo con mi hermano. —sus labios atrapan los míos, mis manos buscan separarnos, pero él es más fuerte, sus labios son cálidos, húmedos y yo… m****a, esto no puede pasar, no puede pasar por nada del mundo, solo puedo fantasear más no hacerlo realidad, él tiene prometida… ¿Y tú, mentirosa? Abro mis ojos y muevo mi rostro para que no me siga besando.

     —No, no, no, no. —siento en su boca el aliento a alcohol. —Está borracho…—él intenta volver a besarme, pero ahora soy más rápida, levanto mi rodilla y vuelvo a golpear, él cae a mi lado sobre la alfombra.

— ¡Mierda, m****a, eso duele! —se queja.

     —Le he dicho que lo haría, sobre aviso, no hay engaño. Buenas noches, señor Goldberg.

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