Capítulo 7. "El juego de Fabio"

Diana

  Desperté a mitad de la noche con la boca seca y mucha sed. Entonces me levanto y me dirijo hacia cocina. 

 Bajo las escaleras, tratando de no hacer ruido y con cuidado de no tropezar. Pues está todo muy oscuro aún. 

  Ingreso a la cocina, pero me detengo porque está tan oscuro y yo todavía media dormida, que creo ver la silueta de una mujer sentada al final de la mesa. Se agita mi respiración por el susto, y prendo la luz.

  Al parecer era la interposición entre un saco colgado en la silla y un jarro en la mesa lo que dio el aspecto de esa confusa sombra.

  Respiro aliviada, y continúo mi camino hasta la heladera para sacar una botella de agua fresca. Mientras bebo pienso, que es todo producto de una sugestión. 

  Guardo la botella en la heladera, y salgo de la cocina pero, al apagar la luz, ¡Tengo a alguien frente a mí! Y doy un sobresalto. Vuelvo a encender la luz que todavía tengo a mano.

- ¡Ay! ¡Qué susto Daniela! - Pero no me responde. Sólo observa fijo como si estuviese perdida - ¿Dani? - Paso mi mano por delante de sus ojos y no pestañea - ¿Hola?

  Entonces la guío abrazándola para llevarla nuevamente a su cama. Me planteo si sería buena idea cerrar su puerta para que no se salga. ¡Podría caer por las escaleras!

  Se me ocurre que mejor sería dormirme a su lado sólo por esta noche, para asegurarme que no vuelva a irse de la habitación. 

  Sóno lejanamente el sonido del despertador en mi habitación. Me estiro y bostezo, en la cama de mi hermana, antes de levantarme para ir a apagarlo. 

  Me visto con mis clásicos jeans y camisa blanca, zapatos negros, y luego de desayunar, vamos rumbo al trabajo con mamá. 

  Espero que baje el ascensor. Una vez que llega y se abren sus puertas, entro. Se está por cerrar pero el pie de alguien que desea subir, logra interrumpir el cierre. Es Leopoldo Dos, el de mantenimiento.

- Buen día señorita.

- ¡Hola! Buen día. ¿Hacia dónde se dirige?

- Hacia el primer piso. Reunión del personal - Responde sonriendo.

- OK, aquí vamos - Marco el botón correspondiente. 

 Se abren las puertas en el primer piso y Leopoldo sale. Yo, en cambio, sigo subiendo hasta el tercer piso.

  Llego a mi destino. Abro la puerta de mi oficina, acomodo mis cosas y enciendo la radio para escuchar un poco de música. Por curiosidad, comienzo a revisar los viejos archivos del mueble que tengo detrás, aunque no encuentro nada interesante. Al dar la vuelta doy un sobresalto.

- ¡Ay! No lo escuché entrar - Le digo a Leopoldo Uno, que está frente a mí. 

- Vengo a abrirle la persiana - Dijo, y fue directo a hacerlo.

- Oh, ok. Está bien, gracias - y al cabo de decir esto, suena el tono ruidoso del viejo teléfono.

- ¿Di? ¿Qué estás haciendo? - Pregunta mi madre.

- Hola, mamá. Aún no tengo nada para hacer, ¿Por qué?

- Acá estamos en una reunión. Si quieres, puedes venir. Hay un poco de comida y jugo.

- ¡Genial! A ver, espera - aparto el teléfono y le pregunto a Leopoldo si va ir, pero parece no escucharme.

- ¿Con quién hablabas hija?

- Con Leopoldo. Está aquí abriendo la persiana.

- Pero Diana, ¡Leopoldo está aquí!

- No, el otro Leopoldo. El que es guardia de seguridad.

- Diana... ¡No hay ningún guardia con ese nombre! Y todos los de seguridad están acá. ¿Con quién carajos estás?

  Sentí cómo se me bajaba la presión y un frío recorría mis brazos. Aún tenía el teléfono en el oído y escuchaba a mi madre preguntándome lo mismo una y otra vez "Diana ¿Estás sola? Diana, ¡baja ahora mismo!"

  Pero no podía dejar de mirar a ese hombre que estaba de espaldas ¿Quién era y qué hacía aquí? Entonces, lo único que se me ocurrió fue levantarme y decir que ya volvía, aunque era evidente que no me escuchó debido a su sordera propia de la vejez.

  Estaba muy asustada como para esperar que suba el ascensor. Decidí bajar por las escaleras hasta llegar al piso donde estaba mi madre. Tan fuerte bajé corriendo, que en uno de los descansos resbalé y tropecé con tanta mala suerte, que al caer sentada me di un fuerte golpe en el coxis, y con el testigo que menos hubiese deseado tener: Fabio Ruggerio.

-  ¿Estás bien? - Preguntó mientras me ayudaba a ponerme de pie.

- No lo sé. Me duele un montón- Respondí con mis ojos empapados de lágrimas por el dolor. 

- Llamaré a alguien para que te revise.

  Mi madre estaba llegando a mi encuentro, y se asustó muchísimo al verme así. Pensó que ese hombre que estaba en la oficina, me podría haber hecho algo.

- ¿Qué pasó hija? ¿Te hizo algo?

- No, mamá. Me caí bajando las escaleras.

- ¿De quién están hablando? - Preguntó Fabio.

- Parece que hubo un extraño hoy en su oficina - Dijo mi madre mirándolo a los ojos - Y se hizo pasar por alguien más. 

- ¿Cómo es posible? ¡Mandaré a revisar todo el tercer piso! - Dijo Fabio.

- ¡No! ¡No se hizo pasar por nadie! Yo creí que era alguien que trabajaba acá - Aclaré, sin poder enderezarme aún. 

- Pero dijiste que era guardia de seguridad - Recordó mamá. 

- Sí, ya sé. Pero nunca me dijo su nombre - Dije, suspirando de dolor.

- Bueno, ¡Lo averiguaremos! - Prometió Fabio.

  Me llevaron hasta una oficina y ahí esperé parada, para no sentir dolor al sentarme. Llegó un médico, y me dijo que no había de qué preocuparme. Me colocó un inyectable e indicó antiinflamatorios.

  Por mientras, los guardias buscaban a ese misterioso hombre del tercer piso con las descripciones que les di. Pero, al cabo de media hora, volvieron sin resultados. No sé si me daba más miedo pensar, de que se tratase de una persona real, o de un fantasma. 

- Al parecer está todo normal. No hay indicios de que haya forzado una puerta, ventana o haya sustraído objetos - Dijo uno de los guardias.

- ¡Lo sé! Pero es que nunca lo vi en algo sospechoso. Era como si trabajase acá. Hasta me ayudaba a abrir la persiana - Los dos guardias se miraban y ya sabía lo que estaban pensando. ¡Qué estaba loca o mientiendo!

- Bueno, como sea. Estaremos más atentos a los que ingresan y salen del edificio. Revisaremos las cámaras de seguridad para ver quienes subieron o bajaron al tercer piso hoy.

- Eso estaría genial - Dijo mi madre.

- Gracias, manténganos informados - Pidió Fabio.

Mi madre regresó a la reunión y conmigo se quedó su jefe. 

- Tranquila. Hablé con los empleados y mañana ya podrás cambiarte de oficina. No tendrás que pasar más por algo así. Te pido disculpas, Di.

- ¡Qué bueno! Pero no tienes la culpa de nada. Al contrario, te agradezco por lo que haces.

- ¿Y? ¿Cómo van las ideas para el evento de San Valentín? - Preguntó. 

- Creo que bien, aún sigo averiguando por mi lado más acerca de eso. Y viendo qué puedo aportar.

- Me alegro. Igual, ahora puedes irte a descansar. Lo que sea, podrás hacerlo desde tu casa seguramente - Besó lentamente mi mejilla, el tiempo suficiente para poder oler su fuertísimo perfume una vez más. 

- Gracias, Fabio - Dije atontada con su perfume. Se fue, pero enseguida volvió hacia mí. 

- ¿Estás segura de que puedes irte sola? Mejor te llevo - ¡Es el hombre más atento que conocí en mi vida! Por supuesto que acepté.

  El inyectable había hecho efecto, y ya no tenía tanto dolor. Me permitió disfrutar del breve paseo en el lujoso auto con él.

- ¿Y? ¿Mucho mejor? - Preguntó mientras cambiaba de radio.

- ¡Sí! Muchísimo mejor. ¿No te dicen nada por irte del trabajo así? - Me miró con sus impactantes ojos y soltó una carcajada.

- Jajajaja ¿Qué pueden decirme? Están todos en reunión menos yo. Es mi permitido hoy. Cualquier cosa me llamarán o me lo dirán mañana.

- Ah, por supuesto. Jaja.

- ¿Tienes apuro? ¿O podemos pararnos de pasada en mi casa? - ¿Era en serio lo que estaba escuchando? ¿Me estaba pidiendo que lo acompañe a su casa? 

- Por mí no hay problema. Vamos - Intentaba mostrarme relajada, pero la verdad es que las manos me sudaban.

- ¡Genial!

  Estacionamos afuera. Pero sólo se bajó él y me dijo que ya volvía. Una vez que entró, sólo podía pensar en el perfume que emanaba su cuello, que incluso estaba impregnado en el auto. Cuando menos lo pensé, había tomado en mis manos su campera que dejó en el asiento y estaba disfrutando de su fragancia. ¡Podría embriagarme con este olor!

  Fue un incómodo descuido, ya que al levantar mi vista ¡Él me estaba observando por la ventana! ¡Por Dios! ¿Cuántas veces más voy a pasar vergüenza con este hombre?

- Perdón, yo solo... Intentaba oler si la campera era el origen del perfume de tu auto - Dije totalmente ruborizada.

- ¿En serio? Yo no siento nada. O será que ya se me a acostumbró el olfato. Bueno, en fin. Venía a preguntarte si quieres bajarte para no esperarme dentro del auto. Puedo convidarte jugo.

- Oh, claro. Sí, bajaré - Era en un cincuenta por ciento para complacerlo, y otro cincuenta, por curiosidad de conocer la casa de mi ahora, amor platónico.

  Por fuera me hubiese sido imposible adivinar cómo era esa tremenda mansión. La fachada exterior me lo impedía. Las paredes eran altísimas como para verla. La entrada era parquizada con abundante césped verde y había un camino de piedras, cercado con flores de todos los colores, hasta la casa.

 Habían enormes ventanales, pero por fuera no se veía el interior. De seguro que por dentro, sí. Ingresamos y la primer sala era un lujoso living. No había absolutamente una pista de tierra ahí. Estaba todo impecable.

  Fuimos hasta la cocina donde me sirvió jugo y sacó un frascos con galletas.

- Si fueses mayor te ofrecería algo distinto para tomar - Bromeó.

- ¿Ah, si? Te sorprenderás al escuchar entonces que por lo menos champagne y vino blanco he probado - Pero la verdad, mucho no me gustaba.

- Bueno, de todas formas, aún eres menor para esas cosas y debo cuidarte - Sonrió. Su forma de cuidarme me parecía tierna pero a la vez chocante, porque me recordaba que él era mayor y yo no.

- Puedo cuidarme sola, aunque no parezca.

- No tengo dudas - Tomó una galleta y se la llevó a la boca - ¿Me aguantarías a que me bañe? La ropa del trabajo me hace transpirar demasiado. Pero si estás apurada a la vuelta lo haré - Observé el reloj de pared y aún disponía de tiempo de ventaja para llegar a casa.

- Sí, por mi no te preocupes. Te espero - Por dentro me preguntaba si habían segundas intenciones al traerme a su casa y pedirme que lo espere. 

- Puedes ver tele o ir al patio si quieres - Dijo, mientras se iba para subir las escaleras.

- Genial. Te espero acá.

  No soy mucho de ver televisión, pero la encendí sólo para que al volver vea que le hice caso. Estuve unos diez minutos, y no pudo con mi aburrimiento. Salí al patio por la puerta de la cocina.

  ¡Qué hermoso patio, por Dios! Me haría una enorme fiesta aquí. Árboles frutales por doquier, todo tipo de plantas. Y el césped enorme, en perfectas condiciones. Ni hablar de la gigante piscina.

  Me acerqué hasta sentarme en esa lujosa piscina. Toqué el agua con mis manos, estaba helada pero especial para el calor que hacía en ese momento.  Retiré mis zapatos y metí mis pies.

  Desde ahí observaba la casa, con todos sus ventanales de la parte trasera. Pero vi algo que me llamó sumamente la atención: Estaba viendo lo que creía que era la habitación de Fabio. Y los vidrios me permitían ver algo de su interior.

  ¿Fabio estaba ahí? Sería mejor entonces no mirar, porque no vaya a ser que esté... ¡Desnudo! Ay, lo vi. Sin querer, ¡Lo vi! ¿Por qué hice eso?

  Pero la verdad, es que ahora no puedo dejar de mirarlo. Su cuerpo es tan hermoso como cuando tienes ropa puesta. Si bien no puedo verlo con detalles desde aquí, se puede apreciar bastante bien. Ojalá no se de la vuelta y me descu...bra. ¡Creo que me vio!

Doy la vuelta para disimular. El tiempo suficiente para que se retire de mi campo de visión. Vuelvo a girar y ya no está. 

  Me planteo las siguientes cosas. Él me dio la opción de salir al patio. ¿Por qué andaría desnudo cerca de la ventana sabiendo que yo puedo salir y verlo? Por otro lado, podría haber juntado las ventanas cuando me vio, pero no lo hizo. ¡De seguro quería que lo viese así!

  Ingreso de nuevo a la cocina al cabo de unos minutos. Escucho sus pasos, de seguro ya salió de bañarse. Entra donde estoy yo, pero no puedo creer lo que estoy viendo. ¡Se tomó el atrevimiento de venir cubierto sólo con una toalla blanca, dejándose ver su musculoso torso desnudo! Este hombre me quiere infartar.

- Perdón si te hice esperar mucho. Voy a buscar ropa que tengo tendida afuera - Dijo y salió al patio.

  Yo estaba sin palabras. No podía disimular mirarlo sin insinuarle cuánto lo deseaba y disfrutaba mirarlo. Volvió a ingresar y notó que miraba hacia otro lado esquivando observarlo.

- Diana.

- ¿Sí?

- ¿Puedo preguntarte algo?

- Sí, claro - Dije, con mi mirada aún apartada.

- ¿Tan feo te parezco, para que no me quieras mirar? - Por Dios, ¿Cómo salgo de esta?

- No, no. No es eso. Lo hago por respeto. Estás casi desnudo - No quería decirlo, pero me hizo hacerlo.

- No es cierto, tengo una toalla puesta - Dijo riendo - Pero bueno, perdón si te incomodé.

- Está bien - Dije sin poder contener la risa - Es la falta de costumbre.

- ¿Te gustan los juegos? Se me ocurrió uno ahora mismo.

- Depende de qué juego - Respondí llena de intriga.

- Sólo tienes qué decirme por si o no. Es la primera regla - Comenzó a reír- una regla que acabo de inventar, por cierto.

- Está bien. Sí. Acepto.

- Ok. La primer consigna es... Que debes poder mirarme por lo menos dos minutos. Sin apartar la vista.

- Eso no parece tan difícil. Lo haré - Para agregarle diversión, se me ocurrió contar hasta tres - Uno... Dos... - Antes de llegar a tres, me pregunté si habría una trampa como por ejemplo, que se retire la toalla. Me puso nerviosa la idea - ¡Tres!

  Giré mi cabeza hacia él. Que estaba parado al lado mío. Su toalla seguía en el mismo lugar. El juego comenzó y lo debía mirar ¿Al rostro? ¿A su cuerpo? ¡Eso no me aclaró! Y por favor. No sé si me cuesta más mirarlo a los ojos, a la boca, a su torso desnudo y marcado, o su toallón recubriendo su intimidad. ¿Cómo llegamos hasta acá?

  Me ponía nerviosa y él lo sabía. Jugaba con mi curiosidad inquieta e inocente. No podía hacer nada que implique pasarme de la raya con el jefe de mi madre y, ahora, mío.

  Pero la verdad es que, pasé tanto tiempo preocupándome en cómo lo observaba, que había notado que él también me observaba de modo intenso. Atento a cómo le respondía en su juego.

  En esos dos minutos, él sólo sonreía. Divirtiéndose viendo lo ruborizada que estaba al ver ese cuerpo tan deseable, y controlando los segundos que quedaban por mirarlo.

- ¡Listo! ¡Lo lograste! - Dijo entre risas.

- ¡Sí! ¡Lo hice! - E hice una pregunta que me costaría mi vergüenza nuevamente - ¿Qué me gano?

- No lo había pensado - Dijo frustrado - Pero ya se me ocurrió algo. Puedes elegir entre dos opciones. Las anotaré en estas notas y tendrás que elegir una.

  Estaba más relajada y totalmente en confianza con él. Mi deseo por Fabio era cada vez más fuerte y no quería irme más de ahí. ¡Estaría dispuesta a hacer todo lo que mi pida también!

  Escribió las dos notas y las puso dentro de un frasco.

- Ok. Aquí vamos con los premios... O mejor dicho, con otro juego. Los premios los vemos al final. ¿Sí? - Me acercó el frasco y me pidió que saque un papel.

  Introducí mi mano y saqué uno. Lo abrí y al leerlo, la mano me temblaba de vergüenza. 

- No sé si pueda hacerlo - Dejé la nota sobre la mesa.

- ¿Por qué no? Yo sé que sí puedes. Sólo necesitas confiar un poco más en ti. ¡Ánimo!

- ¿Puedo ver qué decía el otro papel? - Aunque quizás, era algo peor.

- No... Estarías rompiendo reglas. ¿Te doy una ayuda? 

- ¡Sí, por favor!

- Te sugiero la piscina... El borde de la piscina tiene un poder de desinhibir inexplicable.

- De acuerdo ¡Lo haré! - Y así acepté el difícil desafío de modelar para el sexy y guapo Fabio. ¿Cómo se supone que iba a ponerme a su altura?

- Tengo para darte la opción de disfrazarte, también. No creas que es la gran cosa, sólo tengo algunas pelucas y antifaces. Pero, puedes hacerlo con tu ropa si te sientes más cómoda. 

- ¡Quiero ver! - Dije sin dudarlo. 

  Subió al primer piso y de ahí trajo un cofre lleno de lo que me había dicho. Antifaces de todos los colores y brillos, pelucas, etc. Me la jugaría porque a este hombre le gusta organizar fiestas seguidas, seguramente. En ese transcurso había cambiado la toalla por un short. Pero aún tenía el torso desnudo.

  Fuimos hasta la piscina y comenzó el juego.

- OK. Veamos... Mejor cúbrete los ojos - Tomé un antifaz fucsia con plumas negras y strass plateados. Y una peluca color pelirrojo corta. Me hice un rodete para cubrir totalmente mi pelo. - Aquí vamos.

  Hice un nudo en mi camisa blanca para acortarla. Tenía que aprovechar mis atributos naturales. Me coloqué los accesorios, y partí desde el otro extremo de la piscina.

- ¡Ya puedes abrirlos! - Exclamé, y podía ver fascinación en su rostro al verme caminar así.

- ¡Guau! ¡Toda una experta despuésde todo! 

- Es la magia de la piscina - Respondí inclinando el antifaz hacia abajo y guiñando un ojo. Di un par de vueltas mientras desfilaba y me dirigía hacia él. 

- Me dará gusto en contratarte para mi agencia de modelos - Su ¿Qué?. La sonrisa se me desfiguró.

- ¿Cómo dices? ¿Tienes una agencia de modelos?

- Sí. Te dije que soy empresario, ¿No? La agencia es otro de mis rubros.

- ¡Guau! Tú sí que estás lleno de sorpresas... 

- No quería aburrirte hablándote de mí. Sino hace rato te hubiese contado. - Atractivo y también modesto.

- No me aburre. Al contrario, me pareces una persona cada vez más interesante.

- ¿De verdad lo crees? 

- ¡Claro! No me aburriría nunca de escucharte.

- Diana... Hay otra cosa que debo decirte, antes de seguir con estos juegos - Mi corazón empezó a latir por fuerza, intrigado por lo que podría llegar a salir de esa boca.

- ¿Qué sucede?

- Me siento fatalmente atraído por ti, cómo hacía mucho no me sucedía. Pero soy un hombre correcto. ¡No podría estar con una menor! Y menos si se trata de la hija de una asistente - Se acercó bastante a mí, tanto que podía sentir su respiración - No sabes lo frustrante que es para mí, tenerte tan cerca ahora y no poder besarte ni tocarte. ¡Te deseo con locura, y entre menos te tengo, más loco me vuelves! - Dijo con rabia en su voz - No estoy acostumbrado a no alcanzar lo que quiero. Podrás entender mi dilema.

- Fabio, yo... No sé qué decirte. 

- Sólo quiero saber una cosa: ¿Te gusto? ¿Sientes algún deseo por mí?

- Eres el jefe de mi madre, no debo. Pero sí. La verdad es que, desde el día en que te conocí, no paro de pensar en ti - Aun estábamos muy cerca, pero sin tener contacto - Recuerda que en cinco meses seré mayor de edad. No debería ser impedimento eso... - Me acerqué más dejándome llevar por mis deseos, rozando nuestros labios.

- ¡No! ¡No puedo! - Se alejó de mí - ¡No sabes en los problemas que nos podríamos meter! - Quedé terriblemente avergonzada por su rechazo.

-  ¡Bien! ¡Si es lo que quieres! - Y me fui totalmente ofendida de ahí, hasta que recordé que él debía llevarme a casa - ¿Me llevas o no?

  Entré a la cocina antes que él, y aproveché para tomar el papel que quedó sin elegir en el frasco. Lo guardé en un bolsillo para leerlo una vez que esté en mi casa.

  Subimos al auto. Había cierto silencio incómodo, y él comenzó a hablar antes de arrancar.

- ¿Podemos hablar? - Preguntó.

- ¿De qué? - Respondí ofendida.

- De esto... No fue mi intención rechazarte.

- ¡Eres el primer hombre que me seduce e instantes después me rechaza! ¿Cómo quieres que no me ofenda?

- No lo veas así. Sólo quiero hacer las cosas bien. Cuando cumplas dieciocho podremos...

- ¿Y quién te dice que estaremos vivos para ese entonces o no estarás con alguien más? - Dije en tono de enojo - Me sostuvo firmemente la cabeza en forma desprevenida y me dio el mejor beso de toda mi vida. ¡Fabio es un gran besador! No quería que terminase más ese momento.

- Yo podría esperarte. Vales demasiado la pena como para dejarte ir - Dijo con su rostro apoyado de frente al mío. 

- No hace falta esperar. Podemos estar juntos en secreto hasta mi cumpleaños.

- No puedo correr riesgos...

- Por favor - Lo besé - guardemos el secreto. No perdamos esto.

- Sólo en secreto hasta Julio. Sólo besos, sólo caricias... Hasta ese entonces, no haremos nada más. ¿Hecho?

- OK ¡Hecho!

- Otra cosa... ¿Eres virgen?

- Sí. 

- ¿En serio? - Preguntó incrédulo. 

- ¡Sí! ¿Por qué?

- Genial. ¡Ahora me siento más culpable que recién! ¡Tengo muchas responsabilidades con respecto a ti, Diana! Espero que lo entiendas todo lo que estoy arriesgando.

- No tiene por qué ser tu responsabilidad. Es mi decisión también. ¿Sabías que soy la única de mis amigas que lo es? ¡No es lo común a mi edad!

- Esto es diferente, Di. 

- No me importaría perderla contigo - Me acerqué a su cuello y comencé a besarlo, en un intento por aumentar su líbido. Pero fui interrumpida nuevamente.

- Esperaremos.

  Al dejarme en casa y bajarme, esperé que se marchara y abrí el papel que quedó sin elegir para leerlo: "Retirarme la toalla con los ojos cerrados". Uff... Después de todo elegí lo más fácil.

  

  

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