Capitulo III

Luego de instalarme en la pequeña habitación de “El Cóndor”, decido salir a ver la escena del crimen. O, mejor dicho, el lugar donde recuperaron el cuerpo, porque ni siquiera han dictaminado la causa de muerte, mucho menos han dicho algo sobre el presunto asesino, si es que lo hubo.

Tomo mi bolso de mano y me dirijo a la salida cuando mi camino es interceptado por un viejo conocido.

—Estaba seguro de que Reyes iba a mandarte a ti a cubrir esto. —dice a modo de saludo.

—Hola para ti también ¿a quién más iba a m****r? Ambos sabemos que soy la persona indicada para el trabajo, Fabián. —respondo condescendiente he intento eludirlo para seguir mi rumbo, pero él se mueve en mi dirección cortándome el paso.

—¿Puedo acompañarte?

—No sabes a dónde voy.

—Da igual, este pueblo fantasma es extremadamente aburrido, prefiero tu compañía.

—El sentimiento no es mutuo. Trabajo mejor sola. Problemas de concentración. —me disculpo y finalmente consigo seguir mi camino.

Me apresuro a subir a mi auto y escapar de su presencia para evitar que me siga, aunque estoy segura de que ya debe haber estado en el lugar donde encontraron a la niña.

Siguiendo las indicaciones de uno de los habitantes del lugar, llego sin mucho inconveniente al descampado, morada final de la niña del río. La multitud curiosa ha descendido desde que ayer vi las noticias, pero aún se encuentran algunos efectivos apostados en la zona y otros reporteros junto a sus cameramans o acompañados de anotadores digitales.

Tomo mi libreta y mi lapicera, me siento más cómoda escribiendo en papel cualquier idea que cruce mi mente, aunque la tecnología nos ha facilitado mucho la vida no se puede confiar del todo en ella. Por otro lado, el papel siempre será un fiel y confiable compañero.

Por suerte, opté por ponerme deportivas o estaría atrapada en el lodazal bajo mis pies. A paso firme, me acerco lo más que puedo a la zona acordonada, y soy testigo en primera mano del trabajo de la policía científica.

Una localidad tan pequeña, no suele tener un departamento de policía con gente especializada, por lo que siempre recurren al de la ciudad más próxima. En este caso, la ciudad de Rosario cedió a su departamento de criminología.

—No olvides tomar una muestra del agua y también de la fauna del río. —advierte un hombre alto, de cabello oscuro igual que su barba, con rostro serio a su compañero, claramente más joven e inexperto.

Es evidente, cuando todo lo que hace pone un empeño superior para no estropear el trabajo. Quiere impresionar a su jefe.

Doy un rápido vistazo alrededor, pero no consigo ver huellas en el terreno. No sería tarea fácil, aunque estuviera justo encima, la densa vegetación y el pantanoso suelo hacen la labor mucho más difícil. Sobre todo, si dejaron el cadáver un día antes de ser encontrado, cuando una abundante y fuerte lluvia hizo crecer el río.

Las inundaciones aledañas podrían haber borrado todo rastro del agresor o el transporte que podría haber usado. A simple vista, no hay nada que llame la atención, restos de maderas, troncos, hojas, y b****a. Nada fuera de lugar.

Poniéndome en puntas de pie alcanzo a divisar uno de los cartelitos numerados que marcan lo que en principio son pistas. Pero solo consigo divisar un papel arrugado.

Cuando uno de los oficiales pasa frente a la línea amarilla, cerca de mí, atraigo su atención.

—Disculpe oficial, ¿se sabe la identidad de la víctima? —pregunto con una descarada sonrisa para ganar su simpatía.

—Lo siento señorita, el comisario Ordoñez es el encargado del caso, él responderá sus preguntas. —se disculpa.

—¿Podemos hablar de un femicidio? —insisto, pero solo recibo una mirada acusadora de su parte.

En un vano intento por conseguir algo más, me alejo del gentío y rodeo el cordón policial hasta llegar al otro extremo. Pero una vez más, no consigo nada.

—No debería estar acá. —me advierte un nuevo oficial.

Su rostro denota cansancio, las violáceas ojeras bajo sus ojos son claro indicio de ello. Se pasa una mano por la frente, en un gesto de agotamiento. Las pequeñas arrugas que bordean sus ojos y frente se acentúan ante el gesto.

—No traspasare la cinta, lo prometo. —asevero— Valeria Muñiz de “El Informante”. —me presento ofreciendo mi mano.

—No puedo decirle nada señorita Muñiz, lo siento. Debe hablar con el comisario Ordoñez.

—No se preocupe. ¿Conocía a la víctima? —pregunto de forma casual, intentando conseguir algo.

—No era del pueblo, si eso quiere saber. —confiesa, hay tristeza en su voz.

—No, le preguntaba porque se ve bastante afectado… creí que, quizás la conocía.

—La muerte de una niña en un pueblo como este, afecta a todo el mundo que tenga sangre en las venas.

—Por supuesto, tiene razón.

—Aquí no acostumbramos a sacar niñas del río. —remata y se aleja sin decir más.

La culpa me carcome, debo trabajar en mi tacto, por supuesto que, a cualquier persona decente lo alteraría encontrar el cuerpo sin vida de cualquier ser humano. Pero cuando se trata de una jovencita, la impresión es incluso peor. Estar rodeada de sociópatas, me ha vuelto más fría de lo que creía. Una de las peores partes de mi trabajo.

Cuando niña, siempre fui muy curiosa, necesitaba encontrar respuestas para todo. Mi padre, a modo de broma me llamaba “Harry”, por una antigua novela donde una niña, que soñaba ser periodista, se metía en tremendos problemas.

Con el tiempo, comprendí que esa curiosidad que quemaba mis venas y me generaba mariposas en el estómago, era ni más ni menos, que mi vocación llamándome a gritos.

Había nacido periodista, y cuando abandoné mi pueblo natal, General Tala, en la provincia de Buenos Aires para dirigirme a la ciudad a estudiar periodismo, tuve muy en claro que me dedicaría a los policiales. Pues unía mis dos pasiones.

De joven me pasaba horas recostada en la fresca hierba del patio de mi casa, perdida en los libros de misterio y policiales. Nada adecuados para una niña, pero desde entonces, he sido precoz en todo.

Si bien amo lo que hago, a veces es muy duro ver la cruda realidad de un mundo perverso y cruel, que asesina niñas abandonadas a orillas del río.

De vuelta a la realidad, me decido por ir en busca del bendito comisario Ordoñez. Necesito algunas respuestas, que aparentemente, solo él puede darme.

Me subo al auto manejando lento por los caminos de tierra, el sol comienza a esconderse en el horizonte y el frío desciende unos grados a pesar de estar entrando en la primavera.

Unos minutos después me encuentro frente al precario departamento de policía de Rincón Alto. No hay más que una patrulla que lleva más tiempo en funcionamiento del que debería y algunas personas aposentadas en la vereda.

Me abro paso entre ellas e ingreso en el lugar. Solo hay una banca larga y derruida sobre una de las paredes laterales, en medio del espacio un mostrador de madera pesado que guarda un joven oficial recién salido de la academia.

—Buenos noches, ¿se encuentra el comisario Ordoñez? — pregunto sonriente.

El joven me mira con algo de sorpresa y se sonroja de inmediato, lo que me arranca una risa cómplice. Carraspea, para aclarar su voz antes de contestar sin mirarme a los ojos, con su vista perdida en algún lugar detrás suyo.

—Enseguida lo llamo, ¿señorita?

—Muñiz. Gracias.

Al poco tiempo vuelve avisándome que enseguida seré atendida, a lo que respondo con agradecimiento. Me alejo unos pasos, apoyo mi espalda sobre la pared vacía a mi izquierda cruzando mis pies a la altura de los tobillos. Estoy cansada, hambrienta y molesta.

—¿Señorita Muñiz? —pregunta una voz ronca y grave, sobresaltándome.

—Valeria —corrijo tendiéndole la mano.

Él la toma con seguridad haciendo un gesto para que lo siga a su oficina. Al entrar, el olor a cigarrillo me abofetea fuertemente haciendo que mi cuerpo se detenga sin previo aviso, con lo que choco mi espalda contra la dura panza del comisario. Me disculpo y me adentro.

La pequeña habitación solo cuenta con mobiliario esencial, un escritorio con su silla y dos haciendo juego en la dirección opuesta. Nada más. Todo en un triste de espantoso color marrón. Monocromático de piso a techo.

—¿En qué puedo ayudarla señorita Muñiz? —pregunta el hombre calvo y panzón de un metro ochenta tomando asiento en su lugar frente al escritorio.

—Soy periodista en “El Informante”, mi editor me envió a cubrir el caso de la niña aparecida en la vera del río. ¿Ha podido identificarla? —pregunto sin hacer una pausa mientras tomo mi anotador y lapicera.

—Sus huellas no se encuentran en ninguna base de datos. Enviamos la descripción física a distintos departamentos esperando que haya alguna denuncia de desaparición que encaje con la descripción.

—Entonces, ¿nadie reclamó su cuerpo aun?

—No, no hemos recibido ninguna llamada.

—¿Podemos hablar de femicidio? —continúo. El hombre parece devastado.

—Esperamos los resultados de la autopsia, su cuerpo fue trasladado a la morgue de Rosario.

—Y ¿su instinto qué le dice comisario?

—¿Extraoficialmente? —pregunta y yo asiento—. Algún desalmado mató a esa niña. Su cuerpo… —hace una larga pausa tragando saliva con dificultad—muestra claros indicios de haber sido abusado.

—¿Física o sexualmente? —indago.

—Ambos. Pero intuyo que la causa de muerte fue por estrangulación con alguna especie de cuerda. Es todo lo que puedo decirle, pero no está confirmado. —respira tan profundo que veo como sus hombros suben y bajan.

—¿Cree que el lugar donde se encontró el cuerpo es el sitio del crimen?

—El cuerpo de la niña llevaba un buen tiempo en el agua, diría que la corriente lo arrastró hasta la orilla cuando el río creció tras la intensa lluvia de hace unos días.

—¿Algo más que pueda decirme comisario?

—No tenemos nada más. No por el momento.

—Le agradezco su colaboración, le dejo mi tarjeta, si consigue alguna respuesta le agradecería que me lo informara.

—Se entregará un comunicado oficial a la prensa.

—Gracias comisario.

Con más preguntas que respuestas, me encamino de regreso a la habitación alquilada de la vieja casona. Tras una larga ducha, bajo por algo de comer al comedor formal que ofrece una comida casera gracias a la señora Dora. Y luego de devorar un sustancioso plato de guiso de lentejas[1] me acuesto.

Las imágenes en mi cabeza no me dejan conciliar el sueño. Representando la viva imagen de ese pequeño cuerpo arrastrado por la corriente.

Cuando la alarma de mi teléfono me despierta me veo cegada por la luz que entra por la ventana. Olvidé cerrar las cortinas anoche.

Me toma un momento ordenar mis pensamientos y es cuando las teorías se amontonan en mi cabeza. La idea de que ambos crímenes, tanto el de Evangelina Durán como el de la niña del río, fueron cometidos por el mismo agresor toma fuerza.

Debo encontrar las conexiones.

Debo poder ser capaz de ver los patrones.

¿Hay un patrón?

¿Estoy detrás de un asesino en serie?

O… solo es mera casualidad.

[1] Plato típico del norte de la Argentina.

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