Donde Habitan Las Almas
Donde Habitan Las Almas
Por: Loli Deen
Prólogo

—¡Eva, te olvidas las llaves! —grita mi madre desde el umbral de la puerta y me arroja el manojo con cuidado.

—Gracias ma. Te veo luego. —me despido con una sonrisa y tirándole un beso que ella atrapa con la mano y se lo guarda en el corazón. Algo que hace desde que tengo memoria.

Voy a llegar tarde otra vez, me quejo mientras espero que la combi llegue hasta donde la espero hace más de quince minutos. Me entretengo mirando mi página de F******k y la imagen de mi amiga Flor, jugando con su gatita me saca una sonrisa.

Por fin escucho el ruido inconfundible del motor de la combi. El conductor abre la puerta y saluda con una sonrisa. Respondo de igual manera.

—¿Qué pasó con Sebastián? —pregunto extrañada. Es quien siempre conduce a esta hora.

En los pequeños pueblos como el mío no suelen existir autobuses como los de la capital, aquí hay combis con horarios bien definidos que pasan solo cada dos horas. Tiempo en que tardan en hacer todo el recorrido de un pueblo a otro. Y por supuesto, siempre son los mismos conductores, vecinos de la localidad o incluso de los pueblos cercanos.

—Está enfermo, me toca cubrirlo —advierte el hombre algo entrado en años y con el cabello como Larry de los tres chiflados, nariz de gancho con gruesas cejas oscuras.

Asiento y me acomodo en uno de los asientos traseros. Me coloco los auriculares y comienzo a trabajar en uno de mis bocetos, hoy toca peinados de novias en la escuela de belleza.

Mi prima me deja practicar con su larga cabellera morona, pero aun no decido que tipo de peinado hacer. Un recogido sin dudas, eso creo.

Sin darme cuenta el trayecto de hora y media llega a su fin, me despido con la mano del chofer. Adoro venir a la ciudad, una pena que solo pueda hacerlo una vez a la semana para mis clases. Todo es tan diferente aquí. El lugar es luminoso, alegre y lleno de vida.

El calor me abraza la piel ni bien pongo un pie sobre el asfalto. Haciéndome añorar el aire acondicionado de la combi. Acomodo mi mochila sobre mi espalda y apuro el paso para no llegar tarde, escapando del horno en que se convierte la ciudad en verano.

—Disculpe señorita. —escucho a alguien llamar desde una camioneta tipo “trafic[1]” en color azul oscuro.

—¿Es a mí? —pregunto confundida, su rostro no me resulta familiar.

—Sí, estoy algo perdido. ¿Podría indicarme como llego a la calle Sáenz Peña, por favor? —pide sosteniendo un mapa, sonrío hace mucho que no veo uno de esos.

Me acerco para ayudarlo y entonces siento una picadura en mi hombro. Un horrible escozor me recorre el brazo, de inmediato comienzo a sentirme muy mareada. Me sujeto a la puerta del vehículo, pero todo comienza a oscurecerse.

***

La resequedad en mi garganta me despierta. Siento como si hubiera tragado lava ardiendo. Mi cuerpo se siente extremadamente cansado. Intento enderezarme, pero todo da vueltas. El miedo me recorre por completo y me cuesta respirar.

—¿Dónde estoy? —pregunto a gritos. Nada—. ¿Hay alguien allí? —silencio.

No sé bien el tiempo que transcurre, pero las lágrimas se secan en mis mejillas y mi cuerpo deja de temblar. Abrazo mis piernas y es cuando noto que estoy sujeta a la pared por una cadena gruesa. Tiro de ella, pero el acero me lastima la piel.

Cuando la puerta se abre, la claridad alumbra la habitación y alcanzo a divisar el lugar donde me encuentro. Es un sitio oscuro, apenas hay una pequeña ventana cubierta de rejas en la parte más alta de una de las paredes desde donde puedo divisar ¿hierba?, no estoy segura. Las paredes descascaradas están manchadas de humedad negra, solo hay una destartalada silla con su mesa de metal a unos metros de mí. Me encuentro sentada sobre un apestoso, viejo y sucio colchón. En la pared lateral un cubo asqueroso rodeado de moscas completa el mobiliario.

—¿Estás despierta? —pregunta una voz que me produce escalofríos.

—¿Dónde estoy? —Indago.

—Come, vas a necesitarlo. —dice poniendo en el suelo frente a mí una bandeja con un plato de lo que parece ser arroz con salsa, pan y un vaso de agua.

De inmediato bebo el líquido que alivia momentáneamente el ardor de mi garganta.

—Quiero irme a casa. Se han equivocado de persona… —intento explicar, pero el inmenso hombre del tatuaje con corte militar se marcha sin decir nada más.

***

Pierdo la cuenta de cuantos días llevo encerrada en este apestoso lugar. No puedo ni ver la luz del día, mi ropa sucia hace picar mi piel. El olor a orina y materia fecal me produce nauseas continuamente, agotando mi cuerpo por los espasmos.

No consigo dormir, las pesadillas me sofocan y despierto gritando, pero nadie acude a consolarme. Solo quiero a mi mamá…

—¿Dónde estás mami? ¿por qué no vienes a buscarme? —me pregunto y solo responde el silencio.

La puerta se abre y el gigante con el tatuaje de una cobra en el brazo izquierdo, aparece. Es el desayuno, es de mañana. Lo sé, porque la bandeja frente a mí tiene una taza de mate cocido y hay un pedazo de pan viejo.

—Come. —ordena con esa voz rasposa— saldremos en un rato y no sé cuándo volverás a comer.

—¿Me voy a casa? —pregunto esperanzada.

—Sí, seguro. —responde y vuelve a dejarme sola.

***

Nunca vamos a casa, luego de que me vuelvan a pinchar, aunque lucho, me desmayo. En algún momento del camino me despierto, apenas lo recuerdo, pero el sobresalto me trae de regreso. Un rato después el gigante me carga sobre su hombro y me sube a una especie de bote. No puedo reconocer el lugar, veo todo al revés, ya que mi cabeza cuelga de su espalda. Luego la oscuridad me ciega cuando una capucha negra bloquea mi vista.

Solo puedo escuchar el ruido del agua golpeando el bote y el motor luchando por llegar a donde quiera que vayamos. Cuando finalmente se detiene, el cambio de mi centro de gravedad me hace marearme. Vuelvo a estar sobre su hombro, puedo sentirlo.

—No digas una sola palabra. —me advierte y luego me apoya en el suelo.

No sé qué pasa después. La oscuridad, vuelve a llevarme consigo. ¡Esa maldita cosa que me inyectan…!

***

Mi cuerpo quiere rendirse, estos meses han sido peor que una pesadilla. Tengo las rodillas peladas, mi entrepierna arde y mi estómago parece que se estuviera comiendo a sí mismo.

Quiero morir, deseo con todas mis fuerzas que uno de los golpes que recibo casi a diario, en algún momento sea demasiado que sea el fin. Pero no corro con tanta suerte.

—Debes beber algo Eva. —susurra una de las chicas que está en la habitación conmigo. Lorena, creo.

No puedo verla bien, mi ojo derecho se cierra sobre sí mismo de la hinchazón y el otro está teñido de rojo sangre.

—Quiero morir Lore. No puedo más. —sollozo.

—Debes aguantar. No pelees más. Todo mejora cuando dejas de luchar. Lo prometo. —dice como consuelo.

—No puedo hacerlo. Pelear… es lo único que me queda…

***

El sacudón me despierta, cobra está quitando la cadena que me sujeta desde el tobillo a la pared.

—Vamos. Mueve ese puto culo huesudo. —dice su tenebrosa voz.

Pero apenas puedo mantenerme en pie, todo me duele y las fuerzas me abandonaron hace un tiempo atrás. Tironea de mí consiguiendo ponerme en pie. El frío suelo es un bálsamo para mis lastimados pies. Pero la remera de tira que llevo puesta no sirve de nada para protegerme del gélido clima. Tengo las bragas mojadas y eso lo empeora todo. No puedo recordar la última vez que me di un baño caliente.

Cuando llegamos al baño, me arroja dentro sujetándome de la muñeca. Mi cuerpo inerte cae sobre el piso húmedo. No lloro, ya no me quedan lágrimas, ya no me queda energía.

—Lávate y ponte esto. —dice señalando algo de ropa sobre una silla.

Hago lo que me pide porque estoy cansada de luchar, no tiene sentido. Su mirada me incomoda, pero le doy la espalda y consigo quitarme las hilachas que me cubren. Abro la canilla del agua, el frío me provoca un doloroso espasmo y grito.

Luego de unos minutos el agua consigue calentarse un poco y comienzo a reconfortarme. Cuando logro secar mi cuerpo él se acerca a mí. Su mirada parece de fuego y el pánico me atrapa de nuevo. Sin darme tiempo a reaccionar, me sujeta por los brazos girándome sobre mis pies, haciéndome chocar el rostro contra la pared.

Me dejo ir, mi mente escapa a un lugar seguro. Me aferro al recuerdo de las tardes de verano en el patio de mi casa en mi querido Charjál, tomando mate[2] con mamá mientras el suave cantar de los pájaros arrulla nuestro encuentro. Su risa, su contagiosa y amable risa.

—Te extraño mamá… —alcanzo a susurrar.

Pero pronto no puedo decir nada más. Él pone una cuerda alrededor de mi cuello mientras sigue impulsándose ferozmente dentro de mí.

<<Un poco más, un poco más fuerte y todo habrá terminado, solo debes apretar un poco más>> ruego en mi interior a quien sea que pueda acudir a mis plegarias.

[1] Tipo de camioneta.

[2] Bebida típica Argentina. Infusión de hierbas que se bebe caliente.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo