5.El cementerio II

Siempre intentó protegerme, lo hizo cada turbia y enigmática noche que pasaba.

Ojalá esa noche yo hubiera hecho lo mismo.

"Eco Dagger"

Camino a paso rápido y decido por las calles semi vacías del pueblo. El pueblo que me ha visto crecer. Me ha visto tomar malas decisiones y arrepentirme de cada una de ellas. El pueblo que me ha visto sepultar aquello que tanto quería. Pero también me ha visto afrontar cada una de las adversidades y seguir con mis planes como si tal no hubiera pasado nada.

Las calles se encuentran teñidas de colores grisáceos gracias al tan reconfortante clima e impregnadas de una humedad que sofoca e invade todo a su paso.

Debo concentrarme en lo importante, en el único y verdadero motivo de mi salida la tarde de hoy. Camino por las calles del pequeño pueblo en el cual vivo desde que tengo memoria, no quiero separarme de él, aborrezco la idea de abandonar cosas.

No creo estar lista algún día para abandonar completamente este lugar, mi cuerpo, vida y alma se encuentran atados a sus paredes, casas, iglesia, parques y todo lo relacionado a él. Yo estoy atada, y las cadenas son demasiado pesadas como para cargarlas, así que solo he estado arrastrándolas todo este tiempo.

Arrastrando esas cadenas que me mantienen atada a la ruina, a los restos de algo que pudo ser, pero fue truncado.

Atada a mis propias cadenas, aquellas que me he impuesto para poder sobrevivir, lograr soportar todo hasta ahora y seguir mis planes al pie de la letra como debí hacer desde un inicio.

Sigo mi rumbo hasta el penúltimo de mis destinos la tarde de hoy mientras mi cabeza pide a gritos que no siga. Que no vale la pena seguir con esto, sacrificarme. Que puedo escapar. Pero realmente no puedo hacerlo.

Hay demasiadas por las cuales no puedo escapar y si logro hacerlo, no lograría salir de la ciudad. No al menos con vida.

Y aunque me decidiera a escapar, no podría, se lo prometí a mis padres y tengo que cumplirlo. Sé que ellos quieren lo mejor para mí y si esa es su decisión solo me queda resignarme y aceptarla. Haría todo por ellos si eso tiene como recompensa su amor y protección.

Las calles tienen un espectro siniestro y recuerdo otra de las cosas por las que me gusta el pueblo.

Desde hace un buen tiempo todo se ha sumergido en grises y negros. La vida en el pueblo se ha extinguido por completo.

Y no los culpo, las tragedias no son fáciles de superar y cada uno de nosotros hemos aprendido a vivir con ellas porque es lo único que sabemos hacer.

Voy doblando la esquina para llegar a mi destino y ya siento el corazón bombear con una rapidez traumática, las palmas de mis manos sudan y puedo sentir el leve temblor en las mismas.

A no más de tres cuadras voy a enfrentarme a los recuerdos de mi pasado. A aquello que ocurrió hace casi seis meses.

Aquello que ocurrió el mismo día de mi cumpleaños.

Esa parte del pasado que tanto me atormenta, que no he liberado y que tengo por seguro nunca lo haré. No algo de esa magnitud.

Puedo sentir un leve temblor, un estremecimiento en todo mi cuerpo cuando logro visualizar el lugar, puedo decir que en el pueblo las flores se aman, es algo muy simbólico.

Se dice por las calles que las flores son un recuerdo de la tragedia en la que se vieron envueltos. Las flores son algo que se va a ver todos los días y a cada hora.

Dejo de caminar cuando observo el letrero de la floristería más concurrida del pueblo.

El lugar no es de colores vivos o algo vivo que lo distinga, lo único vivo que existe en ese lugar son las plantas que se encuentran en maceteros y la joven recepcionista.

Con la poca fuerza de voluntad que me queda me adentro al lugar y llamo la atención de la recepcionista pelirroja.

En cuanto me ve me regala una sonrisa genuina a boca cerrada.

—Hola, bienvenida. ¿En que deseas mi ayuda? — pregunta la pelirroja una vez que estoy frente a ella.

—Hola, me gustaría saber si tienes calas blancas.

La chica arruga su nariz y eso solo hace que mis nervios salgan a flote.

—Tienes suerte, la semana pasada tuvimos un encargo de ellas, revisaré si tenemos aún algunas por ahí.

Yo solo asiento en su dirección.

No pasan ni cinco minutos cuando veo a la pelirroja con unas flores blancas en mano, inmediatamente se instala un nudo en mi garganta al recordar la primera vez que observé esas flores en un ramo.

—Aquí tiene señorita, espero sean de su agrado.

Agradezco por las flores y salgo del negocio. Mi última parada, la parada que más me atormenta, aquella que conecta con todo lo que soy.

El cementerio The San Frank.

El que no me he atrevido a pisar luego de su entierro.

Emprendo mi camino hasta el lugar con el corazón en la mano y el alma en un limbo. No puedo ni siquiera creer que esto está sucediendo, luego de unos meses en los cuales intenté seguir con mi vida, todo se viene abajo y ahora me toca enfrentar a lo que me espera en una tumba, como una clara advertencia de que todo lo que hagas se te devolverá.

La muerte.

Su muerte.

Y lo que hice, lo que no conté, lo que no protegí. Ahora aguarda esperando por mí a que me digne a enfrentarlo, en una tumba y tierra seca a su alrededor.

No soy lo suficientemente valiente como para hacer esto.

Lo eres, tienes que hacerlo, debes hacerlo.

Debo hacerlo.

Deber.

Y sin darme cuenta antes ya me encuentro frente las rejas color negro oxidado y chirriantes que dan a la entrada de ese tétrico; sombrío, asfixiante y lúgubre lugar. Lugar donde descansan todo tipo de almas, su alma y con la suya, la mía.

El portero abre las rejas que a falta de aceite chillan al ser abiertas, dándole un aspecto y color aún peor a la situación.

Me adentro a él y lo primero que se posa en mi campo de visión son cientos de lapidas de colores grisáceos y verdosos dándome a conocer la cantidad de años que tienen de haberse hecho y la cantidad de años que no han sido visitadas.

La niebla nubla mi vista a medida que voy caminando en el pequeño sendero. Mi corazón está a nada de sufrir un paro y mi boca seca no ayuda para nada. Paso nombres y nombres de personas y a lo lejos puedo escuchar el chirrido de algunos pajaritos cantando en un gran árbol que adorna al cementerio.

Cada pisada se escucha profunda y ruidosa, como si los sonidos se amplificaran en este lugar. El viento frío eleva mi cabello y me roza el cuerpo mandándome descargas eléctricas llenas de tensión y temor.

Cada paso cuenta, cada nombre leído vale y pesa, claro que pesa.

Bajo mis pies el crujir de las hojas secas me hace pensar y sentir que camino en un lugar hecho de huesos, sus huesos.

A medida que voy llegando a esa tumba mis pasos se vuelven lentos, cansados, me siento débil. La niebla flota a mi alrededor, mi corazón y mi mente se sienten solos y aturdidos y el pájaro cantor canta al atardecer o quizá por alguna separación.

Unos cuantos pasos más y bajo de la sombra de un árbol de cerezo descansa su cuerpo.

El aire me falta, la garganta se me anuda, mi estómago da un vuelco, en mi cabeza los recuerdos pasan como flashes hasta lograr marearme, las lágrimas me nublan la vista, lágrimas que he estado acumulando todo este tiempo amenazan por salir y desbordar, arrasar con todo a su paso, amenazan con atravesar los muros que me ha costado tanto construir.

Aquellos muros que él me ayudó a fortalecer, pero con su ida se desmoronaron.

Pero ya es demasiado tarde, lo han hecho, han derribado mis fortalezas y han salido a la superficie todos mis miedos y debilidades, me han traspasado y ahora siento las gruesas lágrimas bajar con rapidez por mis mejillas frías y pálidas.

El dolor me desgarra y toda la valentía que he sentido horas atrás se ha esfumado, ya no queda un rastro de ella. Ahora solo hay decepción y tristeza en el pesado ambiente.

Acá descansa y yo he tenido la osadía de irrumpir su profundo sueño.

No sé cómo iniciar con esto, no he preparado nada, no se merece un discurso preparado y ensayado con anterioridad, se merece más, aunque yo no pude dárselo y nunca lo lograré.

¿Cómo se supone que empiezo con esto? ¿Cómo tan siquiera se afronta uno a una pérdida?

Con un hola ¿quizás?

No, eso suena patético.

¿Tanto me cuesta decir lo que siento?

—He vuelto— mi voz sale raposa, rota y todos sus jodidos sinónimos. —Lamento el haber tardado tanto, solo intentaba sanar.

Lo cual al parecer no ha dado un jodido resultado.

Y no dará resultado, nunca lo hará, sanar ya no es una opción para mí, ni siquiera vivir con esto lo es, pero lo merezco, merezco vivir con el peso de lo ocurrido.

—Creo que sabes por qué estoy acá—ya no puedo ordenar a mi voz a resistir y ser fuerte, merece mis genuinas emociones y se las daré. —Seguí tu consejo, seguí ese mismo que me dabas cada noche donde las sombras del pasado amenazaban con destruir nuestras murallas, cuando ellas atormentaban.

Recuerdo lo que decía, recuerdo esa frase tan cálida y electrizante que salía de sus labios, está tan clara en mi memoria que puedo recordar hasta el tono en que la decía. Y eso es lo peor de todos los recuerdos.

Hay momentos en la vida, Eco, que lo único que puedes hacer para lograr recuperar esa estabilidad que tanto crees pedida, es perder el equilibrio, dejar que todo se vaya por la borda y empezar de nuevo las cosas. Tal y como si nada hubiera sucedido. Ese es tu poder.

—Y lo hice, desde el día que supe que ya no estarías más, supongo que mi equilibrio se fue el mismo día que marchaste tú. Supongo que lo único que he estado haciendo luego de que te marcharas es dejar que todo se fuera por la borda.

Un sollozo doloroso escapa del fondo de mis cuerdas vocales desgarrando todo a su paso.

—Nunca tuve la oportunidad de despedirme de ti, o al menos no de la forma correcta, de la forma que hubiera querido. Y lamento que hayan tenido que pasar meses para por fin darme cuenta de lo equivocada que estaba al pensar que, si no me despedía de ti, podía afrontar lo que se avecinaba. Hice lo me dijiste que dejara de hacer. Estuve tan segada que no me di cuenta que necesitaba hacerlo. Ahora no puedo superarte, saber que ya no estás aquí. Y ahora estoy aquí en tu tumba y no sé si realmente me estás escuchando, pero lo haré, me despediré de ti de la forma que es correcta para mí y de la forma en la que te merecías mi adiós desde un principio.

Trago saliva, tratando de tragarme el dolor. El principio, recordarlo es volver a vivirlo, volver a golpearme, sentir cada uno de esos moretones, de esas marcas.

—Pasamos demasiadas cosas juntos, todos lo saben, todos la sabían después de tu muerte. Pero aun así las negué. Tuvimos una historia que fue de todo menos de amor, pero una historia. Donde sucedieron demasiadas cosas, donde ambos nos entregamos al otro. Estés o no, eso perdurará hasta mi último aliento, es una promesa. Tu cumpliste tu promesa, la de mantenerme a salvo. Y yo no tuve tiempo para hacerte una, pero aquí estoy, ésta es la mía. Siempre supe que, no hay, ni habrá algún final feliz para personas como yo, pero el solo conocerte me dio más de lo que pude haber deseado y merecido. Siempre te recordaré y nada quitará ni borrará tu lugar. Estés o no. Hasta luego, cariño.

No, no es un hasta luego, es un hasta nunca. Pero me niego a volver a abandonarlo, me niego a hacer de nuevo lo que alguna vez le hice. Sin importar que pasen años, décadas, volveré a su lápida, a su lado. Ya sea entera o en algún sepulcro.

Me levanto de la grama seca cuando me doy cuenta de que me he quedado observando su nombre tallado en la lápida.

Aquí descansan los restos de quien en vida fue Ethan...

—Vaya, pensé que iba a tener que esperarte un rato más hasta que te quedaras completamente seca de tantas lágrimas.

Doy un brinco en mi lugar al escuchar esa rasposa y grave voz al lado mío.

Ladeo mi cabeza hasta el lugar donde proviene la voz, ahí recostado en el árbol a no más de un metro de mí observo a un chico bastante alto y una musculatura que da a entender que tiene aproximadamente unos veinte y tantos años.

Va vestido de ropa deportiva de color azul oscuro, al parecer viene de hacer ejercicio.

—¿Quién eres? —mi voz suena firme, no como la de minutos atrás, está teñida en determinación y rabia por haberme insultado.

—Tranquila, Princesa. Hace minutos estabas de chillona y ahora rabiosa, ¿qué hace falta para que saques las garras?

Se burla, pero no puedo permitir darle el gusto de verme enojada.

Tú no eres así, Eco. Recuérdalo, recuérdalo.

—¿Quién eres? —hago caso omiso a sus juegos, no estoy para juegos.

Él suspira pasándose una mano por su cabello castaño claro casi rubio, para posar su vista en mí y me regalarme una sonrisa a boca cerrada.

—Uno de sus amigos. Un viejo amigo.

Señala con su cabeza la tumba a la que le estaba llorando minutos atrás. Una bola ardiente cae en mi estómago.

Hasta ese momento me permito detallarlo más a fondo.

Su piel es blanquecina, su cabello es algo liso, pero con volumen y está algo largo. Pero lo que más llama mi atención son sus ojos.

Oh Dios mío.

Uno de sus ojos es de color celeste cielo y el otro, el izquierdo... no tiene otro, lo que está en vez de él es una capa de piel algo rojiza, una cicatriz, pero no está su ojo, Dios.

—Nunca me dijo que tenía amigos fuera del pueblo.

Él se limita a sonreír y asentir como si estuviera meditando su respuesta.

—Estas muy a la defensiva—suspira dramáticamente. —Tienes razón, no soy de acá, estoy de visita un par de semanas, vine porque me asignaron una tarea hace algún tiempo.

—Bien, pero eso qué tiene que ver con que estés acá conmigo.

Estoy perdiendo el tiempo con alguien que solo está jugando con mi paciencia.

—Chica lista, tengo que darte algo.

—No quiero nada de ti—bramo.

—Eso me ofende demasiado—se lleva una de sus manos marcadas de venas a su pecho en una señal de falsa ofensa. —Pero la verdad es que el objeto no es exactamente de parte mía.

—No quiero nada—replico con un atisbo de ira en la voz.

—Mira como me importa.

Mete su mano en uno de sus bolsillos traseros y saca una pequeña caja de terciopelo color rojo oscuro, algo como rojo quemado y me la extiende.

Niego con la cabeza y hablo: —No voy a aceptar nada de un desconocido.

—Tú conoces a esa persona, bueno, la conocías.

Este chico está completamente loco.

—¿Quién lo manda?

El ladea su cabeza y posa su ojo en la tumba que he visitado el día de hoy.

—No te creo, no pue...

—Ese es mi encargo, Eco. Acéptalo, es lo que hubiera querido, era para cuando volvieran a verse, porque él sabía que lo harían, pero....

—Es un error, no pued... —trato de explicarle, pero él me corta de inmediato.

—Por eso estoy acá, fui a tu casa a buscarte y darte personalmente esto, pero tu madre dijo que te encontraría aquí y acá estoy. Ahora acéptalo para que me pueda largar de una vez.

Siento que en mis ojos se acumulan lágrimas saladas y la melancolía me invade.

Alzo mi mano para agarrar la caja de terciopelo rojo que el chico me tiende y con suma delicadeza una vez ya en mis manos la guardo en mi pequeño bolso.

El chico sin darme alguna mirada, empieza a caminar hacía la salida, pero antes de perderlo de vista le digo mis últimas palabras.

—Gracias.

El voltea y me regala una sonrisa sincera acompañada con un asentimiento y se despide.

—Hasta pronto, Eco.

Y se esfuma de mi vista, dejándome sola en medio de tumbas con el corazón en la boca; las manos temblando, mis sentidos distorsionados y dudas en el ambiente.

Volteo a la tumba de la única persona que me ha comprendido desde que tengo memoria y me despido.

—Te quiero, nunca tuve la oportunidad de decírtelo y me odio a mí misma por eso. Debo irme, pero volveré y será para quedarme, no me esperes, tu solo descansa. Y gracias por esto.

Planto un beso a su lapida y dejo a un lado de la tumba las flores que he comprado, esas flores que me recuerdan su presencia y me marcho del lugar dejando todos mis pedazos en él y vuelvo a casa hecha escombros por algo que no pudo ser, pero a la fuerza quise que sí sucediera.

(...)

Abro con cuidado la puerta de casa y una vez ya dentro de ella la cierro tras de mí. En mi campo de visión aparece mi madre en el sofá de cuero en la misma posición que cuando salí esta tarde.

Al momento que siente mi presencia se dirige hacía a mí y puedo observar que se estaba conteniendo para no echarse encima de mí en un abrazo.

—Eco...—es un suspiro entrecortado, pero yo ya sé lo que eso significa.

—Lo hice madre—ordeno a mi voz mantenerse firme, nada de debilidades, nunca debilidades. — Me despedí y ahora ya puedo irme en paz.

Mentirosa.

Laryssa solo me regala una sonrisa de boca cerrada, pero eso es suficiente para las dos.

Me encamino hasta mi habitación, pero luego recuerdo de la caja roja que descansa en mi bolso y una pregunta viene a mi mente y rápidamente volteo para encarar a mi madre.

—Madre...

Ella voltea y me hace un gesto para que continúe.

—¿No hay nada que haya pasado hoy que tengas que decirme?

En su rostro se implanta un claro gesto de duda y quizá preocupación y responde:

—No, Eco, ¿sucede algo?

Yo solo niego con la cabeza mientras termino de subir las escaleras y cierro la puerta de mi dormitorio tras de mí.

Mintió.

Él mintió.

No vino a preguntar por mí.

Pero, ¿por qué lo hizo?

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