4.El cementerio I

La combinación del ambiente fresco y la serenidad me nubla la mente.

De alguna forma extraña me hace pensar que no ha sucedido nada. Que nunca sucedió algo.

Que soy una adolescente normal disfrutando del clima de su pueblo y no una que está a días de no ver más la luz del sol. Que no voy a ser trasladada a un psiquiátrico el día de mañana.

Es eso lo que transmite el césped húmedo bajo mis pies y la fresca brisa que me abraza el cuerpo como si se estuviera despidiendo de mí.

Una despedida.

Nunca he sido buena con ellas. No sé cómo afrontarlas, es más fácil irse sin avisar. Así nadie irá tras de ti. Nadie se interpondrá en tus decisiones por muy malas que sean. Nadie te encontrará por mucho que te busquen. Ni tu misma lo harás por mucho que quieras encontrarte.

Evadir mi realidad por unos momentos es liberador y a la vez agonizante. Observar desde otros ojos todo el pasado que me atormenta y cargo conmigo no es fácil.

Pero al parecer el destino está encaprichado por hacerme todo un caos ya que mi tranquilidad llega a su fin cuando siento algo caliente y brillante chocar con mi rostro.

Llevo ambas manos a mi rostro, en un acto absurdo de cubrirme de los rayos del sol.

La luz significa para nosotros lo mismo que el color blanco: pureza, paz, alegría, todo lo bueno en el mundo.

Mientras que la oscuridad significa lo mismo que el color negro: discordia, guerras, caos, desastres, ira, todo lo malo en el mundo.

Desde pequeño nos inculcan esas creencias cuestionables. Yo no las creo. Yo quiero creer en los grises.

Aquel color que va en la mitad de ambos, que no es una ni otro, pero de él lo conforman ambos. Así es la realidad. Así debería de ser la realidad, la vida; gris.

Las personas estamos llenas de grises en nuestro interior. Pero yo estoy manchada de tonos rojos.

Bajo mi vista y la poso en mi muñeca derecha donde descansa mi reloj, el reloj que me había regalado mi padre antes de partir de nuevo.

Las doce, eso me advierte que debo subir a mi habitación para hacer mi último recorrido por el pueblo.

Este es mi último día en Clovelly, un pequeño pueblo en Inglaterra. Mi último día de ser libre, por decirlo así. Por eso mismo decidí ir por una última vez al pequeño parque del centro y hacerle una visita a una persona que no he tenido el coraje de enfrentar en estos últimos meses.

Ingreso al salón de casa encontrándome con Laryssa tirada en el extenso sofá de cuero negro de nuestra sala hablando por su teléfono celular. Cuando se percata de mi presencia me regala una gran sonrisa.

Por su felicidad supongo que está hablando con alguna persona con un buen chisme o alguien que tiene muchísimo de no escuchar su voz. Ni sentir su presencia.

Me mantenga quieta en medio de la sala para tratar de descifrar qué pasa con mi madre y su buen humor y en ese momento que la escucho suspirar y sus ojos destellar sé quién es el responsable de ese suspiro.

Sé quién está al otro lado de la línea diciendo las palabras adecuadas para que el corazón de hielo de mi madre se derrita y quede a descubierto el lado tierno de la gárgola que tengo como madre.

Cosa que ni yo siendo su hija he logrado hacer, solo en algunas ocasiones, pero nada fuera de lo común.

Mi padre es el que está al teléfono hablando con ella, robándole suspiros como tan solo él sabe hacer. Ante ese pensamiento una sonrisa a boca cerrada aparece en mi rostro. Elliot Dagger es la debilidad de las dos chicas de esta casa.

No quiero seguir escuchando las palabras de amor que mi madre le dice a mi padre por lo que con un movimiento rápido en mis dedos señalo las escaleras de arriba, avisándole que me voy a cambiar para luego hacer lo que habíamos acordado días atrás.

Con ese simple gesto toda la atención de mi madre cae en mí y sus ojos buscan los míos con rapidez, puedo detallar que en ellos ha nacido la preocupación y sé por qué está de esa forma. Y me doy cuenta que esa puede ser una de las razones por la que mi padre está en la línea.

Me estremezco y un mal sabor de boca aparece en la boca de mi estómago.

Y como si estuviera leyendo mis más profundos y oscuros pensamientos, habla:

—¿Quieres que te acompañe, cariño? —y ahí está la preocupación destilando en su voz. Una voz en mi interior me dice que debo aceptar su propuesta, que es lo que realmente quiero, que soy demasiado débil como para acercarme a ese lugar sola.

Sola con mis recuerdos y huesos de quien alguna vez besó mis labios y veló mis noches.

Pero no puedo aceptar, no debo. Debo afrontar esto sola.

—No, está bien. Esto es algo...que debo hacer antes de irme. Me gustaría hacerlo sola, no podría de otra manera.

Mi madre al escuchar mi respuesta me regala una sonrisa genuina a boca cerrada, sonrisa que significa que está orgullosa de que por fin decido afrontar esto después de tanto tiempo.

Hago esto por otras razones madre, no las que tú crees conocer, quise decirle, pero no puedo darme el lujo a estas alturas de hacer que mi madre también desconfíe de mí.

Aún más de lo que ya lo hace.

Me gustaría tanto que mirara lo que ocultan mis ojos y sepa que es una falsa seguridad ya que lo que menos quiero en toda mi corta existencia es poner un pie en ese agobiante y lúgubre lugar.

Solo lo hago porque no sé qué va a ser de mi vida a partir del día de mañana y no quiero irme con la espina en el corazón al saber que no pude despedirme, ni pedir disculpas a un ser especial. De nuevo.

Busco en mi interior algo de fuerza de voluntad de reserva para moverme de donde me he quedado petrificada y hacer lo que he estado planeando y a la vez posponiendo desde hace mucho tiempo, más tiempo de lo que me gustaría admitir.

No tengo el derecho de dar un paso hacia atrás, no en este momento, no después de lo que hice y dejé de hacer. Ya estoy a un paso del abismo, lo único que me queda es dejarme caer al vacío.

Ya un poco más decidida empiezo mi huida de donde me encuentro con mi madre para subir escaleras arriba para llegar a mi habitación, ponerme algo cómodo y enfrentar los restos del pasado, restos que no se sentían tan vivos como los estoy sintiendo justo ahora.

Restos afilados que cada vez que los intento recoger cortan mi piel y tengo que volver a dejarlos sobre el suelo, sin progreso alguno.

Sencillo.

Ya te has mentido lo suficiente todo este tiempo, Eco.

Giro un momento hacia la ventana de mi habitación, el cielo se encuentra pintado de colores grisáceos y adornados de pequeñas manchas de color negro. El cielo se ha puesto en mi contra el día de hoy, al parecer si quería que sufriera.

Y no lo culpo, la culpa siempre fue mía. Me hubiera encantado hacer todo de forma diferente. No haber tenido que hacer todo lo que he tenido que hacer, todo lo que he tenido que dejar, pero a como dijo alguna vez mamá:

"Las cosas no siempre van a salir tal y como las planeas, cariño. Por mucho que trates que todo salga a la perfección, el destino tendrá otros planes para ti. El destino es caprichoso, pero tú tienes que ser más ambiciosa que él, nadie puede pasarte por encima. Tú lo manejas todo y las segundas opciones siempre deben estar presentes."

Ella siempre tiene la razón, pero nunca lo admitiría en voz alta. A las personas narcisistas no hay que decirles absolutamente nada.

Una vez en la sala puedo ver a mi madre que aún está tirada en el sillón del salón. Automáticamente como si hubiera sentido mis ojos en ella, se gira a verme y me regala una sonrisa tranquilizadora.

Doy unos pasos cortos, pero algo rápidos hacia su dirección y en respuesta se levanta de donde yacía recostada.

—Ten cuidado, Eco. Si necesitas de mí solo llámame, cariño. Hazlo— sé de antemano que no es ninguna suplica, no. Es una orden. Laryssa Dagger no suplica, ella ordena.

—Si lo llego a necesitar lo haré, créeme—hablo esta vez yo, tratando de calmar un poco el ambiente que de un segundo a otro se ha oscurecido.

Pero así son las cosas, así siempre han sido.

Y con una última mirada salgo de mi hogar, quiero ver esa deteriorada y lúgubre iglesia por última vez.

(...)

He decidido caminar hasta el parque, no queda tan lejos de casa y así puedo despejarme un poco, mantener los nervios a raya y mentalizarme sobre lo que va a ocurrir luego de este lugar.

De tan solo pensarlo hace que mi mundo se tambalee y quiera correr de vuelta a casa, encerrarme en mi habitación y no salir hasta mañana.

Si, debería hacer eso, es lo mejor.

Muérdete la jodida lengua y camina, no tenemos todo el día.

Ya estoy a unos pasos de la iglesia, está igual que siempre, aunque no hay mucha gente a sus alrededores a pesar de ser un día domingo. Supongo que es por la hora de almuerzo.

Me paro enfrente de la lúgubre iglesia y me permito observarla y detallarla lentamente, tal y como si fuera mi primera vez. Los recuerdos amenazan con hundirme, pero trato de despojarme de ellos y esa sensación asquerosa.

Ahí estaba ella, a puertas cerradas como siempre. Tan desgastada, vacía y misteriosa como de costumbre. Abandonada, deteriorada, olvidada. Casi puedo decir que me estoy describiendo a mí misma.

Melancólica, con figuras religiosas en su interior que antes eran adoradas, veneradas y bien pulidas todos los días. Sin embargo, ahora solo son yeso, barro, cerámica desgastada, polvorienta y carente de sentimiento alguno, carente de fe que antes se les atribuía.

Pero aún con todo y su estado de casi descomposición, no dejo de visitarla. No dejo de admirarla.

No dejo de creer, de tener fe. Luego de todo lo que hice y pasé, necesito algo, necesito salvación por ese ser divino, necesito que él crea que puedo salvarme, aunque yo no concuerde con él.

Aparto mi vista de la iglesia deteriorada y me encamino a la banca color blanco desgastado de siempre, la misma banca de siempre, como todos estos últimos años, como estos últimos meses. Me dirijo a ella a pasos lentos pero constantes, ¿Trato de aprovechar este tiempo lo más que pueda? o ¿es por lo que me espera luego de salir de acá?

No sé decir a ciencia cierta qué es lo que me amarra a este lugar, el por qué me duele tanto dejarlo.

Si lo sabes, solo que no eres lo suficientemente valiente para admitirlo, aceptarlo y aún menos, tener que superarlo.

Ganaste.

Me deslizo en la banca de madera con toda la delicadeza que me caracteriza, esta banca es de mis favoritas, desde este punto puedo admirar todos los alrededores del parque, tiene un buen punto de vista y está bajo los frondosos cerezos.

Así fue como lo vi a él. Así empezó toda mi historia, nuestra historia.

Debo calmarme, no puedo permitirme perder la calma.

No hoy.

No de nuevo.

No después de tanto.

No después de lo que perdí por dejarme llevar por esos sentimientos tan insanos.

No después de lo que hice.

Solo...no.

Como lo que me dijo Thomas una vez:

No permitas que las grietas vuelvan a abrirse, Eco. Porque si lo haces, si permites dejarte llevar, esta vez no caerá nadie cercano a ti en ellas. Esta vez caerás tú, Eco. Y no creo que quieras volver a escalar tanto para buscar la salida, no de nuevo.

Aprieto fuertemente mis ojos y mis manos las hago puños en mi regazo, tengo que dejar de recordar las cosas que me mortifican.

Guardo todas mis preocupaciones e inquietudes para después.

Los últimos días en casa han estado bien, en lo que cabe la palabra. Laryssa y yo seguimos teniendo el mismo trato de siempre, el que su hija se fuera a la ciudad por un buen tiempo no es una excusa lo completamente buena como para demostrar sus sentimientos. Mi madre es única y por eso la adoro.

Dejando ese tema a un lado, las pesadillas han menguado, han dejado de atormentarme, han decidido dejarme descansar ya que desde hace tres semanas no hay nada de ellas.

Y no es que me moleste el que ellas hayan desaparecido, no, todo lo contrario, estoy agradecida. Pero tengo miedo de lo que vaya a pasar después. Nunca las cosas salen así de bien tan fácilmente y desgraciadamente eso me tocó aprender no de la mejor manera, ni en el mejor momento.

La semana anterior he terminado la secundaria, mi profesor privado me felicitó por lograr estudiar por tantos años desde casa y mamá celebró ese día con una pequeña e incómoda cena o al menos de parte mía, ya que invitó a Michael, mi maestro, a formar parte de ella.

Y de último, la sombra, esa con sus suaves dedos. Ha dejado de velar mis noches y supongo que es el mismo el que vigilaba mis días ya que ha desaparecido de la noche a la mañana.

Solo espero que así se mantenga por un buen tiempo.

Me he preguntado estas últimas noches que qué será de mí en un lugar como aquel. ¿Tendré amigos, alguna amiga? Me da miedo pensar que la soledad me arrastre, me lleve consigo y que tampoco en un lugar como aquel haga algún amigo, algún compañero, algún conocido.

La soledad me ha perseguido a cualquier lado que vaya, se ha convertido en una segunda piel. Una que no puedo mudar, que no puedo deshacerme de ella.

No, Eco. Deja de pensar en eso, no te atormentes más. Me reprocho a mí misma.

—Relájate, Eco. Todo va a estar bien. Todo va a estarlo—me digo a mi misma tratando de calmar, apagar, controlar, hacer algo para mantener a raya mis nervios y suposiciones.

Mis inseguridades.

Gracias, la verdad necesitaba escuchar eso el día de hoy.

Doy un pequeño brinco en mi lugar al escuchar la respuesta de una voz desconocida, de una persona completamente inesperada que se encuentra parada a no tan cerca de mí, pero si lo suficiente como para poder escuchar su voz.

Mi corazón late como un desquiciado al darme cuenta quién es el portador de esa voz ronca, profunda y tan varonil que ha interrumpido mi momento de paz y armonía.

Giro mi rostro inmediatamente, encontrándome con esos lindos, delicados y perfectos ojos celestes cielo. Mis manos empiezan a sudar y mis nervios picotean por salir a relucir y dar un jodido acto con volteretas incluidas.

Nunca he tenido amistades por eso me encuentro tan desesperada y sin saber cómo actuar.

Justo en frente de mí se encuentra el chico cabellos rubios y ojos color cielo con el que tropecé y me quedé embobada viéndolo hace tan solo dos semanas atrás.

Nunca se cruzó por mi cabeza volver a toparme con él, ni que él llegaría a hablar conmigo. Tengo preguntas, muchas preguntas sobre él. Pero mis nervios son más fuertes que las duda sobre él y saber quién es y qué hace una persona como el en un pueblo como este, en un pueblo como el mío.

Mis sentidos se ponen alerta cuando lo veo acortar la distancia y dirigirse a pasos lentos, seguros y tortuosos hasta la banqueta con una intención clara pasando por su cabeza y sus ojos brillando con determinación, sentarse junto a mí.

Mi pulso enloquece y mi corazón vibra y se retuerce en las paredes que lo aprisionan.

El chico de unos veinte y tantos años carraspea la garganta.

—Ehhhh.... Disculpa, ¿está ocupado? —no sé a qué se refiere con exactitud y al parecer él se da cuenta cuando mi rostro se torna en uno de completa confusión.

Señala el espacio a mi lado.

—No, no lo está, puedes sentarte.

Y así lo hace, primero duda un poco, pero decide sentarse a mi lado, me siento incómoda al estar al lado de alguien y más si él me ve de una forma tan extraña, como si intentara recordar mi rostro de alguna parte, que pésima memoria tiene.

El silencio reina entre nosotros así que hago mi mayor esfuerzo por alivianar el ambiente tenso que nos embarga.

—¿Mal día? —pregunto y una sonrisa tira de sus labios.

Una sonrisa tensa cruza en sus labios, una sonrisa a boca cerrada mientras juega con una bebida en su mano que hasta este momento me daba cuenta que cargaba consigo.

—Algo así, trabajar es más difícil de lo que pensaba— habla apartando sus ojos hipnotizantes de mí y dirigir su vista al frente. Sumergiéndose así en sus pensamientos, tal y como yo lo he hecho antes de que él interrumpiera.

No respondo, no sé qué responder a eso, no soy buena reconfortando a las personas. Cuando pienso que no hablará más, lo hace.

—¿Y qué hay de ti? ¿Mal día también? —no quiero mentirle, pero tampoco le voy a decir el porqué de mis preocupaciones a un completo desconocido.

—Algo parecido—y no miento, es algo parecido después de todo.

Ladea su rostro para poder verme, sus ojos son tan claros que hasta puedo verme a través de ellos. Son tan bonitos como el cielo.

Contemplo sus facciones, una mandibulada bien definida, labios carnosos con un color rojo natural que combina tan bien con su piel tan blanquecina y su nariz respingada.

—¿Tú eres la chica que me empujó semanas atrás, no? —mi cara ha de ser un poema en este momento.

Yo no me pongo roja cuando tengo vergüenza, yo empiezo a temblar, como le está sucediendo a mis dedos en este preciso momento.

—No te empujé—reclamo, porque eso no fue lo que pasó realmente. —Pero sí, si soy yo, discúlpame por eso, realmente iba distraída no fue mi intención.

El rápidamente habla:

—Oh no descuida, yo tampoco me fijé por donde caminaba.

Luego de eso ambos nos sumisos en un silencio pesado e incómodo, él no parece querer aportar mucho y yo no puedo estar demasiado tiempo en silencio, así que me atrevo a preguntar lo que ronda en mi mente desde que se sentó a mi lado.

—¿Eres nuevo en el pueblo? Es que nunca te había visto por acá.

Fija sus ojos cielo a los míos y deja salir un largo suspiro que al parecer es de cansancio y contesta mi interrogante.

—Sí, me asignaron a este pueblo hace un par de semanas, es muy lindo todo aquí, pero es algo desolado.

—Luego te acostumbras a la soledad, si—Sonrío.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

—Desde que tengo memoria—suspiro con pesar.

—Entonces conoces muy bien el lugar, realmente me gustaría mucho dar un tour por él, desde que llegué no he tenido tiempo de hacerlo y tampoco había conocido a nadie que viviera acá, excepto los de mi trabajo claro, pero ellos no tienen tiempo suficiente para eso.

No sé qué responderle, es cierto que he vivido aquí desde que tengo memoria, pero no conozco todo el lugar puesto que nunca salí de casa, mi madre nunca me lo permitió.

—Sí, claro. Cuando gustes—miento, sé que nunca voy a poder ayudarlo, pero no puedo decírselo, no lo conozco, es un completo extraño para mí.

—Gracias—sonríe abiertamente dando a relucir sus hoyuelos. —Ahora dime. ¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es E...

Antes de poder terminar de hablar las campanas de la iglesia suenan, dándome a entender que es hora de irme y hacer lo que he estado posponiendo desde hace un par de meses atrás. Me levanto sobresaltada de la banca sin importar que el chico rubio de al lado me mire como una loca, tengo que irme lo más pronto o me arrepentiría y no tengo tiempo para arrepentimientos.

—Debo de irme—le digo al rubio mientras me pongo en camino a mi último destino, pero el más importante.

—Espera, dime tu nombre—camino más rápido, no tengo tiempo para decir el mío, pero él sí que lo tiene para el suyo. —Mi nombre es Fabién, hasta luego—grita desde la lejanía, pero lo logro escuchar apenas.

Fabién, lindo nombre

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