Resurgiendo al caos
Resurgiendo al caos
Por: Gabs
Indefinido

 "No huyas de mí dulce ángel, estar en mi infierno no es malo"

El dolor de mis pies descalzos aumenta tras cada paso que doy, dificultando aún más mi intento de huida. No puedo seguir más tiempo así, tratando de despistarlo. Escondiéndome en la oscuridad, así tal y como él lo ha hecho todo este tiempo.

Mi corazón bombea con fuerza y mis piernas tiemblan. Pero por mucho que lo desee no puedo dejar de correr, porque él viene por mí.

Porque se esconde entre las sombras, todo este tiempo lo ha hecho, ha jugado con nuestras mentes, con nuestros corazones y nosotros hemos sido demasiado estúpidos como para darnos cuenta. Las pistas fueron demasiado claras como para creerlas y eso jugó a su favor.

Y esta noche él les ha demostrado a los tres que ahora se rigen bajo las reglas de su juego.

Mi garganta se siente seca y mi corazón amenaza con abandonarme cuando empiezo a juntar las piezas de lo que ha ocurrido en todo este año.

Las calles se vuelven más oscuras y lúgubres a medida que sigo avanzando, nada comparadas a las calles del centro de la ciudad, donde estaba disfrutando de la celebración de mi cumpleaños.

El frío se cuela por las partes descubiertas de mi vestido entallado y adormece mis huesos, la lluvia paró hace mucho tiempo, pero el frío parece imperturbable.

Nada es ahora a como lo recordaba antes, antes de que todo esto empezara hace un par de años atrás, ahora todo es menos borroso. Ahora conozco las dos caras de la mentira.

Ahora realmente puedo decir que conozco a aquel monstruo y que he sido la única que lo ha podido sentir piel contra piel. Aquel hijo de puta que se envuelve en su propio manto de oscuridad por el día. Y pinta su coraza de tonos veraniegos para no ser reconocido y mantenerse oculto. Aquel que no se da cuenta que he logrado descifrar su plan.

La oscuridad de las calles me desespera y los faroles, fieles acompañantes de las esquinas por las noches, no cumplen con exactitud su trabajo asignado.

Ya no hay rastro alguno de la música que revoloteaba en el aire, el ambiente liviano y las luces rojas que decoraban el lugar donde estaba disfrutando antes de volver al encierro. Ya no hay rastro de ese fuerte olor a alcohol que alivianaba el ambiente y tampoco hay rastro alguno de mis tres acompañantes.

Estoy tan lejos de aquel bar donde había logrado escapar la noche de hoy.

El frío calcina mis huesos poco a poco y la incertidumbre de lo que ocurrirá conmigo en este preciso momento, lo hace aún más.

Huye.... corre....

No voy a morir un día después de mi cumpleaños, no cuando aún se me esconden secretos, no cuando yo aún escondo los míos.

No debo parar, no debo gritar, ni quejarme.

Mi cuerpo entero tiembla y no sé si lo hace por el pánico de encontrarme en una situación como esta o por el frío que no me da tregua alguna.

No es la primera vez que vives una situación similar, Eco. Recuérdalo.

Claro que no lo es, pero no es momento para anécdotas retorcidas, eso será revelado más adelante, esto es el presente, el pasado se contará luego.

Intento trotar, pero lo único que logro es dar algunos pesados y cortos pasos. El cansancio se ha apoderado de mí y puedo jurar que de la planta de mis pies ya ha empezado a brotar sangre.

Doy mis últimos pasos deseando no ser encontrada por la criatura que se ha empeñado en hacer de esta noche la última de todas para mí, pero al parecer la suerte no está de mi lado.

Un estremecimiento de pánico me recorre el cuerpo en el momento en el que siento unas fuertes y anchas manos aferrarse de mis hombros, apretándolos con fuerza para impedir mi huida. Trato de apartar su toque de mí, pero en cambio solo consigo que me empuje hacía adelante y termine perdiendo el equilibrio de mi cuerpo, cayendo en picada sobre la rocosa, fría y húmeda calle.

La mayor parte del impacto lo recibe mi rostro logrando que mi mentón empiece a arder inmediatamente. El dolor estalla en mi rostro, empieza a picar y enmudecerme. Sé que sangre va a empezar a salir por el golpe, pero no puedo quedarme en la calle.

Intento ponerme en pie con la decisión ardiendo en mis venas, pero lo que se encuentra detrás de mí coloca uno de sus pies en mi espalda adolorida evitando así que logre zafarme de él.

A él ya no le importa el estado en el que me encuentre, está decidido a llevarme de la forma que sea.

En un movimiento brusco logro apartar su pie de mi espalda quedando boca arriba con mi vista posada en la figura de él. Él se encuentra a escasos pasos de mi cuerpo que sigue tendido en el suelo.

El azul de su mirada no es fácil de olvidar. Es el mismo con el que he pasado soñando estos últimos ocho meses.

Te conozco. Quiero susurrar, pero todo pasa demasiado rápido que no puedo articular palabra alguna.

Él da pasos hacia mi dirección hasta quedar frente a mí, cara a cara. Quiero reaccionar y salir de mi entumecimiento, pero su voz me hace temblar y quedarme estancada en mi lugar.

—No huyas de mi dulce ángel, estar en mi infierno no es malo— esas palabras salen de su boca en un susurro amenazador. La arrogancia y superioridad se perciben en sus palabras, dejándome un sabor amargo en el paladar.

¿Por qué me había llamado ángel? ¿Qué significaba eso?

Sin permitirme dar una respuesta o al menos defenderme, agarra mis hombros con la misma fuerza de hace minutos atrás haciendo que me levante del suelo a la fuerza, para luego empujarme y estrellarme contra una pared detrás de ambos.

Puedo sentir como la vida se escapa de entre mis dedos, el dolor es punzante e incrementa a medida que pasan los minutos y la preocupación ya se ha arraigado de mis ramificaciones. Detrás de mi cabeza puedo sentir un líquido caliente salir en forma de gotas, debo hacer algo.

—¿Qui... ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mí?— pregunto en un susurro entrecortado por el terror que ha tomado lugar en mis adentros y que al momento de tratar de defenderme salió a flote.

—Mi pequeño Ángel, de ti quiero todo—Y con eso un dolor punzante me empieza a bombardear el pecho, lo último que logro escuchar es un susurro proveniente de la boca de mi agresor.

Luego un pitido que inunda todo y dos destellos que hicieron que perdiera la movilidad de mi cuerpo y danzara en el limbo de la inconsciencia, dejando así a un lado todo lo que pasaba.

Las últimas palabras que logro escuchar son unas que me producen terror y algo de satisfacción por la familiaridad en ellas, pero luego de eso todo se vuelve borroso e incoloro.

—Siempre volverás a mi, Eco. Te lo prometo.

Y yo supe a la perfección qué era lo que quería decirme con aquellas palabras, supe quién era desde el primer instante en que lo observé entre las personas en el bar, pero lo callé.

No dije ninguna palabra al día siguiente cuando me levanté en la camilla del centro y las miradas preocupadas de los chicos estuvieron puestas en mí. No dije nada porque los muertos deben quedarse como están. ¿No?

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