Castigo

Una espantosa arcada me despertó violentamente, salté de la cama y corrí al baño. Al principio me desorienté un poco, luego me di cuenta que estaba en casa de Dorian. «Mi maldita suerte». Luego de dejar la noche anterior en el retrete, lavé mis dientes y mi cara, lucía salida de una película de terror. Me veía fatal y me sentía aún peor. Me metí en la ducha para tratar de mejorar mi semblante. El agua caliente ayudó, pero aún tenía el estómago al revés. Casi me arrastré hasta la habitación, el sol entraba por la ventana y me hacía doler más la cabeza. Busqué ropa interior en mi cajón, y me puse la remera de Yale de Dorian que usaba para dormir. Él no estaba en la cama, así que llena de culpa y algo de temor fui en su búsqueda. Me asomé a la cocina y allí estaba, sentado ojeando

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