Capítulo 3

Corro lo más rápido que puedo por los pasillos de la escuela. Apenas salí de mi última clase los simios estaban esperando por mí y ni siquiera hubo una palabra de advertencia, me bastó con ver sus rostros sonrientes para saber que de aquí no me iba sin una golpiza. Con lo mucho que me hubiera gustado patearles el culo, tuve que huir. Si comienzo a pelear lo único que conseguiré es ser expulsado junto con ellos.

Por desgracia, en medio de mi escape, Liam me ve y se convierte en uno más de los persecutores, solo que a este sí le doy oportunidad para alcanzarme.

—¡Mason! ¡¿Por qué no solo intentamos defendernos?!

—¡A ti no te persiguen! —Por mirarlo un momento casi caigo al suelo —¡Ve a tu auto, idiota!

Doblo por un pasillo que da hacia una puerta de salida por donde puedo escapar a la calle. Al intentar salir, maldigo por lo bajo porque tiene que estar bloqueado justo única vez que la quiero usar. Sin otra opción más que quedarme ahí y esperar a que los monos no me noten, recargo mi espalda contra la pared.

De pronto escucho el silbido de unas zapatillas contra el piso y al ver que se trata de Liam, lo alcanzo justo a tiempo para arrastrarlo hacia el pasillo. Cubro su boca porque detrás de él vienen los Sídorov. Las risas nasales son un confiable indicador de su presencia. Ellos, después de mover su cabeza de un lado a otro, pasan sin siquiera notarnos. Tal vez creen que hemos ido hacia el otro lado de la escuela donde hay más posibilidad de hallar lugar para esconderse o mezclarse con los chicos que se dirigen hacia sus clases extracurriculares.

Dejo libre al principito que comienza a acomodar su ropa desarreglada.

—¿Por qué no los enfrentas?

—A ti te fue de maravilla la vez que decidiste defender a tu compañero.

Liam suspira, negando con la cabeza.

—Huir todos los días tampoco me parece un buen plan.

Salgo del escondite un momento. No hay señales de alguien rondando por ahí.

—Vamos —le digo.

—Solo digo que si un día quieres pelear contra ellos…

—Estoy evitando a toda costa que eso suceda —admito, colocándome mejor la mochila. Ambos damos largos pasos hasta el estacionamiento—. Si reparto un par de golpes por ahí es obvio que los tres seremos expulsados.

—¿Qué?, pero estarías en todo tu derecho a defenderte. No hiciste nada malo, no como ellos.

—Aquí no hice nada malo.

Él iba a preguntar algo más, pero llegamos a su auto y no tuvimos más opción que apresurarnos a subir; si seguimos expuestos esos monos nos encontrarán tarde o temprano. Camino a mi casa, disfruto del silencio, pero también me molesta que mi acompañante no deje de fruncir el ceño.

—Si no querías huir conmigo debiste quedarte y pelear con esos simios.

—Estaba pensando que es momento de que alguien haga algo al respecto. — Suspira—. Como te dije hace unos días, ingresé a esta escuela el año pasado, pero como mucho me han molestado o encerrado de vez en cuando en un salón.

Río por lo bajo.

—¿No hiciste algo al respecto?

Él niega con la cabeza.

—No puedo moverme con tanta libertad como quisiera… Es decir, no acabaría expulsado, pero tampoco saldría sin problemas si mis padres se enteraran de que molí a golpes a esos simios solamente por un pequeño insulto.

Toso un poco para disimular la risa.

—¿Qué? —Él me observa con el ceño fruncido—. ¿No crees que sea capaz de defenderme?

—¿Acaso no puedo ahogarme con mi propia saliva? Esas cosas pueden pasar.

Liam enarca las cejas, volviendo a mirar el camino.

—Ya que estamos yendo para tu casa, ¿podemos hacer nuestras tareas juntos?

—Hum…

—Oh, vamos. Mason, es más sencillo cuando compartes tus problemas con alguien más.

—Tengo otras cosas que hacer aparte de la tarea.

—Puedo ayudarte con eso también —sugiere él—. Sé que estoy presionando mucho, pero no me gusta estar solo en casa… Es decir, disfruto de la soledad cuando quiero, aunque ahora no es el caso.

Froto mi cara con ambas manos.

—Tengo que ir al supermercado por algunas cosas, pensaba hornear galletas…

—¡Hornear galletas! —Liam casi brinca en el asiento—. Ahora no voy a dejarte hasta que me convides algunas.

Olvidé mencionar que era un tiempo para mí, pero supongo que por hoy puedo hacer una excepción. Liam parece un niño emocionado por un nuevo juguete y se siente bien entusiasmar así a alguien; no veo razón para apagar esa alegría con mis quejas.

En menos de quince minutos estamos en mi casa por lo que le pido al principito que me espere afuera mientras busco la lista de compras, algunas bolsas de tela y dinero. Cuando regreso a la entrada de la casa, él agarra las bolsas que le entrego para que pueda cerrar la puerta con llave.

—¿Por qué trajiste tantas bolsas? Podemos empujar el carrito hacia el auto y…

—Dijiste que me ayudarías con las tareas extras antes de las tareas de la escuela —le digo, sonriendo al final—. Mason no va al supermercado en auto.

—Bien, será la primera vez que Liam cargue bolsas pesadas.

Niego con la cabeza mientras bajo por las pequeñas escaleras de la entrada.

—Si un solo vegetal acaba en el suelo, volverás al supermercado a buscar otro.

Él protesta, pero corre hasta alcanzarme y caminar lado a lado conmigo.

—¿Qué más hace Mason? —pregunta, jugando con una bolsa de color gris.

—Caminar en silencio.

Liam lanza un dramático suspiro.

—Bueno, te cuento lo que hace Liam. —Ríe, casi enredándose con las bolsas —. A esta hora llego a casa, como algo porque siempre tengo hambre, duermo un par de horas, hago esto y aquello y comienzo a hacer la tarea.

—Espera, ¿qué es esto y aquello?

Él mueve sus cejas arriba y abajo.

—¿Mason no caminaba en silencio?

Lo golpeo con una bolsa de color verde.

El principito mueve sus labios de un lado a otro, luego señala hacia su izquierda.

—¿Aquí es donde haces tus compras?

Miro el pequeño supermercado.

—Trae un carrito —le pido.

Pensé que se quejaría, pero no hizo más que correr hacia la fila de carritos al lado de la puerta de entrada. Se tarda en regresar porque comienza a jugar con el carrito hasta casi chocar conmigo.

—Ey, contrólate o me encargaré de llevarlo—. Sostengo el carrito de compras para que no me atropelle.

—Voy a entrar —anuncia, tratando de meterse dentro de lo que se supone solo sirve para las compras.

Ruedo los ojos, empujando el carrito con él adentro. A decir verdad, creí que estaría más pesado, pero no siento que esté empujando una roca del tamaño de un planeta.

Dentro no hay gran cantidad de personas y nadie parece estar enojado porque un adolescente esté metido en un carrito de compras así que me ocupo de revisar la lista para saber dónde ir. De repente el carrito se mueve demasiado. Al mirar qué está sacudiéndolo casi no creo lo que veo. Liam está sacando frituras del último estante sin pensar que un solo movimiento fuerte podría tirarlo a él y toda una estantería repleta de papas fritas de distintos sabores.

—¡Bájate! No necesito eso.

—Tú no, yo sí —insiste, volviendo a sentarse en el carrito luego de haber recogido unas frituras—. No me mires como un padre soportando a su niño malcriado, tengo dinero para pagar por todo lo que compre y suficiente hambre para comerlo casi todo.

Ruedo los ojos y vuelvo a empujar el carrito hasta la sección de lácteos.

—Dime, ¿de qué exactamente haremos las galletas? —pregunta él mientras busco queso chédar.

Quizás el fin de semana haga hamburguesas y para eso necesito…

—Mason.

—Si en algún momento tengo hijos, cosa que dudo, jamás los traeré al supermercado. —Volteo a ver a mi sonriente socio—. ¿Qué quieres ahora?

—Te preguntaba qué galletas haríamos.

Rasgo el final de la larga lista de compras y se la entrego.

—Esos son los ingredientes que me faltan. Haz algo útil, ve por ellos mientras yo busco la demás comida para existir.

Liam asiente y baja del carrito con la pequeña lista.

—¡Te encuentro en la sección de chocolates! —le grito al recordar que debo regresar con él.

Al fin tengo mi momento de paz para escoger lo que hace falta. Empiezo por los lácteos. Me tomo mi tiempo para escoger vegetales frescos, frutas de estación, reviso si llegaron las nuevas especias que me aseguraron —cuando vine la última vez— tendrían a partir de este mes y hago una selección meticulosa de carne para las hamburguesas que deseo comer el sábado o el domingo. Feliz de que el carrito de compras esté medio lleno, voy hacia la sección de chocolates donde encuentro al principito sosteniendo un canasto con varias barras de chocolate, los ingredientes que necesito para hacer las galletas y dos bolsas de dulces.

—¿Cómo puedes necesitar todo eso?

Él voltea para verme, sonriendo de manera inocente.

—Tengo hambre, todo lo que mis ojos vean y me guste no se salvará de ser devorado.

Antes de que decida llevarse hasta las conservas, lo arrastro conmigo para pagar todo lo que compramos, pero cuando paso por la sección de revistas me detengo un instante para ver si no está aquí la nueva entrega de Cupcake, una revista que siempre me gusta consultar porque explica muy bien cómo decorar pasteles y otras delicias dulces. Podría ver tutoriales o algunos cursos gratuitos por internet, pero esta revista junta los mejores consejos de dos de mis chefs pasteleros favoritos y me ahorra mucho tiempo de investigación.

—¿Qué estamos mirando?

Liam se para a mi lado.

—Nada.

Esa revista está agotada en todos los lugares donde pregunté. Se supone que este mes sería un número especial, pero tampoco me puse a pensar que toda una ciudad querría leerlo.

—Mason, deberías leer Mira y cocina, Cocina y otras manías o El maravilloso mundo de los postres —sugiere el principito—. Además de tener varios consejos de expertos, tienen especiales sorpresa con diferentes chefs todos los meses.

Abro y cierro la boca varias veces.

—¿Por qué sabes todo eso si tu única especialidad es comer?

Liam se encoje de hombros.

—Uno debe saber de todo en esta vida, ¿no?

Sonriendo con picardía, se adelanta hacia las cajas de pago automático.

Negando con la cabeza, voy a hacer lo mío que es pagar por todo esto.

Luego de unos pacíficos minutos, él aparece con cara de necesitar algo.

—No me digas, necesitas bolsas para tus cosas.

Liam sonríe, inclinando un poco su cabeza y pestañeando rápidamente.

—¿Por favor?

Le presto dos bolsas, lo que me deja con un problema porque tengo que sobrecargar las demás y correr el riesgo de tener la mitad de mis alimentos en el suelo antes de llegar a casa.

A la salida del supermercado, Liam se ve demasiado serio.

—No te llevas la peor parte —le digo—. Quien tiene como cinco kilos de cosas en cada brazo soy yo.

Él sonríe, sonrojándose un poco.

—Eres gracioso.

—Algo que me he estado preguntando es ¿cómo un chico que parece encajar mejor en una institución de prestigio terminó en una escuela como la nuestra?

El principito rasca un lado de su mejilla.

—Porque un día le dije a mis padres que… No hubo una buena… Es decir, no me… Por una y otra razón decidí estudiar donde ahora estudio. No es una historia muy interesante.

Le creería si no hubiera tardado más tiempo en decir nada que en responder. La charla muere sin siquiera haber empezado porque llegamos a mi casa y él corre hasta subir las escaleras de la entrada. Luego de maniobrar las bolsas y el giro de las llaves en la cerradura, llegamos a la cocina donde me libero del peso de las compras.

—¿Qué hay de ti? —pregunta—. ¿Por qué Brody dijo que podías arrinconarme contra una pared exigiendo un teléfono?

Busco los condimentos que compré porque me gusta organizarlos según la cantidad que queda en comparación a los que ya tenía.

—Bueno, parece que no lo dirás. —Escucho el crujido de una bolsa mientras él habla—. Entonces pregunto otra cosa: ¿cómo aprendiste a cocinar?

—Siempre tuve que cocinar para mí mismo. Pensé que si así iba a ser para siempre entonces era buena idea aprender.

—Eso suena razonable. Ahora, siguiente pregunta: ¿dónde están tus padres?

Saco un frasco vacío de adentro de la nevera. Creo que debo comenzar a recordarle a Brody que no deje estas cosas ahí.

—Otra pregunta que no quieres responder.

—Deja de comer, comenzaremos a hacer galletas —Llevo hasta la pequeña mesa los ingredientes que necesitamos—. Te enseñaré a hacerlas, presta atención.

Él se deshace de sus papas fritas y parece dispuesto a escuchar.

—Podríamos haber comprado la masa para galletas —opina, robando algunas chispas de chocolate que caen de la bolsa cuando la vierto en el tazón—. Te advierto que deberás hacer todo el trabajo porque no te garantizo que me salgan bien.

—Prefiero hacer las cosas yo mismo. —Me acerco hacia el horno para colocar la temperatura ideal de precalentado—. No te preocupes, conmigo supervisándote es imposible que hagas un desastre en mi cocina.

Liam ríe y escucho que revuelve las pequeñas chispas que irán en las galletas.

—Deja de comer todo lo que encuentras. —Regreso a la mesa y aparto el tazón con chocolate de sus manos—. Ahora presta atención.

Le pido que bata la mantequilla con el azúcar hasta obtener una mezcla con textura de crema completamente homogénea mientras yo comienzo a tamizar harina.

—Esto lo sabe hacer mi madre, yo soy un desastre —comenta mientras trata de integrar los ingredientes.

—¿No hacías galletas con tus amigos?

Liam niega con la cabeza, esforzándose por batir lo que está en el bol más grande.

—La verdad es que nunca fui de esos chicos que disfrutan de una tarde cocinando galletas.

—Lamento aburrirte con mis muy tranquilas tareas de abuelito —bromeo, observando cómo se ve lo que estuvo batiendo.

—Lo que quiero decir es que antes era muy… No tenía los pies bien puestos en la tierra. Ahora intento cambiar eso porque sucedieron cosas que me llevaron a pensar que era mejor comportarme. —Sonríe, batiendo un poco más la mezcla que acaba de formarse—. A decir verdad, me gusta pasar el tiempo así.

Agrego harina lentamente a lo que está revolviendo, pero me aparto cuando Liam comienza a soplar y causa que un poco de harina explote por los costados.

—No hagas eso.

—¿Qué cosa? —Ríe—. ¿Esto?

Él pellizca un poco de harina de la mesa y la arroja hacia mi cara.

—Detente.

—¡Como en las películas!

Toma un puñado de harina y la arroja contra mí.

—¡Deja de hacer eso! —Casi rompo el tazón lleno de harina cuando lo dejo contra la mesa. —¡Si no vas a tomarte esto en serio, no hagas nada!

Liam parece petrificado en el lugar, pero rápidamente baja la mirada.

—Lo siento, a veces no puedo regular muy bien mi temperamento. —Me apoyo en la mesa—. No te preocupes, no sucede seguido y no comenzaré a golpearte porque sí. A pesar de ser tranquilo la mayoría del tiempo, todavía tengo que ir a terapia para controlar algunos impulsos, pero no es nada grave.

Él asiente, sonriendo un poco.

—Está bien, era esperable que hicieras eso. —Sacude los restos de harina que quedaron en su camisa rosa—. Puedo ser un poco infantil y molesto de vez en cuando; me lo dijeron muchas veces.

Busco algo para limpiar el desastre de harina que hay en la mesa.

—Y no has cambiado a pesar de que suelen decirte eso.

—No. —Ríe—. Antes era peor, ahora por lo menos hago estas cosas con moderación.

Terminamos de preparar la masa para las galletas. Después Liam le agrega tantas chispas de chocolate que al final parecen galletas marmoladas, pero por lo menos no juega con los ingredientes ni se los come a pesar de que vea con mucho cariño las chispas que sobraron.

Antes de guardarlas, agarro un poco y se las dejo en la mano.

—Por tu esfuerzo.

Liam sonríe y comienza a comérselas.

—Me haces parecer una mascota que recogiste en la calle, se portó mal y ahora que reflexionó sobre su comportamiento merece una recompensa.

—No podrías haberlo dicho mejor —agrego, sonriendo sin querer.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo