Capítulo 1

Desde los primeros días en mi nueva escuela he observado las maniobras que los hermanos Sídorov utilizan para atormentar a los demás estudiantes. A los nuevos, sobre todo, la raza que deben domesticar para que su reinado no se vea amenazado por ningún estúpido de doble moral que desee acabar con el mal en la escuela.

Hice todo lo posible para seguir sus pasos, pero ni siquiera cruzar miradas con ellos. Debía retrasar mi bienvenida aquí. Aunque en eso no tenía elección de todos modos, traté de convencerme a mí mismo de lucir lo bastante débil y estúpido para hacerles ver que tratar conmigo era una pérdida de tiempo, pero el plan se vino abajo cuando no pude dejar de lado mi orgullo y llorar como bebé por cualquier comentario malvado o amenaza.

Los Sídorov querían que suplicara piedad y me retorciera como una babosa rociada con sal. Disfrutaron de treinta minutos dándome golpes inexpertos y bombardeos de cualquier porquería que hallaran en el momento, más las que habían traído para la ocasión. Cualquier cosa apestosa que encontraran era buena para arrojársela a Mason. 

Se hizo muy difícil fingir horror o retorcerme por el ardor de la humillación cuando lo único que hicieron fue pegarme como bebés dando manotazos a sus padres y arrojarme cuanta encontraran; tardando demás en la parte de la intimidación, que debe ser sencilla, eficaz, y directa para causar miedo a la víctima.

Lo bueno de todo esto es que al haberlos dejado llenarme de m****a seguro quedaron satisfechos… A menos que quieran averiguar cuánto puedo resistir antes de demostrar que tan estúpido no soy y puedo darles pelea.

Sacudiendo mi cabeza llena de huevos podridos, respiro aire fresco y reviso las heridas que quedaron debajo de mi camiseta. Nada más hay raspones, unas cuantas zonas verdes que pronto cambiarán a morado y restos de comida que cayeron al mover la ropa.

Miro hacia todos lados porque no tengo idea de a dónde fue a parar mi mochila confiscada por esos idiotas. 

De pronto, escucho una lista de maldiciones y veo b****a siendo arrojada desde una esquina por alguien que parece estar entusiasmado por sacarle el relleno a un cesto de b****a.

Me acerco un poco más al sitio donde explotan papeles y envoltorios en todas direcciones. Con la b****a metida hasta el codo está un chico tan bañado en m****a podrida como yo. Tal parece que hoy los simios hicieron dos por uno para ahorrarse la molestia.

Advirtiendo mi presencia, el chico se aparta del basurero y mira con la boca abierta lo que hay frente a él.

—Esto es bastante conveniente. —Inclina su cabeza—. Te llamas Mason, ¿verdad?  

—Sí, soy Mason. También te dieron una calurosa bienvenida, ¿eh?

El chico está cubierto de pies a cabeza con lo que parece ser cadáveres de comida que mancharon su preciosa ropa de colores pasteles, aparte de endurecer su cabello color trigo.  Él revisa su ropa, después toca su cabello y frunce el ceño cuando agarra algo extraño que se enredó en su melena.

—Soy Liam. Esto es por intentar defender a un compañero. —Agita su mano como si los restos de comida estuvieran quemándole la piel—. Correr fue peor. Me derribaron con manzanas podridas.

Contengo la risa mientras él observa el cesto de b****a tan alto como una mesa.

—Estoy seguro de que no hay dos Mason Jones. Encontré tu mochila en otro cesto de b****a, aunque dudo que haya algo recuperable aquí dentro.

Alcanzo la mochila que va a ser un infierno limpiar. Cómo bien dijo el principito, nada sobrevivió a la estupidez de esos monos. Mi teléfono acabó destrozado y algunos cuadernos con tareas importantes quedaron reducidos a papel picado. 

—Tienes suerte, al menos alguien halló tu mochila. —Liam arroja por ahí una lata vacía—. Hace media hora que estoy recorriendo cada rincón cercano al sitio donde me interceptaron para ver si encuentro mi morral.

—Buena suerte.

Con mi mochila en mano, doy unos pasos hacia el camino que necesito tomar.

—¡Ey! Hum, ¿podrías ayudarme a buscar mi morral? Ya que los dos estamos así podríamos ayudarnos mutuamente, ¿no crees?

—Sí, lo que pasa es que…

—Por favor. —Utiliza una dulce voz y un mohín adorable para intentar convencer—. Te prometo que puedo y quiero devolverte el favor.  

Iba a pensar en más excusas, pero me distrajo un pedazo de manzana podrida que cayó de su hombro cuando movió sus brazos para juntar las manos como un perrito pidiendo un premio.

—¿Tienes un celular que pueda usar?

—¿Necesitas llamar a tu novia? Si mi morral no está tan destruido como tu mochila, tal vez puedas contactarte con ella.

—Me sorprende la rapidez con la que buscas información. —De repente me dieron ganas de reír—. No hay nadie por quien deba preocuparme, solo necesito hacer una llamada a mi trabajo porque al parecer hoy no podré presentarme.

Liam extiende una sonrisa coqueta, pestañeando un par de veces. 

—Está bien, busquemos mi morral y veamos si puedes hacer esa llamada.

***

El camino entre la puerta de salida y el salón de clases donde estuve antes está a reventar de chicos y chicas. Su entusiasmo crece mientras los chismes sin sentido comienzan a llenar el ambiente con el típico murmullo de una multitud, las risas exageradas de algunos me hacen fruncir el ceño preguntándome cómo un humano puede sacar un sonido tan raro y niego con la cabeza al ver que algunas chicas murmuran cosas cuando paso delante de ellas.

A mitad de camino, levanto la mirada hacia el único reloj que funciona de todos los que hay en las paredes grisáceas. Tengo veinte minutos antes de entrar al trabajo.

Casi llegando a la salida tengo que detener mis pasos porque alguien tira de mi manga. El aroma a bergamota, cardamomo, limón y otras esencias que no puedo distinguir me dan una ligera idea de quién puede haberse tomado tantas libertades conmigo.

—¿Qué quieres?

Volteo hacia Liam.

—Ellos vienen por ti —anuncia como esos mensajeros místicos que salen en las películas de fantasía—. Los escuché hace unos instantes. Esta vez planean dejarte inconsciente y perdido en alguna parte de la ciudad. 

Me impresiona el salto que han pegado las travesuras de los simios.

—Está bien.

—No, no lo está. —El principito engancha su brazo con el mío—. Por favor, permíteme ayudarte una vez más.

Me empuja hacia la salida tratando de asegurarse que los intento de bullies no nos vigilan para alcanzarnos y arrastrarnos hacia cualquier cosa que deseen hacer. No creo que sean tan idiotas para hacer eso frente a toda la escuela, pero como nadie los va a detener, es un buen punto para comenzar a sembrar terror de verdad.

—Ya me ayudaste una vez —le recuerdo mientras caminamos a grandes zancadas—, ¿por qué decides ayudarme de nuevo?  

No me alejo de él porque cualquier día sin pasar por la locura de esos simios me viene bien; pero como forzosamente he aprendido, todo tiene un precio. 

Liam no se detiene ni responde a mi pregunta mantenemos el silencio hasta llegar a su sedán negro que, para ser sincero, no le queda bien conducir. Le vendría mejor un pequeño auto.

Él suelta mi brazo y agita su morral de cuero en busca de las llaves, supongo. 

—Por cierto, le dije a Brody que el celular es un préstamo, pero él insiste en que no puedo tener tanta suerte. Vas a tener que hablar con él para que me crea y no mencionar nada de todo lo que está pasando.  

—Debo ordenar esta cosa —protesta entre murmullos incoherentes, sacudiendo con más ganas el morral—. Ah, sí, hablaré con… ¿Era tu tutor? No te preocupes. ¡Aquí están!  

Al fin saca las llaves y podemos entrar al auto. 

—¿Lo ves? —Él lanza nuestras cosas hacia la parte de atrás—. Es bueno tener a alguien vigilando tu espalda.

—Suena a algo que diría un acosador.

—No te preocupes, le daré explicaciones a Brody. —Enciende el GPS plantado en el salpicadero y nos ponemos en marcha—. No usaba ese teléfono, era mejor que alguien más lo tuviera.

—Y se lo diste a un extraño…

Hago de mis manos almohadas para mi cabeza.

Como el angelical acosador no dice nada, me dejo llevar por el pensamiento. Con este ya son dos encuentros. La última vez que me ayudó demostró ser eficiente porque, me llevó a casa en su auto sin importarle que lo ensucie.De hecho, se veía más preocupado que yo cuando le conté que los monos bullies me golpearon un poco.  

Cuando le pregunté por qué me ayudó, él afirmó que no le gustaba para nada la forma en la que esos sabuesos manejaban la escuela. Tal vez fue inevitable, a su modo de ver las cosas, que lo hayan baleado con manzanas podridas y comida rancia; pero no por eso debía quedarse con los brazos cruzados cuando alguien más necesitaba ayuda.

—¡Cierto! En la bolsa detrás hay frituras por si gustas.

—Me he estado preguntando. —Me lanzo hacia la comida—. ¿Por qué me ayudaste a mí y no a tu compañero?

Él sigue observando el camino sin mover los labios.

—Supongo que también sabes que, al no hallarme, van a hacerle algo peor a otro —le cuento, tratando de que se entienda a pesar de tener la boca llena de frituras—. No seré ni el primero ni el último en ser molestado en esa escuela, solo lo has hecho más complicado para otro saco de carne que quieran atormentar. 

—Sigo recordando la dirección de tu trabajo, no te preocupes, sé hacia dónde voy.  

—Cambiar de tema no sirve —le advierto.

—Hace un año que estoy en esta escuela. Sé lo que esos dos son capaces de hacer: obras de arte con los estudiantes, aunque prefieren a los recién llegados. —Me acabo la bolsa pequeña de Cheetos y agarro las papas. —Los dejan casi inconscientes —continúa Liam, tan alterado como al principio—, pero a ti no parece ni siquiera dolerte el cuerpo por los golpes recibidos y lo peor de todo es que tardaron bastante en darte la calamitosa bienvenida.

—Algunos son más fuertes, astutos e inteligentes que otros.

—¿Es que pasaste por algo peor? Mason, deberías tomártelo en serio… Algunos dicen que son capaces de matarte.  

—Nunca dudo de ello. 

Recibo un puñetazo en mi brazo.

—¡Ey! ¡Ey! ¡Mantén las dos manos en el volante! No quiero que me mates tú. —Masajeo el lugar donde su puño fue a parar—. ¿Y de dónde sacaste tanta fuerza?  

—¡No vuelvas a decir algo tan inconsciente! 

Tal vez lo admití con demasiada calma, pero es cierto, es pura lógica. Aunque quiero vivir; no puedo hacer nada si ellos un día deciden contratar un sicario para ejecutarme. 

Mientras restriego mi brazo, miro al conductor de fuerza bruta. Liam está atento al camino, sus finos labios descansan en un cómodo gesto, y su cabello fino roza su rostro al moverse con el viento que corre a través de la ventanilla. Lo más impresionante son sus ojos. Tienen el color del laurel, un verde apagado tan bonito e intenso como el aroma que deja una pequeña hoja en las salsas caseras.

—No sé por qué te asombras tanto—. Miro los autos que pasan al lado nuestro—. Dijiste que no eres idiota, entonces sabes qué pasa en ese grupo de sabuesos lidereados por... ¿Quién tira de sus correas?  

—Yo tampoco tengo idea de quién es su líder supremo —murmura él—. Pero existe, según rumores.   

Miro la hora en el celular.

—Apresúrate, me quedan diez minutos para llegar a Kwik Fill.

—Llegaremos a tiempo, no te inquietes —insiste.

Al tratar de no pensar en nada, las imágenes del primer encuentro estropean todo mi esfuerzo.

—¿Me dirás por qué decidiste ayudarme en vez de a tu compañero?

—Will me dijo que su novia estaba en camino para ayudarlo. Supuso que, si ella lo ayudaba y los simios los vieran, no harían nada porque hasta ahora no se han metido con las chicas. —Liam se encoge de hombros—. Algunas veces las molestan, pero no es el mismo trato que les dan a los chicos. En mi caso, como debía hallar mi morral, no podía huir.

—Bien y ¿cómo sabías quién era yo?

—¿No puedes quedarte con un cuarto de la información? —Liam lanza un quejido infantil—. Te ayudé dos veces, podrías obviar los detalles.

Evalúo posibilidades y ordeno las cosas a mi modo. 

—¿Qué te parece si a partir de ahora pasas tu tiempo conmigo? —propongo antes de que se acabe el tiempo a solas—. Pegados como siameses, a los simios no les será fácil volcar sus perversiones en cualquiera de los dos. Eso y que ya viste que no terminé tan desarmado como otros chicos. 

Él ríe por lo bajo y acomoda su cabello hacia atrás. No parece que desconfíe, más bien cree que esto es excusa para otra cosa que no tiene nada que ver con el tema que estamos tratando.

 —Pasar tiempo contigo —susurra—. Debes pensarlo mejor.  

—Lo pensé en estos días, pero si no quieres, está bien.

—¡¿Quién dijo que no?! —Carraspea un momento—. Es decir, sí, después de todo no tengo nada interesante qué hacer en esta escuela y aunque parezca que tengo amigos, en realidad son solo compañeros con los que a veces paso el rato.

Después de arreglar aquel trato la conversación fue mucho más ligera y no hubo otra cosa que temas triviales, cómodos temas triviales que me hacían más fácil relajarme antes de llegar al trabajo.

Llegamos a Kwik Fill y antes de que baje, él me pregunta si quiero que me recoja a la salida del trabajo.  Rasco mi nuca porque creo que me acabo de meter en algo que no quería, pero ya establecí que me aprovecharía todo lo que pudiera así que estoy de acuerdo con su sugerencia y le digo a qué hora debe llegar. Después de dar las instrucciones, salgo disparado del auto para sacar mi mochila y empezar las pocas horas de trabajo que hoy tengo que cumplir. 

Lo único que hago es esperar por clientes, ordenar latas de cerveza, descargar algunas cosas para abastecer la mercadería que hay en los estantes, actualizar la sección de revistas con la posibilidad de llevarme las que quiera, y poder disfrutar de un descuento en frituras y bebidas.

La mayoría del tiempo que me toca estar con Clover escuchamos música y jugamos piedra, papel o tijeras cuando los dos nos sentimos flojos para hacer el trabajo y queremos dejárselo al otro.

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