Betel
Betel
Por: Gregoria R. Márquez Díaz
Pluvia

–Disculpe señorita, usted… ¿el doctor tardará mucho?

-El doctor salió a una emergencia hace dos horas, no sé sí tardará o no. –Terminó con una bomba de su chicle.

  –Eso me dijo hace tres horas cuando pasé por aquí.

–Las emergencias son emergencias señor ¡lo suyo es una emergencia?

No supe que responder, para mí no lo era, serpientes me habían picado muchas. Miró la venda en mi brazo, hizo otra bomba y al mismo tiempo la puerta de la entrada se abrió de golpe.

– ¡Doctor Rubén! –Lo saludé y él nos miró.

–Ensuan. ¿Qué se te ofrece?

–Llevo un rato esperándolo –La miré a ella –Me mordió una serpiente hace…cuatro horas.

– ¿Cuatro horas? Pasa muchacho ¿por qué no me llamaste Andrea? Era una emergencia.

–Me dijo que salió a una emergencia doctor. 

– ¡Ya! Entra Ensuan. –Caminó a su salita, abrió, entramos a su consultorio y cerró. –Déjame ver.

Descubrí la picada, mamá la había cubierto con unas ramas y un trapo de cocina, ahí estaban los dos huequitos rojos, alrededor el brazo, me dolía, estaba enrojecido y hasta un poco morado.

–Dices que hace cuatro horas. –Arrugó la cara y fue hasta su estante todo de impresionante acero inoxidable.

–Tal vez cinco –Hice un recuento de mis tareas de la mañana. Ordeñé a Niña, la vaca consentida, liberé a todas para que pastaran, luego fui a ver a los caballos, eran siete y estaban muy fuertes, me aseguré que Leo diera comida a los cochinos, comí una guayaba que encontré en el camino y fui a ver el maíz, lento este, no llovía, eran finales de mayo y no llovía como debía, se me ocurrió verificar que las gallinas si hicieran bien su trabajo ponedor y ahí… ¡zas! Sentí la mordida. –Si doctor tal vez cinco horas.

Ya el doctor venía con la más larga aguja jamás vista.

– ¿Lengua dormida?

–No.

– ¿Los pies, las manos? ¿Dolor de cabeza?

–No.

– ¿Qué color tenía la serpiente?

–Marrón claro.

–Pues parece que has tenido suerte, su veneno no es potente, pero igual puede afectar tus nervios, ya ésta es la ¿tercera?

–Cuarta.

–Enviaré a un conocido a fumigar los alrededores de tu casa, esto no puede seguir pasando –Me volteó e indicó que me bajara los pantalones, de pié me inyecto –No quiero imaginar que a tu madre le suceda lo mismo y si Ayarit va a visitarte un día y es atacada.

– ¡Dios no quiera doctor!

–Es mejor ayudar a Dios y m****r al fumigador, no solo espantará las serpientes con sus trucos, esos son unos expertos para espantar ratas de sembradíos e insectos que no deseas te dañen la cosecha.

–Eso lo tengo controlado.

–No hay problema, igual lo enviaré.

Buscó un termómetro y lo metió en mi boca.

–Por otro lado Ensuan, ¿hasta cuándo te quedarás sacando adelante esa siembra? Sé lo que lucho tu padre por sacar eso adelante pero…

–Yo debí ayudar más, sobre todo cuando enfermó.

–No se podía hacer nada, yo que te lo digo.

Terminé de arreglar mi pantalón y enderecé mi cuerpo.

  • ¿Cómo lo lleva tu mamá?

– Lo lleva bien. Ya va poco más de un año.

–Sabes que Ayarit no quiere quedarse aquí.

–Sí, lo sé. Tampoco está dada a esperar más tiempo pero yo…he notado como ahora todo ha mejorado y como mamá está tranquila.

  • ¿Y tu vida? ¿Y tu boda con mi hija?

–Podría ser la vida aquí. –Me extendió la mano con unas pastillas sueltas que sacara de otra gaveta.

  • ¿Aquí? ¿Ahí en tu…casa?

–Sé que está descuidada, pero no he podido pagar a nadie más para reparar o limpiar, mamá hace lo que puede. Ayarit debe entender.

–En verdad así lo espero, hasta donde sé le habías prometido hace dos años comprometerse e irse a la ciudad, esto es el campo.

–Me ha atrapado el campo señor.

– ¿Más que mi hija?

Lo miré apenado.

–No. –Respondí pero no estaba seguro, Ayarit era mi novia de siempre y este último año no la había atendido como debía.

– ¿Entonces es cuestión de tiempo? ¿De dejar todo en orden para poder partir?

–Sí. –Otra vez no estaba seguro.

–Bien, me alegra escucharlo. Cada seis horas, si hay picazón, adormecimiento o dolor en el brazo avísame, llámame.

–De acuerdo.

– ¿Quién succionó?

–Mamá.

–Ayudó. Espero no nos veamos más en estas circunstancias.

Abrí la puerta y salí con un gesto de mi cabeza, afuera la recepcionista explotaba otra bomba, me alejé de ahí en mi moto.

– ¡Ya llegaste! ¡Cuánto tardaste hijo! Ya te creía en el hospital, no salí por que Leo tenía que ir a buscar unas vitaminas y me pidió que no dejara esto solo.

–Ya estoy aquí. –Salté la moto y entré a la casa a prisa, la puerta crujió. A veces temía que se cayera, nunca estaba de ánimo para hacer reparaciones.

– ¿Y qué tienes?

–De todo –Me recosté en una silla, faltando 1 km comencé a ver borroso.

–Estas pálido ¿Qué no te vio el doctor?

Tardé en enfocar el rostro preocupado de mamá muy cerca de mí

–Sí, me vio.

– ¿Y?

–Me inyectó.

– ¿Qué te inyectó?

–No sé, nunca preguntó. –Debieron ser las horas en que no me atendí lo que me hacía sentir así.

– ¿Y más nada?

–N–no. –La lengua ahora se me trababa.–¡Sí!.–Como pude busqué en mi bolsillo del pantalón las pastillas. –Cada seis horas.

–Busco el agua.

Me metí una en la boca y el resto cayó al piso. Mamá llegó con el agua y me ayudó a pasarla junto con la pastilla.

–Voy a recoger las que se cayeron y después te llevo a mi cama.

La escuchaba apenas y no me percataba de lo que hacía. Después sentí sus manos bajo mis brazos.

–Que grande eres, no puedo contigo ¿seguro no estas envenenado?

Toda oscuridad.

Me levanté de la cama de mamá. El sol se ocultaba frente a la ventana.

– ¡Mamá!– Ella cantaba algo extraño cerca.

– ¿Queee? –Apareció en la entrada. – ¡Qué susto me has dado!

–Perdón. –Me tiré atrás otra vez. Recordé el brazo y lo miré, estaba mejor.

–Ya es hora de la otra pastilla.

– ¿Ya?

–Sí, ya. –Salió y apareció dos minutos después con agua y otra pastilla.

–¿Leo llegó?

–Sí, hace bastante, él me ayudó a subirte a la cama, yo no pude, ponte a dieta, ya eres lo más de grande.

– ¿Qué dijo Leo? ¿Trajo las vitaminas?

–Sí, aunque ese señor le exigió que pagáramos en una semana.

–Pagaremos antes. –Me senté en la cama.

–Berenjenas, brócolis y calabacines a tu padre le crecían sin vitaminas.

–Llovía mamá y eran otros tiempos.

–Sí, tu papá andaba a caballo y tú vas a vienes en esa moto.

–Eran otros tiempos.

–Yo veía a tu  papá desde la puerta cuando regresaba como a esta hora.

Ahí comenzaba a suspirar.

– ¿Por qué no tuviste más hijos?

–Pues porque no pude. Tenerte a ti fue un verdadero milagro, por eso me cuidé tanto.

  • ¿Y papá te cuidó?

–Claro que sí, siempre, me trataba como a una reina.

Caminó hasta la cama y se sentó a mi lado.

– ¿Quién te atendió?

–Tu abuela López era una señora regañona pero a mí me quiso, vivía ahí donde vives ahora.

Señaló por la ventana la mediana casa donde vivía yo desde hacía un año.

– ¿Querías una niña?

–Tu padre quería una niña, yo un varón.

–Así que te hice feliz.

–Siempre, bueno menos cuando soltaste mis palomas.

–Ya eran demasiados caldos.

–Tu papá también te quiso y fue feliz contigo.

–¿Qué nombre me habrían puesto de haber sido niña?

Rió divertida, pareció suavizar sus arrugas, tenía ojos café bonitos, como los míos.

–El mismo.

–Eso me avergüenza.

– ¿Por qué? Es unisex como dicen ahora.

Reí con ella.

–Yo también he sido feliz. –La abracé. –Los he amado, también a mi casa.

–No quiero que te estanques aquí, tu noviecita quiere irse.

–Mi noviecita sabe que interrumpí mis estudios para volver aquí y ayudar. Tendrá que comprender.

–No veo que puede hacer una periodista aquí.

–Contar los chismes de las gallinas rojas arrebatadoras de gallos blancos.

Reímos a carcajada.

– ¿Si la amas?–Preguntó de pronto.

–Ha sido mi novia siempre, soy un hombre simple, he conocido pocas mujeres que deseen estar conmigo, solo ella me ha soportado.

–Si tu papá hubiese descrito nuestro amor así lo habría matado.

–No sé de qué otra forma. ¿A ti no te gusta?

–A mí no es a quien debe gustarle, yo solo la recibo, le doy té como le gusta, le guardo el mejor pedazo de pastel y ya. Ella viene es por ti.

–Te pareces a la abuela López.

–No, nunca. –Se levantó como tocada por un rayo. –Esa si era una víbora.

–Buenos días. –Escuché lejos el final de la frase. –Buenos días Ensuan.

Me incorporé aún en la cama de mamá y miré por la ventana, Don Silvestre frente a mi modesta casita. Salí del cuarto a golpes, de mamá ni la respiración.

–¡Voy!–Grité a todo pulmón no sé si él me escuchó.

–¡Buenos días Ensuan!

–¡Aquí, aquí!

Salí vestido pero descalzo, dormí toda la noche drogado por las pastillas esas.

– ¡Oh, ahí estas muchacho! Durmiendo con tu mami.

–Sí, no, no señor, bueno sí, anoche sí.–Recorrió los cien metros que habían entre las dos casas, atravesando el jardín de mamá con su fuente de piedra medio rota.–Ayer me mordió una serpiente y mamá me cuidó durante la noche.

– ¿Otra serpiente? ¿Cuántas van? ¿Diez?

–Cuatro.

Se colocó la mano como visera para verme.

–Vengo por mis huevos ¿los tienes?

–Sí, claro que sí. Déjeme ponerme los zapatos.

Solo afirmó con la cabeza. Yo entré a la casa a buscar mis zapatos, estaban junto a la cama, botas negras de trenzas.

Salí de nuevo ¿qué hora era? El sol estaba muy alto.

– ¿Ha venido solo?–Le pregunté caminando a su lado, era un hombre casi de setenta años, gordo pero aún ágil. Tenía una sonrisa pícara.

–Me temo que si Ensuan, tendrás que ayudarme a llevarla a la camioneta.

–Sí claro. Leo también ayudará.

¿Dónde estaba Leo?

–Gracias muchacho. –Caminamos esquivando desde los perros hasta los patos sueltos que buscaban agua. –Los huevos de tus gallinas son una maravilla Ensuan, sabes que puedo ir siempre por huevos a lugares más cercanos pero vengo aquí.

–Se lo agradezco señor.

Nos detuvimos en el antiguo garaje ahora depósito de los huevos y las cosechas, adentro olía a café, mamá tenía una pequeña siembra para la casa y algunos allegados.

–Venía por cuatro cajas pero me llevaré seis, en la camioneta traigo el dinero.

Solo asentí y fui por las cajas de huevo que ya le había apartado, sentía que él quería decir algo más y me puso nervioso.

– ¿Cómo está tu mamá después de lo de tu padre?

–Triste a veces pero se ocupa como nunca para mitigar.

–Tú dejaste la universidad ¿verdad?

Fui por la segunda caja y la coloqué sobre el carro donde las llevaría a la camioneta, solo podía llevar de a tres.

–Sí, igual iba atrasado.

Busqué la tercera caja y la levanté, pesaba.

– ¿Tienen café?

–Sí, mamá cosechó un poco hace días.

–Huele muy bien. –Buscó alrededor, mamá lo ocultaba muy bien. – ¿Puedo llevarme un poco? Te lo pagaré.

–Puedo buscarle en la casa al salir de aquí, lo que huele es lo que ha quedado de su trabajo. Iré a llevar esta carga ¿me espera aquí?

–Sí, te espero.

Fui lo más rápido que pude, llegando a la camioneta apareció Leo.

– ¿Dónde estabas?

–Regando todo. Nada que llueve.

–Ayúdame a meter esto ahí.

Señalé la camioneta, Leo la abrió con gran habilidad y cargó la primera caja, luego las otras dos.

– ¿Has visto a mamá?

–Creo que estaba con tu papá llevándole flores y un dulce de batata que hizo.

–Por favor. –Quedé confundido. –Espérame aquí, faltan tres.

Volví al garaje y encontré a Don Silvestre detallando cada rincón.

–Aquí es muy fresco. –Me dijo en cuanto entré.

–Sí, me encargué de cubrir más el techo con palmeras, abrí en el fondo por donde noté siempre había brisa e inclusive de noche pega mucho frío.

–Qué bien. –Subí la cuarta caja. –Siempre me gustaron estas tierras. –Caminaba con las manos atrás mientras observaba todo. –Es fresca y fértil.

–Gracias señor. –Fui por la quinta caja.

–Sé que no son buenos tiempos para ustedes, la ausencia de tu padre y antes su enfermedad. –Me detuve cuando buscaba la sexta caja y lo miré.–No llueve, tuviste que vender la camioneta, reces, los mejores caballos, no quisiera que tuvieras que perder más.–Sequé el sudor de mí frente y lo escuché con atención, era una esperanza para mí.

–Yo no quisiera tener que hacerlo señor, a mi padre  le costó mucho mantener las tierras de mis abuelos, durante años di buenos frutos, esto es una mala racha que con un poco de ayuda podremos sortear.

–Estoy seguro que sí. Trabajas duro y eres joven, otras oportunidades pueden esperar por ti, no el campo.

–No podría irme y dejar a mamá, además amo el campo, lo he descubierto.

Rió amigable.

–Yo estoy a la orden si te decides a vender, no es que tenga mucha experiencia pero puedo pagarle a personas que sacarían todo esto adelante.

–Está saliendo adelante.

–Con huevos y hortalizas no lo logaras, hasta eso exige de cuido y atención, ¿cuántos trabajadores tenía tu papá?

–Veinte o veintidós.

–Reducido a  uno. Por eso está todo tan descuidado.

–La siembra de maíz dará suficiente para unos meses y podré pagar un par de trabajadores.

– ¿Y el agua?

–Ya lloverá. –Fui con la sexta caja y tomé el mango del carrito rodante. –¿Viene?

–Claro.

Cuando lo vi alejarse sentí una gran tristeza, por un momento creí que me ofrecía otro tipo de ayuda, que tonto fui.

Mamá apareció con su típico desapego por el entorno, en efecto traía en la mano un envase plástico.

–Hola ¿cómo te sientes hoy?

–Creo que bien.

Le extendí la bolsa de dinero a Leo.

– ¿Qué hago con esto?

–Cuéntalo y sí está completo paga las vitaminas, si algo queda guárdalo para pagar las semillas de cebollín y ajo porro.

–No queda mucho y tenemos que comprar comida para nosotros. –Leo se iba alejando.

–Entonces que sea comida.

–Ah Leo trae granos a la noche.

–Está bien señora.

Leo se fue y mamá y yo caminamos a la casa.

– ¿Comiste?

–No, aún no.

–Te dejé el desayuno ahí, ven.

Entramos y sobre la mesa del comedor había un plato de peltre blanco tapando uno de loza azul con revoltillo de jamón, arepa y un café frío al lado.

–Ya está frío, te haré otro.

–No mamá, iré a la casa, me cambiaré y lo calentaré en el micro hondas.

–Ese mal aparato.

–Es muy útil, deberías incorporarte a la tecnología.

–No quiero, yo lo caliento a fuego.

Tomé el plato y fui hasta la puerta para ir a mi casa.

–Ah ¿y qué le pareció el dulce a papá?

–Tuve que comerme su parte, a tu papá la batata le da gases.

Salí riéndome de ella y sus cosas.

Comer, un bañó y a trabajar.

Cielo: nublado. Brisa: fuerte. Nubes: muchas. Lluvia: nada.

Mamá me llevó café al campo, a Leo el fresco de papelón que tanto le gustaba y para ella otro café. Calor=café. Pero la tarde estaba fresca, los árboles se movían de aquí para allá. Las cerecitas se caigan solas y los aguacates también.

Me dediqué a recoger la albahaca y el tomillo en un huerto hecho aparte. Las colocaba con cuidado hasta que escuché los pasos inconfundibles de Ayarit.

– ¿Te falta mucho?–Fue su saludo.

Levanté la cara para verla, apenas si vestía un short negro y un top verde muy chillón.

–Hola Ayarit, buenas tardes, ¿cómo te ha ido?

–A mí me ha ido bien Ensuan ¿qué de ti? Quedamos en vernos hace días, íbamos a concretar por fin la decisión de nuestras vidas.

–Las serpientes no me han dejado ¿supiste?–Torció la boca. –Veo que sí.

–Ya te han picado no sé cuántas serpientes, tú debes ser el veneno.

–Uhhh, no lo había pensado.

Sacudí mis manos, cortar esto con tan mala vibra no es posible.

– ¿Podemos volver a tu casa ya?

Entré a la casa y encendí las luces, antes de otra cosa me quité las botas, tenía los pies cansados, caminé descalzo hasta una de mis sencillas sillas hechas de madera, me senté. Ayarit  me observaba desde la entrada con su cabello a mechas amarillas bien arreglado y los ojos oblicuos.

– ¿Me das un masaje en los pies?

–Por supuesto que no. –Yo sabía que esa sería su respuesta. – ¿Qué vamos hacer entonces Ensuan? ¿Has pensado en la fecha para irnos?

– ¿Crees que he estado jugando aquí Ayarit? ¡Pues no! Trabajo, trabajo y trabajo para pagar las deudas que dejó papá.

–Hace un año me dijiste que las pagarías en ese lapso de tiempo.

–Y lo he hecho pero ahora que no tengo esas deudas y que descuidé otras cosas debido a esas deudas, es mi deber poner el campo al día.

–Poner el campo al día podría tardar años Ensuan.

–Bueno…trataré que no sea así.

Nada de lo que yo dijera la convencería, ella era una mujer de ciudad.

–Ensuan me hiciste ir pensando en alquilar algo en la ciudad, busqué un piso cómodo para ti y para mí, lo renté y he estado ahí todas las veces yo sola.–Caminaba alrededor de la salita, moviendo sus manos para explicarse mejor.–Entiendo que tu mamá necesitaba compañía pero cariño…–No tenía cara de cariño.–debes hacer tu vida, la que planeamos, entregar tu tesis, graduarte, trabajar en la ciudad, hasta tu mamá podría mudarse a un departamento cerca, sabes que me cae muy bien.

– ¿Por qué no viniste cuando supiste que me había mordido una serpiente? Fue hace cinco días, aquí. –Le  mostré mi brazo.

–Papá me lo dijo pero estaba muy molesta contigo Ensuan, esa serpiente y toda su familia vendrán a buscarte porque este no es tu lugar, porque tú eres un economista.

–Aún no. –Fui a la nevera por un vaso de agua. –En cambio tu si eres ya una periodista, una con muy poca paciencia. –Le sonreí, ella para nada correspondió. –Sé que no te gusta este campo, los animales, pero no puedo abandonarlo ahora Ayarit.

Tomé el agua.

– ¿Y de cuánto tiempo estamos hablando? Sé que no ha llovido, eso lo sabe todo el que vive aquí.

–Tenemos un poco de agua y los animales podrían ir al río.

–Las cosechas necesitan agua del cielo no de pozos Ensuan, yo también soy de aquí, los caballos, yeguas, las vacas los toros.

Guardé silencio, todo era cierto.

–Ensuan…–Se acercó y me tomó por el rostro. –Vende todo y vámonos de aquí.

¿Vender? ¿Cómo le decía que ya la ciudad me sonaba como una rockola pasada de moda, como esa bola de discoteca que cambiaron por luces, como long play.

– ¿Te has visto en un espejo?

–No últimamente.

–Ven. –Me dejé llevar al baño y ahí noté mi reflejo en el espejo de medio cuerpo. Barba, enmarañada casi rojiza, papá era muy blanco, su barba era oscura, rojiza igual que su cabello, yo era parecido en eso a él, debí admitir que me asombró saber que no se veía mi boca, que mi cabello se mantenía hacía atrás por el sudor pero estaba sudado, anoche me lancé en la cama después de que Yoli, la yegua más joven pariera, al despertar vi las sábanas azules  de mamá sucias, me mataría. Mis ojos estaban ahí, cansados, tenía suficiente en el estómago pero mis ojos estaban cansados.

–Hoy trabajé sin mi gorra.

–Esto no es cuestión de gorra. –Golpeó mi hombro. –Te estas consumiendo aquí, tienes que decidirte, no puedes ser egoísta y pretender que yo me quedaré aquí.

–No te pido eso. –Continuaba mirándome al espejo.

–Mírame. –Me volteó hacia ella. –Vende, arregla todo, habla con tu madre, ella te ama y quiere lo mejor para ti, estaba acostumbrada a pagarte una pensión en la ciudad. Mira Ensuan, Jasper, tu amigo de la universidad, Jasper Gallo ¿lo recuerdas?

–Claro, tampoco tengo amnesia Ayarit.

–Lo vi cuando fui a la ciudad hace cinco meses, cuando fui a la entrevista de trabajo.

–No me dijiste nada.

–Cuando volví tú estabas aún triste, él si se graduó y sus padres le habían prometido un viaje, me preguntó por ti, regresará pronto si es que ya no regresó o no sé si se ha ido, lo cierto es que te quiere para que trabajes con él.

–No estoy graduado. –Volví a verme en el espejo, hablaba pero no veía mi boca, se escondía en la barba.

–Eso él no sabe. –Sonaba exasperada. Respiró profundo, yo también y salí del baño, me siguió. – ¿De cuánto tiempo hablamos para que resuelvas todo aquí y me alcances en la ciudad? Si no quieres vender deja a alguien encargado, a ese Leo por ejemplo.

–Tiene veinte años.

–Pero ha estado aquí desde niño, no tiene mamá solo ese padre ogro así que amará a tu madre como suya y cuidará esto, además es honesto.

Media casi metro sesenta, era vivaz, inteligente, desde pequeña supo resolver sus cosas. Era más segura que yo. Abortó un bebé mío cuando cumplimos diecinueve. Le dije que podríamos tenerlo y se negó, un bebé nos retrasaría, nos cambiaría la vida, ahora ese hijo o hija tendría ocho años y habría tranquilizado a Yoli durante el parto, se bebería la primera leche de las cabras y ensuciaría las sábanas saltando sobre la cama.

Era única hija como yo. Su padre le practicó el aborto, ya sabía el doctor que manteníamos relaciones desde los dieciséis, Ayarit era frontal, madura. A mí me costó confesarlo a mis padres y cuando lo hice tenía veintiuno, mamá me dio una cachetada y se fue, papá solo me palmeó la espalda: Era una decisión de ella hijo y la tomó, a las mujeres les toca siempre la peor parte.

Fui por otro vaso de agua y lo tomé, era de un manantial cercano y nos llegaba por tubería.

–Temo Ayarit…–Limpié con mis labios ocultos el agua que escurría por mi barba. – que no podré honrar mi promesa.

– ¿De qué hablas?–enrojeció. – ¿Te quedarás aquí? Abandonarás tus deseos de superación.

–Quiero estar aquí.

– ¿Y yo?–Me empujó por el pecho. – ¿Qué debo hacer yo?

–Irte y hacer tus sueños y aspiraciones realidad. Es cierto que  he sido egoísta, te he retenido aquí pero ya no quiero que eso sea más. –Tenía ojos llorosos y furiosos, nunca había llorado frente a mí, y pensé que ahora lo haría pero no lo hizo, se contenía. –Quiero estar aquí, ya encontraré tiempo para afeitarme y ser el mismo Ayarit, no tengo un tiempo para irme, ni vender, ni dejar encargados.

– ¿No te das cuenta que perderás todo? ¿Que todo el mundo habla de terribles perdidas por la sequía?

–Lo he pensado, pero si así fuera no vendrían a ofrecerme comprar. Betel es mi casa y sé que estando lejos no tendré paz.

– ¡Desgraciado! –Esa si era ella. –Espero que te pudras aquí, que te seques como el maíz que se perderá.

–Por favor Ayarit, no desees eso, de ese maíz dependen muchos meses de tranquilidad.

– ¡No me interesa!–Abrió la puerta y salió, así, sin suplicas, sin artimañas, sin ruegos. –¡Qué te seques!

La periodista salió esquivando los patos y llegó a su carro modelo del año. Debí decirle algo más pero nada salió de mí, mucho menos cuando gruesas gotas comenzaron a caer sobre mi cabeza en la puerta de la casa, una detrás de la otra, golpeando la olla de aluminio que mamá ponía afuera por sí llovía sereno y ella no lo notaba.

– ¡Maldito!–Escuché el grito de Ayarit. Estaba furiosa, nunca me había maldecido, bueno nunca habíamos peleado, yo siempre fui dócil y amañado a ella.

Me sobresaltó el ladrido del perro junto a mí brincando en la lluvia.

–Si Yogui, llueve.

Y cómo él me empapé de esa deliciosa agua del cielo.

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