Pongamos reglas

 Cuando mi cuerpo paró de convulsionarse, se salió de mí, dejándome esa horrible sensación de vacío una vez más. Me besó toda la línea de mi columna, me giró suavemente y besó dulcemente los labios. Sus continuos cambios de salvaje a tierno me aturdían y me excitaban. Sentí mi cuerpo flojo y él también lo notó. Me cargó hasta la cama y me sentó sobre sus piernas, rodeándome la cintura con ambos brazos.

—¿Te encuentras bien nena?

—Sí, solo me has quitado las fuerzas. Me repondré en unos minutos.

—Tómate el tiempo que quieras, no te soltaré —pasé un brazo por sus hombros y con la otra mano acaricié los brazos que me rodeaban la cintura. A pesar de todos mis temores, me sentí segura. Había cedido, me había entregado por

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