Primera parte- María Victoria

Llevaba esperando más de tres horas a Hernán Bellorín, le presté mi auto para que fuera y viniera a San José y eso sucedió a las nueve de la mañana, que yo supiera, los arreglos en la carretera de tierra no duraban hasta tarde, ¿qué lo podía haber retenido? iban a dar las siete y quince de la noche, veía el reloj cada cierto tiempo, o cada cinco minutos para ser sincero. Las enfermeras de guardia se extrañaban de verme todavía en la clínica, ahora que era yo el director, a las tres ya estaba listo para partir, claro no a casa, al hospital general a ver algún caso de niños, algo que sonara extraño.

Lo cierto era que desde las tres y treinta iba yo de mi oficina a la ventana donde Hernán, el abogado que le había conseguido a María Victoria debía estacionar mi carro. El día que fui al bufete de abogados para buscar a Gary, idea que no resulto nada bien, puesto que no sólo él seguía siendo el esposo, si no que yo no tocaba ningún pito en ese momento, sus reproches no fueron infundados. Me acusó de seducir a María Victoria desde niña hasta el punto de que ella no pudiera quererlo a él, me acusó casi de sadismo y eso me desenfocó, aunque nada peor que escucharlo saciarse en como la había hecho suya unas quinientas veces o más, eso me hizo sentir miserable, odiarme, volver a vivir esa noche de su boda en la que tuve que emborracharme para poder dormirme y los días siguientes en los que mi imaginación me sorprendía con ella  en mis brazos y lamentablemente era Lucy la que descansaba a mi lado. Oírlo, ver la expresión de su rostro me enloqueció y fue cuando lo golpeé en el rostro, golpe que él recibió y devolvió dos segundos después con la ira que lo caracterizaba de un tiempo para acá, o siempre, no  sabía. Me tambaleé y choqué contra la pared y aunque aturdido logré atestarle un golpe en el estómago, pero él no sentía dolor, por los menos no en esas partes de su cuerpo, su dolor estaba en el corazón, en el orgullo, María Victoria lo  había dejado y sabía que era para siempre y de eso me culpaba a mí. Para mi suerte, este abogado, Hernán Bellorín había tenido algunos roces con Gary y abrió la puerta al escuchar los golpes o quizás mis ahogados lamentos,  fue él quien nos separó y con la llegada de otro par, Gary se detuvo.

-¡Utilice sus influencias para quitarme esto también!

Y sabía que con eso me llamaba cobarde, Alex era muy amigo del dueño del bufete y por ser mi suegro, su empleado podía estar en riesgo, pero no era algo en lo que yo debía inmiscuir a mi suegro, aunque éste se enteró apenas pasadas dos horas.

-Estas perdido Aníbal.-Me dijo por teléfono cuando le narré, muy bajito lo que había pasado, bajito porque ya estaba en la casa y Raquel tenía por costumbre pegarse a las puertas para escuchar y por otro lado, la boca estaba hinchada y hasta la lengua me dolía.

-Si, creo que lo estoy.-Le confirmé.

-Ayuda a Victoria, asígnale a un abogado y resuelvan.

No hacía falta que lo dijera, ya lo había pensado. La clínica tenía varios asesores pero no podía estar seguro que la señora Orquídea o Joel no hurgaran para enterarse, así que llamé y le pedí una cita a Hernán Bellorín.

Mi apariencia fue explicada como que evité que robaran a otro, Lucy estaba muy molesta, se preguntaba si yo era doctor o policía. La ignoré, Después de todo tuve que curarme yo mismo y Mira me colaboró, además de que me alimentó muy bien y no se comió el cuento del asalto.

Hernán Bellorín traía muy buenas recomendaciones de su jefe, quien me aseguró además que le daría unos días libres a Gary pero no lo despediría del bufete. Este joven, Hernán, tenía treinta años, era rubio, casi pelirrojo, con cabello duro, ojos marrones claros y algo cachetón, aunque vestía tan bien que no se le podía llamar gordo.

Antes de enviarlo le hablé del caso, sobre todo del divorcio y telefoneé al padre de María Victoria para pedirle recaudara los papeles que Emanuel, el abuelo de María Victoria, había dejado y cuyos originales tenia él. Antes de colgar me agradeció por las molestias que me tomaba y se puso a la orden, era un hombre afortunado aunque no supiera él cuánto. Me preguntó si iría yo también, que de hecho su hija se lo preguntaba y cortésmente respondí que no, cosas importantes me retenían en Barcelona. ¿Qué hubiese hecho yo allá? ¿Dar falsas esperanzas? Mis temores ante lo que sentía por María Victoria se habían afirmado una vez Gary me los gritara a la cara. Cuando el señor Arturo mencionó que quería encarar a Gary le recomendé que no lo hiciera y le conté como me había dejado, era mejor resolver todo legalmente aunque sospechaba que no sería fácil.

Faltando poco para las ocho tocaron la puerta de mi consultorio, ya me frotaba la frente nervioso.

-Entre.-La puerta se abrió y salté de la silla al ver a Hernán.- ¡Por fin! ¿Qué pasó? Ya es muy tarde.

-Es que las cosas o fueron tan simples como me dijo.-Estaba sudado, terminó de entrar y le ofrecí asiento.

-¿Por qué? Explícate.-El hombre, contemporáneo conmigo, se acomodó en el asiento y puso su maletín de cuero al  lado, en otra silla.-San José queda a dos horas de aquí y la conversación ¿Cuánto?.-Me tiré en mi silla y lo miré fijamente.

-Seis horas.-Dijo sacando un pañuelo de su pantalón, era una noche calurosa, pero en mi consultorio había un aire ruidoso recién instalado, se secó el sudor del cuello.

-¡¿Seis horas?!¡Vaya! Sé que María Victoria habla mucho pero seis horas…¿y de qué hablaron?

-La señora no me dejó tocar el tema antes del almuerzo, se interesó en mi y bueno me preguntó por lo sucedido en el bufete con usted y Gary.

-¿Y eso por qué? ¿Qué le dijiste? O mejor dicho ¿si le dijiste?

-Bueno señor, la señora puede llegar a ser muy persuasiva.-Secó el sudor alrededor de su boca.

-¿Y fueron seis horas en eso?

Golpeé el escritorio  y me eché para atrás.

-No, eso fue el principio, luego almorzamos algo delicioso, probé un postre de naranja, jugué a lanzar la pelota con su hermano y entonces si.

-¿Si  que? ¡Por favor hasta jugaste pelota!

-Me dijo entonces…-Aclaró su garganta.-que desea divorciarse de Gary, quiere que sea ya, de hecho me ha pedido que agilice todo para dentro de dos semanas, no desea quedarse con nada, sólo recuperar su ropa y algunos objetos de su madre.

-Aja, vamos bien.-Me acomodé entonces hasta adelante.

-La señora me ha mostrado toda la documentación que la hace accionista del algunos asuntos de su abuelo y de los cuales quiere tomar parte activa, para lo cual me ha pedido que prepare dos citas mas.

-¿Dos?

-Sí, una con su abuela y su tío y otra…con usted.

-¿Conmigo?-Sentí un escalofrío en mi cuerpo-¿Para qué?

-Me temo que lo hablaremos en su momento señor Aníbal.

Tomó su maletín esta vez sin sudor en su rostro, ya se había desahogado, estaba tranquilo.

-Un momento Hernán, yo te contraté, de hecho te pagué para este caso, ahora resulta que no vas a explicarme lo que sucede¡ ¿Qué demonios te pasa?

-Lo siento señor.-Abrió su maletín.-Y por la paga se la devolveré, el contrato ahora es con la señora María Victoria Ríos, ella cancelará todo mi trabajo.

-Ahh, ya veo.-Ya me estaba exasperando su actitud.-Has caído también.

El frunció el ceño y de su maletín extrajo un papel.

-Tengo que irme.-Se levantó y me extendió el papel.-Ella le envía esto.

Tomé el papel y lo abrí, con su letra decía:

Agradezco la buena elección del abogado.

                                                           María Victoria Ríos.

Lo miré a él y vi cómo se complacía de haber tomado el trabajo, si, María Victoria lo había hechizado también a él.

-Buenas noches señor, vendré pronto.-Se despidió.

-Supongo que no hay manera de que me digas más.

-Creí que sería mejor escucharla a ella.-Sonrió y pareció más joven, raro, debía estar cansado.

-Si claro, adiós.-lancé el papel y lo ví salir. Era extraño que teniendo tanta charla María Victoria solo haya escrito una línea y sobre el abogado.

En realidad lo que más me molestaba y mortificaba de estar pendiente de ella eran las noches... Tenía que irme a la cama tan cansado como un pescador luego de una tormenta para no despertar en la madrugada o media hora antes de mi alarma para los ejercicios. Al principio pensé que sentía unan gran necesidad de protegerla, había perdido a su madre, se mudó lejos de casa, Lucy no era la mejor de las anfitrionas, Raquel una aliada perversa, así que esa niña necesitaba un aliado, así como lo eran Mira, Samuel y Gary, pero un aliado que mandara en la casa y ese era yo, con lo que si no conté que envuelto en su presencia, la cual era muy atractiva, infantil pero atrayente, una inteligencia brillaba en sus ojos desafiante, aunque no fuera su intención tenerla, además de las destrezas femeninas y su manera extraordinaria de  mirarte con sus ojos verdes, caería enamorado de ella, pensar en ella y no desearla era casi imposible, me avergonzaba admitir que me había enamorado de María Victoria y a pesar de que intentaba que su vida y la mía tomaran otros rumbos, por otro lado, mi corazón hacía rampas y buscaba siempre la manera de estar a su lado.

Así que mis noches tenían dos aspectos, por un lado me desvelaba inquieto pero por el otro, y este lado es algo sucio y libidinoso, si soñaba con ella…tenía sacudidas orgásmicas que frecuentemente se extendían hasta que despertaba y si bien eran frustrantes, mis sueños eran tan vívidos que valían la pena la frustración.

Después  de habar con el abogado Hernán Bellorín mi mente estaba hecha un caos, no sé a qué hora dormí profundamente pero cuando abrí los ojos eran las nueve y Lucy no estaba a mi lado, cosa extraña, no acostumbraba levantarse antes de las once. Fue un alivio para mí, a veces escucharla era peor que una pesadilla, era una especie de cruz que me había impuesto y lo que no me dejaba arrastrarme a los pies de María Victoria, una cruz muy pesada.

Lucy  y yo no teníamos mucho o nada en común y desde hacía tiempo era asi, ella era una mujer con intereses diferentes a los míos, quería decir que su esposo era médico pero no le gustaba que yo utilizara tiempo en eso, así que era algo difícil. Tenía veintinueve años y aún no quería ser madre, yo estaba seguro que no iba a querer nunca y entendí hace ese mismo tiempo que era lo mejor, porque obligado resulta o Lucy no tenía vocación para servir a nadie más que a ella misma. Habían cosas que me distraían durante los viajes con ella, visitábamos lugares históricos y de otro modo ella visitaba por largas horas centros comerciales mientras yo iba a centros asistenciales, ya la composición Lucy-Aníbal no funcionaba, yo llevaba del brazo a una linda mujer y ella a un médico, vacío total.

Después de una ducha me vestí de pantalón de pana verde aceituna y una chemise blanca, peiné bien mi cabello abundante y parecí presentable, ya tenía treinta años.

Cuando iba a comenzar a bajar las escaleras, Raquel venía subiendo las escaleras.

-Buenos días señor Aníbal.

-Buenos días Raquel.

-La señora Lucy quiere hablarle , está en la cocina.

-Allá iba.-Le indiqué con la mano que continuara hacia abajo y la seguí. Raquel no era mal parecida, su piel era muy limpia y blanca, aunque su cara era un limón, y había empeorado luego de que se enterara, por boca de Lucy, que Gary contraería matrimonio con María Victoria, me sorprendió enterarme que ellos pudieran tener algo, Raquel ya montaba los cuarenta años o cuarenta y dos, y Gary apenas ahora tenía veinticuatro o veinticinco años y tras ese espanto vino de nuevo el tema de la edad, la diferencia de edad.

Entré a la cocina, estaba concurrida, el día era lluvioso, estaba fresca, cuando Samuel me vio sirvió una taza de café.

-Buenos días a todos.

Me saludaron en coro.

-Ah ya bajaste.-Lucy me atajó llevando su excelente figura hacia mi y un sobre rosa pálido en la mano.

-Si, ya baje ¿para que soy bueno? Prepárame un sándwich para llevar Mira por favor.

-Si señor.-Algo raro le pasaba a Mira, tenía una sonrisa  de oreja a oreja y un sobre igual en la mano.

-Imagínate Aníbal.

-Imagino.-Tomé un sorbo de café.

-Que la tía Nilvia se casa este fin de semana con este señor…Arturo Ríos, el padre silencioso de Victoria, la esposa de Gary, ésa es la invitación.

Casi escupo el café, hasta tuve que aclarar mi garganta y enrojecí.

-Esta es la tarjeta igual a la de Mira, sin diferencia alguna.

Lucy estaba consternada ¿imaginar? Nunca imaginé que la novedad era esa, con razón Mira tenía esa luz en el rostro.

-A  ver yo.-Tomé la tarjeta entre mis manos, era muy elegante, el sobre decía: “Sr.Aníbal Campos y esposa”. Y era la letra de María Victoria, pude imaginarla mientras la escribía, adentro: “Arturo Ríos y Nilvia Monrroy tienen el agrado de invitarlos a su unión eclesiástica…

-¡Dime ¿qué te parece?! –Lucy me interrumpió, andaba de aquí para allá, Mira se acercó con mi pedido en una práctica bolsita.

-¿Qué me parece qué?

-¡Eso! La tía tan elegante y preparada casada con ese señor, es un pueblerino.

-Tu tía vive en un pueblo Lucy.

-Pero no es del pueblo, y él era su subordinado.

-Pues ya no lo es, ahora es prácticamente mi jefe, él también es un citadino, acaudalado aunque no parezca en la actualidad, creo que tu tía ha tenido muy buen tino.

-Y además es muy buenmozo.-Agregó Mira con picardía, llevaba su tarjeta en la mano como una joya.

-Súmale eso.-Le sonreí a Mira-Simplemente no vayamos.

-Tenemos que ir, es mi tía.

-Ya no es tu tía, será la esposa de otro tío.-Terminé mi café con la firme convicción que no debíamos ir.

-Nosotros iremos.-Aseguró Mira señalando a Samuel y luego a ella.-La boda es el sábado así que con su permiso claro, Samuel y yo nos iremos el viernes, quereos ayudar en todo.

-¿Lo ves?-Lucy cerró como muñeca sus azules ojos.-Iremos a esa boda, debo ver ese desastre.

Tragué grueso, intenté sonreír y me despedí con un gesto de la cabeza, a Lucy le entregué la tarjeta, besé su mejilla y salí con el corazón galopante, nervioso como siempre que ella estaba en el tapete.

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