El tiempo

Entre un año escolar y otro, ver a papá y a Emanuel más seguido ahora, a Gary ir y venir de la universidad, los meses siguen pasando.

Aquellos días de mi adolescencia reclamaban la tranquilidad de mi casa, mantenía largas charlas con Nilvia cada vez que pasaba vacaciones en casa Las navidades, desde que sucediera lo del abuelo, no se celebraban igual, pero esto había conseguido mitigar la ausencia de mamá pues el abuelo seguía estando vivo en algún lugar, en una cama y manteníamos la esperanza de que despertara. Emanuel siempre se mantenía activo, nos llenaba de energía, era ingenuo y juguetón, me preguntaba ¿cuál había sido el propósito de mamá?

Si, el abuelo se recuperaba poco a poco, según decía papá aún había que darle comida en la boca y ayudarlo con sus necesidades, vaya problema, ¿estaría feliz mamá con aquella noticia? Mi vida entonces iba y venía en los recuerdos y hasta en el esfuerzo de no olvidar algún tipo de misión que se me había asignado, sin embargo, y para mi asombro, mi hermano Emanuel crecía y maduraba, un día, los dos solos en la playa me dijo muy serio:

-Creo que es hora de dejar atrás lo que mamá deseaba María Victoria. Tú has hecho suficiente, Diego está bien, pronto volverá y estaremos juntos, no hay que preocuparse tanto, sólo vive.

 No podía salir de mi asombro, era totalmente cierto, era quizás lo que el doctor Caster siempre intentaba decirme, El ir y venir de la gente, cada vida era diferente, yo tenía una vida, un padre que envejecía muy guapo pero muy solo, si vida, como yo, si era hora de tomar una bocanada de aire, relajar los hombros, sacudir las piernas fuertemente y correr, correr, correr a la paz.

           

 A los catorce años de Emanuel, papá aceptó dejarlo conmigo en la casa, los señores no estaban durante los fines de semana, o sólo iban a dormir por las noches, el señor Aníbal siempre estaba muy ocupado, trabajaba duro y la señora Lucy, pues ella no parecía muy satisfecha, cosa que no entendía, vivía con un príncipe. Raquel era el único problema, pero para suerte mía Gary, que ya estaba en el cuarto año de Derecho, venía  a casa ese fin de semana, dentro de poco sería mi graduación y también había que planificar que haría con mi vida, aunque lo único con lo que siempre estaba feliz, era cuando cocinaba y cada día lo hacía mejor. Rosita ya tenía 19 años y salía de vez en cuando con chicos de su edad, era muy bonita, torneadas piernas, caderas sinuosas que se movían al ritmo del chachachá, sin embargo, no sé porque noté y mi hermano de tan sólo 14 años se miraban muy seguido durante el baño en la piscina. Emanuel era muy alto, casi como papá, su cabello ya no era más corto, se movía con cada paso que daba y sus ojos negros y sus dientes blancos hacían un gran juego atractivo en él, pero tenía 14 años y era mi hermanito.

            Ni Gary ni sus tíos parecían, como siempre, notar mi nerviosismo, me preguntaba si yo era tan buena fingiendo, ellos nadaban y se distraían con la música de la radio, y como cosa rara, Raquel también la pasaba bien.

Despreocúpate María Victoria, me dije, no tienes que tener ojos en todas partes. Vive, ríe, y lo conseguí.

Así como Emanuel se iría al día domingo con papá, Gary también se iría a la universidad,  papá me entregó dinero para el resto del mes y partieron, la cara de felicidad de Emanuel no tenía precio, me gustaba hacerlo feliz.

Permanecí en la reja mientras el auto del doctor Caster se alejaba por la recta y a mi lado llegó Gary. Él también se había hecho un joven muy atractivo, me gustaba su protección alrededor, en ese momento colocó su brazo sobre mis hombros y me acercó a él, lucía más bronceado  que de costumbre y en ese momento me sonreía y la verdad la fragancia de su cuerpo y lo varonil que como siempre lucía me hizo pegarme a su cuerpo una vez me atrajera pro los hombros.

-La ha pasado muy bien.-Dijo refiriéndose a Emanuel.

-Es increíble cómo ha crecido, como ha madurado.

-No ha sido el único.-Lo miré a los ojos, estábamos muy cerca.- ¿Tu como la has pasado?

-Bien, como siempre que estoy con ustedes.

-Que bien.-No se movía, su cuerpo ahí rígido, pegado al mío, unido sólo por el hombro y sus ojos diciendo algo, algo muy subyugante.

-¿Te vas tarde hoy? –Yo mantenía su mirada, sus ojos brillaban.

-Victoria… ¿estaría mal…si yo...

Estaba tenso, pero ya su cuello se había inclinado un poco y sus labios estaban muy cerca, tan cerca que cuando puse mis pies en puntillas pude colocar mis labios sobre los suyos, no sé qué iba decirme, pero pensé que me pediría permiso para besarme y entonces tendría que decirle que no porque debía comportarme como una niña decente, en cambio así, tan sólo estrechando sus labios suaves con los míos brevemente, cerrando mis ojos pudiera ser yo sólo una chica impulsiva. Sentí sus largos dedos en mi mejilla izquierda, abrí los ojos y bajé mis pies, él siguió inclinado, también había tenido los ojos cerrados, yo sonreí, me había gustado, el corazón me golpeaba fuertemente en el pecho y mi cuerpo era gelatina, pero mi primer beso me había gustado.       

-Victoria.-Solo dijo eso y pegó su frente de la mía, luego sonrió.-Estas loca.-Rió y me tomó de ambas manos.-Vamos adentro.

No sé qué quiso decir. Mientras le seguía guardé la incertidumbre ¿le gusto como a mí? ¿Por qué esta yo loca? ¿Algo hice mal? ¿Cambiarían las cosas entre nosotros ahora? ¿Significaba que era su novia? Sacudí la cabeza ¡ya basta de pensar María Victoria! Mientras corríamos adentro me pareció ver la sombra de alguien al pie de la escalera de la casa, quizás Raquel observándonos pero ¿qué importaba?

El lunes me levanté llena de energía, me cepillé bien el cabello y me coloqué una cinta azul como cintillo, estaba en la etapa final de mis clases, el tiempo había paso tan rápido entre Barcelona y San José, había decido un buen día, dejar que los días transcurrieran en completa calma, Diego enviaba cartas esporádicamente y estaba seguro que dentro de poco regresaría ejerciendo, después de todo, su mayoría de edad, aquí lo estábamos esperando, sobre todo Milena, aún optimista con un posible noviazgo, yo me preguntaba si él no tenía a alguien allá a quien amar, era muy guapo y tenía dinero, ¿en verdad vendría en su blanco corcel buscándola?

Cuando entré a la cocina con mi bolso para ir a la escuela y mi uniforme impecable, todo estaba revolucionado, Mira iba de aquí y allá con copas y bandejas y Raquel la asistía, cosa rara. Samuel en cambio absorbía una taza de café con mucha calma.

-¡Oh Victoria, te has levantado ya! –Mira secó el sudor de su frente con la manga de su vestido.-Por favor sírvete tú misma una panqueca que ahí te he dejado y un chocolate caliente.

-¿Qué sucede Mira, acaso la realeza viene a la casa?

Samuel encogió los hombros para reír conmigo, Mira estaba algo nerviosa.

-No, no la realeza niña.-Respondió sin detenerse.-El señor Alex, llega de un viaje de negocios y esta noche comerá aquí.

-¿El señor Alex? –Me extrañó que fuera a la casa después de tanto tiempo, el señor Alex era muy  popular entre ellos. Nunca lo había visto pero sabía que era el padre de Lucy, hacía dos años había ido pero cuando lo hizo yo estaba en casa con papá y Emanuel, así que no lo conocí.-Pero ¿por qué tan nerviosa? ¿Quieres que te ayude?

-No, no, no, ve a tus clases mi amor.-Se detuvo y me dedicó una tierna sonrisa.-Come, anda y come, Raquel y yo estamos escogiendo los ingredientes de la comida de esta noche, el señor Alex es alguien muy especial y queremos que todo este perfecto.

Me acerqué a la cocina por mis panqueca y vi la botella de champaña en manos de Raquel.

-¿Champaña?

-Sí, el señor Aníbal hace días las hizo traer.-Me respondió muy odiosa Raquel ¿sería ella la que miraba desde la escalera cuando Gary y yo estuvimos afuera en el portón?-El señor Alex se quedará unos días.

-Oh…

-Si Victoria unos días, pero ve y come no vayas a llegar tarde  a la escuela por quedarte ahí parada.

Sobre el mesón descansaba una bandeja llena de calamares y camarones y más adelante un salmón entero gigante, comí mi panqueca lela observándolo todo, también habían botellas de vino blanco y mucho, mucho hielo. Qué diferencia, que cambio. Una vez estuve lista fui al fregadero y lave mi plato y mi taza sucia junto con  los cubiertos que utilizara.

-Me lavo los dientes y me voy Mira.

-Está bien tesoro, que te vaya bien. A la salida no te tardes. Vamos a  necesitar tu ayuda en la cocina, aún no defino el postre.

-Mouse de parchita estará bien.

Le dije, se volvió a verme y chasqueó los dedos.

-¡Perfecto, eso es! Gracias Victoria, Samuel ve por las parchitas.

-Ahora mismo.-Samuel se levantó, dejó la taza en el fregadero y comenzó  a salir de la cocina, yo lo seguí.

-Ah Victoria.-Nos detuvimos los dos cuando Raquel me habló- Para la cena debemos estar todos en la mesa.

-Claro, ayudaré a servir.-Iba a seguir caminando cuando se voz interrumpió de nuevo.

-No, no me refiero a servir, cuando el señor Alex viene a comer todos comemos en la mesa.

-¿Cómo? –Sentí un nudo en la garganta, ¿todos? ¿Yo, la señora Lucy, el señor Aníbal y el tal Alex?

-Si querida, es lo fascinante de tenerlo en casa, es muy cordial, anda no te tardes más, ve, ve.

Salí hecha una bola de miedo, ¿podría no regresar? Nunca me había sentado en esa mesa, menos comer con todos ellos, no sacaba de mi cabeza lo embarazoso que sería y pensar si se quedaba unos días  cuantas veces debía sentarse a la mesa  con ellos.

Era la segunda vez que salía tan prisa del colegio y me comía las calles para llegar a prisa. La primera había  sido un año atrás cuando me enterara que Gary iría por mí al final de clases, tenía un mes de vacaciones y la pasamos súper, contando sus anécdotas, también lo ayudé a estudiar un buen tiempo, comíamos moras de la casa donde Rosita trabajaba y luego bailábamos en la cocina o en el jardín mientras arreglábamos las flores. En cuanto llegué a la casa, fui directo a mi habitación, me cambié por algo cómodo, dejé mi bolso y recogí mi cabello en una cebolla, alisé mi vestido verde de paño ligero y me dirigí a la cocina para colaborar con Mira. Nada más entrar, me embargaron los olores de los mariscos, las cebollas, los ajíes, ajos y vapor. Mira colocaba trozos perfectos de pescado en una bandeja, ya estaban aliñados, sal y tal vez un toque de limón. Raquel cortaba el resto de los calamares y los ponía en bol, y para mi sorpresa con una copa de vino en la mano se encontraba el señor Aníbal.

-¡Ya has llegado criatura! –Mira se veía atareada.

-Si Mira.-Le sonreí.-Buenas tardes señor.

-Buenas tardes María.-Levantó su copa en señal de saludo pero no sonrió.

-Samuel ha traído las parchitas así que te agradecería adelantaras el postre y por favor aconséjame sobre la hora de comenzar a freír los calamares y sobre la cocción de los camarones.

Eché un vistazo a todo lo que había en la cocina, traté de no distraerme con la presencia del señor Aníbal, mucho menos con la seriedad de su rostro, debía ser por las mismas razones que Mira no paraba de trabajar, el señor Alex.

-¿A qué hora servirás la cena Mira? –Le pregunté aun observándolo todo, llevaba años ayudándola en la cocina y traía libros que el doctor Caster me regalara con extravagantes recetas.

-La señora Lucy quiere que sea a las ocho.-Se adelantó Raquel.

-Entonces has de dejar todo como está. Ocúpate de que el vino y el champaña estén fríos y cocinaremos los camarones, Raquel sella bien el bol de calamares, los rebosaremos media hora antes y hagamos una ensalada muy fresca con palmitos.

Mira soltó el aire de golpe y se llevó las manos al pecho decidida a obedecer. Raquel torció la boca pero también cubrió bien los calamares y los aliños cortados.

-Oh, ve lo que digo señor Aníbal.-Mira se aireó la cara con las manos.-Esta chica no puede regresar a su casa luego de ser bachiller, tiene que ser una cocinera, una organizadora… ¿chef…no?

-Ya veo.-El señor le sonrió a Mira pero cuando me miró a mi noté cierta distancia, ¿qué le molestaba tanto de mí el día de hoy? Lo que sí, era que me endurecía al no tener frente a mí su sonrisa hermosa, yo podía mantenerme de pie sin babearme.

-Ah, si…-Mira interrumpió de nuevo.-Cariño el señor había venido por ti para que cortaras unas rosas, bueno le ha dicho a Samuel pero este no se ha atrevido son tus rosas ha dicho.

-Claro, ya se las traigo señor.

-Voy contigo.-Me preguntaba cómo se llamaban los corrientasos surgidos en mi espina dorsal, yo sólo asentí  mirándolo segundos breves y salí por la puerta de la cocina, agradecería que nadie notara mi palidez y la enorme preocupación de estar con este señor a solas.

El huerto de rosas no estaba  frente a la casa, yo había preparado un rosal en la parte de atrás, donde el mismo acostumbraba tumbarse en una hamaca los días  que podía descansar, a veces llevaba un libro y en menos de diez minutos estaba dormido, pero cuando despertaba se desperezaba como un bebé en su cuna y se levantaba de un brinco.

Las rosas eran regadas de noche por Samuel, hasta  llovía, pues el sol era inclemente en esa parte de la casa, durante años había sembrado rosas blancas, rojas amarillas y rosadas, las ramas no eran muy altas por lo que logré que las rosas fueran fuertes, de pétalos almidonados tanto en capullo como abiertas. Tenía ahí, justo al lado de la llave donde se pegaba la manguera, unas tijeras sólo para ellas y solían adornar las  habitaciones de Mira y mí.

Todo el tiempo estuve caminando en silencio por el sendero de piedras hasta estar frente a las rosas, cuando él también se detuvo, creo que caminé muy rápido porque lo escuché jadear.

-¿Qué colores quería señor? –Yo seguía mirando las rosas no a él.

-¡Vaya, están hermosas! –Sus brillantes ojos verdes recorrían las flores una a una.-No sé, todos los colores me encantan.-Se acercó y tomó una en sus manos.-Son tan firmes…-Me dedicó una mirada cálida.-La verdad tendrías que hacer tu todo el trabajo de elección María, yo te las sostengo.

-Hay  media docena de blancas y media docena de rosadas, creo que son las perfectas para la ocasión, le haré dos bouquet cortos para la mesa del comedor ¿le parece?

-Sí, si, a Alex le encantan las rosas, todas.-Con la tijera en la mano caminé hasta las rosas blancas y les pedí permiso en silencio para cortarlas, cada vez él sostenía las que le pasaba con cuidado de no pincharse y yo con cuidado de no tocarle pues de sólo  pensarlo ya  mi corazón  quería explotar.-Tienes magia para las flores María.

-¿Yo? Oh no, sólo les dedico  tiempo.-Traté de no hacer contacto visual, rosas, tijera, manos, yo.

-¿Por qué Mira cree que volverás a tu casa después de que te gradúes? –Hablaba con naturalidad, ya habíamos completado la media docena de rosas blancas.

-Le expresé las ganas que tengo de permanecer con mi padre y mi hermano en casa, ya después veré que estudiar, los extraño mucho.

-Ah ¿y te gusta la cocina?

-Sí, me gustaría ir a una escuela de cocina.

-¿Ya sabes de alguna?

-No, la verdad no, el doctor Caster ha quedado en encargarse de ayudarme.

-Ah, sí, el doctor Caster, él siempre tan pendiente.-No sé porque un dejo de tristeza arropaba su voz.-Me gustaría ayudarte, claro si no te fueras.-Lo miré obligada, estaba tan cerca, el sol hacía brillar sus rizos amarillos opacos, él me miraba a mí, ¡oh, por Dios, mi horrible peinado!

-Gracias señor, ya hace bastante ayudando a Gary.

-¿A Gary? ¿Y qué con él? ¿Es tu novio?

La pregunta me tomó por sorpresa, la pregunta y su ceño fruncido, descuidé lo que hacía y apreté una espina, el pinchazo me hizo reaccionar y apreté mi mano con la otra tras el dolor punzante, la sangre escandalosa surgió.

-¡Te hiciste daño! –En la mano izquierda sostenía las rosas pero rápidamente las bajó y tomó mis manos entre las suyas que estaban frías, ¿frías? Hacía suficiente calor como para cocinar el salmón en el patio ¿por qué tenía las manos frías?

-No, no, no ha sido nada.-Traté de zafarme pero no pude, la verdad me dolía y la sangre era exageradamente lluviosa.

-Lo siento te he distraído.-Sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió la sangre, yo traté de esquivarlo pero s eme hizo inútil, él estaba ahí con sus manos envolviendo las mías y sus ojos clavados en los míos.-Vamos adentro María, tenemos todas las rosas ya. – Su aliento, sentía, olía su aliento.

Yo tenía la garganta seca, sólo asentí y lo seguí luego que él recogiera las rosas del suelo. El recorrido volvió a ser en silencio ¿qué había respondido sobre Gary? ¿Si era su novio? ¿Por qué la pregunta? ¿O fui yo quien lo nombró sin deber hacerlo?

Al entrar a la cocina agradecí que sólo estuviera Mira y sus ojos fueron directo a mis manos.

-María ha sangrado un poco por el pinchazo de una espina Mira, por favor ayúdala a lavar bien el sitio.-Colocó las rosas en la encimera color blanco de la cocina.-Nos vemos a las ocho, gracias por la elección de las rosas María.

Salió de la cocina no antes de encontrarse fugazmente con mis ojos, Mira se acercó y apartó el pañuelo color azul para verme la herida.

-Es sólo un pinchazo, ven que te lo limpio y vamos almorzar, no como nada desde anoche.-Lanzó el pañuelo a una silla.-Médicos exagerados.-No me quedó más que reír y pensar en cómo conservar su pañuelo.

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