De Vuelta a la Oscuridad

Ya había pasado el mediodía y no había rastro de Arabís en la colonia. Grecia no hacía más que sentir que no había podido proteger a su única familia en el mundo, teniendo una idea que pudo quedarse afuera. Sentía miedo. Las criaturas que habitaban el exterior eran temibles y crueles. Todas aborrecían a los seres humanos, y muchas habían surgido de nosotros mismos. Solo los jóvenes a los que se les daba un entrenamiento eran capaces de defenderse y permanecer a salvo. Pero su querida Arabís no conocía nada.

—Lo siento mucho Grecia… tal vez… esté a salvo, es una chica lista cuando quiere —le dijo Kenet sentándose a su lado —Muy inmadura, pero, sabe defenderse.

—Ahora no quisiera pensar en nada —dijo dejando salir un suspiro y luego de un largo silencio prosiguió —Siempre le he contado historias de los seres que habitan el exterior. De lo feroces y vengativos que son, y, aun así, su fuerte voluntad de hacer lo que quería ganaba y la llevaba a desear salir. Tal vez, no le conté suficiente.

—No te culpes. Continuamente has sido muy responsable con informar a los jóvenes del exterior. Que tu nieta tenga un espíritu terco y valeroso no ha sido obra tuya. Tal vez, esto la ayude a ser mejor.

—Pero… se supone que yo la guiaría —habló con un tono bajo— No quería que cometiera los mismos errores que sus padres—dejo salir unas lágrimas — Salir, dejar de escondernos, que el mundo nos mire y se entere que aún seguimos aquí. Eso solo es un triste sueño que poco a poco se convertirá en pesadilla. Nunca nos perdonarán, no nos darán otra oportunidad.

*****

—¿Y? estoy esperando —dijo Meruem cruzado de brazos y mirándola fulminantemente mientras los Quetzalcóatl giraban en torno a ellos.

Arabís no sabía que le aterraba más, el hecho de que estaba a punto de descubrir a la colonia, que unas magnánimas criaturas giraban a su alrededor haciéndola sentir asechada, o, el hecho de que dos pares de ojos la miraban esperando a que hablara. Tenía que pensar rápido. cualquier excusa, claro, que tendría que ser una muy buena para poder sacarla de ese lío en que se había metido.

—La verdad es… que siempre trate de no salir en el día. Hace mucho tiempo mi abuela me contaba historias de lo peligroso que eran los seres de que habitaban el bosque… Así que siempre tuve miedo de salir.

—¿Y qué te dio la valentía para hacerlo ahora? —dijo Koner.

—Pues, el hecho de que por su culpa se estuviera contaminando la fuente de donde bebo, me llevó a hacerlo. No tenía mucho que perder al mostrarme frente a ustedes, ya que si no tengo modo de conseguir agua moriría en cuestión de tiempo —honestamente estaba diciendo la verdad. Solo que estaba omitiendo que no era una sola boca a la que abastecía el manantial.

—¿Y dónde se supone que vives? —dijo Meruem

—En… una pequeña cueva.

—¿Seguro? ¿Dónde? ¿Vives con alguien más? —preguntó Koner acercándose a ella.

—Vivo sola —dijo de inmediato sin dejar que la intimidara—y no tienen por qué saber dónde vivo… Ya yo he cumplido con mi parte… es hora de que ustedes hagan lo mismo.

—La verdad es que tienes razón. Pero no sé por qué siento que nos estas ocultando algo —dijo Meruem dudoso viéndola fijamente.

—No hay nada que ocultar.

—Muy bien. Nos iremos entonces —accedió sorprendiendo a Arabís y al mismo Koner. 

Arabís volvió a respirar con normalidad al ver a esas dos criaturas similares a los humanos dar la vuelta y marcharse. Mientras observaba sus anchas espaldas, se daba cuenta de que en su pecho comenzaba a formarse un nudo. Era una sensación extraña, algo parecido a cuando pierdes a alguien importante. No tenía idea de porqué, pero la hacía sentirse triste.

Se sentó en la roca donde hace unos minutos estaban pacíficos sus nuevos conocidos. Todo había quedado en silencio y paz. Levantó la vista hacia el cielo, y apreció ese azul que era tan hermoso, y, mientras la brisa soplaba y hacía sacudir las hojas de los árboles, el canto de las aves se oía como una dulce melodía; tuvo el deseo de no haber salido jamás. Sabía que una vez que regresara a la colonia su abuela haría que la vigilaran, y nunca podría volver a salir y apreciar lo hermoso que era el mundo. Seguramente ni siquiera la dejarían formar parte del escuadrón de exploración. Pasaría sus días con solo el hermoso recuerdo de lo vivido ese día, de los hermosos colores, del increíble Sol alzándose en la lejanía, de las plantas, los árboles, los pequeños seres del bosque que también comenzaban a marcharse, de los Quetzalcóatl, he incluso de aquellos dos con los que había tenido uno de los momentos más inolvidables de su vida, Koner y Meruem  

Horas después, sintiendo como la temperatura comenzaba a descender, y las nubes se pintaban de naranja. Viendo a el sol ocultarse mientras se despedía entre las montañas y tras unos minutos observarlo desaparecer completamente, trayendo el oscuro cielo iluminado solo por las estrellas que tanto conocía; una lagrima bajó por su mejilla. Se levantó y comenzó a caminar hacia la entrada de la cueva. Cuando por fin llego a la inmensa puerta se giró y apreció el paisaje, con una mirada perdida. Ese día había llegado a su fin llevándose lo maravilloso del sentimiento de calidez que había sentido al principio, esa sensación de por fin estar viva y dejando solo una única pregunta en su cabeza.

—¿Acaso? ¿Todo acabará como un sueño? —susurró.

Justo después, las grandes y pesadas compuertas se abrieron dejando ver a sus espaldas a un grupo de jóvenes que se preparaban para salir a cumplir con su deber. Era el escuadrón de exploración y abastecimiento.

—¡Arabís! —grito sorprendido Balzun, y sin ser capaz de creer lo que veía. La joven si había estado afuera y había vuelto, sana y salva, o al menos eso era lo que él veía.

*****

—Dime qué estas tramando —le dijo Koner a Meruem

—Yo nada.

—No te hagas, dejaste a la humana libre. Tu como yo sabes que de seguro vive en un poblado. Y no debe estar lejos.

—Tenemos algo importante que hacer… cuando resolvamos esto vendremos por las respuestas que necesitamos.

—Claro… pero te suplicaré que no vuelvas a arriesgar tu vida así por mí. O tendré que buscar de su ayuda otra vez.

—Uno de los dos debe vivir para cumplir con la misión. No sirve de nada que los dos terminemos muertos. Él rey no estaría complacido.

—Pero dudo de que esté contento si uno de sus mejores guerreros muere.

—Eso también va para ti.

—Aunque debo decir que me sorprendió—dijo volviendo al tema inicial de la conversación —Cuando comenzó a decir que ella sabía el ritual y todo lo demás, me pareció que estuviera hablando con una de nosotros. Dijo que no era magia, que era un don que pocos tenían.

—Eso es absurdo… su aura no se sentía como la nuestra.

—Lo se… pero había algo en ella que me inquietaba. No estoy seguro de qué. Además, notaste como los guardianes del bosque actuaban junto a ella. Eran dóciles.

—Eso es lo que me inquieta a mí. Normalmente estos espíritus aborrecen a la humanidad.

—¿Crees que ya lo han olvidado y les darán otra oportunidad?

—¡Ja! Sería algo absurdo.

Siguieron caminando en el espeso bosque pensando en esa posibilidad… el Sol ya se había ocultado y se escuchaban tenebrosos sonidos que de no saber de qué eran se abrían asustado. Actualmente se trasladaban por la parte sur-este de Zairit, provincia de Caltum. Antiguamente, los humanos les llamaban a las provincias países. Pero eso solo aumentaba la avaricia de querer poseer más tierras. Ahora… eran llamadas provincias, para evitar la “colonización”. Cada criatura era libre de transitar por los distintos continentes del mundo sin límites, ya que tenían una sola creencia, la Tierra no era de ellos, sino al contrario, ellos eran de la Tierra. Las provincias eran solo los nombres que se le daban a los lugares para describir los diferentes territorios. Claro que por supuesto cada especie de criaturas tenía un lugar de asentamiento.

  Manteniéndose alertas y listos para cualquier ataque de un alma siniestra, se desplazaban por un camino impuesto tan solo por su instinto. Fue entonces cuando escucharon el respirar de un sediento y sanguinario ser. Miraron entre las sombras unos ojos que llenarían de miedo a cualquiera y que resaltaban en la penumbra… la criatura se fue acercando tal y como un tigre acechando su presa. Con la poca luz de aquella noche notaron de que se trataba. Un Wendigo. Una criatura nacida del espíritu bestial oculto en el interior de los hombres, de su faceta más oscura y siniestra.

*****

Grecia corría con agilidad por los oscuros túneles de la colonia mientras se dirigía a la habitación de Arabís. Balzu había enviado a un joven para avisarle que Arabís había vuelto y que había sido trasladada a su habitación. Según la información dada por el chico, se encontraba sana y salva. Solo estaba algo deprimida, pero esperaban que su abuela solucionara ese problema.

Cuando por fin llegó, las lágrimas salían de sus ojos como las gotas de lluvia del cielo. Estaba tan feliz de que hubiera vuelto. Pero se contuvo. Debía regañarla, había sido un acto irresponsable y sumamente peligroso. Dando un suspiro y calmado sus ganas de ir y abrazarla, abrió la puerta y se encontró con una Arabís mirando un punto fijo en la habitación y perdida en sus pensamientos.

—Arabís —dijo seria para llamar la atención de su nieta. La joven levanto su mirada y sonrió con tristeza.

—Hola.

—¿Hola? ¿Crees que eso es lo que debes decir? —la reprendió —¿Me vas a explicar cómo fue que te atreviste a salir? —se cruzó de brazos.

—No creas que fue intencional —sonrió—Era eso o que la colonia tuviera un grave problema.

—¿Qué estas tratando de decir? —tomó asiento a su lado mientras ella dirigía la mirada hacia el frente.

—Habían… dos criaturas a solo unos pocos metros del portal —Grecia abrió los ojos y frunció el ceño.

—¿No te habrán visto verdad? —dijo preocupada —Lo que debías hacer era entrar y esconderte.

—Uno de ellos había sido atacado por un alma siniestra —continuó.

—No interviniste ¿verdad?

—El otro trataba con desespero la herida mientras la lavaba en la pequeña fuente que nos abastece. La sangre envenenada caía en el agua contaminándola —la chica miró a la anciana —Sabes que si esa agua se infecta traería desgracias a la colonia. Moriríamos en cuestión de tiempo —bajo la mirada — Así que… avance hasta ellos y deje que me vieran.

—Oh Santa Tierra.

—El más saludable al notarme me apunto con su espada —dijo mostrando el pequeño corte en su cuello —De alguna forma lo convencí de que podía tratar a su amigo. Por supuesto estaba algo inseguro, pero él tampoco tenía muchas opciones. Salvé a su amigo y a cambió le pedí que me dejaran vivir.

—¿Así de sencillo?

—No tanto. Cuando su amigo recobró la conciencia estuvo a punto de matarme. Tuve mucho miedo, pero el primero lo convenció de dejarme ya que había dado su palabra —suspiró —Lugo, todo fue como un sueño.

—¿De qué hablas?

—El mundo, se volvió lo más maravilloso del universo. ¿Por qué nunca me dijiste que era así de hermoso?

—No pudieron dejarte y ya.

—Es verdad. No se fueron de inmediato. Discutieron un buen rato si dejarme vivir o no mientras yo admiraba mi alrededor. Luego se sentaron a comer. Incluso compartieron su comida conmigo. Aparecieron muchos seres desconocidos para mí, grandes, medianos y pequeños; de diferentes formas también. Vi el Sol y el hermoso cielo azul. Luego… solo se marcharon. No se enteraron de la colonia ni de donde vivía.

—Sera mejor que lo olvides —dijo de repente la anciana levantándose.

—¿Olvidarlo? ¿Crees que podría? —dijo Arabís dejando salir una lágrima —He pasado gran parte de mi vida imaginando como sería el exterior. Hoy, fue como un sueño.  Fue tan increíble pero tan real. Por fin, pude sentir que vivía. Yo…

—¡Es suficiente Arabís! —la interrumpió su tía abuela —No quiero que vuelvas a hablar de esto. No comentes a nadie lo que viste, ni siquiera a Charlie. Tal vez hayas vivido hoy, pero no permitiré que acabes con la vida que nuestros antepasados han conseguido para nosotros.

—¿Vida? ¿crees que esto es vida?

—¡Si! ¡Tal vez no sea tan increíble y fantástica! ¡tal vez no esté llena en su totalidad de alegría! Pero… es lo que nos queda… y lo que tenemos. Dejarnos ver, que ellos se den cuenta de que aun existimos, solo sería el principio de una masacre —la tomó con delicadeza de los hombros tratando de hacerla entender —Tu madre y tu padre, creían en ese mundo. Uno en donde todos convivíamos pacíficamente. Creyeron que nos darían una oportunidad —dijo conteniendo el llanto mientras le contaba lo que nunca le había dicho —Salieron de la colonia Arabís. Atravesaron el bosque, llegaron a Zolan, y, antes de poder cruzar la entrada, o, siquiera decir algo… fueron asesinados.

—¿Zolan? ¿asesinados? —dijo al borde de las lágrimas Arabís —dijiste que habían muerto en un colapso de uno de los túneles —Grecia negó.

—No fue así.

—Pero… ¿cómo es que sabes lo que pasó? Tu ¿también saliste? —la anciana volvió a negar.

—En aquel momento, tuve una visión. Presencie lo ocurrido sin poder negarme. A pesar de que no tenía vista en mis ojos… lo vi. Recuerdo haber estado con Talía… tu abuela materna. Cuando por fin logré estar consiente le conté entre lágrimas lo que había visto. Como había contemplado a mi sobrino y a tu madre morir. En poco tiempo la tristeza de haber perdido a tu madre de aquella forma la consumió. Cayó en depresión y solo fue cuestión de tiempo para que ella abandonara este mundo también.

—¿Por qué me mentiste? —dijo entre sollozos Arabís.

—Por qué quería protegerte. Pensé que tal vez querrías seguir con las locas ideas de tus padres. No quería perderte, ¿sabes lo que sentí cuando no te encontré hoy? Fue tan horrible… creía que en cualquier momento vería tu muerte también —dijo levantando su mentón—Creí que ya no tendría razón por la qué seguir viviendo en este mundo —dijo con una sonrisa triste —Tal vez, esta no sea la mejor vida. Pero quiero que sepas que para mí si lo es porque te tengo a ti. Y no soy solo yo quien piensa de esta forma. Todos en la colonia tienen a alguien quien es su razón para seguir. Una madre, un hijo, un hermano, un tío, un amigo —suspiró para no llorar—Te lo ruego… por favor… no vuelvas a salir de la caverna.

Arabís asintió dejando salir los fuertes sollozos que había retenido. Su abuela la había abrazado con tanta fuerza que parecía que sus brazos nunca más se volverían a abrir. Ella también la abrazó, Grecia tenía razón. La vida que ahora tenían podía ser dura, pero aún seguía siendo vida, tenía a alguien que la amaba y la quería más que así misma. No podía volver a ponerse en peligro como lo había hecho hoy. Cuando se separaron, un collar que su abuela siempre cargaba como una reliquia valiosa, se enredó en un mechón de su cabello, ambas sonrieron al notarlo y casi de inmediato la anciana comenzó la tarea por liberarlo; era una linda gargantilla que terminaba con una hermosa perla negra, Arabís siempre había intentado que se lo regalara pero la anciana siempre le decía que era un valioso objeto que su propia madre le había confiado antes de morir, y que el día en que ella partiera de ese mundo, ella sería la dueña.

                —Bueno —dijo Grecia limpiando sus lágrimas —Debo seguir con lo mío —sonrió viendo a su niña —Descansa cariño y recuerda lo que hablamos —se retiró.

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