Capítulo 1

Arlet

Me gustaba creer que Matt y yo íbamos a ser amigos para siempre. Después de todo ya habíamos superado el terrible lapsus de amor no correspondido o más bien yo lo superé, porque en lo que a él respecta nunca sucedió. Era mejor así de habérselo dicho todo se hubiese ido al demonio. 

Seamos sinceros, si la basura sale a la luz todo se complica. 

Entonces hice lo más sensato para todos; me quedé callada y me enfoqué en sacar de mi corazoncillo cada vestigio de cada molécula de ese tortuoso amor no correspondido que experimentaba por mi mejor amigo. Nada de extrañas fantasías sexuales, nada de declaraciones, nada de charlas ambiguas, nada de intentar boicotear sus relaciones: eso fue difícil no voy a negarlo. 

Y fue entonces cuando lo imposible sucedió. Sin importar que nuestras hormonas estallaron descontroladamente logramos seguir siendo mejores amigos sin ataduras románticas o malentendidos. 

A pesar de que todo el mundo especialmente su madre y mi abuela apostaban porque al final decidiríamos casarnos y tener hermosos bebes. Mi abuela lo odiaba, pero aún así lo veía posible muy a su pesar. 

Era fácil pensar que éramos almas gemelas que están la una para la otra durante toda su vida, para finalmente darse cuenta de que estaban destinadas a enamorarse y vivir felices rompiendo narices. 

Pero eso no ocurrió, terminamos la preparatoria y entramos a la universidad donde nos convertimos en compañeros de cuarto y funcionó. 

Yo tuve algunos novios, si a novios nos referimos con dos aventuras que terminaron en desastre y él se dedicó a seducir a toda la población femenina de la universidad de Illinois, sin embargo en lo que a nosotros respecta todo siguió como siempre. Veíamos series los viernes, íbamos juntos a clase, cenábamos los domingos y seguía acompañándolo a los eventos familiares que tanto odiaba porque tener dos familias era insoportable para él y tener que visitarlos lo hacía mucho peor. Eso fue durante un tiempo hasta que decidió que no quería volver a ver a su padre. 

Todo siguió según el plan, amigos… solamente amigos… 

Y allí estábamos dos años después de terminar la universidad aún viviendo juntos. Aunque dejamos atrás el minúsculo y apestoso cuarto que compartiamos para mudarnos a un respetable departamento en la ciudad de Chicago que era de su padre y yo insistí para que lo aceptara.

Matt seguía con su misión de acostarse con cada chica de la ciudad, mientras más grande la ciudad más excitante el reto. Yo por otro lado estaba nuevamente concentrada en no recibir daños colaterales de ningún amor sea correspondido o no. Todavía trataba de convencerme de que no me afectaba las citas de mi amigo porque hacerle planteos o echarle la bronca hubiese sido raro y un tanto incómodo. 

La verdad es que habían pasado tres meses desde un encuentro de cualquier tipo con algún espécimen masculino y de cierta forma creía que mi creciente incomodidad se debía a el mal humor causado por la abstinencia. 

Caminé pesadamente hasta el refrigerador y tomé de la botella un largo trago de agua. Cerré la puerta y me sorprendí cuando mi  mano chocó contra un torso con la piel desnuda. Un

cuerpo cálido, tentador y  firme. Un brazo fuerte, hipermasculino me rodeó por la

cintura y me movió antes de que mi rostro chocara contra su pecho. Y no iba a mentir, era decepcionante. Cualquier contacto era bienvenido, aunque me esforzaba en hacer parecer que no era de ese modo. 

Me retiré para separarme de él justo cuando me quedé sin aire en los pulmones. Tenía la cara pegada a los pectorales más

perfectos del mundo, la clase de pectorales que cualquiera querría lamer sin el menor reparo. 

Mis ojos recorrieron. su pecho sin pedirme  consentimiento, y había tanta piel

dorada al descubierto que sentí que podía estar allí parada disfrutando de la vista durante el resto del día. Lo más extraño del asunto era que ya había visto a Matty medio desnudo en muchas ocasiones, pero nunca dejaba de sorprenderme ese cuerpo concebido para el pecado.

A Matty le encantaba el deporte, cuando el tiempo lo permitía realizaba diferentes actividades, y sus buenos hábitos se reflejaban en su cuerpo. Su piel suave se extendía por unos

abdominales bien definidos. Incluso tenía esas marcas que se perdían bajo la cintura de sus bóxers. Tenía un pequeño lunar bajo las costillas que siempre me había tenido fascinada, aunque no podía admitirlo. 

Llevaba unos bóxers de color rojo que le sentaban de maravilla y me dejaban vislumbrar su contenido prieto bajo la delicada tela. Una pequeña barrera de tela nos separaba, sin embargo tenía la certeza de que nunca vería que había más allá. 

Me ruboricé. Le iba a dar una buena reprimenda a mi mente por adormecerse, pero para ser sincera mi mejor amigo estaba buenísimo.

Esbozó una sonrisa de medio lado, como si supiera lo que yo estaba pensando. En ocasiones me preguntaba si sabía lo que me provocaba y disfrutaba torturandome. 

Entonces escuché la ducha  y mi corazón se estrujo en el pecho. 

Cada fin de semana era lo mismo Matt  traía una chica diferente con la que tenía sexo descontrolado y ocasional. Tenía una fobia casi compulsiva a todo lo que se tratase de involucrarse sentimentalmente, el compromiso afectivo era su gran talón de Aquiles, por no decir el único.

Era verdad que desde el último verano las cosas habían cambiado y aquella mujer que estaba usando probablemente mi Shampoo era la única en mucho tiempo, sin embargo estaba bastante segura de que pronto se recuperaría y el desfile de chicas enredadas en sus encantos continuaría.

En gran parte se debía al divorcio de sus padres, que fue cuando teníamos 17 años. Creo que lo más duro para él no fue el divorcio en sí, sino que cada uno de ellos se precipitó a una nueva relación inmediatamente. Su madre se fue un día para volver cinco meses después con un nuevo prometido y su padre conoció a una consejera en un grupo de alcohólicos con la que se casó tiempo después. Matt no solo pasó a tener dos familias, sino que le dieron nuevos hermanos. 

Cada uno a su manera se olvidó por completo de que tenían un hijo y aunque para un chico de 17 podría parecer ventajoso tener una casa para él solo casi cada fin de semana, mi amigo era diferente. Bueno al menos al principio lo era con el tiempo las fiestas con personas que ni siquiera conocía, las borracheras de clase mundial y el sexo con cada chica que se le cruzaba fueron cada vez más comunes. 

También estaba lo de Jiwoo, que había sido su primer amor, todo iba bien hasta que a ella se le ocurrió que a esa relación de casi tres años de amor infinito y colores pasteles le faltaba algo de drama. Como todo el mundo sabe no hay mejor forma de darle algo de pimienta a las cosas que perdiendo la virginidad con el mejor amigo de tu novio. Ese fue el evento que detonó lo que vendría luego. 

Eso destruyó a Matt a tal punto que se juró nunca más volver a permitir que lo lastimaran. Así fue como mi amigo el dulce chico que creía en todo eso de decir lo que sentimos, mirarse a los ojos y descubrir la chispa se convirtió en alguien aún más cínico y aterrado que yo. No lograba confiar en casi nadie y temía que le mintiesen, era algo casi patológico. 

El asunto era que con Matt nunca se sabía que estaba ocurriendo, aunque siempre parecía estar relajado, divertido y con ánimo de fiesta en el fondo era como el volcán  Kilauea  a punto de erupcionar mientras todos bailan el hula hula a su alrededor. Éramos dos personas muy extrañas y rotas emocionalmente que se entendían a la perfección. 

Se me hizo un nudo en el estómago. La noche anterior, salimos a tomar algo como cada viernes y yo me había marchado antes de que él del bar. Una rubia había coqueteado descaradamente con él durante toda la noche y finalmente él  la había llevado a casa. Un momento. ¿En qué estaba pensando? Claro que se la había llevado a casa. Era Matt. 

—Hueles a… bien.

Parpadeé. Tenía la voz ronca de recién levantado y esa expresión sexy que me volvía loca. 

—¿Eh? Ah, es que me costó mucho quitarme el aroma a chupito. 

Esbozó media sonrisa.

—Te levantaste temprano. 

—Claro que no.

—Te levantaste temprano, como siempre —prosiguió haciéndose a un lado. Miró

por encima del hombro cuando escuchó el agua corriendo en el baño. Suspiró—. Esto no te va a gustar.

Me sentí palidecer, cosa que era una estupidez. No tenía porqué importarme, él era solo mi amigo. 

—No pasa nada. Puedo esperar en mi cuarto. 

Matthew miró con el ceño fruncido.

—No pienso dejar que esperes encerrada en tu cuarto, Art. ¿Qué clase de amigo sería? 


Tomé asiento en la barra y me serví un café recién hecho de la fabulosa máquina que era un obsequio Sara que con el fin de acercarse a su hijo, mientras revisaba mi lector electrónico. Le di un sorbo al café cuando vi  unas piernas largas y bronceadas, después el dobladillo de un vestido. Reconocí las piernas

inmediatamente, pero el vestido de diseñador me dijo todo. 

Era la rubia, la reina de los Martinis, que atrapó su atención de inmediato cuando estaba pidiendo un trago en la barra y se bajó el escote al verlo pararse junto a ella. 

Y yo me sentía como una vagabunda con mi camiseta gigante. Por no mencionar que parecía que yo estaba en la pubertad comparado mi delantera con los pechos de aquella chica.

Me miró y frunció el ceño. 

—¿Quién es esta, cariño?

—La conociste ayer por la noche en Dillon’s. —Matt se volvió a mi lado y recogió un cojín que estaba en el piso—. ¿No te acuerdas?

La chica puso cara de confusión e imaginé que me habría arrancado la cabeza de haber podido hacerlo. 

Matt esbozó media sonrisa.

—Le tiraste la copa encima.

—¡Oh! —La rubia se rio—. Lo siento.

—Sí. —Tuve que esforzarme para hablar. Yo ya lo había olvidado—.No pasa nada. 

La rubia se acercó a él contoneando su esbelta cadera y le pasó la mano por el pecho de una forma íntima. Me asaltó una punzada de envidia porque deseaba poder tocarlo de aquella manera. 

Se quedó paralizada con unos zapatos Jimmy Choo en las manos evaluando sus posibilidades al verme usando un pijama que debería haber tirado años atrás a la basura.

—¿Café? —siempre me parecía divertida la expresión que ponían cuando me veían sentada en la barra desayunando.

Matt se perdió en la habitación. 

—Yo...—balbuceo —no sabía, yo pensaba…¿Qué fue lo que pasó aquí anoche? 

Matthew apareció en la puerta de la habitación con un pantalón de chándal y la miró divertido al ver que creía que habíamos formado un trío. ¿Tan ebrios estaban? 

—Tranquila, soy su roomie, nada más — aclaré adivinando sus pensamientos, para que no sufriera un paro cardiorrespiratorio en la sala.

Mis palabras relajaron su rostro casi inmediatamente. Sabía que él utilizaba el término “roomie” deliberadamente para no decir que vivía con una chica, lo que podía despertar en ocasiones el instinto salvaje de sus conquistas. 

—Cuando me dijo que tenía un compañero de piso, imaginé otra cosa, supongo. 

—Entonces... —balbuceo Matty atravesado ese momento incómodo que sufria cada mañana, luego de haber vaciado sus instintos básicos. —Mi compañera y yo tenemos que hacer las compras y esas cosas, pero nos mantenemos en contacto, Paula...

—Soy Eleanor... 

—Lo sabía. —Le brindó una seductora sonrisa ladeada. 

La rubia lo miró con los ojos entrecerrados y lanzó un bufido.

—Sí, como sea. 

En ese momento Matt, la tomó por la cintura y la acompañó hasta la puerta. 

—Hasta pronto —susurró Matt mientras le abría la puerta.

 La expresión de la chica se suavizo ante la esperanza de un nuevo encuentro. 

—Espero que así sea, la pase muy bien —repuso ella en un murmullo tímido por mi presencia —llámame ¿sí? 

—Claro —le dio un beso rápido antes de que ella bajara las escaleras. 

—Necesito un café, y dormir durante el resto del día —tomó una taza y se sirvió café para sentarse frente a mí —Creo que terminé de entregarle mi alma a Dillon’s. 

—Eh, no te metas con Dillon’s —dije ofendida —que su política de precios bajos te salvo el culo más de una vez —lo señale con mi dedo acusador —¿Y por qué la trajiste a casa? Pensé que habíamos quedado en que este era nuestro lugar sagrado.  

—Estaba muy ebrio y en algún momento se me pegó como el súper pegamento —levantó las manos en señal de rendición  — Pero aunque sé que se veía mal, no pasó lo que crees. ¿Y qué tal el pasillo de la vergüenza? 

 Puse los ojos en blanco. 

—¡Oh muy vergonzoso! —bloqueé mi lector —deberías haberla visto casi se desmaya cuando entraste al cuarto. 

—Maldita sea me lo perdí —negó con la cabeza —se me ocurre que la próxima vez yo podría abrazarte, eso sería divertido. 

—Estás enfermo ¿Lo sabías? 

—Quizás, pero yo lo llamo independencia sexual. Si ellas se asustan lo suficiente no hay llamadas que debo bloquear, ni mensajes que ignorar, todos ganamos —prendió los fogones y tomó unos huevos del refrigerador. 

—¿Y yo qué gano?

—Mmm no sé ¿contacto masculino? 

Puse los ojos en blanco y lance una risa irónica fingiendo que sus tonterías no me afectaban, aunque  la verdad era que en ocasiones sentía como mis mejillas se sonrojaban a pesar de mis esfuerzos. 

—Creo que ya lo dije unas mil veces y  voy a repetirlo porque creo que lo necesitas —dije con autosuficiencia  —No todos somos adictos al sexo como tú. 

—Nuevamente voy a tomar eso como un cumplido señorita impenetrable —se apoyó en la encimera cruzando los brazos —pero que puedo decir,  yo no puedo quedarme sintiéndome miserable por las mierdas que tengo guardadas en el placard. Necesito divertirme y sentirme vivo. 

—Yo no necesito contacto masculino para ser feliz, mientras espero al chico perfecto prefiero disfrutar de mi soledad, ir a exposiciones los sábados por la noche y volver a leer un buen libro, eso es un gran plan para mí, como para otros adormecerse con alcohol lo es. 

 —Entiendo, entiendo —sirvió dos huevos y dos tostadas en cada plato —¿Y el chico perfecto es el de la librería?

Dos semanas antes, mientras Matt perseguía a una rubia deslumbrante en un café cerca de la librería donde siempre gasto lo que me queda de sueldo, yo discutía con uno de los empleados.

 —Me prometieron la edición de Guerra y Paz de Lydia Kuller  —insistí cada vez más enojada 

 —Sí, pero prometiste venir a buscarla el lunes y estamos a viernes  —se defendió  —No tienes idea de cuánto nos costó conseguir esa edición y como no respondiste nuestros emails la colocamos en los estantes de ediciones de oro.

 —Le dije a tu compañero que me llamase porque nunca recuerdo revisar la bandeja de entrada  —mentí, sí que la había revisado aunque posiblemente estaba esperando a cobrar para no tener que incrementar la deuda con mi amigo  —por favor sé que puedes solucionarlo  —trate de ablandarlo con mi mejor cara de sufrimiento.

Negó con la cabeza agotado de todo ese embrollo. 

 —Bien, creo que podrías hablar con la persona que tiene los ejemplares.

 —¿Si? Eso es fantástico ¿Tienes su teléfono?  — interrogué radiante pensando que había ganado la batalla.

 —No, pero está justo allí  —dijo el vendedor señalando con un bolígrafo mientras sonreía burlonamente. 

Cuando lo vi mi cabeza gritó: ¡madre de todos los santos!. Era una preciosidad de hombre, de esos que te dejan sin palabras, aún seas de lo más locuaz. Tenía ojos verdes o quizás eran grises, no podía pensar con claridad, una mandíbula definida, el cabello perfectamente cortado. Todo en él gritaba inalcanzable, incluso su traje negro que se le amoldaba a la perfección o los elegantes gemelos de oro. 

 —Lo siento  —balbuceé como una niña cuando estuve a su lado. Era alto y mi metro sesenta se sintió intimidado  —creo que ese es mi libro  —señale los volúmenes de Guerra y Paz que llevaba estrechados contra su pecho. 

 —¿Qué? Disculpa, creo que no entiendo  —inclinó la cabeza sonriendo levemente y me tuve que contener para no suspirar como una tonta  —acabo de tomar estos libros de aquel estante y estoy bastante seguro de que estaba a la venta. 

 —Bueno, fue un terrible error — carraspeé, tratando de salir del hechizo —pero, ¡eh! No todas son malas noticias, mira hay muchos ejemplares allí mismo  — intenté arrebatarle torpemente el libro de sus manos. 

 —¡No!  —exclamó, girándose para evitar que se lo quitara y comenzó a reír  —este es el mejor y no voy a dártelo —me desafío de forma juguetona. 

Era tentador complacerlo, era muy tentador realmente, sin embargo quería el maldito libro y ataque: 

—Dame el maldito libro — me enfurecí, olvidando que tenía una mandíbula preciosa —. Yo les rogué hasta cansarlos para que traigan esa m*****a edición. Es mía por derecho —lo miré fijamente —te juró que no vas a querer meterte conmigo.

 —Si no te lo doy, ¿qué vas a hacer?  —sonrió con suficiencia.

Nos sostuvimos unos segundos interminables la mirada, yo trataba de intimidar, él solo jugaba sabiendo que yo iba a perder. Hasta que por fin decidí darme por vencida. 

 —Está bien, tú ganas. Puedes dejártelo  —me di la vuelta evitando cruzar las miradas nuevamente. Odiaba perder.  

Hice acopio de toda la dignidad que me restaba y decidí salir con la frente bien alta, sin armar un escándalo. Eso no era nada propio de mí, lo mío era más la indiferencia fría. 

 —Espera  —me llamó  —¿me podrías dar tu número?

Me di la vuelta mirándolo extrañada y lo miré desconfiada. No sabía que tramaba, pero podía estar seguro de que no iba a contar conmigo. 

 —Podríamos compartirlo... —me aclaró. 

 —¿Compartirlo? 

 —Sí, los leeré y cuando los termine te llamaré para llevártelos a tu casa ¿Qué te parece? 

Alzó la comisura de sus labios y sus ojos verdes grisáceos volvieron a lanzar su rayo hipnótico sobre mí. No solo era increíblemente guapo, también era considerado. A pesar de que no lo había tratado nada bien, él estaba dispuesto a prestarme sus libros. Nos quedamos frente al estante hablando un buen rato sobre libros, hasta que recibió una llamada y tuvo que marcharse.  

Pero ya habían pasado dos semanas de eso y no me había llamado. Así que supongo que el príncipe se convirtió en sapo. 

—Es una posibilidad no entiendo cuál es tu problema —me metí un bocado —es increíblemente sexy y amable, además de que le gustan los mismos autores que a mí, lo que es genial. 

«Bueno al menos un par de ellos». 

—Un momento cómo sabes todo eso si solo hablaste con él durante cinco minutos en una librería.

—Quizás te sorprenda, pero no todos los hombres solo piensan en senos y mamadas de hecho algunos pueden hablar de temas variados. 

—Oh heriste mis sentimientos Ar, creo que voy a tener que… —sus labios dibujaron una sonrisa satisfecha, haciendo que sus ojos color avellana destellaran con malicia. 

—No te atrevas —me levanté cautelosamente, midiendo sus movimientos. 

Saltó de su banqueta y corrió al baño. 

Cerró la puerta de un portazo en mi nariz porque aunque corrí cuando adiviné sus intenciones no logré alcanzarlo. 


—Matt por favor me tengo que ir, por una vez en tu vida muestra algo decencia y déjame bañarme primero. 

Abrió la puerta un poco y su ojo avellana me miró divertido. 

—Si me dices a donde vas todos los sábados…

—¡No! —negué con la cabeza —No tengo que contarte cada cosa que hago, solo déjame bañarme primero y te lavaré la ropa por una semana. ¿Qué te parece? —supliqué —incluso puedo planchar tus  camisas. 

—Creí que no teníamos secretos. 

—No es un secreto, solo que no quiero que te rías de mí. 

—¿No me dirás? 

—No, absolutamente no.

—Entonces creo que un baño de espuma me va a sentar muy bien y eso es un secreto cariño. Ya sabes cuanto los odio—cerró la puerta dejándome del otro lado furiosa y cachonda al imaginarlo enjabonado. 

Golpee con la mano abierta al recordar que había dejado olvidado mi shampoo dentro. 

—¡Matty!, ¡Matty! ¡No uses mi shampoo! —grité —¡Deja mi shampoo en su lugar!  —se escuchó como comenzaba a caer el agua de la ducha y decidí darme por vencida. 

Otra vez di por perdido los dominios del baño.

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