Victoria, edén
Victoria, edén
Por: Gregoria R. Márquez Díaz
Interrogatorios

            Los gritos de mamá para despertar a Emanuel, me despertaron. De un golpe me senté en la cama y miré a mí alrededor, quizás mi hermano hubiese sufrido otra convulsión y eso era lo que alarmaba tanto a mamá, pero luego de espabilarme escuché a Emanuel quejarse:

            -Cinco minutos mamá, cinco minutos por favor.        

            Me lancé de un golpe otra vez en la cama y miré el techo blanco de mi habitación con algunas filtraciones del lado derecho donde se hallaba el tanque del agua de la casa. En menos de cinco minutos mamá tocaría a mi puerta  para despertarme e ir al colegio. Me envolví de nuevo en la cobija y suspiré, a mis once años la vida era perfumada, el aroma del café colado llegaba suavemente a mi habitación, las voces remilgosas de mi hermanito de nueve años se alejaban cada vez más, seguramente mamá lo había sacado de la cama y llevado al patio para lavarle la cara y así poder despertarlo. Observe las muñecas sobre el escaparate de madera y pensé que pronto tendría que regalarlas, ya casi no jugaba con ellas, si no estaba en el colegio, tejía, bordaba o cocía con mamá. Todo  lo que confeccionaba tenía mucho arte, las señoras más encopetadas asistían a la casa los viernes en la tarde para solicitar sus servicios, mamá procuraba tener la casa muy limpia y ordenada, a pesar de las travesuras de Emanuel y los desastres que solía hacer.

            -María Victoria.- Dijo mamá abriendo poco a poco la puerta.

            -Estoy despierta mamá, enseguida voy.

            Se devolvió a la cocina seguramente, papá ya debía estar desayunando ricos bollitos con mantequilla, queso y café.

            -Mamá tengo hambre.- Se quejó de pronto Emanuel. Aparte las cobijas y estiré mis piernas y mis brazos, luego me senté y puse los pies en el piso, de ese lado del pueblo hacia menos calor que en el resto, la escuela estaba cerca de la playa, desde las ventanas de mi salón podía contemplar la parte solitaria de esta, las palmeras bailando de un lado a otro y percibir el rico aroma salado del mar. Tome una toalla y antes de salir me miré en el espejo, era más alta que el resto de las niñas de mi edad, el cabello castaño caía a mitad de la espalda ensortijado haciendo juego con mis cejas pobladas, me observé coqueta y viré mis ojos verdes, me parecía mucho a papá.

            Cuando salí de mi cuarto salude con un ademan a papá que efectivamente estaba desayunando al lado de Emanuel, mamá fregaba algo de espaldas a mí, fui a baño que quedaba justo a mitad del pasillo entre las habitaciones de Emanuel y la de mis padres. La casa, papá la había adquirido en cuanto se casó con mamá hacía ya trece años, nuestros vecinos eran conocidos desde siempre, y nuestra casa a pesar de ser una de las humildes era muy bonita, todo lo que papá había adquirido en su trabajo como maestro lo invertía en su casa y nuestra educación, mamá colaboraba con él en sus encargos, mucho más después de que Emanuel convulsionara a los tres años luego de una fiebre muy alta. Me aseé y salí de nuevo a mi cuarto donde me uniforme y peine mi cabello sentada en la peinadora que papá me había regalado cuando cumplí ocho años, mi cuarto era el más grande de la casa, más grande inclusive que el de mis padres, papá cuenta que tenía yo tantos juguetes que tuvieron que resignarse a cedérmelo, además era el cuarto más oscurito de la casa y dormía yo hasta altas horas de la mañana. Salí  del cuarto  y entusiasmada por ir al colegio, recorrí la estrecha sala adornada con detalles en madera, mamá adoraba las flores, en los rincones tenía palmas brillantes y en las mesas del comedor y de centro, jarrones con flores silvestres o rosas que se daban mucho en el sector. Nuestro porche, como le decía la señora Leticia, una americana llegada al país  hacía más de quince años, coloreaba toda la cuadra, mamá tenía unas manos santas para que las flores nacieran donde las sembrara, rosas, jazmines y calas,  a pesar del intenso sol que en algunas mañanas bañaba la casa, mamá se ocupaba de mantenerlas siempre frescas y alejaba como experta cualquier tipo de animal que quisiera estropear su trabajo.

            -La señora Núñez vendrá este viernes a casa, junto con su esposo e hijos.-anunció mamá secándose  las manos del delantal que colgaba de su cintura.-espero Emanuel…-lo miró con carácter, mamá tenía ojos negros con hermosas pestañas rizadas, era pequeña, menuda más bien, muy delicada, su sonrisa era dulce y risueña, muchas veces cuando le hacía repetir la historia de su romance con papá entendía las razones que él tuvo para abandonar sus comodidades, mamá aparte de hermosa resultaba ser muy dulce-…que te comportes, me refiero a los niños de la señora Núñez.

            -Lo haré mami, es una promesa.-Con la mano derecha sostenía la cucharilla con el cereal y se la llevaba a la boca y la izquierda la levantó y la miró con picardía. Emanuel más bien se parecía a mamá, sus ojos eran pícaros y su sonrisa como los de ella, risueña.

            -Deberías tomar un descanso Lourdes.-Papá terminó de comer y retiró el plato, comíamos con calma cada mañana porque el colegio quedaba a sólo tres cuadras de la casa.-O deberíamos, falta tan poco para las vacaciones, debería ser tu premio de promoción María Victoria.

            -¿Y el mío papá? –Emanuel puso la cara triste.

            -Bueno tú también irás a las vacaciones.

            -¡Vacaciones!-gritó Emanuel poniéndose de pie y saltando alrededor de  papá que se reía. Mamá ya se había detenido a mi lado y reía también.

            -No los entusiasmes Arturo, esperemos a que llegue la hora.

            -Si vamos a poder mamá.-Le dije yo, había comido rápido y me levanté.-Papá sólo falta ajustar las finanzas.

            -Las ajustaré María, y nos iremos. Papá se levantó.-ahora cada uno busque sus cosas que nos marchamos al colegio.

            Así lo hicimos, mamá nos acompañó a la salida, seguramente mientras nosotros íbamos a clase ella prepararía el almuerzo y ordenaría algo que Emanuel dejara regado durante la noche, por lo general le sobraba tiempo para concluir algún trabajo pendiente. Llegamos al colegio, cada uno tomaba su rumbo, papá a charlar con sus colegas, Emanuel a saltar con sus compinches y yo caminé con mis cuadernos en los brazos hacía donde mis dos mejores amigas me esperaban. El colegio San José, tenía apenas diez años de fundado, el 17 de septiembre de 1947, así lo decía la placa en bronce que reposaba en el portón de le entrada, todo en aquel pueblo parecía llamarse igual, Farmacia San José, San José artefactos eléctricos, Ferretería San José y así sucesivamente. Cuando nacía un niño nadie lo llamaba José, era como hablarle al pueblo.

            -Pensábamos que ya no vendrían.-Anunció Gloria como recibimiento, era alta, robusta, su tez oscura caracterizaba a los venidos de la costa, pero sus enormes ojos negros distraían el color oscuro de piel y su cabello opaco.

            -Hoy he tenido más pereza que nuca, lo mismo pareció pasarle a Emanuel.

            -Emanuel siempre flojea.-Dijo Silvana. Reímos las tres y al escuchar el timbre del colegio comenzamos a entrar a las aulas, papá echó una mirada atrás, más que para buscarme a mí para buscar a Emanuel, quien ya entraba hecho risas con sus lacio cabello negro cayéndole en los ojos. El uniforme de los maestros era muy parecido al nuestro, algo ligero, camisa corta blanca con el distintivo del colegio y pantalones azules, en cambio las hembras llevábamos jumper blanco de tachones a la rodilla con zapatos negros. La primera hora de clase pasó lentamente, hacía calor esa mañana, el cuello del jumper estorbaba en el calor, pero al salir al receso nos refrescábamos con  la brisa marina que venía del  frente y entraba por el patio, casi nunca comprábamos en la cantina del colegio, mamá se encargaba de proveernos frutas y botellas heladas de jugos naturales, por supuesto Emanuel tenía más sed y más hambre, pero papá negaba con la cabeza desde lejos cuando lo veía pedir para después pagar en la cantina. Silvana, Gloria y yo os sentamos a merendar en la sombra, Gloria hablaba de su casa, las vacaciones a las que la llevarían en cuanto saliera de sexto grado, Silvana la secundaba mientras yo la escuchaba atenta, a pesar de que a mitad de su conversación vi salir a papá del corredor para correr y realizar otras actividades deportivas. Lo acompañaba la directora, la señorita Monroy, era una dama en toda la extensión de la palabra, alta y esbelta, bien plantada, tenía el cabello dorado recogido en un moño elegante y con mucho brillo, su tez tenía un bronceado espectacular, había escuchado que contaba con cuarenta años, papá a su lado lucía muy bien y aunque él la miraba con el respeto de siempre ella siempre me pareció que le coqueteaba, detrás de su fría mirada, y su carácter hermético cuando le sonreía a mi padre parecía descongelarse, nunca le había hecho esa observación a nadie, papá era muy apuesto apenas a sus treinta y dos años, podía gustarle a cualquier mujer, mucho más a esta miss elegancia. Mamá es muy bonita y dulce, pero delante de la Directora Monroy luciría diminuta, mamá era puro amor, aunque no dudaba que tuviera una personalidad segura y definida muchas veces tuvo que defendernos en la calle, quizás como era mi madre yo tenía una imagen equivocada de ella, siempre estaba en casa pero no era suficiente para considerarla incapaz de desenvolverse. Por otro lado ella conocía a todo el personal que trabajaba con papá, y a la Directora le había hecho algunos trabajos, de lo cual papá no se sentía muy orgullo, siendo él quien venía de buena posición quería que mamá visitara a sus pocas amigas a tomar el té o que simplemente leyera las pocas revistas que llegaban al pueblo, pero mamá no era mujer de pocos oficio y cuando salía con papá a distraerse se sentía muy orgulloso de llevarla del brazo, era su mujer amada, podía verlo en sus ojos, sin embargo, y aun escuchando mis propias reflexiones me puse celosa y me desconecté de la conversación de mis amigas, tenía pedazos de frutas frescas con azúcar en una vianda y pedazo a pedazo fui introduciéndola en mi boca sin dejar de mirar a papá que lucía más alto al lado de la Directora , ella en uno de sus gestos coquetos me miró yo no desvié la mirada, todo el mundo decía que yo lucía más madura para mi edad y ahora lo demostraría, ella giró, su vestido azul celeste se movió al compás de la  brisa, luego se despidió y desapareció por el mismo pasillo por donde apareciera. Papá no se detuvo a mirarlas, más bien se volteo para encontrarse con mi mirada y sonriendo levantó la mano, era tan guapo, estaba tan orgullo de mi papá.

            -Me pregunto, maría Victoria, ¿si nos estas escuchando?-protestó Gloria

            -Ah…no…si.-reí apenada.-si te escuchaba.-ellas me miraron desconfiadas.-Buen, repítanme lo último que dijeron.

            -Decíamos que para el viernes.-repitió Silvana.-lleváramos la balsa del padre de Gloria a la playa, saldremos hasta los arrecifes más cercanos y regresamos a tiempo para la cena.

            -¿Le pedirás la balsa a tu papá?-Pregunté sorprendida de su osadía, nos permitían ir a la playa los viernes, pero sólo a bañarnos en la punta de la palmera donde las olas eran nulas, nada de alejarnos.

            -Claro que no María, iremos juntas al estacionamiento y al extraeremos.

            -Tú no sabes nadar Gloria, apenas si te luces en la orilla.

            -Lo importante es que disfrutemos el paseo.-poco le importaba que cayera de la balsa que con tres inexpertas podría voltearse.-Espero que no le digas nada a tu padre.

            -No claro que no.-El timbre de entrada nos sorprendió, ellas siguieron planeando el rutinario viernes, yo las escuchaba mientras pensaba en papá y lo arriesgado que fue al abandonar su vida de lujo para casarse con mamá, que no era más que la hija de la señora que bordaba la mantelería y lencería de su casa. Tres horas y media después nos encontramos en la salida, Emanuel sucio de pie a cabeza, llevaba el lacio cabello alisado hacia atrás y pequeños hilos caían en los ojos, sonriente, como siempre, hambriento por demás de todas las caloría que quemaba, papá un poco cansado pero sonriente, educaba a niños de secundaria en la parte posterior de la misma escuela, el Colegio San José era el Colegio Público más solicitado, habían niños que viajaban  una hora entera del pueblo para poder asistir a clases, más hacia la entrada del pueblo quedaba el Colegio San María, pero la Directora Monroy había realizado logros increíbles que convertían al San José en el número uno en deporte, coral y preparación, sus méritos era reconocidos a nivel regional y muchas veces en la prensa local su fotografía había aparecido, rodeada del grupo de docentes que acataban cabalmente sus órdenes. Me despedí de las chicas y comencé mi regreso  a casa, papá llevaba a Emanuel tomado de la mano  y yo iba a su lado escuchando las chiquilladas que solía decir.

            -¿Por qué el resto de los niños si puede comprar lo que se les antoje en la cantina y yo no papá?

            -Porque es del gusto de tu madre que te alimentes sólo con lo que ella prepara.

            -¿Y tú? ¿Tú no podrías complacerme un…un solo día?

            -Eso ya ha sucedido Emanuel.-Intervine tratando de dar un breve espacio en la mente de papá.-Y lo que suele ser un solo día como tú dices. Le hice una morisqueta y él sonrió pícaro.-se extiende a días de caprichos.

            -Papá, papá…-Se quejó.

            -Veremos Emanuel veremos.-Esa sola frase le iluminó la mirada, la esperanza de una merienda en la cantina repleta de chocolates y cremas lo hipnotizaba y de nuevo volvió a sonrió tan feliz como siempre.

            Cuando cruzamos la primera cuadra para tomar la recta que nos llevaría a casa, el auto de la Directora nos dio paso y continuó, su primo le servía de chofer, según tenía entendido desde que se divorciara, anteriormente su esposo la llevaba y la iba  a buscar, seguramente jamás se había molestado en aprender a conducir era una mujer muy refinada y dedicada a sus labores sociales. Llevaba el vidrio abajo y al coincidir Emanuel que sacó la lengua, quedé pasada sin contar con el gesto de horror que mostró papá, ella en cambio rió a carcajadas mientras el auto se alejaba.

            -¡Emanuel!-Papá lo haló del brazo, su expresión amable se tornó amenazadora, sus verdes ojos chispeaban y sus labios se tornaron una línea mortal.- ¿por qué hiciste eso?

            -¿Qué hice papá?-Él se mostraba tranquilo, sorprendido por nuestro reproche.

            -Le sacaste la lengua a la Directora.-Papá continuaba halándolo del brazo, nos habíamos detenido en toda una esquina, el reto de las personas nos miraban al pasar, era una cuadra llena de negocios mi concurridos y una calle donde los pocos autos del pueblo transitaban lentamente.

            -Ella no se ha molestado papá, ¿no has escuchado su risa? No te molestes es mi amiga.-La inocencia en el rostro de mi hermano conmovió a papá, pero lo que yo había percibido en el receso me molestó.       

            -¡Ella no es tu amiga Emanuel, es la Directora del colegio!

            -¡Si es mi amiga, me lo ha dicho! –Escupió en mi cara.

            -¡No lo es!

            -¡Ya! –Papá había soltado a Emanuel y me sostenía  mí ahora.- ¿Qué pasa María? Dejemos esto, no vuelvas hacerlo Emanuel, ten un poco más de respeto aunque ella te haya dicho que es tu amiga.-Hice un gesto de toma lo tuyo a Emanuel y este hizo un puchero, sin embargo, lo que dijo a continuación papá me heló la sonrisa.-Además Nilvia es la directora del colegio donde estudian y yo trabajo.

            Comenzó a caminar rumbo a casa, me costó arrancar y alcanzarlos.

            -¿Nilvia papá? –Lo atajé boquiabierta.

            -Si ¿acaso no sabías que la directora se llama Silvia?

            -Sí, pero no sabía que tú la tuteabas. Me miró extrañado, por segundos creo que lo traspasé con la mirada.

            -Para mí es una colega María Victoria.

            -María Victoria esa celosa, esta celosa.-Cantarruteo Emanuel.

            -¿Celosa? _papá sonrió sin comprender.- ¿De qué?

            -Papá, María Victoria esta celosa de la directora, por eso te molesta que sea mi amiga.

            -No…-Papá levantó la mano en señal de paz.

            -Si eso fuera cierto,-Nos miró a ambos pero se detuvo a mirarme más tiempo a mi.-no tienes por qué sentir celos María Victoria.

            -Ella es una coqueta papá.

            -Quizás, no se.-Dijo terminante.-Pero para mí es una colega, la directora del colegio donde estudian mi hijos ¿entendido?

            -Si papá.-El paso se había hecho lento, yo bajé la mirada.

            -Además sólo tengo ojos para vuestra madre, no hay otra cosa que me distraiga o consiga que mi vida cambie.

            -Entendido papá.-Respondí nuevamente.-Pero…a veces la veo…tan…

            -No sé lo que ves María Victoria, pero ya te dije lo que es para mí.

            Continuó sin agregar más, el rostro lo sentí enrojecido.

            -Papá.-Hablé después de dos minutos, Emanuel también caminaba en silencio.-Hace mucho tiempo ya que estas lejos de tu familia ¿no las extrañas?

            Pensó, me preguntaba porque papá pensaba una respuesta tan simple como esa ¿qué ocultaba el pasado de mis padres? ¿Por qué sus miradas se entristecían tanto cuando recordaban el pasado? Muchas parejas se fugaban de sus casas, muchos enamorados iban en contra de sus padres ¿por qué la historia de ellos era tan imperdonable?

            -A veces…-Su expresión se tornó muy triste.- a veces pienso en ellos.

            -¿Eran una familia grande papá?

            -Sólo papá, mamá, Joel y yo.

            -¿Joel?

            -Sí, tu tío Joel. A veces pienso en ellos.

-¿Nunca más supiste de ellos papá?

            -Pocas cosas.-Eran tan tajante que no lo reconocía.

            -Papá, no recuerdo como se llaman los abuelos.-Emanuel intervino la conversación lo había enseriado.

            -Yo tampoco lo recuerdo.

            -¿Por qué dices eso papá? Nunca olvidamos los nombres de nuestros padres.

            -Papá y mamá no eran padres como lo somos nosotros para ustedes María Victoria, recuerdo el nombre de Joel porque como hermanos que éramos siempre estábamos juntos, jugando o estudiando. Mamá viene de una familia de médicos fundadores de clínicas, directores de hospitales, papá es médico y ya sanes que un médico caso no tiene tiempo para su familia, así que crecimos muy solos, quizás haya sido un milagro que naciéramos, siempre estuvimos bajo la vigilancia de nanas, por lo menos hasta los trece años, después Joel se inclinó hacia el lado de mamá y disfrutó de sus excentricidades.

            -Y todas aquella comodidades papá, me imagino que tu casa era muy grande, tenían criados que iban y venían cuando quisieran ¿no extrañas eso?

            -No, y  ustedes jamás deberán desear aquello. Nuestras vidas son plenas de felicidad, tenemos una casa hermosa y cálida, somos una familia moderadamente cómoda, tu María Victoria debes prometerme que el capítulo de mi familia quedará cerrado.

            -¿Y si algún día los viera papá?

            -Mamá no se molestaría en saber dónde hemos estado todos estos años y papá hace lo que ella diga.

            Sonrió pero sin alegría.

            -El dinero hijos, no hace la felicidades somos tan felices ahora como lo ha sido la que era mi familia, eso tal vez no so sepan pero yo siempre sospeché que algo me faltaba cando vivía en aquella enorme casa.

            -Las Dalias.-El nombre de la residencia que fuera de su familia brotó de mis labios y Emanuel movió los de él repitiendo el nombre.

            -A ese lugar nunca, nunca jamás deberéis ir ¿entendido?

            -Si papá.-repetimos como autómatas.

            -Y ya no hablemos del pasado, allá está su madre esperándonos, tengo tanta hambre que me comería las cómodas de ambos si remilgan a la hora del almuerzo.

            -¡La mía no!-Dijo Emanuel y echó a correr hacía la casa, papá soltó mi mano y corrió detrás de él, quizás tenía razón, éramos una familia planamente feliz el pasado no tenía cabida en nuestras vidas

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