CAPITULO 2:

Dorian Fleyman seguía con la mirada cada movimiento que su hermano hacía sentado en el mullido sillón del living.

Podría ser su gemelo perfecto, de no ser por la piel más dorada y el pendiente que colgaba en su oreja derecha.

También estaba el tema de su aspecto algo desgarbado, sin embargo recordaba que Luca le había informado que se dedicaba a robar partes de autos, por lo que entendió el motivo de su aspecto.

—¿En verdad eres millonario?—preguntó su doble casi perfecto revolviéndose en el sillón, el cual desprendía sonidos vergonzosos con cada movimiento.

—Si, bueno soy el dueño de mi propia empresa de tecnología, así gano dinero. ¿Tú a qué te dedicas?—preguntó con uno encía el millonario.

Sin bien, él ya conocía la respuesta, quería saber qué tan honesto era su hermano, cuánto podría llegar a confiar en él y por sobre todo, cuánto de su pasado pretendía ocultar de él.

La pregunta pareció incomodar a Aiden, quien comenzó a juguetear con su pendiente mientras mordisqueaba su labio inferior. El millonario comprendió que estaba sopesando una respuesta.

Para sorpresa de ambos, él decidió hablar con plena honestidad, algo a lo que Dorian no estaba acostumbrado por completo.

Después de todo, la única mujer que creía, no le mentía, resultó hacerlo para evitar lastimar su corazón.

Si tan solo Daphne Moon supiera que su corazón estaba destrozado ante la idea de una vida en total ausencia de ella, sin haber tenido la posibilidad de despedirse siquiera.

—Bueno, a riesgo de que me saques a patadas, mi trabajo no es legal. Quedé huérfano a muy corta edad y me las arreglé como pude viviendo en las calles. No es excusa, ya lo sé, pero de algo debo comer—respondió finalmente Aiden, atrayendo la atención de Dorian, quien se había perdido en el recuerdo de Daphne.

Aquellas palabras aplacaron la tensión que sentía el millonario en los músculos de todo su cuerpo.

—Puedes trabajar en mi empresa si quieres—propuso Dorian, apiadándose de su hermano.

Al instante se había arrepentido, después de todo no conocía al hombre frente a él, sin embargo ya era tarde y las palabras habían salido de su boca.

No había forma de retractarse.

—¿De verdad podría? Nunca pude estudiar, por lo que sé hacer muy poco. ¿Aún así la oferta sigue en pie?—preguntó con cautela Aiden.

En los labios de Dorian se dibujó una sonrisa amable antes de comenzar a hablar.

—Tengo gente que se graduó en las mejores universidades del mundo, y aún así no saben ni siquiera preparar café—contestó el millonario, el humor bailando en sus ojos.

Aiden sonrió en respuesta, contento por su nueva oportunidad de trabajo.

Fue entonces que no pudo evitar pensar que quizás todo estaría bien en su vida por fin, que nada saldría mal ya que tenía todo lo que deseaba.

«Pero no la tienes a ella» se recordó a sí mismo, ante el recuerdo de unos ojos tan oscuros como la noche inmoral.

—¿Daphne es mi cuñada?—habló Aiden, como si fuera capaz de leer sus pensamientos, al igual que lo hacían Luca y la hermosa mujer cuya piel era color luna.

—No, ella es una especie de amiga—contestó el millonario, sus mejillas comenzando a arder por vergüenza ante el recuerdo de la noche en el motel.

El muchacho frente a él, notó el rubor cubriendo sus mejillas, lo cual arrancó una sonrisa aún mayor de sus labios al tiempo que se permitía relajarse un poco en el sillón.

—Tu rostro no dice lo mismo, ella te gusta ¿No es así?—presionó su hermano, recostando su cuerpo hacia atrás, mientras elevaba su pie derecho.

—Si, ella me gusta… pero lo nuestro es imposible—musitó el millonario, sus ojos comenzando a quemar ante el recuerdo de saber que nunca más volvería a ver a Daphne.

—¿Ella está con el musculoso y atractivo chico de los piercings?—ronroneó Aiden.

—¿Te refieres a Luca? No, ella está sola—contestó el millonario, sin embargo, al notar la pregunta en los ojos de su hermano prosiguió—Por lo que sé, él también está soltero.

Luca se había marchado junto a Margarita, un par de minutos después de la llegada de Aiden al departamento, en un intento por darles algo más de privacidad. Sin embargo, Dorian no podía dejar de pensar en lo que haría el agente una vez que se reunieran nuevamente con Daphne.

El rostro broncíneo de su copia casi idéntica, se iluminó con una sonrisa tímida ante la información revelada. Su hermano no volvió a preguntar por Luca nuevamente, lo cual hizo pensar a Dorian si era por vergüenza; aquel pensamiento fue descartado casi al instante, Aiden no parecía una persona vergonzosa en lo absoluto.

—Lo lamento, pero no entiendo porqué dices que es imposible… y por favor no respondas "porque no le gusto". Eres jodidamente millonario, inteligente y atractivo… esto no lo digo solo porque tenemos el mismo rostro—respondió su hermano, soltando un largo y profundo suspiro mientras negaba con la cabeza por la confusión.

Un par de horas, solo eso había pasado desde que él había llegado a su vida; sorprendentemente, solo le bastó con eso para lograr leer a Dorian en su totalidad, y entender la baja estima que se tenía a sí mismo.

Por su parte, el millonario se limitó a hundirse en los pensamientos, decidiendo si debía o no decirle a su hermano la verdad acerca de Daphne.

«¿Qué más puedo perder? Ella ya no está conmigo» se dijo a sí mismo, antes de respirar profundamente una última vez.

—Aiden, quiero contarte una historia… pero solo si me prometes no juzgarme—susurró el millonario de ojos color océano.

Ante aquel inusual pedido, su hermano soltó una carcajada estrepitosa, luego de calmarse, su rostro se aplacó y en sus labios emergió una sonrisa triste.

—Mierda Dorian, estás más jodido que yo, si te preocupa la opinión de un extraño con pasado criminal—.comenzó a decir Aiden con amargura—No te pienso juzgar, aunque te sorprenda no soy juez ni Dios… aunque me inclino a ser lo segundo.

Aquellas palabras arrancaron una profunda risa de medianoche del pecho de Dorian, alejando la tensión que oprimía sus músculos en constante tensión.

Haciendo acopio de su valor, comenzó a relatar la historia desde el comienzo, explicándole su enredada historia de desamor que parecía ir de mal en peor.

Aiden escuchó sus palabras con total atención, soltando risas, haciendo muecas y gestos raros en la mención de algún nombre o momento específico; así las horas pasaron sin que se dieran cuenta, mientras que ambos hermanos aprendían a disfrutar de la presencia del otro, algo que le habían anhelado sin saberlo.

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Para el momento en que Luca logró llegar por fin al edificio de la agencia, se había arrepentido de salir caminando e incluso, no obligar a Daphne a llevarlo desde el comienzo.

En un comienzo, había tenido pensado aguardar junto al millonario hasta asegurarse que estuviera un poco más recompuesto, sin embargo, desde que vio entrar al departamento una copia idéntica de Dorian, decidió marcharse dejándoles su espacio.Incluso debió obligar a marcharse a Margarita, quien había quedado pasmada de horror y asombró al entender quién era Aiden.

Un hermano. Daphne había sido demasiado astuta, sabía que no podía permanecer al lado de Dorian, sin embargo, se mantenía reacia a dejarlo solo en las garras de Elena. Quizás había depositado muchas fichas en Aiden, la única esperanza que le quedaba para hacer entrar en razón al millonario.

«Quizás es mejor tener una esperanza y no estar completamente vacío» se dijo a sí mismo el agente, al tiempo que se deslizaba al interior del destrozado edificio.

Al igual que la última vez que había estado en el lugar, este se encontraba vacío por completo. La recepción, repleta de mugre y grasitud, se encontraba desierta.

El agente no prestó especial importancia a esto, después de todo, era extraño encontrar a alguien trabajando dentro del edificio, ya que en general, utilizaban los trabajos de campo para escapar de aquel lugar.

«Una falsa ilusión de libertad» se recordó a sí mismo él, mientras comenzaba a subir la enorme escalera que desencadenaba al amplio corredor, el cual a su vez, conectaba con las habitaciones de los agentes.

Luca no debió caminar demasiado hasta llegar a la habitación que quería, se posicionó frente a ella y golpeó la madera con los nudillos de su mano derecha.

Contó hasta diez y volvió a tocar, sin recibir respuesta alguna.

—Si buscas a Daphne, ella aún no llegó—escupió una voz femenina a sus espaldas.

El agente reconoció la voz al instante, y supo que estaba en problemas antes de voltear, ya que detrás de él, se encontraba rígida como estatua, Meliza.

Hermosa, al igual que el resto de los agentes que habitaban el edificio; sin embargo, su mayor atributo era el sedoso cabello de un tono tan rojizo que parecía fuego.

Por ese motivo, Luca se había visto inclinado a invitarla a su cama en reiteradas ocasiones. Por su parte, la hermosa mujer de cabello como fuego, había aceptado cada invitación con gusto.

—¿Estás segura que no llegó?—contestó con frialdad Luca, bien sabía que la mujer podría estar mintiendo.

Odiaba a Daphne desde el primer momento en que despertó el interés del agente; para el momento en que la mujer de cabello color noche se convirtió en la amante predilecta de Luca, Meliza no era capaz de permanecer en la misma habitación que ella.

Sin embargo, la reina de las mentiras, cuya piel era color luna, no se la hacía tan fácil a la de fuego. Ambas disfrutaban el provocarse y envenenar la sangre de la otra de rabia.

—Si muy segura, ¿Acaso no te das cuenta que no se siente olor a perra en el aire?—escupió Meliza con desdén. Estaba claro que le molestaba que el agente preguntara por Daphne.

El agente, cuyos ojos parecían la invocación de una brutal tormenta, aplacó la cólera que comenzaba a retorcer sus entrañas, recordándose que la mujer frente a él estaba celosa. Logrando mantener eso en mente, aplacó al león que intentaba soltarse de sus cadenas.

—Bueno, si la ves, dile que la estoy buscando—contestó de forma simple Luca, ignorando las palabras de la hermosa mujer.

El hombre comenzó a caminar por el pasillo, alejándose de la habitación de Daphne y de la propia Meliza, quien lo seguía con la mirada, conciente de cada uno de sus pasos pesados.

Cuando por fin logró rozar las yemas de sus dedos callosos sobre la superficie del pomo de la puerta, la suave y gentil mano de la mujer sobre su hombro, lo detuvo a la vez que lo obligaba a darse la vuelta.

—¿Tan desesperado estás por estar a su lado, que no puedes mantenerle lejos de ella ni siquiera un par de horas?—escupió la mujer de cabello color fuego con lágrimas en los ojos.

Era la segunda mujer que hacía llorar en el día, aquello estaba completamente mal, pero no le importó en lo más mínimo.

—No tengo que darte explicaciones. Tu y yo no somos, ni seremos nada—escupió Luca con frialdad.

Era preferible ser cruel y brutal, que ella lo odiara, pero mantuviera protegido su corazón, después de todo, es más fácil sanar las heridas de un corazón rechazado al de uno roto.

Algo que él sabía muy bien.

Sin embargo, mientras las lágrimas inundaban aún más sus ojos color almendra, le fue imposible no odiarse a sí mismo por no ser capaz de corresponder a su amor, al menos en una fracción.

—¿Valió la pena?—escupió la hermosa mujer de fuego, solo el más grande sentido de asco y recelo bailando en su tono de voz.

—¿A qué te refieres?—preguntó el agente sin entender a qué apuntaba la mujer.

Una sonrisa de dientes perfectos apareció en los labios color escarlata de ella, seguida por una risa rota mientras las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas con pereza.

—¿No lo sabes?—

—¿Saber exactamente qué Meliza?—contestó Luca con recelo, mientras cruzaba sus fuertes brazos sobre su pecho.

Sin embargo, por más bien entrenado que estuviera, jamás habría estado a la altura para recibir aquella atroz noticia.

—Te están cazando, por incumplimiento de las reglas. Ahora tu cabeza tiene un precio—respondió ella sin una gota de humor en su tono.

Las palabras volaron en el aire y golpearon al agente, tan fuerte, que estuvo a punto de caerse desmayado. Sin embargo, se obligó a ser fuerte y mantenerse firme.

—¿Por qué?—logró decir él con tono monótono.

—No te hagas el desentendido. Te investigaron, saben que volviste a hacer trabajo de campo, contra sus prohibiciones—respondió ella, pasando una mano de uñas afiladas por su rostro, en un intento por apartar las lágrimas que lo salpicaba.

Durante unos instantes, todo lo que logró oír el agente, fue un inquebrantable silencio que parecía rugir en sus oídos.

Sintió como su corazón se volvía pesado, al mismo tiempo que comenzaba a acelerar su ritmo, enviando fuertes oleadas de calor a lo largo de su cuerpo las cuales lograban mezclarse con el sudor frío que descendía por su columna.

Solo cuando miró detenidamente el rostro compungido de Meliza, comprendió el gran peligro que corría.

Estaba en las fauces del lobo.

—¿Quién más sabe que estoy aquí?—susurró temeroso el agente, al tiempo que comenzaba a observar aterrado el casi infinito corredor vacío.

—No soy una perra maldita como tú y ella quieren creer. Nadie más aparte de mi saben que estás en el edificio—respondió indignada la hermosa mujer.

Luca le creyó, Meliza podía ser cruel y frívola con quién se le diera la gana, pero jamás lastimaría a Luca. Después de todo, su corazón estaba atado al de él, aunque se negara a admitirlo.

El agente se limitó a asentir, al tiempo que comenzaba a alejarse con pasos de pluma, aterrado de hacer algún sonido demasiado fuerte o que delatara su estadía. Solo cuando logró alejarse unos pasos de ella, volteó para hacerle un último pedido desesperado.

—Si viene Daphne, dile que me busque en la casa de el guapetón… ella sabrá a lo que me refiero—susurró el hombre, antes de seguir su camino en silencio.

—Espero que haya valido la pena—rumeó casi en silencio Meliza, sin embargo las palabras llegaron al agente, quien comenzaba su mudo descenso por las escaleras.

No, no había valido en absoluto la pena. Después de todo, estaba casi seguro de que el corazón de Daphne se había roto, al igual que lo estaría el de él si no se escapaba cuánto antes.

Sin emitir el más mínimo sonido, Luca atravesó el salón de recepciones y salió por la puerta principal, solo cuando estaba a una cuadra de distancia del edificio se dió cuenta que no había estado respirando.

No era para menos, si no se marchaba de inmediato, su vida dejaría de existir. Necesitaba desaparecer del mundo, pero no sin antes despedirse de la hermosa Daphne, quizás con algo de suerte ella decidiría marcharse con él.

Aunque dudaba de esto, después de todo, no renunció a su vida por Dorian, ¿Qué esperanzas tenía él en comparación?

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