IV. El dulce aroma

Se aferró de las barandillas, su mano sintió la frialdad que está transmitía y su cuerpo tembló ante aquella sensación.

Se detuvo unos segundos cuando su lobo rugió internamente.

¿Qué pasa? —pero solo obtuvo otro rugido que retumbo su mente

Continuo con su camino sintiendo la mirada de las mucamas, reverenciaban ante el paso de su rey y susurraban un suave “Su majestad”.

La debilidad de su cuerpo se notaba, aquel veneno recorría cada parte causándole dolor y dejando marcas. Mostraba valentía ante su hermana y su nana, pero ellas podían notar aquel dolor. Mariana recorría su alcoba peinando sus cabellos largos mientras su dama de compañía escuchaba sus relatos. Sentía tristeza por su princesa y a la vez admiración, pronto seria la reina y su deber seria casarse, aunque aún la joven princesa no encontraba a su compañero.

Solo la diosa podrá bendecirla —siguió atenta ante cada palabra de su princesa

Pero había alguien que observaba con un brillo especial en sus ojos el lugar, Lucia mirada los grandes estantes donde inmensos y brillantes libros le daban la bienvenida. Sabía leer gracias a su hermana y lo que más la maravillaba era como podía perderse entre aquellas fantásticas historias de guerreros, de romance, de fantasía y cuentos que desde muy niña escuchaba en su aldea. Soltó una pequeña risa mientras continuaba con su camino. Sostuvo entre sus manos un libro rojo, el título yacía marcado en color dorado mientras estaba escrito en un idioma distinto al que la pequeña humana conocía.

Lo abrió de par en par y de este una hoja doblada cayo.

Ante el miedo de ser castigada recogió la hoja, pero antes de volver a colocarla en su lugar la curiosidad fue más grande que ella y con suavidad la abrió. Ahí en la blanquecina hoja yacía escrita la siguiente frase “Solo el destino decidirá mi muerte.”

Retrocedió unos pasos dejando caer el libro, ella reconocía esa frase y esa letra.

—Magnolia —de sus labios un suave susurro broto seguido de lágrimas

Su hermana.

Ella había dejado esa nota.

¿Acaso está muerta? —se preguntó mentalmente sintiendo en su corazón una punzada

Cuando estaba dispuesta a salir de aquel lugar la puerta fue abierta. Se quedó tiesa en su lugar sintiendo la penetrante mirada del hombre frente a ella. El rey no lo podía creer.

Aquel aroma.

Ella poseía aquel aroma.

Un aullido de alegría resonó en su interior. Había encontrado a su compañera. Ese aroma a menta inundo sus fosas nasales con fuerza, por unos instantes el dolor había desaparecido y solo existía ella.

—¿Qué haces aquí niña? —una voz agitada interrumpió los pensamientos del rey, Javiera se acercó hasta Lucia mientras le murmuraba que reverenciara

Ella con miedo lo hizo.

—Lo lamento, mi niño, pero ella debía limpiar la biblioteca —susurro Javiera, Lucia con disimulo arrugo la hoja entre sus manos buscando esconderla

Y el joven rey seguía observando a su compañera. Sintió como sus labios formaban una sonrisa y eso fue notado por Javiera quien lo observo totalmente confundida.

—¿Cómo te llamas? —pregunto el joven rey, Lucia alzo un poco su rostro con el miedo aún plasmado en su mirada

—Lucia —contesto suavemente

El joven rey asintió.

—Yo me llamo Kant, es un placer conocerte, Lucia —la muchacha asintió

—Creo que es mejor que esperes en tu alcoba, aún hay polvo aquí. —Javiera se acercó hasta Kant tratando de llevarse a su alcoba más el rey seguía impregnado en su compañera— ¿Kant?

El joven rey observo a su nana negando.

—No te preocupes, que continúe yo leeré sin interrumpir. —camino hasta su cómodo sillón y tomo el libro que descansaba sobre este. Javiera aún seguía impactada y observaba con los labios entre abiertos a su amado niño. Kant sintió la mirada de su nana y sonrió ante aquello— ¿Ocurre algo nana?

Ella asintió cruzándose de brazos.

—Lucia por favor vuelve a la cocina. —la muchacha con prisa salió de la biblioteca siendo seguida por la mirada del rey – Deja de mirarla —con dureza susurro la mujer

—¿Qué deseas saber? —pregunto Kant abriendo el libro

—¿Ella es…? —Kant soltó un suspiro mientras asentía, prosiguió a dejar el libro sobre el sillón y colocarse de pie

—Es mi compañera —Javiera sonrió ante aquello, sus ojos se nublaron de felicidad

—Eso es hermoso, debes decirle. —pero Kant negó— ¿Por qué no?

—Voy a morir, no hay nada que pueda hacer. No puedo dejarla a cargo de este reino, sabes que el consejo desaprobara que una humana rija a lobos, podrían matarla. —sintió la melancolía invadir su corazón— Es mejor que no sepa nada, debo mantenerme alejado de ella

—No podrás evitarlo, están destinados. —Kant cerro sus ojos— Al menos ama antes de que la muerte llegue a ti

—No, no quiero amar o viviré mis últimos días atormentado de solo desear salvarme. Yo deseo dejar todo listo para que Mariana tome mi lugar, solo puedo callar esto. —se acercó a su nana tomándola de los hombros— Debes prometerme que la cuidaras después de mi muerte y guardaras este secreto para siempre

Javiera resignada solo pudo asentir y mostrando su consuelo abrazo a su pequeño mientras él dejaba que algunas lágrimas brotaran.

Le dolía el alma.

Sintió aquella felicidad inundar su moribunda vida y ahora debía resignarse a callar.

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