Observo por la ventana del carruaje con tristeza, una mano apretó su hombro dándole fuerza y él simplemente la ignoro.
—Tranquilo, hermano. —la suave voz de su hermana ni siquiera alejaron los pensamientos que ahora atormentaban al joven rey— Llegaremos pronto, nana estará feliz ¿no lo crees?
Su hermano asintió. Siguió perdido en sus pensamientos con la cabeza recostada sobre la ventana. La vida se acababa para él y aun siendo tan joven quería disfrutar de tantas cosas.
¿Cómo podre dejar a Mariana sola? —se cuestionó mentalmente— Creo que la diosa solo desea verme pronto —cerro sus ojos cuando una suave ráfaga de aire acaricio su piel y sintió algo
Algo que removió a su lobo.
Algo que provoco que su corazón palpitara con fuerza.
Una pizca de un aroma tan satisfactorio y pleno.
Solo estoy imaginando —negó mentalmente y continuo con la mirada perdida
Los guardias se apresuraron en abrir la gran puerta y dejar que el carruaje real llegara. Javiera bajo los escalones feliz mientras era ayudada por sus damas. La primera en bajar fue la princesa Mariana, su vestido verde deslumbraba tras su belleza y sus labios mantenían una sonrisa tratando de guardar la calma al ver a su nana acercarse.
—Mi pequeña —la mujer abrazo a la princesa sintiendo su corazón completo
La princesa rompió el abrazo para luego besar la mejilla de su adorada nana y ambas transmitirse con dolor la noticia ya sabida. Todos los presentes reverenciaron al ver a su débil rey bajar con lentitud el carruaje.
—Mi pequeño —susurro melancólicamente Javiera, el joven rey sonrió
—Estoy bien. —pero su respuesta no fue suficiente, la mujer de visibles canas lo abrazo con fuerza mientras sollozaba— Nana estoy bien —susurro suavemente para luego rodear el cuerpo de la mujer
—Cállate y déjame abrazarte —siguió sollozando ante la mirada de todos. El rey sintió su corazón desembocado y con una emoción que no podía describir
¿Qué es esto que siento? —se cuestionó mentalmente
Al romper el abrazo Javiera le brindo una suave caricia en su mejilla mostrándole consuelo y afecto.
—Lamento que no halla buenas noticias —el joven rey agacho la cabeza mientras sonreía
—No te preocupes nana, estaré bien. Solo deseo descansar. —Javiera asintió mientras limpiaba sus mejillas mojadas por lágrimas que ya habían dejado de brotar— ¿Me servirás tu delicioso pastel de mango? —la mujer asintió
—Claramente, mi pequeño —contesto con alegría
—¿Y yo? Nana yo también existo —la princesa se cruzó de brazos formando una mueca de ofensa en sus labios, Javiera solo pudo acercarse a ella para dejarle una suave caricia en su mejilla
—Sé que existes, eres tan berrinchuda y hermosa —ambas mujeres rieron suavemente ante la mirada del joven rey
Observo con detenimiento aquella escena y luego continuo su camino en silencio. ¿Qué más iba a decir?
Cuando el dolor seguía intacto en su corazón. Moriría sin cumplir la promesa que hizo ante su padre antes de que su corazón dejara de latir.
—Lo lamento, padre. No cumpliré mi promesa —susurro aquello observando la magnífica fotografía de su amado padre, una mirada fría y rígida
Desde muy niño sintió admiración por su padre, observaba como regia como rey y el respeto que todos demandaban. Escucho sus sabias palabras y las historias que rondaban a su raza.
Ahora su hermana sería la única que pueda dominar aquel reino luego de su muerte, pero sabía muy bien que Mariana sentía miedo de quedarse sola. Ese era unos de los tormentos del joven rey. Soltó un suspiro mientras se recostaba en su inmensa cama, las finas telas rozaron su piel desnuda y el aroma a yerbas se impregno en sus fosas nasales. Aquellas yerbas solían calmar el dolor que el veneno ocasionaba en su cuerpo, pero no lo curaba.
Viajo al reino de los brujos con el único objetivo de obtener alguna solución, pero fue la misma “No hay cura, ese veneno no tiene cura.”
La muerte llegaría tarde o temprano y solo debía organizar todo para aquel día. La coronación de Mariana.
Su amada hermana.
El joven rey luego de calmar sus pensamientos se dejó llevar por el sueño mientras que en la cocina Lucia observaba con detenimiento todo, Liz le explicaba con suavidad como se preparaban panes en el horno real y que ingredientes eran prohibidos ante la salud del rey. Ella asentía grabando en su mente cada paso.
Toda la calma se fue cuando entro a la cocina una apresurada Javiera para observar a todas.
—Abuela Javiera ¿pasa algo? —pregunto una de las muchachas, ella negó llevando su mano derecha a su pecho y soltar un suspiro
—Pensé que estarían cotorreando ante la llegada del rey —grande fue la sorpresa para todas enterarse que su rey había llegado
—¿Llego? —pregunto Liz y como respuesta obtuvo un asentimiento de cabeza de Javiera
Las muchachas se observaron sorprendidas.
—Sí, necesito que preparen la cena para él y la princesa. Las de limpieza se encuentran limpiando los pasillos y falta manos
—¿Qué desea que hagamos? —Liz limpio sus manos en su mandil
—Algunas permanezcan en la cocina y a las que llame síganme. —todas asintieron— Liz limpia los escalones de la entrada, —Liz asintió— Sara limpia la mesa y el piso del comedor —la nombrada asintió empezando amarrar su cabellera— y Lucia, —la pequeña humana alzo su rostro— tú debes limpiar la biblioteca, el polvo le hace mal a nuestro rey y ese es su lugar favorito
Lucia sintió una pizca de felicidad recorrer su cuerpo.
Una biblioteca.
El lugar favorito de mi hermana.
Ella asintió y en silencio las tres muchachas siguieron a Javiera, pero nadie sabía que el rey limpiaba sus manos y se alistaba en su alcoba para dirigirse a la biblioteca.
Se aferró de las barandillas, su mano sintió la frialdad que está transmitía y su cuerpo tembló ante aquella sensación. Se detuvo unos segundos cuando su lobo rugió internamente. ¿Qué pasa? —pero solo obtuvo otro rugido que retumbo su mente Continuo con su camino sintiendo la mirada de las mucamas, reverenciaban ante el paso de su rey y susurraban un suave “Su majestad”. La debilidad de su cuerpo se notaba, aquel veneno recorría cada parte causándole dolor y dejando marcas. Mostraba valentía ante su hermana y su nana, pero ellas podían notar aquel dolor. Mariana recorría su alcoba peinando sus cabellos largos mientras su dama de compañía escuchaba sus relatos. Sentía tristeza por su princesa y a la vez admiración, pronto seria la reina y su deber seria casarse, aunque aún la joven princesa no encontraba a su compañero. Solo la diosa podrá bendecirla —siguió atenta ante cada palabra de su princesa Pero había a
Corrió de vuelta a la cabaña sin importarle los llamados de Liz. Apretaba con fuerza la hoja entre sus manos mientras lágrimas caían por sus mejillas. Su hermana. Había encontrado una pista de su hermana y por extraño que pareciera tenía un mal presentimiento. —Ella debe estar viva —tomo asiento en su cama repitiéndose aquella palabra una y otra vez De pronto a su mente llego la imagen del rey y su corazón palpito con fuerza. Un extraño sentimiento la invadía. —Lucia ¿qué te pasa? —se puso de pie observando a Liz ingresar a la cabaña luciendo su cabellera empolvada —Nada —negó suavemente —¿Segura?, —Lucia agacho la cabeza— ¿podrías contarme? —y en ese instante la pequeña humana empezó a sollozar. Liz la abrazo tratando de calmar los sollozos de su compañera— Tranquila —susurro suavemente A Lucia le dolía el corazón, no quería pensar que su hermana yacía muerta. Se negaba a creer eso. Ella tenía que estar viva. T
La princesa soltó un chillido cuando su cuerpo cayo con fuerza al suelo. Magnolia sonrió mientras colocaba la espada en su hombro. —¿Duele? —pregunto obteniendo como respuesta una mirada llena de furia por parte de la princesa Como pudo intento colocarse de pie, pero cayó al suelo adolorida. —La primera regla princesa, en batalla el dolor es normal si no puedes resistir y de un solo golpe caes ten en mente lo siguiente: Estarás muerta —susurro fríamente —¿Y de qué sirve entonces el dolor? —los labios de Magnolia formaron una sonrisa ladina— Ayúdame, escoria —¿Ayudarte? —pregunto Magnolia fingiendo ofensa, luego soltó una carcajada— Princesa en el campo de batalla nadie te ayuda ¿queda claro? Mariana se puso de pie sosteniendo su mano derecha donde se podía ver un leve corte, fulmino a su entrenadora e ignoro lo comentado. —Cuando estés peleando nadie te va a socorrer, no seas débil y lucha —Magnolia observo el cuerpo de la prin
Observo con detenimiento aquella fotografía. No podía dejar de hacerlo. Su corazón palpitaba con fuerza cada vez que esa imagen se impregnaba en su mente. Ya ni llorar podía destruir aquella fría barrera que creo en su interior. En el reino de los brujos su rey se llama Xavier Dapueto y aunque era respetado muchos cuestionaban su frio comportamiento, pero nadie sabía lo que detrás de ese frio aspecto ocultaba. Porque había un pasado tan triste y doloroso para él que durante años aún le costaba olvidarlo. —Y tal vez nunca lo olvide –—susurro suavemente mientras alzaba su mano para acariciar aquel cuadro La alcoba relucía tan solitaria y melancólica, se podía ver que todo aún permanecía intacto. Como si esperara a que algún día ella volviera. Ella. ¿Quién es ella? Una mujer de mirada cálida y sonrisa tranquilizadora, pero ahora solo quedaba el recuerdo plasmado en ese cuadro. Soltó un suspiro para observar unos segundos el cuadro
Lucia se detuvo frente al rey sosteniendo entre sus manos un libro azul, sus labios formaban una tímida sonrisa con suavidad extendió el libro con sus manos. —Tome, su majestad. Este libro se ve interesante —agacho la cabeza sintiendo el miedo invadirla El joven rey seguía impregnado en ella, observando su sonrisa, sus labios y siendo envuelto por aquel dulce aroma. Como si todo hubiera desaparecido. Lucia sentía la penetrante mirada del rey, se sintió pequeña y llena de miedo, pero su corazón latía con fuerza. Alzo su rostro y ambos conectaron miradas. Involuntariamente Lucia sonrió. ¿Qué me pasa? —se preguntó la pequeña humana mentalmente El rey reacciono agachando la cabeza con rapidez y maldiciendo internamente al sentir como su lobo aullaba de alegría, pero no podía verla sufrir. —¿Qué libro elegiste? —pregunto con voz ronca sin observarla Ella tímidamente respondió. —Uno que está en su idioma natu
El joven rey sonreía perdido en sus pensamientos mientras sus ministros comentaban totalmente preocupados y esperando una respuesta de su rey, pero Kant solo pensaba en su compañera. Solo en ella. Mientras que la princesa refunfuñaba tratando de amarrar la cinta y cubrir sus pechos, pero no lograba nada. Maldijo internamente sintiéndose inútil. Odiaba ese lugar, odiaba vestir así, odiaba no tener a sus doncellas y dormir entre sábanas que enrojecían su piel. Dejo caer al suelo la cinta sin importarle que se vieran las curvas de sus pechos, se cruzó de brazos y formo una perfecta línea en sus labios enojada. —Odio todo esto —susurro entre dientes Magnolia arqueo una ceja entrando en completo silencio a la alcoba. —¿Qué dijiste mocosa?, —Mariana se sobresaltó y giro bruscamente su cuerpo— ¿odias todo esto? La princesa no dijo nada solo se mantuvo en silencio sin observar a la mujer frente suyo. Magnolia bajo la mirada hasta llegar al esc
El aroma alcohol yacía presente en la gran mesa. El general observaba la copa de vino totalmente perdido mientras que sus guerreros celebraban una victoria. Habían obtenido tierras nuevas y ganado respeto. Maximus era uno de los licántropos más respetados del reino, poseía una mirada fría y un corazón triste. Desde muy niño su interés hacia las peleas fue grande, entrenaba con lobos mayores y siempre terminaba venciéndolos. Fue aquello una de las causas porque el antiguo rey lo nombro general no solo por su gran forma de pelear sino por la lealtad que mostraba hacia su gente. Al combatir lo hacía con todas sus fuerzas y era aplaudido al volver triunfante de sus batallas. Sonrió cuando un aroma conocido invadió sus fosas nasales, se puso de pie y el bullicio freno. Los guerreros se pusieron de pie mientras reverenciaban. Al lugar Javiera entraba del brazo del joven rey. Maximus con una sonrisa reverencio también. —Su majestad es un gusto verlo nuevamen
Las muchachas se sentían más tranquilas a la mañana siguiente. Los guerreros entrenaban, algunos adoloridos y otros simplemente dando lo mejor de sí olvidando las consecuencias del alcohol. Maximus se alistaba junto a un par de guerreros para partir al medio día hacia la aldea humana donde solía vivir Magnolia. Aún se sentía algo desencajado y no podía evitar soltar algunos suspiros. No podía olvidar las palabras que el día anterior su rey pronuncio. Solo puedo amarla en silencio. Eso era algo tan triste para un licántropo, amar a su propia compañera en silencio y sentir como tu corazón muere día tras día. ¿Podría el joven rey aguantar aquel dolor? —Pero yo hago lo mismo —susurro con tristeza Javiera observo a su hijo mientras ingresaba a la alcoba, él admiraba desde su balcón el paisaje. —¿Qué piensas? —Cosas, madre —respondió suavemente —¿Sobre la compañera de Kant? —giro su rostro sorprendido al escu