III. El rey llegó

Observo por la ventana del carruaje con tristeza, una mano apretó su hombro dándole fuerza y él simplemente la ignoro.

—Tranquilo, hermano. —la suave voz de su hermana ni siquiera alejaron los pensamientos que ahora atormentaban al joven rey— Llegaremos pronto, nana estará feliz ¿no lo crees?

Su hermano asintió. Siguió perdido en sus pensamientos con la cabeza recostada sobre la ventana. La vida se acababa para él y aun siendo tan joven quería disfrutar de tantas cosas.

¿Cómo podre dejar a Mariana sola? —se cuestionó mentalmente— Creo que la diosa solo desea verme pronto —cerro sus ojos cuando una suave ráfaga de aire acaricio su piel y sintió algo

Algo que removió a su lobo.

Algo que provoco que su corazón palpitara con fuerza.

Una pizca de un aroma tan satisfactorio y pleno.

Solo estoy imaginando —negó mentalmente y continuo con la mirada perdida

Los guardias se apresuraron en abrir la gran puerta y dejar que el carruaje real llegara. Javiera bajo los escalones feliz mientras era ayudada por sus damas. La primera en bajar fue la princesa Mariana, su vestido verde deslumbraba tras su belleza y sus labios mantenían una sonrisa tratando de guardar la calma al ver a su nana acercarse.

—Mi pequeña —la mujer abrazo a la princesa sintiendo su corazón completo

La princesa rompió el abrazo para luego besar la mejilla de su adorada nana y ambas transmitirse con dolor la noticia ya sabida. Todos los presentes reverenciaron al ver a su débil rey bajar con lentitud el carruaje.

—Mi pequeño —susurro melancólicamente Javiera, el joven rey sonrió

—Estoy bien. —pero su respuesta no fue suficiente, la mujer de visibles canas lo abrazo con fuerza mientras sollozaba— Nana estoy bien —susurro suavemente para luego rodear el cuerpo de la mujer

—Cállate y déjame abrazarte —siguió sollozando ante la mirada de todos. El rey sintió su corazón desembocado y con una emoción que no podía describir

¿Qué es esto que siento? —se cuestionó mentalmente

Al romper el abrazo Javiera le brindo una suave caricia en su mejilla mostrándole consuelo y afecto.

—Lamento que no halla buenas noticias —el joven rey agacho la cabeza mientras sonreía

—No te preocupes nana, estaré bien. Solo deseo descansar. —Javiera asintió mientras limpiaba sus mejillas mojadas por lágrimas que ya habían dejado de brotar— ¿Me servirás tu delicioso pastel de mango? —la mujer asintió

—Claramente, mi pequeño —contesto con alegría

—¿Y yo? Nana yo también existo —la princesa se cruzó de brazos formando una mueca de ofensa en sus labios, Javiera solo pudo acercarse a ella para dejarle una suave caricia en su mejilla

—Sé que existes, eres tan berrinchuda y hermosa —ambas mujeres rieron suavemente ante la mirada del joven rey

Observo con detenimiento aquella escena y luego continuo su camino en silencio. ¿Qué más iba a decir?

Cuando el dolor seguía intacto en su corazón. Moriría sin cumplir la promesa que hizo ante su padre antes de que su corazón dejara de latir.

—Lo lamento, padre. No cumpliré mi promesa —susurro aquello observando la magnífica fotografía de su amado padre, una mirada fría y rígida

Desde muy niño sintió admiración por su padre, observaba como regia como rey y el respeto que todos demandaban. Escucho sus sabias palabras y las historias que rondaban a su raza.

Ahora su hermana sería la única que pueda dominar aquel reino luego de su muerte, pero sabía muy bien que Mariana sentía miedo de quedarse sola. Ese era unos de los tormentos del joven rey. Soltó un suspiro mientras se recostaba en su inmensa cama, las finas telas rozaron su piel desnuda y el aroma a yerbas se impregno en sus fosas nasales. Aquellas yerbas solían calmar el dolor que el veneno ocasionaba en su cuerpo, pero no lo curaba.

Viajo al reino de los brujos con el único objetivo de obtener alguna solución, pero fue la misma “No hay cura, ese veneno no tiene cura.”

La muerte llegaría tarde o temprano y solo debía organizar todo para aquel día. La coronación de Mariana.

Su amada hermana.

El joven rey luego de calmar sus pensamientos se dejó llevar por el sueño mientras que en la cocina Lucia observaba con detenimiento todo, Liz le explicaba con suavidad como se preparaban panes en el horno real y que ingredientes eran prohibidos ante la salud del rey. Ella asentía grabando en su mente cada paso.

Toda la calma se fue cuando entro a la cocina una apresurada Javiera para observar a todas.

—Abuela Javiera ¿pasa algo? —pregunto una de las muchachas, ella negó llevando su mano derecha a su pecho y soltar un suspiro

—Pensé que estarían cotorreando ante la llegada del rey —grande fue la sorpresa para todas enterarse que su rey había llegado

—¿Llego? —pregunto Liz y como respuesta obtuvo un asentimiento de cabeza de Javiera

Las muchachas se observaron sorprendidas.

—Sí, necesito que preparen la cena para él y la princesa. Las de limpieza se encuentran limpiando los pasillos y falta manos

—¿Qué desea que hagamos? —Liz limpio sus manos en su mandil

—Algunas permanezcan en la cocina y a las que llame síganme. —todas asintieron— Liz limpia los escalones de la entrada, —Liz asintió— Sara limpia la mesa y el piso del comedor —la nombrada asintió empezando amarrar su cabellera— y Lucia, —la pequeña humana alzo su rostro— tú debes limpiar la biblioteca, el polvo le hace mal a nuestro rey y ese es su lugar favorito

Lucia sintió una pizca de felicidad recorrer su cuerpo.

Una biblioteca.

El lugar favorito de mi hermana.

Ella asintió y en silencio las tres muchachas siguieron a Javiera, pero nadie sabía que el rey limpiaba sus manos y se alistaba en su alcoba para dirigirse a la biblioteca.

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