—¿Nos quedaremos aquí? —uno de ellos se colocó en el medio con los puños apretados y la mirada furiosa— Nosotros merecemos esas tierras, merecemos disfrutar de aquello. Nuestro paraíso. ¿Acaso dejaremos que ellos sigan disfrutando?
—Debemos prepararnos bien —otro se puso de pie totalmente enojado
—César ya es casi una semana que esos malditos disfrutan haber matado a nuestro señor
—¡Cierto! —una de las mujeres grito
—Entonces ¿qué haremos ahora? Dime Apolo. —sostuvo de los hombros al joven— Debemos prepararnos y darles una gran sorpresa
Todos los presentes se observaron confundidos.
—¿De qué hablas César? —Apolo pregunto suavemente
—Ellos están celebrando, pero nosotros disfrutaremos aún más cuando aquellas tierras se tiñan de rojo. —se alejó del joven Apolo con una sonrisa— Pronto los tres reinos caerán, el mundo se teñirá de sangre —giró su cuerpo observando a todos— y nosotros disfrutaremos de nuestro paraíso. Solo esperemos
La vida puede traer tantas sorpresas. Dolorosas. Buenas. Malas. Frías y otras simplemente te destrozan. Esmeralda no sabía que decir o hacer, sentía miedo, un miedo agobiante. Un miedo que no la dejaba tranquila. ¿Podría dejar de sentirlo? Ella no sabía que responder. Observó a través de su ventana con tristeza y dolor, era duro saber que durante años viviste alejada de tus verdaderos padres y que en tu niñez imaginabas sus rostros. Que soñabas con conocerlos en tus sueños, pero ellos solo eran un invento. Porque ellos esperaban por ti. En tierras tristes y melancólicas. La reina felina había sido muy atenta y cariñosa con ella, desde abrazos, besos y dulces palabras, pero entendía el dolor de su hija. ¿Qué seguía ahora? Aunque los días lucieran tranquilos el odio se mantenía oculto. Conseguir tranquilidad no sería tan fácil, una lágrima descendió por su mejilla acariciándola con melancolía apre
Reino Thusrek Y ahí estaba él sonriendo con orgullo y felicidad. El carruaje se acercaba cada vez más y podía sentir los nervios consumir su cuerpo. Su hija llegaba por fin a su hogar con el corazón adolorido, pero con el amor que sus padres habían almacenado por años esperando su regreso. Los rumores sobre la aparición de la princesa Aranya corrieron por los tres reinos con rapidez, algunos esperanzados de pronto conocerla y otros confundidos mientras que la pequeña princesa observaba la ventana del carruaje con tristeza. ¿Cómo estará su majestad? ¿Cuándo podré estar junto a él? Eran las preguntas que retumbaban su mente a cada momento ni siquiera pudo dormir. Extrañaba poder dormir entre los brazos de su amado rey. Sentir su aroma colarse en sus fosas nasales y tranquilizar su respiración. El dolor en su corazón era inmenso. Sentía un vacío y la rareza que a su alrededor mostraba. Todo era nuevo.
Observó nuevamente al hombre frente suyo. Sonrió con triunfo. —Así que el gran rey ¿pide verme? —pregunto César sosteniendo en sus manos una gran espada, filosa y deslumbrante —¿Irás a verlo?, —pregunto Apolo obteniendo como respuesta un asentimiento— ¿qué crees que quiera? César dejó de sonreír para ponerse de pie. —Matarme o solo buscar paz, ya sabes lo típico de los reyes. Qué patético —sus cabellos rubios caían sobre su rostro con rebeldía mientras que su mirada estaba completamente atenta en la espada. La sostuvo del mango para hacer movimientos leves en el aire —César ¿tienes algo en mente? —pregunto Apolo observando a su compañero mover la espada —No dejaré que esos reinos sigan siendo para ellos, disfrutan, sonríen y gozan de algo que no les debe pertenecer. —de un movimiento la espada señalaba al joven Apolo, quien retrocedió asustado— ¿Acaso debemos dejarlos continuar así? —Apolo negó rápidamente— ¿Lo notas, mi querido Apolo?
Se observaron con detenimiento. —Bienvenido, su majestad —susurró César lleno de sarcasmo El joven rey cayó de rodillas doblegado por el dolor que invadía su cuerpo. Apretó sus dientes mientras su mano derecha agarraba con fuerza su pecho donde un terrible dolor lo invadía. —¿Duele? —César soltó una carcajada al ver al frágil rey en el suelo— Pides verme y ahora solo caes al suelo. ¿Me estás pidiendo clemencia? —No —susurró Maximiliano entre dientes, pero César solo sonrió —Eres muy patético, su majestad, nuestro señor tenía toda la razón al decirnos que eres débil. ¿Hay algo más que deba saber?, —solo obtuvo como respuesta una mirada fría y enojada del joven rey— ¿me odias? Se empezaron a escuchar golpes a la lejanía con dolor el joven rey cerró sus ojos lentamente, los sonidos llegaban desde el gran muro. Estaban atacando el muro con ferocidad de pronto varias personas rodearon al joven rey mientras se reían de él. —Si quiere
Esmeralda solo sollozaba abrazando sus piernas con dolor mientras las cocineras trataban de consolarla, se encontraban huyendo del castillo Thusrek en un carruaje menos la reina felina quien peleaba protegiendo a su hija, pero ella solo quería llorar llena de miedo y dolor. Su amado debía estar ahora en el campo de batalla y no quería perderlo. No me dejes —pensó recordando el rostro del joven rey Observo el oscuro techo imaginando el cielo cubierto por hermosas nubes y el sol iluminando cada parte del bosque. Entonces cerró sus ojos continuando con su dolor y ahí en el campo se alzaban grandes cortinas de tierra, los gritos seguían presentes y la sangre se esparcía en la tierra quedando impregnada para convertirse en un cruel recuerdo y dentro del gran muro todo yacía destruido. Casas, los castillos. Todos huyendo. Gente muerta en el suelo sobre grandes charcos de sangre y la lucha convirtiéndose en la única salvación de todos porque ahora solo qued
Aquellas tierras habían sido cubiertas por la muerte. La sangre derramada se había impregnado convirtiéndolas en malditas, sangre de aquellos que murieron injustamente, sangre de aquellos consumidos por la oscuridad. A lo lejos de aquellas tierras se alzaban pequeñas manadas dejando atrás los tiempos donde vivían entre reinos. Solo quedaba uno y era el reino Mítico quien seguía reconstruyendo lo que antes fue consumido por Manuel. A pesar de su negativa la princesa Luciana tuvo que aceptar el cargo de reina para luego casarse con Francesco y poder así tomar lo que por derecho le pertenecía, ambos eran amados y respetados por su pueblo. Y entre ellos algo más nacía convirtiéndose en amor y dando como fruto al pequeño Gonzalo futuro rey Mítico. Poseía la mirada de su padre y los cabellos de su madre. Habían pasado siete años desde lo sucedido, siete años en los que aquellos que huyeron del ataque tuvieron que encontrar su lugar. Encontrar un nuevo hogar. <
Reino Witther (16 años antes) La mujer aferró con fuerza a su bebé, corría con rapidez sintiendo el aire golpear su rostro. El miedo recorrió su cuerpo en unos segundos, miles de lágrimas brotaban de sus hermosos ojos café. Se escuchaban los aullidos, gritos y rugidos. Ella sintió aún mucho más miedo. Paro en seco al verse atrapada, había llegado a un callejón. Grandes bolsas negras estaban amontonadas a un lado. Se acercó a ellas y olfateó, de ellas brotaba un olor fuerte que nadie podría captar a la distancia. Soltó las tiras que sujetaban su capa, con está envolvió el pequeño cuerpo que yacía en sus brazos. Lo arrulló por unos momentos para calmar su llanto y cuando al fin dejó de llorar cerró sus ojos por unos segundos. Era arriesgada la decisión que tomo, pero debía hacerla. Colocó al bebé encima de las bolsas, cubriendo el cuerpo con las bolsas no tan exagerado para q
Reino Witther (Presente) Las mucamas corrían de un lado al otro limpiando cada rincón del castillo, las cocineras preparan postres de moras y en el pueblo los rumores del regreso del príncipe corrían por todos lados. Regresaba después de 4 años, 4 años en luto. Los pueblerinos no sabían la verdadera razón del asesinato de sus padres, pero sabían que el dolor sería curado con la venganza. Maximiliano había vuelto para cobrar venganza. Quería que sus padres descansarán en paz. Quería estar en paz consigo mismo, aunque ahora mismo la soledad sea su única compañía. María, era la nana del príncipe, esperaba la llegada de su amado niño para poder darle un abrazo y hacerle saber que no estaba solo. Ella observaba la reja que yacía cerrada, sostenía entre sus manos un sobre blanco y sus ojos se llenaban de lágrimas a cada segundo. En el camino, los pueblerinos murmuraban viendo pasar un carruaje. —¡El prí