Rutina

Unos se despertaban con el sonido de la alarma, otros con los primeros rayos del sol. Scarlet era más original, lo hacía con una gruesa y peluda cola llenando su boca de pelo y un aliento baboso manchando sus sábanas, como para no perder el glamour mañanero.

Para los que tienen mascota nada diferente de la rutina.

Y así de simples eran. Apartando el pelaje espeso de su cara mientras sentía el movimiento a su lado para la cola pasar a golpear insistentemente su muslo pidiendo el desayuno, eso no podía faltar. Pero cierta persona tenía otras intenciones. Soltando un bostezo y abrazándose a la gran bola de pelo volvió a acomodarse para continuar en su velada, pero un lengüetazo en la mejilla y el acostumbrado y taladrante sonido de la alarma, eran el despertador perfecto para que alguien que necesitara levantarse temprano comenzara su jornada.

Prolongar su estancia en la cama solo sería en vano así que Scarlet no tuvo más opción que incorporarse empujando con los pies la gruesa colcha así como el rostro perruno en su rostro.

-Ya me desperté, maldito perro- la mujer con el cabello todo alborotado y la blusa llena de pelos se sentó en la cama.

Caminando al baño tropezó con su mascota incontables veces, esa era una costumbre adoptada de cachorro y algo prácticamente irremediable.

Otra cosa importante en su vida, la intimidad eran tiempos pasados. Bañarse sola, hacer ciertas cosas que requieren privacidad en el baño, adiós, pues dos ojos oscuros siempre estaban presentes y cerrar la puerta no era una opción sino quería tener la madera rallada del otro lado nuevamente. Ya había pasado por el proceso y la puerta anterior se había tenido que m****r a la b****a.

Ahora, un rostro hermoso no garantiza la felicidad. Eso era algo que Scarlet sabía muy  bien y la vida se había encargado de recalcárselo varias veces.

Había heredado rasgos de su madre, anteriormente modelo muy famosa, cuerpo delgado pero con curvas y unos hermosos ojos verdes que se oscurecían cuando les daba la luz del sol. Su largo cabello negro hasta la cintura y su altura promedio de 1,70, fue de parte de su padre, que aunque la naturaleza no lo bendijo con gran altura le regaló un rostro seductor, del cual ella poseía las mejores cualidades.

Gracias a ello no le faltaban las proposiciones y las miradas indiscretas en la calle, pero o cupido le estaba disparando la flecha al revés o se había saltado su nombre en el listado de solteros. No tenía en su conteo personal una relación que durara más de tres meses, tres malditos meses.

Así que con mucho orgullo podía decir que era una soltera de 27 años con una pésima vida amorosa, por ponerle un nombre. Tal vez no era algo de que alegrarse mucho, pero era eso o ponerse a lamentar.

No podía echarle solo la culpa a cupido, ella tampoco era muy cooperativa. Trabajaba en una editorial en el cargo de jefe de edición. Se había graduado con título de oro en la Universidad en la especialidad de Letras, de ahí su ubicación en la editorial Volban, una de las más grandes del país y recibiendo actualmente reconocimiento internacional por las grandes ventas y calidad de documentación.

Estaba a cargo de varios escritores, desde muy jóvenes hasta adultos, donde varios de ellos recibían premios todos los años. Su salario era alto y recibía grandes retribuciones por cada publicación, por lo que se podía dar los lujos que quisiera. Todo color de rosa hasta que tocaba el punto de tiempo personal el cual si era más de siete horas al día incluyendo las de sueño tenía que dar saltos de alegría.

Pues sí, la ecuación estaba fallando y los años no perdonaban. Pasaba períodos en casi no salía de la oficina y otros que tenía que viajar para revisar los manuscritos de sus autores.

Otro era su carácter. No solía mostrar sus emociones abiertamente haciéndola pasando por una mujer tranquila o fría en otras ocasiones, por lo que siempre, las personas que la rodeaban, llegaban a malas interpretaciones.  O juzgaban su lengua afilada y directa. A la larga los hombres se cansaban y se largaban.

Actualmente vivía en un apartamento demasiado amplio para una sola persona y su mascota, ubicado en un barrio residencial. Muchas veces se preguntaba que por qué había aceptado ese regalo de uno de sus autores. Demasiado espacio la hacía sentirse más sola. 

Tal vez cuando tuviera hijos no se sentiría así, pero si no era capaz de mantener una relación, los hijos no entraban dentro del paquete. No tendría tiempo de cuidarlos, si apenas tenía tiempo para estar junto al fulanito que le estaba pidiendo su comida matutina con mucho entusiasmo.

-Ya voy Rufus, dame un segundo-

No tenía la costumbre de desayunar pero desde que Rufus, un Golden Retriever de dos años había entrado en su vida, esta se volvió una rutina que no podía saltarse.

Su encuentro no sabía si había sido cosa del destino, su carro se había averiado en pleno aguacero a las 11: 00 de la noche cuando volvía de una reunión. El equipo de mantenimiento estaba muy ocupado con cierto embotellamiento a algunos kilómetros por lo que debía esperar mínimo cinco horas para que llegaran a su localización. Así que solo se había bajado y empapándose corrió a la parada más cercana.

No había dormido en tres días y quería llegar a su casa lo antes posible. Debajo de un pequeño techo había visto un pequeño cuerpo todo lleno de barro húmedo que sonaba lastimeramente a un lado de la parada. Al acercarse se había percatado que era un cachorro de al menos tres meses que por su estado debía de haber sido botado por lo menos hacía pocos días.

Scarlet quiso ignorarlo sabiendo que no tenía tiempo para atender al animalito, pero estando solo ellos en la parada, la lluvia que no aparentaba cesar y aquellos dos ojitos que la miraron con suplica, no pudo evitarlo.

Dos años después él estaba aún junto con ella. Pero quien le diría que aquella cosa fea que había recogido, se convertiría en un animal de más de 40 kilos y que le dejaba casi por el muslo con una gruesa mata de pelo dorado que dejaba su casa hecha un asco en tiempo de muda.

Precisamente, nadie.

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