Él lo hizo

—¡Eres un asesino! — le grité aterrada.

—Mira nada más; un burro hablando de orejas. ¿Querías que lo dejara? — sacó el cuerpo de encima de mí y lo tiró al lado mío.

—¡Animal!

—No hice nada diferente a lo que le hiciste a mi hermana.

—Estoy harta de decirte que no lo hice.

—Y yo harto de oír las mentiras que dices.

—Si solo vas a creer lo que se te da la gana, pues mátame entonces — verdaderamente me sentía fuera de sí.

Aunque sabía que no debía provocarlo, los nervios me hicieron hablar demás.

—Es muy pronto para que pidas eso — lo tomó tranquilo, yo que pensé que trataría de hacerme algo malo.

—¿Cuánto tiempo planeas dejarme aquí?

—Toda tu vida.

Esa noche volvió a rociar agua helada sobre mí con la supuesta intención de limpiar mi cuerpo de la sangre de ese joven. Cada día y noche bajaba a traer más atún y agua. No tenía apetito, la verdad es que no me sentía nada bien. Estaba débil, no me podía casi mover. Él no me ha hecho nada, a veces ni siquiera cruza palabras conmigo. No sé cuánto tiempo llevaba ahí dentro, solo sé que sentía que iba a morir en cualquier momento. Nada a mi alrededor tenía importancia, ni siquiera esos maniquíes que al principio me producían miedo. Cada segundo que transcurría no podía dejar de temblar y el dolor del cuerpo y huesos se había tornado insoportable. Tanto como mi tos y opresión en el pecho.

—¿Qué te pasa? ¿Es esta una nueva forma de llamar la atención?

—Yo no lo hice — dije con un hilo de voz.

Lo vi quitarse el guante y sentí su mano en mi frente.

—Maldita sea. Viniste a enfermarte en el peor momento. No puedo llevarte al hospital, así que me veré en la obligación de reducir tu fiebre de otra manera. No creas que me importa lo que te pase, es solo que mereces una muerte lenta y sumamente dolorosa, no algo tan simple como esto.

Salió del sótano y al cabo de bastante tiempo lo vi regresar con una bolsa, la cual abrió a mi lado. En ella había un frasco de pastillas, una especie de parcho y una botella de agua.

—Tómatelas. Según la farmacéutica esto te ayudará a reducir la fiebre. No sé cuan cierto sea, pero espero se te quite. En este estado no cuento con un médico y tampoco creo necesario traer al mío de California para atender una simple fiebre. Abre la boca.

Me senté con dificultad y puso las pastillas en mi boca, para luego darme a tomar del agua. Hace tiempo no sabía lo que era el agua fresca. Mi garganta estaba seca y ardía.

Creí que sentiría mejoría con las pastillas y ese parcho en mi frente, pero la realidad es que cada vez me sentía mucho peor. La pesadez y el cansancio no me permitía mantener los ojos abiertos por más tiempo. Me había rendido a luchar con ello y solo me dejé llevar por ese viaje.

No sé cuánto tiempo pasó, cuando oí la voz de una mujer. Abrí despacio los ojos y la claridad no me permitió dejarlos abiertos mucho tiempo. No estaba en el mismo lugar, sino en una habitación y una cómoda cama. Me sentía cómoda, no sentía tanto frío como antes y estaba cubierta con una manta caliente. Pensé que tal vez había sido una pesadilla, pero ahí volví a verlo, aunque esta vez no estaba solo.

—Es el colmo, Aiden. ¿Ahora traes una amante a la casa? ¿Estoy pintada en la pared o qué?

—No seas ridícula. Ella no es mi amante.

—Entonces, ¿quién es y por qué la has traído a nuestra casa?

—No estoy para tu interrogatorio.

—¿No estás para mí interrogatorio? Soy tu mujer y estoy en todo mi derecho de saber por qué mi novio ha estado encima de una mujer por tanto tiempo y que incluso mandó a buscar al doctor. ¿Cuánto más debo soportar?

—Escúchame bien, Andrea. Sabes que no me gusta que me cuestionen lo que hago. Esa mujer es quien mató a mi hermana y si está aquí es porque me vi en la obligación de traerla.

—Entonces ¿por qué te tomas tanta molestia con ella? En primer lugar, fuiste a Utah para encargarte de esto y ahora la traes directamente a nuestra casa. ¿Has perdido la cabeza?

—En Utah no tengo contactos.

—¿Y Jonas? ¿Qué hay con él? Él fue contigo.

—Decidió quedarse por allá.

—¡Mentira! ¡Él lo mató! — exploté.

Aiden fijó su mirada en mí mientras que ella lo miró a él.

—¿Es eso cierto?

—Sí — respondió Aiden sin titubear—. ¿Tienes algo que decir sobre ello?

Ella negó con la cabeza en repetidas ocasiones. Pensé que decirle eso me serviría para tener a alguien de mi lado, pero por lo visto, ella no parece de mi lado.

¿Por qué aún lleva puesto ese antifaz? ¿Acaso lo lleva a todas partes con él? ¿Por qué oculta tanto su rostro?

—Dile a Nany que le prepare algo — le dijo a Andrea y ella entre protestas salió de la habitación—. Veo que te sientes mejor, pequeña doncella — se sentó en el borde de la cama y traté de alejarme—. Es perfecto. Significa que ahora podemos retomar lo que dejamos pendiente — sonrió ladeado.

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