Justicia

El camino pareció eterno al no poder ver al lugar que me llevaba. Permanecí bocabajo y quieta con temor de hacer algo que le hiciera enojar. Traté en varias ocasiones deshacerme de lo que sujetaba mis manos, pero era muy difícil, para no decir imposible. El miedo volvió a sacudir mi corazón en el momento que sentí el auto detenerse y su brusquedad para sacarme. Estábamos en una especie de garaje de lo que parecía ser de una casa común y corriente. Salimos al patio trasero y pude darme cuenta de que a nuestro alrededor solo hay árboles, oscuridad, no hay más casas, no hay vecinos, no hay nadie como llegué a pensar. Era mi única esperanza, pero ahora todo se esfumó.

Me dirigió a la puerta de madera que da al sótano, la cual abrió con una sola mano y pude confirmar que en efecto de eso se trataba. Era oscuro, muy oscuro y había telas de arañas en las paredes y en las escaleras que bajamos. Encendió las luces, permitiendo que pudiera explorar los alrededores y era espeluznante ver que en cada rincón había maniquíes con fotos de la cara de Rebecca. Mi cuerpo comenzó a temblar al tener vivos recuerdos de su pálido rostro, sus labios morados y las sábanas teñidas de sangre.

—El dueño dijo que no aceptan mascotas dentro de la casa. Espero no te moleste quedarte aquí. Mira que tengo todo preparado para que vivas bien.

—Yo… yo no quiero estar aquí… — retrocedí y se aferró a mi brazo.

—Te estoy dando el privilegio de estar acompañada. No entiendo por qué te quejas.

—¿Por qué no puedes entender que yo no la maté?

—¿Y por qué tienes tanto miedo? Eran grandes amigas, ¿no? Las amigas deben ser amigas por siempre. ¿O acaso ya no la ves como una amiga?

—Sácame de aquí, por favor. Te juro que yo no la maté. ¿Cómo debo decirlo?

—Tendrás tiempo suficiente para meditar — me empujó de lleno al suelo y caí de cabeza sin poder apaciguar el golpe por mis manos atadas.

La tierra del suelo estaba húmeda. Con ayuda de mis piernas me voltee. Mi pierna se vio apresada por una cadena gruesa de hierro, la cual estaba incrustada de la pared. De su pantalón sacó la misma cuchilla que me había arrojado en mi casa y con ella fue cortando mi pijama.

—¡No me toques! — tiré patadas a diestra y siniestra, queriendo evitar a toda costa que continuara.

—No seas tan egocéntrica. No tengo el más mínimo interés de tocarte. Digamos que te estoy poniendo cómoda. Durante el día hace mucho calor, pero ahora durante la noche hace frío — presionó sus rodillas en mis piernas, inmovilizándome por completo.

Tenía miedo de sus intenciones. Solo podía observar cómo luego de dejarme completamente desnuda, su mirada recorrió apresuradamente todo mi cuerpo. No podía taparme o evitarlo como hubiera querido. Lágrimas brotaban de mis ojos sin posibilidades de retenerlas.

Se levantó y caminó a una esquina de la habitación, de donde alcancé a ver una manguera. Tomó en sus manos un plato redondo y pequeño de metal, el cual enjuagó y lo llenó de agua. Lo puso en el suelo cerca de mí para luego volver a la esquina de la habitación y sacar otro plato parecido. No sabía lo que estaba haciendo, solo sé que lo rellenó con algo y lo puso al lado del otro.

—Parece comida para gatos, pero es atún. No puedes quejarte de mi buen trato. Recibirás buena comida y agua. Para ser honesto, no mereces nada, pero todo sea para que no te mueras rápido. Ahora bien, debo limpiarte porque estás muy sucia— roció el agua fría de la manguera a una presión que dolía.

—Basta, por favor— le rogué.

Mi cuerpo temblaba, pero esta vez era de frío. Él no se detuvo hasta que se le dio la gana por más veces que le rogué. Al contrario, pareciera disfrutar de lo que hacía. ¿Cómo alguien podría disfrutar de algo así?

Puedo entender su dolor, su rabia y frustración. La pérdida de un ser querido no ha de ser fácil, pero eso no le da derecho a hacerme esto. Yo no maté a Rebecca. Cómo podría demostrarlo si no me ha dado oportunidad y tampoco creo que me la de. Quiero demostrar mi inocencia, porque para él no ha sido suficiente con lo que dictó el juez.

—Te lo ruego, dame una oportunidad de demostrarte que no tuve nada que ver con lo que le pasó a tu hermana.

—Con la evidencia que tengo es suficiente para mí. No creas que vas a evadir la justicia esta vez. Me voy a asegurar de que no vuelvas a ver la luz del día nunca más. Así me condene, te llevaré arrastrada al mismísimo infierno conmigo.

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