5

DAVINA

El golpe llega segundos después que termino de decirle lo que pienso. Me pega tan fuerte que caigo sentada en el piso con el labio sangrando.

Mi padre me mira con asco, como si fuese el mayor error de su vida. No solo es asco, en esa mirada también hay odio.

<<Mi padre me odia>>.

—Vos haces lo que yo te digo. Si te digo que te casas con el rey Dominik, te casas y te callas la boca. —Escupe.

—Quiero casarme con alguien que realmente ame. Quiero crecer, aprender y enamorarme. Quiero ser mamá con la persona que yo elija pasar el resto de mi vida. Por favor, rey Arturo, no me case por un arreglo estúpido. Hace años que no hay problemas con los vampiros. ¿Por qué quiere casarme con uno si no hace falta?

—Acá no me importa que haga falta y que no. —Se agacha para estar a mi altura y agarra mi cabello en un puño, tironeando para lastimarme—. Acá se hace la m****a que yo digo que se haga, ¿entendiste? —Asiento mientras lágrimas gruesas ruedan por mis mejillas.

Mi padre suelta mi cabello, me da una última mirada de odio y sale de la habitación cerrando la puerta de un golpe tan fuerte que hace que los muebles tiemblen.

Segundos después la puerta se abre y entre las lágrimas veo que se acerca Argo.

—Lo siento tanto —dice sentándose al lado mío mientras me abraza llevando mi cabeza a su pecho. Me mira con lástima, tratando de sonreír pero solo consigue formar una mueca horrible.

—No es tu culpa, Argo.

—Esto se acaba hoy, Davina. —Se levanta de un salto y me levanta con él.

—¿De qué hablas?

—Hoy te vas. Tengo a tu caballo preparado al lado de nuestra cascada, te prepare una mochila con comida para un par de días. A la media noche te vas para siempre. Basta de golpes, de maltratos, de humillaciones. Basta de querer casarte con un mal nacido. ¡Basta! —grita la última palabra.

—N-no, Argo. No, n-no puedo —tartamudeo.

Su plan hace que me tiemblen las piernas. Siempre hablamos de huir, de escaparnos, pero... Ahora que es tan real no sé qué hacer. No conozco el mundo, casi que ni conozco el reino. No fui al instituto como el resto de los adolescentes, me daban clases en el palacio, esto provocó que no tenga muchos amigos. En realidad, no tengo ningún amigo. Lo poco que salía del palacio era porque Argo si fue al instituto y pudo hacerse amigos, así que me invitaba cuando se escapaba con ellos y yo me divertía pero siempre estando segura que Argo estaba cerca. Vagar por quién sabe dónde sola, sin él... Es aterrador.

—Sí, Davina, se acabó. El caballo está listo y tiene cargado lo necesario para sobrevivir un par de días. Te vas, Dav. Empeza a caminar y no pares hasta que llegues a un lugar en el que te sientas segura.

—No quiero estar sola —digo en un sollozo.

Más miedo le tengo a la soledad que al rey Arturo.

—¿Sola? ¿En serio? —Me mira levantando una ceja—. ¿Cómo podes creer que voy a dejarte sola, Papina? —Papina... Sonrío cuando escucho ese apodo. Cuando éramos niños no podía pronunciar mi nombre y siempre me decía así.

—¿Vas a venir conmigo? —pregunto emocionada.

—Claro que sí, pero no hoy. Voy a quedarme para terminar de arreglar unos asuntos. Si tenemos que desaparecer, tenemos que hacerlo bien. No me voy a quedar en el castillo, claramente, él se va a dar cuenta que te ayudé así que me voy a quedar con un amigo hasta terminar de organizar todo lo que me queda acá. —Me agarra la mano y en ella pone una hermosa y fina cadena de oro blanco con una 'A' que la adorna. Lo miro y me señala su cuello, en el cuelga la misma cadena pero la suya lleva un dije de la letra 'D'—. Cuando quiera buscarte este collar me va a llevar a vos y por fin seremos libres.

—Seremos libres. —Repito mientras lo abrazo llorando y siento como mi hombro se moja con sus lágrimas. Me separo y le revuelvo el pelo dorado que tanto amo mientras miro sus ojos miel una vez más antes de volver a abrazarlo.

***

La medianoche llega en un suspiro. Argo puso una poción de sueño en la comida de absolutamente todos los guardias. Voy armando una mochila con la poca ropa que entra. Mi ropa que uso a escondidas dentro del reino. En el castillo vivo con vestidos inflados y de colores tristes, pesados e incómodos, pero cuando me divierto con Argo sin que nadie nos vea, puedo usar lo que a mí me gusta. Esa es la ropa que decido llevar, ropa acorde a mi edad, ropa acorde a mí.

Me saco el incómodo vestido que use durante el día y me pongo una remera gris, los jeans negros rotos en las rodillas y mis zapatillas rojas. En la mochila llevo más ropa necesaria. Adiós vestidos horrendos, tacones, exceso de maquillaje y peinados que me hacen doler la cabeza.

Adiós, Princesa Davina Wicca. Hola, Dav Bachelli.

Me cuelgo la mochila al hombro y bajo por la enredadera de mi balcón, corro por los costados del jardín mientras me escondo entre los árboles. Veo que hay más de diez guardias pero todos están desmayados. Levanto la vista hacia la ventana de la habitación de Argo y le sonrió, sé que no me ve pero también sé que sabe que lo estoy haciendo. Llego al límite del castillo y freno de golpe.

Lo estoy haciendo, realmente lo estoy haciendo. Estoy escapando, después de tantos años soy libre.

No paro y por sobre todas las cosas no miro atrás, nunca miro atrás.

Llego a la cascada a la que nos escapamos con Argo tantas veces y atado a un árbol veo a mi hermoso caballo, Pegasus. Él relincha apenas me ve y yo me acerco a acariciarlo. Es lo más hermoso que tengo, negro azabache como mi cabello y mis mismos ojos color zafiro. Mi hermano siempre se burla diciendo que es mi caballo favorito porque es igual a mí. Algo de eso es verdad.

—En este lugar en el que están mamá y papá, me miran orgullosos por haber decidido mi propio destino. Están orgullosos porque finalmente estoy yendo hacia mi lugar de luz.

Me monto en Pegasus y arranco esta travesía.

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