Capítulo 5

Olivia estaba de los nervios y muy enojada, paseándose de un lado al otro por la sala de estar y mirando, de vez en cuando, por el enorme ventanal. No podía creer que después de todo el asunto histérico de Beatriz los días anteriores, ayer esta cambió completamente de parecer al hablar con el hombre con aspecto de vagabundo. Estaba segura de que el tipo había engatusado a Beatriz con esos ojos color turquesa y quién sabe qué más, pero el asunto era que ahora el hombre estaba de nuevo en su jardín, en su propiedad y eso era el colmo.

—¡No debiste darle permiso, Beatriz! —exclamó, al borde de un colapso nervioso—. No quiero ver a ese hombre, un completo extraño, merodeando por el jardín —Giró sobre sí y quedó frente a la mujer—. ¡Encima le dijiste que podía venir cuántas veces quisiera!

—Cálmate, Olivia —espetó, en tono sosegado, Beatriz—. Nosotras tenemos que ser misericordiosa con las personas que más necesitan.

—¿Misericordiosa? ¿Y quién lo ha sido conmigo?

—Olivia…

—Dime, Beatriz, ¿quién? ¿Los Brin que culparon a mi padre de algo que nunca hizo? ¿Andrew quién, junto a sus millonarios amigos, ha hablado mal de mí? ¿Las personas que siguen hablando peste sobre mi padre y de mí? —Tuvo que tragar el nudo que trepó por su garganta—. ¿Quién ha sido buena persona conmigo, Beatriz?

—De todos modos, hay que ser justos, Olivia.

—¿En serio?

—Escúchame, Olivia, sé que toda la ciudad piensa y cree que tu padre es un estafador, sé que hablan de ti porque piensan y creen que Andrew te dejó, pero sé sincera, ¿te hubieses casado con él?

—No, yo nunca me hubiese casado con un hombre como Andrew —imperó, segura de sí—. Además, eso ya no importa y no tiene nada que ver con el hombre ese que está ahora mismo en mi jardín.

—Se llama Santiago, es un pobre chico que necesita pintar y vender los cuadros para vivir —Ella entrecerró los ojos, el enojo y dolor siendo olvidados—. Si no fuese porque viste como un mendigo, sería otra su imagen con esa cara de inocencia y esa sonrisa de buen muchacho.

—Dios, eres demasiado buena, Beatriz —refunfuñó.

—¿No lo somos las dos? ¿Tú no te consideras buena persona, Olivia?

—¿Yo? —Se apuntó a sí misma con un dedo—. Beatriz, yo aprendí a acorazarme cuando acusaron a mi padre de ser un estafador, obligándole a salir huyendo de mi lado y de esta ciudad.

—Lo sé y lo siento, pero sigo diciendo que tu padre actuó mal y debió quedarse y hacerle frente a los problemas. No debió huir como lo hizo.

—¡Já! ¿Para qué? —El enojo volviendo a nacer dentro de ella—. ¿Para qué lo encerraran en la cárcel de por vida por algo que no hizo? ¿Olvidas qué clase de personas son los Brin?

—Pero también olvidas que tu padre apreciaba a los Brin, Olivia.

No lo podía creer, esto no era justo para ella, no cuando cada día sufría por todo el asunto con su padre, por todo lo que hablaban de ella, ¿y Beatriz le salía con esto?

—Mi padre era buena persona y sé que sigue siéndolo —imperó, el enojo siendo reemplazado por la nostalgia—. Él siempre ha sido bondadoso, al igual que tú, Beatriz.

—Sí, lo fue, ¿cierto? —Ella asintió, la tristeza embargándola, otra vez—. Tu padre es un buen hombre, Olivia, es bondadoso y estoy segura de que estaría de acuerdo conmigo en dejar a ese pobre chico hacer su trabajo.

—Es un vagabundo —objetó.

—Bueno, puede que su trabajo como pintor ambulante no le deje mucho para vivir —Ella se cruzó de brazos, la mirada maternal de Beatriz no iba a convencerla—. Lo siento, Olivia, pero no puedo dejar que ese muchacho no obtenga dinero por el cuadro que quiere pintar del jardín solo porque tú no quieres verlo.

—No estoy dispuesta a permitir que… —Calló cuando Beatriz se acercó y la abrazó.

Cerró los ojos ante la sensación de tibieza. Beatriz era como una madre, la única persona que siempre estuvo para ella cuando su madre falleció hace tantos años atrás, cuando solo era una niña de 8 años.

—Eres bondadosa, Olivia. Solo estás dolida por todo lo que sucedió —Ella hizo un mohín en los labios, apoyando la cabeza en el hombro de Beatriz—. Todo tendrá solución. La mentira no perdurara para siempre y un día todo saldrá a la luz. Hablas mal de los Brin, pero sabes que fueron buenos con tu padre y que, incluso, fueron buenos amigos.

—Pero…

—Y encima de todo, también despotricas por causa de Andrew, diciendo que él te dejó, y olvidas que ayer te llamó para invitarte a salir. Dime, ¿quiénes son verdaderamente las personas con doble moral?

—Solo estoy cansada de esta situación, Beatriz —Deshicieron el abrazo y ella fijó la mirada en los ojos de la mujer—. Estoy harta de que todo piensen que…

—Yo sé eso, Olivia, pero te encerraste aquí en la casa como si hubieses sido tú quien estafó a los Brin y no es así. Y ahora estás siendo injusta con un pobre muchacho que solo quiere trabajar para vivir.

—Ay, Dios mío —Suspiró abatida—. No puedo, solo… No puedo permitir que un extraño…

—Te dije que no es un extraño. Es un buen chico, Olivia, déjalo trabajar en su cuadro —No, no dejaría que Beatriz… —. Además, ¿quién sabe?, hasta podría resultar que este sea el cuadro que lo lleve a la fama.

—Ese tipo tiene pinta de pintor como yo tengo de bailarina de striptease —La risita de Beatriz causó que sonriese, negando con la cabeza—. Está bien, tú ganas. Le daré permiso para que venga a pintar, pero que ni se le ocurra importunarme y solo permanecerá hasta las cuatro de la tarde. Si quiere venir a la mañana, que lo haga, pero no puede quedarse hasta después de las cuatro de la tarde.

—¿Ves? Eres bondadosa, Olivia.

—No, solo hago esto por ti, Beatriz —espetó, caminado hacia las escaleras que conducían al segundo piso.

Estando a la mitad de los peldaños, volteó la cabeza, observando cómo Beatriz correteaba hacia la cocina. Intuyó que le daría de comer al vagabundo ese, pero, bueno, ya había autorizado a Beatriz que le dijese al tipo que podía venir y pincelar en un cuadro su jardín.

(…)

Beatriz se consideraba una mujer justa y generosa. Quizá por ese motivo fue que tuvo piedad del chico con aspecto de mendigo. Se sintió fatal por haberse comportado de manera exagerada e histérica al suponer que ese muchacho era una mala persona e incluso creyó que era algún depravado, pero reconoció que se equivocó y ahora estaba dispuesta a enmendar su error. Recordó que las apariencias son muy engañosas y ese chico no debía ser acusado injustamente por cómo estaba vestido.

Beatriz salió de la cocina, llevando consigo una bolsita con bocadillos y un vaso térmico con café caliente dentro. Abrió la puerta y allí estaba ese pobre chico. Una mirada color turquesa con un brillo esperanzador y una sonrisa inocente la recibieron.

—Buen día, señora —saludó el muchacho—. Espero no importunarla tan temprano.

—Buen día —imperó con júbilo—. Oh, nada de eso. Ya son casi las diez de la mañana, es un horario más que decente para tener visitas.

—Entonces, eso quiere decir que, ¿puedo venir y pintar este hermoso paisaje que es su jardín?

No tenía corazón para decir que no. Beatriz sabía muy bien leer a la gente y este chico delante de ella era humilde y buena persona. Había exagerando demasiado, dejándose llevar por las ropas del muchacho.

—Así es, puedes venir y hacer tu trabajo —informó sonriente—. Solo te pido una cosa.

—Puede pedir lo que sea, buena mujer.

—Eres un buen muchacho y por eso te pido que nunca molestes a la señorita —profirió, tornándose seria—. Ella ya ha sufrió mucho y sigue sufriendo mucho. No debes, bajo ningún motivo o pretexto, importunarla.

—Bien, está bien —Ella asintió conforme—. Sin embargo, me temo que no soy una persona irónica. Soy así tal cual me ve. No me han educado muy bien, nunca he tenido familia ni madre ni padre, mucho menos hermanos. Lamento si carezco de principios y discúlpeme de antemano si mi comportamiento dista de ser la de un caballero, pero tenga por seguro que haré lo que usted me diga.

Beatriz lo miró enternecida y supo que no podría ser tan estricta con un muchacho sincero. Sí, se había equivocado mucho al respecto y era hora de arreglar ese grave error.

—Aquí tienes unos bocadillos y café —Ella le pasó la bolsita y el vaso térmico—. Oh, casi se me olvida. Solo puedes quedarte hasta las cuatro de la tarde.

—Le agradezco mucho por estos manjares, señora —No, este muchacho estaba ganando su corazón—. Siendo honesto, no he comido nada desde anoche.

Beatriz negó con la cabeza. No iba a estar tranquila sabiendo que este chico inocente pase hambre estando aquí. Seguramente su señorita se enojaría, pero simplemente no podría hacer como si nada y dejar que este muchacho muera de hambre mientras trabaja en su cuadro.

—Santiago, puedes venir al mediodía a comer en la cocina —Sabía que era un arranque impulsivo de su corazón de madre, pero… —. Te dejaré entrar por la puerta trasera.

—¿De verdad? —Notó cómo los ojos del chico brillaron con ilusión—. ¿Me lo dice en serio? ¿Me dará más comida?

—Por supuesto, yo no podría estar bien si no comes las comidas correspondiente estando aquí —profesó.

—Muchas gracias, es usted como esa madre que nunca tuve.

El chico se abalanzó sobre ella, como ayer, y le dio un beso en la mejilla izquierda.

—Oh, no es nada —imperó—. Ahora debo volver dentro. Las tareas no se harán solas. Te espero a la hora del almuerzo y, por favor, no hagas mucho escándalo para no importunar a mi señorita.

El muchacho asintió y ella volvió sobre sus pasos, adentrándose a la casa. Todo estaría bien y solo esperaba que su señorita no se enojase con ella por haberse pasado un poco con las permisiones para con el muchacho.

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