Capítulo 3

—Olivia —llamó la mujer, quien estaba cerca del ventanal—. Olivia, ven un momento.

—Ya voy —replicó la muchacha.

Giró sobre sí y caminó hasta quedar al lado de la mujer. Esta la miró con el ceño fruncido, haciendo un gesto para que ella mirase por el ventanal.

—¿Qué estoy buscando o viendo, Beatriz? —preguntó, tratando de encontrar algo que le llamase la atención desde afuera.

—Pues había un hombre con aspecto de vagabundo merodeando la calle —refutó la mujer, corriendo más la cortina de seda italiana y mirando hacia la calle en cuestión—. No sé quién era. Llevaba algo en su hombro y no me dio buena espina. Creo que no es de por aquí.

—¿Quién puede andar a estas horas? —profirió, alejándose del ventanal—. Bueno, no importa. Además, nadie vendrá a molestar. Despreocúpate y vamos a ver qué hacemos para la cena.

—Te digo que era un hombre, Olivia, y estoy muy segura de que no es de por aquí —imperó la mujer.

Olivia se percató del tono de voz grave, como si Beatriz recalcara algo importante. No lo era; en realidad, le daba igual quien estuviese paseando por la calle a esta hora de la noche. Sabía que estaba protegida dentro de la casa y nadie se atrevería a molestarla o a Beatriz.

Dejó a la mujer allí, cerca del ventanal, y se dirigió a la cocina. Tenía tareas más importantes que hacer que andar de fisgona. No era su asunto y tampoco lo era de Beatriz, pero la conocía muy bien y sabía que la mujer se alteraba por todo y exageraba un poco las cosas o la situación, para el caso.

(…)

Pasó casi toda la mañana haciendo quehaceres en la casa, aprovechando el día libre. Sabía que no era sencillo para Beatriz encargarse de todas las tareas domésticas, la casa era grande, espaciosa y con varios dormitorios. No era una mansión, pero el estilo victoriano le daba ese aspecto. El extenso jardín también requería de muchos cuidados y no disponía de todos los conocimientos de jardinería como para tratar con ciertas plantas y arbustos. Eso, lamentablemente, los tenía que dejar pasar y se centraba en las otras labores, pero sí mantenía el césped bien cuidado.

Olivia era consciente de que la situación debía de ser muy difícil para Beatriz, no podía pagarle el sueldo que le correspondía, no después de lo que…

—¡Ha entrado al jardín, ha entrado! —Volteó en torno a Beatriz, quien se encontraba en un evidente estado de histeria—. Te lo dije y no me hiciste caso. Ahora está merodeando el jardín.

—Calma, respira profundamente —pidió, sosteniéndola de los brazos—. Ahora, ¿quién ha entrado al jardín?

—El hombre de anoche, Olivia.

Pestañeó varias veces ante lo dicho por la mujer. No, no era posible que alguien entrase, a menos que las rejas del enorme portón hayan quedado abiertas, pero incluso, hasta ahora, nadie había entrado sin algún tipo de autorización.

—Pero…

—Te dije que no me daba buena espina, Olivia, y tú no quisiste escucharme —profirió Beatriz, nerviosa—. Escucha, ve a ver quién es mientras doy aviso a las autoridades para…

—Tranquila, quizá sea solo un vendedor y vio que el portón estaba abierto e ingresó —Trató de sonar convincente, pero la cosa estaba en que el nerviosismo de la mujer estaba contagiándole—. No te preocupes, ¿vale? Saldré y le diré que no queremos nada.

La pobre mujer asintió dubitativa y ella se tragó un suspiro nervioso.

~*~

Atravesó el jardín con pasos presurosos, sin importarle que solo calzara unas pantuflas. Tampoco le dio relevancia a cómo estaba vestida; un simple short de jeans, dejando al descubierto sus piernas torneadas y pálidas, un suéter holgado, pero casi pegado en la zona de sus senos. Vio al hombre, quien miraba casi maravillado el jardín.

—Oiga, no necesitamos nada —espetó, captando la atención del tipo—. No queremos comprar nada. Es mejor que dé la vuelta y salga de la propiedad.

—Tiene usted un hermoso jardín —Frunció el ceño y se acercó un poco más al hombre—. No estoy vendiendo nada.

—Si está aquí para rob…

—Señorita, jamás en la vida me he apropiado de nada que no fuese mío —interrumpió el tipo.

Entonces lo miró, realmente lo hizo, percatándose de cómo estaba vestido y de lo que colgaba en su hombro derecho. No sabía qué pensar al respecto. Sin embargo, también se dio cuenta de que, evidentemente, el tipo no era de por aquí. Si no era un vendedor, bien podría ser algún tipo de bohemio, desprendía ese tipo de aire de aventurero, de artista. Y lo confirmó al ver bien lo que traía colgado del hombro. Alguna especie de caballete y un bolso de cuero gastado cruzado por el pecho.

—Entonces, creo que se ha equivocado —habló, permitiéndose mirar los ojos del hombre.

Tuvo que tragarse la sorpresa al notar los ojos de un color turquesa tan claro como el mar mediterráneo de la playa Malvarrosa.

—Oh, no estoy seguro de eso, señorita —Había un nota de desdén en el tono de voz del hombre—. Mire, soy un artista, un pintor y andaba buscando algo de inspiración hasta que vi este hermoso jardín y solo entré.

—No puede entrar en propiedad ajena así porque sí —imperó, haciendo caso omiso de la mirada ajena sobre su persona—. Váyase y busque otra cosa que pintar. No puede estar aquí.

—Escuche, señorita, le propongo lo siguiente —Suprimió un bufido, el tipo sonreía altanero—. Usted me da permiso para pintar y yo le daré algo de lo que gane cuando venda el cuadro, ¿qué le parece mi propuesta? ¿Acepta?

—Mi respuesta es un rotundo no —replicó, decidida y autoritaria.

No dejaría que un extraño merodease por su jardín, mucho menos alguien tan vulgar y vestido como un pordiosero.

—Me llamo Santiago, pero todos me conocen por Santi, el bohemio.

—¿Todos?

—Sí, los que me conocen, sí.

—Bueno, no soy todos y no lo conozco de nada —enfatizó, mirándolo a los ojos—. Váyase de mi propiedad o me veré en la obligación de llamar a las autoridades.

—No es necesario llegar a tales extremo, señorita —Se dio cuenta de la descarda burla que había en las palabras del tipo—. Si no tengo su permiso, puedo, al menos, tener algo de beber, ¿un vaso con agua?

—No —respondió, haciendo un gesto hacia la salida—. Escuche, lo vuelvo a repetir, no sé quién es usted, no lo conozco de nada y definitivamente no entro en la categoría de todos lo que sí lo hacen. Así que váyase por donde vino y no regrese a esta propiedad.

—Está bien, no la molesto más.

Agradeció al cielo cuando el hombre giró sobre sí, comenzando a caminar rumbo a la salida. Sin embargo, creyendo que se había liberando de tan ordinario personaje, el tipo volteó a verla con una sonrisa en los labios.

—¿Sabe una cosa? Jamás estuve en un jardín como este —Ella hizo un mohín en los labios, deseaba que se marchara—. Como dije, soy pintor y este lugar es ideal para pincelarlo en un cuadro.

—No aparenta ser un pintor, señor —objetó—. Váyase de una buena vez.

—Lo soy —afirmó el hombre—. He estado recorriendo toda Valencia esta primavera y pienso continuar después hacia el norte, con Castellón. Sinceramente, no me atrevo a molestar a las personas más que tres o cuatro veces por semana.

—No sé qué pretende con todo lo que está diciendo, pero lo que sí sé es que a mí no me importa —imperó, segura de sí misma—. Solo quiero que se vaya de mi jardín, de mi propiedad. Llamaré a las autoridades, señor.

—Lo sé, sé que no le estoy diciendo nada con esto —El hombre giró, esta vez quedando frente a ella—. Además, ¿qué puede importarle a una señorita como usted un pintor ambulante como yo? Sin embargo, a mí sí me importa y tengo que advertirle que soy muy insistente cuando quiero algo, aunque dicha dueña me lo esté impidiendo.

—De nuevo, señor, se ha equivocado —refutó, comenzando a enojarse.

—¿Con respecto a lo que quiero? En eso nunca me equivoco, señorita —El enojo aumentaba con cada palabra altiva que salía de la boca del tipo, ¿quién se creía?—. Cuando yo colocó la mirada en un paisaje y me fascina, nadie puede desalentarme a pincelarlo y exponerlo en un cuadro —Tuvo que dar un paso atrás cuando el tipo dio uno hacia delante—. Soy bien testarudo y nadie puede cambiarme.

—¿Qué está sucediendo aquí?

Dio gracias al cielo, otra vez, cuando oyó la voz de Beatriz. Volteó en torno a la mujer y la miró suplicante.

—Buenas tardes, señora —Con la mirada aún en Beatriz, le dio a entender que el tipo no quería abandonar la propiedad—. Usted debe ser la dueña de la casa y necesito decirle que me encantaría venir a pintar un cuadro de su jardín. Por supuesto, como le dije a su hija, aquí presente, una vez venda el cuadro, le daré una parte.

—Esta casa y este jardín me pertenecen —El enojo salió a relucir en su voz, ya no pudo soportar más la desfachatez de este hombre impertinente—. Y no le pienso autorizar a venir cada vez que se le antoje a dizque pintar.

Percatándose del cambio brusco en las facciones del hombre, giró para mirar a Beatriz y grande fue su sorpresa al verla con la mirada de pena dirigida al tipo. No, no y no. Sabía que Beatriz era todo corazón y el tipo este se estaba aprovechando sin que lo supiese.

—Regresa a la casa, yo me encargo.

—No, no dejaré que…

—En serio, me ocuparé —Bufando algo por lo bajo, pasó por el costado de Beatriz—. Estaré contigo en un momento.

Hizo un gesto con la mano. Se sentía muy enojada y hasta traicionada por Beatriz, pero rogó porque la buena mujer no creyera en nada de lo que le dijo e iba a decir el desconocido.

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