Capítulo 1

Sonrió lobuno y no era como si se estuviese burlando, aunque sí lo hacía, pero no podía negar que la situación dio un giro bastante inesperado y hasta hilarante, al menos, así lo creía. Cuanto más pensaba en todo ese cotilleo que oyó, la curiosidad emergía y se enraizaba dentro de sí. Por favor, él se consideraba un hombre de placeres y no estaba en sus planes desperdiciar una oportunidad tan…

—¿Otro cappuccino?

Levantó la cabeza y su mirada fue capturada por unos ojos color marrón chocolate. Sí, el era un hombre y no le importaba un comino reconocer la belleza en otro. El camarero era un tipo ordinario, pero el rostro de este destacaba por su mandíbula cuadrada y ojos de un marrón líquido semejante al chocolate caliente.

—No tengo dinero para pagar otro —espetó, era mejor ser honesto—. Aunque podría pintar un cuadro y venderlo, ¿qué opinas?

—Opino que no has dormido bien y el cappuccino corre por mi cuenta —Esbozó una media sonrisa. Vaya, este podría ser su día de suerte—. Bien, tomaré esa imitación de sonrisa como un «quiero ese cappuccino».

—Gracias, hombre, en serio —profesó.

El camarero tardó menos de cinco minutos y una taza humeante fue bien recibida por él. Bebió, disfrutando gustoso y, de nuevo, la curiosidad comenzó a hacer mella dentro de sí. Tenía que saber más, tal vez…

—Esto está exquisito —elogió. El camarero asintió conforme—. Oh, no quiero ser metiche ni nada, pero apuesto a que conoces a muchas personas, ¿eh?

—Si lo dices por las personas que han estado aquí…

—Culpable —refutó y tuvo que tragarse la risita altanera.

—Bueno, Andrew Echeverri es el contador principal de Metal Desing, ¿nunca has oído hablar de esa empresa? Tienen varias sucursales dispersas por todo el país, esas personas son multimillonarias.

—Sí, algo oí por ahí.

—Andrew es como famoso por aquí. Ya lo has visto, buena presencia, buen porte y no neguemos que está bien guapo, aparte tiene mucho dinero —Dejó escapar una risita por lo bajo y negó lento con la cabeza—. Tiro para ambos lados, ya sabes, pero el tipo es recto hasta la médula.

—Hablaban de una muchacha…

El camarero rió y no pasó desapercibida la ironía en su risa, lo cual solo causó que su curiosidad fuese incrementando.

—Ah, la exnovia de Andrew —Arqueó una ceja y bebió un sorbo del cappuccino—. Una chiquilla que se está ganando una reputación un tanto… —Sonrió cuando el camarero hizo un ademan de manos como resaltando un punto que no quería decir en voz alta—. Su padre es un estafador.

—¿Es joven? —preguntó.

—¿Ella? —Asintió—. Muy diría yo, no debe llegar a los 22 años. Sin embargo, el asunto con el padre fue lo que provocó que Andrew la dejase, no quería meterse en un lío. Hombre precavido, si me lo preguntas.

—¿Y qué fue lo que hizo el padre?

—Estafa y robo, algo grande por estos lados. El tipo huyó a quién sabe dónde, pero fue su hija quien pagó las consecuencias —Hizo un mohín con los labios y bebió el último sorbo del cappuccino—. Y ahora los rumores andan esparciéndose como las plagas del mismo Egipto.

—Eso escuché y…

—Dicen que tiene varios hombres, amantes, pero hay que tener suerte, ¿eh? A esa clase de mujeres no les interesan todos los hombres. Ella quedó sin un centavo y, pese a ello, sigue manteniendo una casa, un auto y viviendo como siempre. Según sé, vive con una criada y todo.

—Entonces puedo probar suerte, ¿qué opinas? —preguntó divertido.

—¿Tú? Discúlpame que sea honesto, pero tú ni le arrancarías una mirada — Se miró a sí mismo y luego centró los ojos en los del camarero—. Eres un pintor que vive el día a día y lo sé porque tú mismo lo dijiste.

Él rió sin contenerse y después de varios segundos, el camarero se unió a su risa, pero intuyó que ambos reían por motivos diferentes. Era cierto que no tenía un solo centavo y que vivía de lo poco que conseguía de las ventas de sus cuadros, aun así, no podía sacarse de la cabeza la idea de aprovechar una minúscula posibilidad de meterse en las sábanas de una mujer con cierta reputación indecorosa. Ese tipo de mujeres —según él— eran las más experimentadas y todo hombre necesitaba gozar de una buena noche de placeres pecaminosos.

—Bueno, gracias por el cappuccino —imperó, cuando calmó su risa—. Tengo que ir a ver si puedo pintar algún cuadro. Quedé sin dinero y también sin auto.

Agradeció al camarero un par de veces más antes de salir del bar-café. Tenía que regresar a la posada a por sus cosas y salir de nuevo a buscar algún paisaje que pincelar.

(…)

Con una mochila colgada en su hombro derecho, el caballete en su mano izquierda, dio un paseo por la calle Quart hasta llegar a una zona completamente distinta. Las vistas eran exquisitas, justo lo que necesitaba para lograr pintar algo y, con suerte, ganar dinero. Creyó que sería sencillo vivir del modo en que lo hacía, pero la realidad estaba dándole una lección y temía por…

—Niños, no corran, es peligro y… —Oyó detrás de sí cuando unos niños pasaron por su lado, causando que casi terminase estampado contra la pared de un edificio o vaya a saber qué—. Oh, lo siento mucho.

Cuando miró a la dueña de la voz angustiada, sonrió mentalmente porque su suerte podría dar un nuevo giro.

—No lo sientas, no han hecho nada —espetó, levantando apenas las comisuras de sus labios—. ¿Tus hijos?

—Oh, no, no —La mujer soltó una risita—. Solo soy su niñera.

—María, María, queremos ir al jardín botánico —canturreó uno de los niños.

Eran tres niños que podrían estar entre los 7 y 10 años de edad y uno de ellos miraba con ojitos soñadores a su cuidadora. Ahora sabía el nombre de la joven mujer.

—Primero deben disculparse con el señor —Por el rabillo del ojo vio como los niños hacían gestos de impaciencia—. Vamos, niños, háganlo.

—Lo sentimos mucho, señor, no quisimos causar un…

—No hay problema, no han hecho nada malo —interrumpió—. Mejor aún, ¿pueden preguntarle a María si me deja acompañarlos?

El niño mayor entrecerró los ojos, ladeó la cabeza y exhaló un bufido. Parecía como si supiese las intenciones que él tenía en realidad.

—Ya lo escuchaste, María, quiere acompañarte —enfatizó el niño mayor.

—Vamos al jardín botánico, hoy es entrada gratis —dijo uno de los pequeños.

Dirigió una mirada fugaz en torno a la joven, arqueó ambas cejas y sonrió como un crío inocente. Ella también sonrió y negó lentamente con la cabeza, pareciendo avergonzada.

—Pues no lo sé, eres un desconocido y siempre enseño a los niños que…

—Ay, María, que se te nota los ojos de corazones cuando lo miras —refunfuñó el niño mayor—. Dile que sí y ya. Si te quiere hacer algo malo, puedo defenderte porque soy fuerte y sé karate.

Tuvo que reír alto y fuerte. El chiquillo tenía carácter y un evidente enamoramiento para con su niñera. Cuando calmó sus carcajadas, observó risueño a la chica y esta tenía las mejillas de un adorable color rosado. No podía negar que era bonita de cara, por no mencionar las largas piernas envueltas en un pantalón como si fuese su segunda piel. Tragó un gemido cuando detalló la cintura estrecha y los voluptuosos senos que parecían pedir a gritos ser…

—Hey, deja de mirarla como si ella fuese comida —Eso lo sacó de sus pensamientos un tanto subiditos de tono y se centró en el niño mayor—. ¿Eres un depravado o algo así? Vamos, María, este señor no me da buena espina y te…

—Me disculpo, no quise hacerte sentir incomoda —imperó en torno a la chica—. Solo estaba cavilando un poco. Soy pintor, ¿sabes?, y tú eres digna de ser retratada en un cuadro.

—Tienes pinta de vagabundo —murmuró uno de los pequeños.

Exhaló un suspiro. Nunca le gustaron los niños y estos no serían una excepción. Meditó unos segundos y optó por seguir su camino. Ya habría tiempo de conocer a una mujer y tenía a una en mente desde hace unos…

—Puedes acompañarnos —habló la joven, causando que frenase sus pensamientos.

—No, no. Tienes razón, soy nuevo en esta ciudad y un completo desconocido —Ocultó con creces el sarcasmo de sus palabras—. No sería un ejemplo que dar a los niños y tú eres responsable de ellos. No está bien que alguien como yo, un completo forastero, los acompañe.

—¿Cómo te llamas? —preguntó uno de los pequeños.

—Santiago y…

—Pues ya no eres un desconocido —alegó el mismo pequeño—. Bien, ¿podemos irnos ahora al jardín botánico?

Abrió y cerró la boca, no supo qué decir o cómo reaccionar. Posterior a las presentaciones, terminó acompañando a María y a los niños al jardín botánico.

(…)

Llevaba un buen rato charlando con María mientras los niños jugaban en un amplio espacio verde. Habían recorrido el jardín botánico, logrando que la inspiración llegase y ahora estaba pintando un cuadro de vegetación exuberante. Pintó la silueta de María en medio de todo el frondoso verdor del cuadro, exaltando las curvas de su estrecha cintura. Con algo de suerte, podría sacar unos cuantos billetes si lograba venderlo. Sabía que era bueno en lo que hacía, siempre lo supo y el orgullo que sentía, bien podría restregárselo en la toda la cara de su padre. Sin embargo, no tenía tiempo o, en todo caso, no disponía de tiempo para desperdiciar en cosas que no venían a cuento. Se permitió perderse en una amena charla con María. Hablaron de las ciudades a las cuales visitó, de los placeres visuales que estas le ofrecieron en sus momentos de inspiración, de los cuadros que pintó y vendió. Hablaron hasta de amor y cuando su estómago gruño, se percató que no había comido en toda la mañana y ahora debía conformarse con algún bocadillo barato que posiblemente consiguiese en alguna tienda o…

—¡Niños, tenemos que irnos! —exclamó María.

Él, por su parte, dio un último pincelazo y el cuadro estaba terminado. No era el mejor, pero seguro como el infierno que sacaría un buen dinero.

—Iremos a un restaurante familiar, ¿quieres acompañarnos?

Parpadeó varias veces cuando la dulce y melodiosa voz de la joven mujer caló en sus oídos. La observó sin escrúpulos, causando que el rostro de ella se ruborizase.

—No tengo corazón para ser un desalmado y desertar a tu invitación —profesó, su voz adusta y cargada de un toque de sensualidad.

—Yo… invito, si eso está bien contigo.

Por supuesto que lo estaba y asintió lentamente, sin dejar de mirarla. Dios, se sentía un oportunista, pero realmente no le importó un comido serlo. Si fuese por él, aceptaría lo que sea viniendo de una mujer que a leguas se notaba que estaba más que interesada en él y algo más.

Horas más tarde, cuando la luna se adueñó del firmamento, él descubrió, nuevamente, que sus manos quedaban perfectamente ancladas y firmes a la estrecha cintura de María mientras esta gemía su nombre y lo cabalgaba con movimientos erráticos en la habitación del hospedaje.

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