Dos Semanas y Una Eternidad

—No puedo creerlo —el rostro de mamá era un poema—. Desde los dieciséis, con Greg y tu abuela escudándote.

Estaba más herida que enojada, y también preocupada al saber que lo único que entraba a mi boca, con intervalos de poca comida que mordisqueaba de mala gana, era el humo de los cigarros que afectaría a mis pulmones de una manera irreparable. Además de que estaba preocupada sobre el tema de la anorexia, así que se empecinaba a ofrecer siempre mi comida favorita e incluso todas las golosinas que yo quisiera.

Pero era lo único que me calmaba, evitaba a Pippin, evitaba los consejos de todos menos el del vicio hacia el tabaco, había encontrado ya la tranquilidad que buscaba. Así que cuando me encontró fumando mientras escuchaba música en mis auriculares y me esforzaba por retener las letras de Camus, la sorpresa fue grande para ella, tuve que confesar que no era la primera vez.

Y la indiferencia por mi parte no era la respuesta que ella buscaba, así que reñirme mientras tenía la vista hacia la nada no era buen momento, ya cuando volviera la razón en mí, retomaría aquello, entonces lo único que hizo fue decirme.

—Tienes que comer algo —insistió, sentándose en el alfeizar de la ventana, viéndome con preocupación—, vamos, Linda…

La mirada mordaz que le dirigí no había sido su culpa, no quería ser llamada de nuevo como mi padre lo hacía, por él que lo había vuelto a usar.

—No tengo hambre —dije con un tono apagado.

—No has comido bien estas tres semanas —repuso ella recordando que me había obligado la vez anterior, parecía más una niña que una adolescente deprimida, sumida en la tristeza por un amor sin sentido.

— ¿Dos semanas? —Sentía que era una eternidad.

Asintió. 

— ¿Cómo saliste de la depresión que sufriste por papá? —Quise saber segundos después de no replicar, viéndola, ella se quedó por un momento en un silencio sepulcral para luego verme con esa mirada maternal.

—Porque estabas conmigo, tú y Josh fueron la razón y ahora yo estoy aquí contigo —respondió abrazándome y yo sin decir nada más que cerrar los ojos, sabiendo que la abuela había tenido que ver con su salida.

Ya no le tenía rencor por su abandono, comprendía lo que ella había sentido.

—Pero tú eres más fuerte que yo, has continuado con tu vida aun con el dolor, cosa que yo no pude —continuó.

—Gracias. —Pude decir y comencé a llorar de nuevo, ¿las lágrimas eran muestra de debilidad? No, era la muestra de que había amado de verdad a un ángel que había fingido amarme solo para conseguir sus propósitos.

Y como toda eternidad de manifiesta, la casa que habían habitado los ángeles estaba en silencio, la maleza había crecido demasiado rápido, las enredaderas habían cubierto por completo el portón, había musgos y setos creciendo entre los bloques y tabiques. El agua de la fuente se había vuelto verdosa, las estatuas de sirenas conteniendo jarrones donde salía el agua estaban todas salpicadas de m****a de las aves que rondaban el lugar.

Tres semanas, el mundo giraba más lento y la herida se notaba tan fresca y la idea del suicidio era recurrente, pero también el  “protege a tu hermano y a tu madre, quiero que seas fuerte cuando yo haga falta…” se me presentaba en la cabeza cuando la otra idea rondaba por mi mente.

Todo dolor era normal, todo mecanismo falla debido a un mal manejo y todo mal manejo tenía una solución. Mi padre solía decir que aquellos que no encontraban su propósito en la vida no era porque no había un propósito, sino que éste aparecía cuando era su debido tiempo. 

Aunque no sabía mi propósito en la vida debido al dolor, confiaba en que tarde o temprano aparecería, y mientras, proteger a mi hermano debía estar por encima del dolor.

Para todo dolor, una buena dosis de amor por parte de quienes me importaban solía bastar para hacerme olvidar un instante. Obviamente eso incluía a Greg y a Bella, el primero se había enfadado tanto que se había descontrolado en la sala de estar de Cedric, quien había sido mi niñera los primeros días, y tuvo que ser enviado por el espejo-portal a una jaula evitando daños. La segunda había buscado como loca a Claire esperando una buena explicación, parecía que simplemente desaparecieron como los seres divinos que eran. Así que ella trataba de entenderme, abrazarme e intentaba consolarme hablándome de otras cosas, viéndola a ella recordaba que no le faltaba mucho para irse también y dejarme. Pero no quería hablar sobre eso.

—Deberías salir, irnos a la playa o ir de compras —Dijo ella sentada en la mecedora mientras yo estaba apoyada en la pared con las piernas estiradas, fumando—, no has salido aparte de ir y venir de la escuela. ¿Eso no te aburre? La rutina es aburrida.

Greg también me había invitado a su perfecta transformación, cosa que me habría alegrado, pero no dejaba de sentirme culpable, así que me había negado.

—Me lo has dicho varias veces, Bella —dije gélida exhalando humo (al menos de cáncer sí iba a morir), había dejado de llorar, e iniciaría febrero, un domingo sola en casa, no había querido ir a misa y conocer al nuevo sacerdote.

Había pasado al menos veinte días de haber sido destrozada con palabras que aún estaban resonando en mi cabeza, diciéndome que Bella tenía razón. Debía odiar a Uriel, pero lo amaba demasiado que no importaba cuan mentiroso y mojigato había sido conmigo.

—Pero tengo que decírtelo para que no sigas así, te la pasas encerrada todos los días, hundida en un mundo que nadie forma parte, me has abandonado —agregó ella y tenía razón, habitaba un mundo donde todo era sombras y oscuridad.

Solo Greg, Cedric, Nina y Aaron sabían sobre los ángeles, ni siquiera Katherine o Patrick lo sabían. Bella estaba enterada de lo que había pasado con su hermana, comprendió que no seguiría con su vida como ella había planeado.

—Anda, no seas estúpida.

—No me importa ser estúpida, Bella.

—Vámonos de compras al menos, oí que en la librería hay ofertas.

—Sabes que no me gusta ir de compras —expuse viendo hacia el patio, donde podía ver una sombra sin forma al otro lado de la calle, pero quizás todo se resumía en sombras para mí.

—Deberías intentarlo, Greg está preocupado por ti, disfrutabas estar con los chicos antes…, tus lágrimas no hará que él vuelva, Daniell no regresará. Sé que es cruel decir eso, pero odio verte así —masculló, y al oír ese nombre, fue como una especie de brillantes alfileres que me hacía sentir que lo poco que estaba inflado ese corazón se volviera a desinflar. 

—No sé si ellos quieren saber de mí, los dejé plantados en el Pavilion Launge —mencioné poniendo mi mandíbula en mi rodilla.

—Claro que ellos entienden, además de que han sido invitados a tocar para la fiesta de Odio San Valentín, y ellos me pidieron que te rogara —comenzó juntando sus manos, con sus ojos tristes, como una niñita pequeña—, tienes que cantar con ellos. Salir de este encierro que no trae nada bueno, ¡solo mírate! Estás hecha un desastre. Además de que no quiero pasar mis últimos días consolándote, quiero que estés conmigo, feliz. No quiero irme y llevar ese recuerdo de ti —dijo con una triste sonrisa y eso me hizo trizas el corazón de nuevo.

Era cierto, no le quedaba más que unos meses de vida. Debía disfrutar de todo lo que podía. Tan cruel era la vida entonces, tan doloroso era el amor entonces, tan horrible era la belleza exterior entonces, tan mentiroso podía ser un ángel entonces…

—Bella, lo siento…

—No lo sientas, —me interrumpió— solo quiero que salgas, que te diviertas como la adolescente que eres, conozcas a alguien y hagas locuras, quiero llevarme sonrisas y no lágrimas con llantos incesantes —finalizó mientras comenzaba a llenarme de lágrimas mis ojos.

—Tú también me abandonarás.

—No puedo evitar abandonarte, pero si dejarás de estar horriblemente deprimida podrías ayudarme a disfrutar mis últimos días de vida. Anda, llorar no le sienta bien a una chica ruda.

—Eres un ser malvado.

—Amo ser malvada cuando se trata de mi amiga deprimida. Venga, por favor.

Ella me abrazó y acepté hacer todo lo posible, pero aquella noche no fue más que otro imposible, después de hacer un remedo de trabajo, me refugié en la penumbra y lo vi materializarse, primero como si fuera una capa traslúcida hasta que tomó totalmente su forma. Mis lágrimas fluyeron lentamente, esto era la broma más cruel que me habían hecho jamás.

No llores —me dijo el fantasma de él con una voz suave y lejana. Me levanté de la cama dejando de lado a mi Bugs Bunny y me acerqué a él sin limpiarme las lágrimas que salían sin reparo. 

Para cuando lo tuve cerca, podía sentir que era él, que estaba realmente ahí parado, vestido de ese negro como lo había conocido la primera vez, en mi habitación, estaba respirando el mismo aire que yo.

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