El Dolor

A medida que pasaba el tiempo todo parecía normal, no había nada que rompiera con la paz de todo Aberdeen, no había muertes y todos parecían felices con sus normales y ordinarias vidas, menos yo. 

Papá solía decirme que cuando amas a alguien siempre buscarás lo mejor para esa persona, eso incluía dejarlo ser feliz con alguien que no eras tú. Nunca le tomé importancia a esas palabras hasta que él se fue.

Se había ido, dejándome sola en aquel lugar que un día fue el lugar más hermoso en mis días románticos, ahora solo parecía un simple paisaje triste y ajeno a la felicidad. El atardecer que solía ser hermoso, desapareció. Las nubes se agruparon en el cielo, formando un manto gris que se revolvía en el cielo, como si se compadeciera de mi dolor, de mi sufrimiento, el cielo lloró conmigo ese día. Aunque mi deseo no era llorar, ese sentimiento me había dominado por encima del odio que debía sentir al saber que solo había sido una pieza y me fui a casa cuando tuve la suficiente decencia para volver con los ojos hinchados. 

Quería que fuera menos doloroso, y aunque me repetía una y otra vez que debía estar bien, mi alma no sanaba y calmaba con ninguna palabra de consuelo, en realidad, no sabía de lo que estaban hablándome siempre. Quizás me regañaban por no haberme presentado en el Pavilion Launge, quizás me estaban castigando por haber llegado tarde a casa ese mismo día en que todo mi alrededor se destruía como muros derribados por millones de soldados que tenían los nombres de: Dolor, Tristeza, Lagrimas y Confusión. 

Lo único que quería era dormir, mamá me preguntaba qué había pasado, no quise hablar. Pero el sueño no llegaba. Me encerré en mi habitación, me dejé invadir por una profunda agonía vibrante dentro de mi corazón, sintiéndome morir sin morir, y que por más que estuviera intentando dormir no pasaba, el sueño no llegaba. Solo lágrimas me visitaban y se adueñaban de mis ojos. Maldito sentimiento. 

En sollozos profundos y dolorosos, mi almohada se empapada. Quizá me cansé de llorar o mis lágrimas se secaron después del segundo día, me dormía sin saber a qué horas comenzaba y terminaba.

Esa noche me desperté pasada la media noche, mamá como siempre me había dejado un plato de comida al pie de la puerta, me dirigí directamente al espejo.

Jo: por Joshua, Me: por Melinda, Ka: por Kariath y Bel por el final del nombre de mamá, solo tenía que pronunciarlo juntos y una espiral aparecería con un tono azul brillante y me llevaría al lugar que quisiere ir, suspiré. Viéndome al espejo parecía una especie de zombi con los ojos hinchados y rojos, de piel macilenta y un pijama que daba pena.

—Jomekabel —pronuncié con una voz que no era mía y el portal apareció formando esa espiral.

Bastaba eso y un lugar, mi lugar secreto. Ahí fui, al lugar donde nadie me podría encontrar si decidía ya no volver. Apareció como aquel oscuro pasillo que llevaba a un patio acabado, destruido, ahora que no protegía nada, las trampas habían sido borradas. Caminé como sonámbula, como si nada importara, daba lo mismo un cielo o un infierno, con que no pudiera volver a algo que me recordara a él, bastaba perderme.

Nada importaba.

Cuando llegué al patio, me senté en el borde de la fuente que había empezado a ser como siempre; de un paisaje muerto, ahí era de día, y mis lágrimas brotaron de nuevo como aquel chorro que tiraba el pico del hipogrifo.

—Sabía que en cualquier momento usarías esto para intentar escapar de tu realidad. —Dijo una voz, sacándome de mi ensimismamiento.

No dije nada.

—Tu madre está preocupada, desde antier no has salido de tu habitación y no has querido comer nada. Y ahora traspasas un portal —observó el paisaje muerto— ¿Qué haces aquí?— Estaba a unos cuantos pasos, viéndome confundido, nadie me había visto llorar tanto y desconsoladamente desde la muerte de papá. Él solo me había visto después de haber llorado una vez, cuando había ido a su casa para decirle lo confundida que me sentía con aquellos secretos revelados.

—Esa pregunta la debería aplicar yo, ¿no crees? —Repliqué con la voz quebrada, limpiándome las lágrimas con el dorso de mi mano temblorosa, sin embargo, no parecía tener fin.

—En efecto —dijo subiendo hacía la fuente, sentándose a un lado de mí— ¿Qué ha pasado, querida?

—Nada —respondí viéndolo con los labios temblorosos, mis lágrimas no cesaban.

—Esas lágrimas me dicen que eso no es nada. Mira. Puedes confiar en mí y decirme lo que sientes, pero entenderé si no lo quieres hacer. Conocí a tu padre mejor que sus otros amigos y vasallos lo hicieron. Y te conozco a ti antes de que nacieras. Sin embargo, hay cosas; emociones que no logro captar de ti.

—No quiero hablar.

—Hay cosas de las que hay que hablar, querida. De lo contrario, te ahogaras.

—Ojalá eso pasara, odio llorar —dije más para mí que para él, que estaba viendo el agua que dejaba de fluir del pico del hipogrifo.

—Las lágrimas son muestras de amor, nunca vulnerabilidad, dolor y sufrimiento verdadero. Déjame decirte que, con el tiempo dejarás de sentir ese tipo de sentimientos. La inmortalidad hace que la vida se vea ajena a ti; ellos envejecerán al igual que tú pero no dejarás la vida, verás morir a los que amas mientras tú vuelves a repetir la vida sin haber muerto, y sentirás morirte, pero no morirás…

—Siento morirme ahora. Siento que todo ha acabado. Esto es un cruel juego, Cedric —pude decir entre siseos, sintiendo que no existía o no conocía el concepto de pena y vergüenza de que alguien me viera llorar de dolor.

—La vida es un juego del que jamás alguien sabrá como jugarla. —Dejó que posara mi cabeza sobre su hombro— Pero déjame decirte que vale la pena vivirla con todos los aspectos que lo acompañan; buenos o malos. A veces, no se trata de saberla jugar. Hay cosas de las que ni siquiera un brujo sabría decir o entenderlas, no somos inmunes a los sentimientos mortales, y verte así es, como recordarme a mí mismo en mi primera vida —le miré cuando dijo lo del final, pero él seguía viendo el agua, luego seguí su mirada pero no encontré lo que veía o pensaba.

—Él… se ha ido...— pude ver de reojo que él me miró, sorprendido y perplejo.

—Oh, mi niña —dijo y me dejé abrazar—. Debe haber algo malo. No vi nada diferente en sus decisiones anteriores, no vi un cambio. No pudo haberse ido así. Tan rápido. Sin decirle nada a nadie. 

—Se fue… simplemente se fue.

—El amor suele confundir a los protagonistas.

—Él no me amó. Sólo me utilizó como una marioneta, me lo dijo sin una pizca de remordimientos, me dijo que era una aberración que debía ser borrada de la faz de la tierra.

—Estoy seguro de que te ama, algo debe pasar, esas palabras no son de las que él emplearía —aseveró por encima de mi pelo—. Aun si así hubiera sido.

—Nunca lo hizo, él mismo me lo dijo —y me rompí a llorar, recordando sus últimas palabras antes de abandonarme esta tarde, había dicho alguna vez en el pasado; que no quería que me vieran con lástima, Cedric no estaba viéndome con lastima, había dolor en su mirada al verme.

Acunó mi rostro entre sus delgadas manos de pianista, viéndome y yo viéndolo borroso por mis lágrimas que se negaban a dejar de salir.

—Debe de haber algo malo, pero créeme, él te amaba más que al Cielo, de eso estoy seguro. No se necesita ser brujo para verlo.

—Fingió bien.

—Encontraré la razón, pero. Ahora. Prométeme que harás todo lo posible para estar bien, por tu familia, por la memoria de tu amado padre ¿lo prometes? —Preguntó viéndome directamente a los ojos, un café claro, inquietante contra un verde dominante pero triste.

—No puedo. No puedo seguir y fingir que estoy bien cuando no es así. Es más, no regresaré. Vete.

— ¿Así es cómo te portarás? —Inquirió soltando mi rostro y suspirando, como si esta respuesta ya la estuviera esperando. Quizás haya visto mi futuro tan doloroso antes y no le hice caso por la advertencia, “sufrimientos te esperan y malos y oscuros augurios se revelarán” me había dicho una vez, pero ahora no me importaba. El daño ya estaba hecho.

—Nada tiene sentido.

—Por supuesto que nada tiene sentido, pero quedarte aquí no es la solución ¿acaso no piensas en el pequeño Josh? Él te necesita y él te ama más que a nada en este mundo, ¿el que desaparezcas así no te convertirá en lo que juraste evitar?

Eso, definitivamente no lo esperaba. Eso fue lo que me hizo seguirlo y dejar que me cobijara con las mantas, haciéndome tomar el té que había preparado y me quedé dormida, cansada de llorar o por el efecto tranquilizante del té.

Los días pasaban y nada tenía sentido.

Dejé de contar después de tres. Todo mí alrededor se veía destrozado, de una forma realmente insoportable, ahora comprendía todo lo que mamá sentía cuando mi padre murió, nada importaba.

Solo quería que ese dolor acabara, no sentía pasar los días, sin él, todo era un vacío, de un vacío meramente horrible, tanto que los cigarrillos ya no tenía ese efecto tranquilizador. 

Lloraba. Me la pasaba en la cama los fines de semana, la escuela no tenía sentido o coherencia, y en serio trataba. Hacía todo lo posible para que lo que leía se me quedara en mente y que en vez de la tarea de matemáticas lo entregara con el profesor, mis ojos ya no despedían lágrimas. Se habían secado. Y no sabía a qué mundo pertenecía, estaba perdida, deprimida que odio decirlo, sin importar lo que pasara a mi alrededor. Y por alguna razón; no había palabras que pudiera consolar un corazón roto.

Porque a pesar de haber escuchado todas esas amargas verdades, yo hubiera muerto por él, hubiera hecho muchas cosas por él sin esperar nada más que su amor, aunque él nunca hubiera hecho nada igual, no me amaba como yo a él.

Se rumoreaba sobre mí, de lo fatal que me veía, de mis desastrosas calificaciones, de lo oscuro de mi Arte se había vuelto, que era en lo único que encontraba alivio. Solía dibujar alados ángeles que castigaban a los humanos, ángeles arrancando corazones, demonios y oscuridad en todas partes, encontraba un refugio en la oscuridad. 

Era la burla del trío hueco.

— ¿Cómo le llamas a una chica que se creía la gran cosa por andar con un chico extranjero que solo la usó como trapo barato? —Gritaba detrás de mí Jane.

— ¡Melinda Sommer! —respondía Amy haciéndose oír, riéndose de mí y las demás que eran las fans de Daniell Collingwood también lo hacían mientras pasaban a nuestro lado y tenía que soportarlas en la clase de Lengua, Cálculo y Bioquímica. 

—Chicas —las riñó Polly, la única que no se reía de mí, pero no quería la compasión de nadie, odiaba su compasión.

—Está bien, está bien —decía Amy alzando las manos, pero no escondía esa maldita sonrisa de su mimado.

—Dejemos en paz a la chica abandonada —dijo Jane en el pasillo, pasando a empujarme.

Disfrutaban verme así, las odiaba de una manera que si tuviera poderes no solo las mandaría hasta Marte, sino que les quemaría esos horrendos vestidos rosas que las hacían verse patéticas e idiotas. Y no necesitaba poderes para hacerlo, bastaba con un encendedor.

Varias veces rechacé la compañía de Bella y de Greg en el almuerzo o al estar sentada en la biblioteca escuchando música en los auriculares. 

Tratando de leer algo de poesía de T.S. Eliot y lo único que se me quedó de “Los hombres huecos”, fue el verso cinco, la más adecuada para lo que había sucedido o lo que pasaba conmigo, la comprensión quizás me hubo abandonado después de todo. El dolor se había vuelto intenso que cuando me encontré con Pippin, lo apodaban así por lo bajo que era, me ofreció ese algo que había olvidado y me haría sentir mejor que todos los tés juntos, que no dudé en aceptarlo.

El dolor desaparecía entre ilusiones. Y aunque me esforzaba en estar disponible para Josh, encontraba refugio en aquel algo que mi subconsciente me decía que debía evitar.  

El río Wishkah era el único lugar donde al menos podía olvidar porque sentía que papá estaba a mi lado, miraba a la nada, por más que mi color favorito fuera el atardecer, ahora ya no parecía bello, sino que me traía más tristeza que felicidad, evitaba a cualquier costa abandonarme ante la sustancia. 

Evadía las conversaciones que quería tener mamá, sabía lo que me diría, aunque lo que me caracterizaba ya no era esa rebeldía, sino una enfermedad incurable que Nina se negaba a sacar de mi cabeza, Cedric no accedió tampoco y no conocía a nadie lo suficientemente fuerte como para borrarme los recuerdos. Alegaban a que olvidaría todo, incluso la razón por la que protegía a mi familia, pues ese mismo dolor era el recuerdo de que los ángeles habían estado y que mi padre por fin había alcanzado el perdón y la paz. Quizá fui solo una marioneta y el juego del amor me había hecho feliz. Amándome o no. Yo había amado de la forma que jamás lo había hecho, quizás fue un error, pero había sido feliz con esa falsedad.

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