Que sea una Broma

Aunque pareciera imposible de creer, el salón se hallaba en silencio, el profesor no se dignaba aparecer, así que jugaba con el anillo de ángel que Daniell (Uriel no podía usarse por lo que se dificultaba a la hora de pronunciarlo, por lo que su nombre humano era más conveniente) y el recuerdo se presentó como nubes de color azul.

Había sido la noche después de mi cumpleaños y la cena de Nochebuena, él había llegado a mi habitación mientras estaba sentada con las piernas cruzadas observando la fotografía dentro del dije que él me había devuelto y era una de mi padre con un Josh recién nacido, éramos muy felices, y él me había devuelto la felicidad al entregármela.

Se sentó en silencio y la contempló conmigo, el dije de corazón tenía una inscripción “el amor mueve el sol y las demás estrellas”. Me había olvidado lo que decía, después de tantos años de haberlo perdido o bien, entregárselo a mi padre antes de salir y nunca volver.

—Esta foto la tomamos en mi cumpleaños, el mismo día en que fue llevado a cabo el ritual —dije tocándolo, viéndolo, era pequeño y había estado en buenas manos—. Esa noche papá me contó un cuento antes de dormir, eso todavía no logro recordarlo, es…extraño que no lo recuerde a estas alturas —agregué, mi cabello cubría gran parte de mis mejillas y el fleco mis ojos.

—Sé que lo recordarás, obtendrás todos tus recuerdos con el tiempo, como lo has hecho hasta ahora —aseguró, su voz me era suave y relajante y terriblemente seductora. Me acurruqué en su pecho, absorbiendo su aroma, ya no tenía que fingir ser un Vigilante, el olor a metal se había ido, ahora solo era la pureza del agua cristalina, la rica esencia de la humedad del bosque pero también el calor del sol. Él seguía acariciando mi cabello, y yo escuchando el latir de su corazón, puse mis manos sobre su pecho y lo miré a él.

—Gracias —repuse, como la primera vez que lo había visto.

— ¿De qué? —Replicó, también como la primera vez, pero sin entender, mirándome fijamente.

—Por haberme salvado, por quedarte conmigo, por hacerme sentir feliz y que volviera a creer en algo…, había olvidado cómo se siente —con la voz ronca.

—No. Él que tiene que agradecer soy yo, me has hecho sentir cosas que jamás había sentido. Eres increíble, tú eres mi cielo ahora. Me otorgaste el perdón y la salvación.

—Y lo volvería a hacer —dije removiéndome un poco para estar frente a él, Aris estaba profundamente dormido al pie de la cama, con esa canasta y la frazada que la abuela le regaló en Navidad.

—Y yo haría cualquier cosa para estar a tu lado —repitió con esa voz aterciopelada—, cualquier cosa, para protegerte —terminó tomando mi rostro entre sus manos, viéndome como si yo fuera a desaparecer o él a irse, siendo llevado por el viento, así que yo le tomé del dobladillo de su chaqueta y lo atraje más hacía mí, él pegó su frente con la mía, dejando caer poco a poco sus manos y posándola sobre mis hombros desnudos. El haber terminado con lo del Libro y la Piedra, él y yo podíamos estar tranquilos, ahora podía dormir, pero las pesadillas llegaban, siempre aparecían y Daniell estaba a mi lado, calmándome, abrazándome, siendo mi ángel guardián.

—Te amo Uriel-Daniell —dije casi sin aliento, rosando mi nariz con la suya y sonriendo por haberle dicho su verdadero nombre al igual que él.

—Y yo a ti, Linda —respondí besándome, lenta y suavemente.

Hasta que mis brazos lo rodeó por el cuello y él bajando sus manos a mi cintura, jalándome, como si quisiéramos fundirnos, el beso se volvía cada vez más intenso y largo, a medida que lo amaba más intensamente. Amaba a este ángel, más que a mi propia vida, y no importaba el rango que tenía, quería disfrutarlo, amarlo. Mí y su respiración acelerándose, sus manos subiendo lentamente sobre mi columna, haciéndome estremecer, mi corazón latiendo rápido-rítmicamente, y luego yo reclinándome sobre la cama atrayéndolo conmigo, acariciándole el cabello de la manera que me gustaba, sus manos eran suaves contra mi piel cuando bajaba sobre mi top, acariciando mi cintura, mis manos tomando por el dobladillo de su camisa, queriendo sacarlo, hasta que él —prudentemente—, no debía suceder.

—Linda —entre mis labios, jadeando—. Quiero, que. Tengas algo. De mí —despegando sus labios de los míos, encima de mí, sus ojos oscurecidos, acariciando mi rostro, sus codos apoyados a cada lado de mí, alejándose poco a poco. Le miré mientras volvía a sentarse, se pasó una mano sobre su cabello alborotado que le hacía verse miserablemente sexy.

Me costó reponerme y verle a los ojos. A veces se me olvidaba que él era un ángel y no un chico adolescente de diecinueve años, que solo pensara en follar. Me incorporé hasta sentarme como había estado minutos antes, sintiéndome repentinamente apenada por lo que acababa de pasar, pero él sonrió tímido, eso hacía sentirme mejor.

— ¿Qué es? —Inquirí tímida.

Se sacó el anillo del dedo anular de la mano izquierda, pidiendo mi mano que se la tendí, la puso en mi palma y la cerró con las suyas, haciendo brillara en azul dentro.

—Quiero que tengas esto —dijo abriendo sus y mis manos, el anillo seguía ahí, solo que más pequeño, a mi medida…

—Pero. Es tu anillo de ángel—protesté viéndolo, era hermoso, de oro antiguo y extraño; su diseño era bello entre una gran colisión del sol, la luna, y las estrellas rodeadas por una corona de laurel con inscripciones tan pequeñísimas en los bordes, y una pequeña piedra blanca que brillaba en un tono azul fosforescente cuando él lo usaba.

—Y tú eres mi ángel —susurró poniéndola en mi dedo anular de la mano izquierda, como si nos hubiéramos comprometido a algo, y luego alcé la vista hacia él.

—Es hermoso —No podía decir otra cosa, era como si me confiara su vida, él solo elevó el lado derecho de sus labios y se me ocurrió algo de repente—. Ahora, yo te pediré que cierres los ojos, tengo algo para ti —pedí removiéndome de la cama para acomodarme.

— ¿No puedo ver antes? —Bromeó con una voz juguetona de repente.

—No.

—Solo un poquitito.

—No seas infantil.

—Nunca me han gustado las sorpresas —protestó en tono quejumbroso, pero con ese aire musical de siempre—, en las películas que hemos visto, las sorpresas son cuchillos y esas cosas ¿no querrás descuartizarme en tu cama mientras todos duermen, verdad? —Cuestionó con una sonrisa irónica y el brillo en sus ojos azules que amaba. 

—No. Solo cierra los ojos, —supliqué ocultando una sonrisa ante tal idea— ¿Confías en mí?

—Siempre —dijo y cerró los ojos.

Pasé mis manos enfrente para comprobar que los tenía cerrados, luego me puse las manos hacia atrás para deshacerme del broche de la cadena de plata que papá me había regalado en mi cumpleaños número cinco, junto con el dije de corazón. Volví a insertar el dije de corazón que él mismo me había devuelto.

—No los abras hasta que te diga que puedes hacerlo —dije comprobando de que no hiciese trampa, dudaba a que lo hiciera. Sus pestañas curveadas que chocaban contra sus pómulos. Me acerqué más a él y pasé mis brazos alrededor de su cuello, sin tocarlo y broché la cadena hasta que esperó mi señal—, puedes abrirlos.

Los abrió, lo primero que miró fue a mí y luego sus manos se fueron a su pecho y sus dedos tocaron el corazón justo donde estaba el esternón, bajó la mirada y luego volvió a mirarme, sonreí tímidamente ante su silencio, y me mordí el labio ocultando mi nerviosismo.

— ¿No te gusta? —Él negó con la cabeza de inmediato y se acercó más a mí.

—Es… —comenzó, entrecerrando sus ojos— el regalo más…, indescriptible que alguien me haya dado jamás, Linda. Esto no debe salir de tus manos de nuevo, te pertenecía desde siempre.

—Y quiero que lo tengas —dije acercándome a él, uniendo mi frente con la suya, con la mirada hacia mis manos que estaban manipulándose por sí solas— el dije que encontraste en su cazadora, lo había tenido desde que tengo memoria, cada año le ponía una nueva fotografía, se lo entregué a mi padre antes de que saliera de casa, en la noche en que él se fue. La cadena era su complemento, ahora quiero que la tengas completa, porque eres parte de mí ahora, esa cadena era un recuerdo doloroso de mi padre y tú me has quitado ese dolor. Dejando solo bellos recuerdos.

—Linda…—susurró, tragando, lo silencié poniendo un dedo en sus labios, descansando mi cabeza sobre su nuca, respirando su aroma— Gracias —añadió besando mi cabeza.

Luego nos recostamos, él no dormía mucho, pero lo hacía conmigo, con las manos entrelazadas y al amanecer, él ya no estaba; era de esperarse, a mamá le hubiera dado un infarto si lo encontrara en mi cama, por más que fuera un ángel. Ella no confiaba lo suficiente en él, pero hacia lo que podía, además de que era amable, le había costado aceptarlo como mi novio.

El golpe sobre mi pupitre hizo que volviera a la realidad.

—Señorita. —Me topé con los ojos grises del profesor de Física, quién tenía anotado en la pizarra con letras torcidas su nombre: Ervard Morgan— La necesito presente en mi clase, no me haga sacarla con una nota a Orientación.

Había sido desagradable, esperaba por una vez en mi vida agradarle a un profesor de los números, pero al parecer hasta en mis últimos días el profesor Morgan se la llevaría contra mí.

Al salir del aula, me concentré en buscar a Daniell.

— ¡Linda! —Gritó una voz que por más que gritaran mi nombre al unísono la reconocería rápidamente: Bella, ella venía hacia mí, no faltaba un solo día esa sonrisa radiante en su rostro, con un nuevo corte de cabello.

Echaba de menos mi cabello largo, en estos meses había logrado que creciera hasta debajo de mis hombros.

—Hola, Bella —dije viendo de un lado a otro, esperando ver a los ángeles.

—Creo que hoy no llegaran —adivinó ella viéndome y eso hizo volverme para mirarla.

— ¿Por qué?

—Claire dijo que tenían que hacer algo, no sé lo que sea, teníamos planeado ir y arrastrarte de compras esta tarde y regalar las prendas viejas a una institución, luego lo de hacer las donas con Gretta para ir a darlos al asilo —comentó ella lamentando, ellas se habían convertido en mis mejores amigas, las dos eran como uno solo.

—Sí, ella también me pidió ayuda, sería a las cuatro…

—Sí, pero, las canceló todas, además de ir a Pavilion Launge —me interrumpió y antes de que añadiera algo más, Greg, que se veía irreconocible, se venía acercando.

— ¡Oh, por Dios! Mi hombre se ha vuelto sexy —gruñó coqueta Bella—. Y no es que antes no lo haya sido —añadió pícaramente.

Greg venía, con su mismo andar de siempre, solo que ya con algo brutal en él, su masa muscular más notable, además de que se había cortado el cabello, abrazó a Bella y luego me sonrió, ella nos dejó solos cuando una chica de sexto grado la llamó.

—Hola —chocamos puños—, te ves bien.

—Y tú —dije haciendo un gesto hacia él— ¿Te cortaste el pelo? ¿Por qué has hecho semejante crimen?

—Amh, sí —dijo aclarándose la garganta y luego miró de un lado y de otro, asegurándose de que estábamos alejados—, después de varios entrenamientos con papá y tío Cedric, cuando pude transformarme a la perfección, en vez de ser un lobo parecía ¡un chow chow! —Se rio, sus dientes con los incisivos y caninos más prominentes pero de una manera que le sentaba de maravilla a su sonrisa y eso hizo que me riera, me imaginé un lobo enorme y pachoncito.

— ¿En serio? —Comenté sin parar de reírme. 

—Es en serio, ¡parecía un oso de peluche! —añadió tratando de no reírse de sí mismo pero era en vano.

—Me hubiera gustado estar ahí.

—Sabes que a mí también, pero no quiero poner en riesgo a las personas que me importan —de repente la risa desapareció y la punzada en el pecho se alojó.

—Pero Aaron y Cedric —protesté, luego recordé que tuvimos una mini-discusión acerca de su entrenamiento la vez pasada y él salió ganando con Daniell a su favor.

—Ellos saben cómo defenderse, además, ellos son mis entrenadores.

—Está bien, pero cuando logres controlarte, quiero ser la primera o juntas con Bella, pero la primera, ¿eh? —dije comenzando a irme hacia adentro.

—Lo prometo —accedió a mi lado.

Las clases que según me tocaba con Daniell fue casi lo mismo, pero de una manera diferente, los cursos que elegí fueron Historia del Arte y Lenguas extranjeras, lo que debía necesitar, lo peor de ello, es que las tres chicas tomaban el curso de Lenguas a la hora que yo, sueño y pesadilla. No entendía por qué caerle mal a una chica que no le hice prácticamente nada más que respirar el mismo aire que ella y haber sido novia de Dave El Pulpo, ni siquiera me atreví a robarle la popularidad y el puesto de zorra, además de que no me gustaba el rosa. 

Odiaban a Claire y a Bella por mejores que ellas, siendo unas chicas fuera de lo normal; un ángel y una nephilim mitad hada, no les importaba mucho. Ellas se mezclaban con los demás a diferencia de ellas que se creían las reinas de todo el colegio, intocables, plásticas y huecas.

A la salida, llamé a casa de los Collingwood, Daniell no respondía a mis mensajes o llamadas, no hubo respuestas. Tan solo esperaba que todo estuviera bien, ellos eran reconocidos ya en este colegio por ser uno de los mejores en tan poco tiempo. Claire junto con Bella habían hecho un desfile de modas con todas las chicas tímidas de Aberdeen High School, estando yo en la lista, y recolectado una buena suma de dinero que se fue directo al asilo de ancianos y el albergue. Esto era lo que mamá llamaba el Acto de Caridad, todos de esa familia le llamaban ángeles y lo eran, los crímenes de todo tipo se habían reducido un 85%. Mi Príncipe a cargo de ellos.

Tranquilizándome y saber que preparar donas se había cancelado, me dirigí a casa a cargar con el teclado que Craig me había prestado para ensayar. 

Coreando Sacred & Wild de Powerwolf y a punto de subirle el volumen, casi atropello a Daniell, pisé el freno de inmediato, haciéndome sentir con el corazón en la boca.

— ¿Qué demonios haces en medio del camino! —Chillé bajándome del auto— ¿Por qué no llegaron hoy al colegio, eh?

—Imprevistos. Ven. Tenemos que hablar —respondió hosco e hizo un movimiento de cabeza para que lo siguiera, lo hice confundida.

Lo seguí silenciosamente por todo el camino entre hojas, ramas y arbustos, él estaba sin hablar y yo no trataba de romper el silencio, quizás por miedo. Mi corazón me latía de una forma extraña, no por el cansancio pero no podía describirlo como algo bueno. Esto no era normal, seguí hasta llegar al prado donde nos reuníamos para pasar una tarde juntos, viendo el atardecer hablando de muchas cosas, pero ahora nadie decía nada.

Él se detuvo, pero tenía una expresión de disgusto. Algo estaba mal. Le miré a los ojos y no encontraba una respuesta, él era ilegible, algunas veces, aunque sentía que esto era diferente y malo.

—Nos iremos —dijo después del ominoso silencio.

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